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¿Dónde está puesta tu esperanza hoy? (parte 4)

En la voz de Adrián Márquez y Alicia Varela
Adrián y Alicia, una vida en movimiento/ Fuente: Federico Gutiérrez

Eso que vemos

Contar la historia de Adrián y Alicia no es sencillo. Tal vez porque contar la historia de cualquier persona resulta por lo menos complejo. Y esta historia si algo tiene es que nada termina siendo lo que parece al principio... ¿o sí.? Hay en esta historia estereotipos, esos que son tan menospreciados pero que a veces nos ayudan a sobrevivir. Pero también hay signos, esos que nos ayudan y nos hacen vivir. Es la historia de un matrimonio, que forma una familia con sus dos hijos, que es parte de una comunidad parroquial y que llevan adelante la iniciativa “Recibir la vida como viene”. Es la historia de algunos estereotipos y varios signos para recordar.

La invitación

Primero que nada hay que decir que casi todo el camino que ha recorrido este matrimonio está ligado a un lugar geográfico muy concreto; el Cerro. Esa ciudad dentro (o fuera) de otra ciudad, ese barrio que son muchos barrios, esas calles, casas y gente, con aire de independencia del resto de Montevideo, son un actor más en esta historia. Adrián se puede decir que nació en el barrio, y desde que conoció a Alicia, hace ya 33 años, y comenzaron a proyectar una familia, ese fue su lugar en el mundo.

Se casaron hace 30 años... por civil. “Nosotros no nos conocimos en un ámbito de Iglesia, no teníamos nada que ver con la Iglesia. Él ni siquiera era bautizado y yo lo era, pero por iglesia evangélica”, cuenta Alicia; y continúa “mi abuela era evangélica y me bautizaron por rutina”. “Recuerdo que cuando era tiempo de bautizar a los niños buscamos un lugar en el que no hubiese que hacer charlas”, agrega Adrián y ambos se ríen.

Después vinieron los hijos, Victoria y Andrés. Cuando la hija mayor comenzó en el Colegio Santa Clara, de las religiosas de San José, ambos acordaron no contradecir aquello que le enseñaran en el colegio sobre religión. “Ser coherentes, no reírse, acompañarla”, dijeron. En Uruguay, un país laicista, eso no es poco. “Y llegó Victoria, un año antes de tomar la comunión, relata Alicia, y nos invitan a un fogón de Pentecostés, que en realidad lo único que entendimos de eso era la parte de fogón. Pensamos que era mate, torta fritas, folclore; a comer chorizo y escuchar canto popular. Llegamos y nos encontramos con que eran dos horas de oración; él casi me mata”.Y lo que parecía que sería una anécdota para contar en el asado del domingo se convirtió en el acontecimiento que cambiaría la vida de Adrián y de toda la familia.

“Conocimos la Iglesia conversando con los catequistas, compartiendo el mate; uno se encontraba con gente normal, con gente común, que fueron rompiendo esos esquemas que teníamos de la Iglesia. Y empezamos ese grupo de adultos, ese año nos bautizamos, tomamos la comunión y nos confirmamos”

En un primer momento quiso salir del lugar, pero no le era fácil huir sin quedar en evidencia. Esperó y aprovechó un corte en la actividad para perderse en la confusión, traspasar la puerta y subirse rápidamente al auto que le había prestado su suegra. Lo prendió y cuando iba a dar vuelta la esquina se puso a pensar en su esposa y sus hijos allí; “que me vaya no está bueno”, se dijo. Por su cabeza pasó “total un par de horas, ¿qué me va a hacer?”. “Y mirá lo que me hicieron”, sentencia.

