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La misión de la Iglesia de América Latina en tiempos de pandemia

La Iglesia está llamada a discernir los “signos de los tiempos” en la escucha de la realidad. /F. GUTIÉRREZ