En esa actividad, para él de acompañamiento familiar, experimentó algo particular y cuando terminó le dijo a su esposa, “mirá allá hay un cura, vamos a preguntarle para bautizarnos”. Ella lo miraba y decía “a este qué le pasó”, pero decidió acompañar a su esposo y se preparó para tomar la comunión. Y allí comenzaron un camino que los llevó a ser parte de una familia mucho más grande que la que alguna vez pudiesen haber imaginado; la Iglesia les habría sus puertas y desde ese momento esa fue su casa. “Conocimos la Iglesia conversando con los catequistas, compartiendo el mate; uno se encontraba con gente normal, con gente común, que fueron rompiendo esos esquemas que teníamos de la Iglesia. Y empezamos ese grupo de adultos, ese año nos bautizamos, tomamos la comunión y nos confirmamos”, narran emocionados. Y después de 10 años de matrimonio por civil se casaron por Iglesia, y la comunidad los acompañó. (Primera conclusión: un fogón no es lo que parece)

¿Qué hacemos?

Antes de continuar un dato como al pasar, Adrián es diácono. Vive su ministerio en la parroquia Ntra. Sra. de Fátima, en el Cerro (¿quedaban dudas?), su esposa es catequista y acompaña varios grupos, sus dos hijos son músicos y comparten sus dones con la comunidad. Desde chicos acompañaron a sus padres, desde que Adrián hacía el discernimiento al diaconado en la capilla de Casabó. Allí la familia ponía el hombro de lunes a viernes, después del trabajo y el estudio; y los fines de semana a horario completo. Y la vida transcurría.

Ya como diácono le tocó guiar a la comunidad de Fátima, porque la parroquia estuvo sin párroco durante 5 años. En ese tiempo los laicos sostuvieron el trabajo y se reunían para celebrar con los sacerdotes que venían de otros lugares o con el propio diácono. En estas mañanas de celebración no era poco frecuente que en la puerta encontraran una cantidad de muchachos que allí dormían porque no tenían donde pasar la noche. Los problemas de consumo de alcohol y droga eran los principales causantes de esta situación.

Adrián nos cuenta que en ese tiempo en la propia comunidad de Fátima empieza a surgir la interrogante de qué hacer con esa realidad. Y la disyuntiva de siempre ¿intentás no verlo o hacés algo? “Gracias a Dios vuelven a la comunidad los Jesuitas en 2019, y yo me empiezo a inclinar más a lo social”, explica el diácono. Y en esos momentos se empiezan a dar varios encuentros cara a cara con personas en situación de calle. En uno particularmente se encuentra a una chica y le pregunta “¿vos te animás a bajar la guardia para dejarte ayudar?”, y ella le contestó que no. Y esto fue el punto de quiebre para que naciera la iniciativa “Recibir la vida como viene”. Aunque parezca contradictorio, en la respuesta negativa Adrián entendió que no tenía una propuesta si esta misma respuesta hubiese sido positiva “¿Y si me hubiese dicho que sí?”, se interrogaba. (Segunda conclusión: Muchas veces las preguntas vienen con trampa... sobre todo para quién las hace)

El primer acercamiento

En ese tiempo, el diácono estaba realizando un curso en Buenos Aires con los curas villeros Cuando terminó esa formación es invitado, junto a su esposa, a un encuentro  para todo el Cono Sur y pudieron quedarse en los centros barriales que hay en la villas, para ver como se trabajaba. “Poder convivir con ellos, recorrer los centros, fue una experiencia muy fuerte”, comparte Alicia.

El último día son invitados a visitar un lugar llamado “La carpa del Negro Manuel”, y Alicia vuelve a tomar la palabra. “Cuando llegamos vimos que no había más que eso, una carpa, con una mesita, una señora sentada en una silla, con un termo con mate cocido y una bandeja con pan y bizcochos; y ese era el primer encuentro que tenían con la gente” relata todavía sorprendida por lo vivido en esa ocasión. Y continúa “entonces de mañana la gente en situación de calle venía, tomaba algo calentito, comían algo, conversaban y se iban conociendo. En la medida que iban agarrando confianza había un grupo de personas que los llevaban a sacar hora para ir al hospital, si no tenían documentos los ayudaban para poder sacarlos. Y después, si la persona concurría durante una semana, ahí veían que había cierto interés y los invitaban a los centros barriales más organizados”. “Entonces al ver esa carpa fue como una explosión, dijimos 'Ah, bueno. Estamos salvados para una carpa nos da'”, exclama entre bromeando y hablando muy en serio. “Es más accesible y por lo menos estás dando algo”, agrega Adrián. (Tercera conclusión: con poco se puede hacer mucho, una carpa es más que suficiente).

Cara a cara

Al regresar al país informaron lo vivido a toda la comunidad de Fátima y por dónde intuían que podía ir su trabajo. Sabían que realizar una labor con las dimensiones que se manejan en la villas argentinas es muy complejo. Dos meses después se realizó otro encuentro en Buenos Aires y vuelven a invitarlos. Pero esta vez fueron 5 personas de la comunidad. Toda la comunidad tenía que llevar adelante el proyecto, hacerlo propio o, de lo contrario, dejarlo a un lado. “Lo hablamos con la comunidad, con el consejo y con el párroco, Rubén, que siempre dio para adelante. Queríamos estar más en esta primera línea de atención, y ser parte de un proyecto más general que empieza con los niños desde la prevención”, explica el diácono.

Tantos ellos como la comunidad entienden que es un trabajo que se hace en red con otras instituciones, que no pueden abarcarlo todo, que no pueden prometer más de lo que pueden dar; ser realistas pero con esperanza. También son conscientes que en el camino se pueden encontrar con resistencias, propias y ajenas. Llegado el caso pueden encontrarse recibiendo a alguien que haya intentado robarles, o a un hijo, o a un hermano, o a un vecino.

"Queríamos estar más en esta primera línea de atención, y ser parte de un proyecto más general que empieza con los niños desde la prevención”

El proyecto lleva unos pocos meses en marcha y no son muchas las personas que llegan al lugar que la parroquia destina para la atención. Pero Adrián cuenta que han aprovechado este tiempo para vincular más a la comunidad parroquial, tender puentes con organizaciones civiles y otras comunidades parroquiales de la zona, y de buscar alternativas para quienes precisan ayuda. Además, se procura tener un lugar para que las personas en situación de calle se puedan duchar y tener un espacio para hablar y descansar.

Si de algo están convencidos Adrián y Alicia es que aunque la vida pase a toda velocidad y parezca que a nadie le importa nada de los demás, hay mucha gente que trabajando en silencio es portadora de vida y esperanza para muchas otras personas. (Cuarta conclusión: muchas veces la mejor forma de ayudar a alguien es escuchándola)

En el camino

Cuando terminamos la entrevista Adrián y Alicia nos conducen hacia la entrada del Cerro, el mismo lugar donde un par de horas antes nos habían recibido, en la cabecera del puente sobre el arroyo Pantanoso. No puedo evitar pensar en los estereotipos que traía en mi cabeza (y que día a día me ayudan a sobrevivir) entre los que se destaca que para ayudar a alguien hay que tener todas las cosas claras; este matrimonio me acaba de demostrar que no. Las cosas se van construyendo de a poco y suelen no ser tan claras: es la fe la que nos da certeza y nos regala la esperanza.

Si así no fuera, un fogón seguiría siendo un lugar donde se canta música popular y se comen chorizos; y no el lugar donde una familia conoció el llamado de Dios para su vida. Cómo entenderíamos entonces que las preguntas que realizamos para buscar una reacción en alguien, terminan creando un cambio de foco en nuestra propia vida. Seguramente sin fe una carpa no podría ser un lugar de encuentro y de rescate para muchas personas a las que la sociedad ha ido descartando. Y por último, ¿de qué sirve escuchar a una persona que parece que lo ha perdido todo, si no tenemos esperanza que puede ser salvada por Dios?

"¿Dónde está puesta tu esperanza hoy?" es una campaña del Club Católico e ICM para el Adviento 2019. 

Conoce otras historias de esta serie: Daniela Herrera, Kenia Cedeño, Estela Rebollo      

 

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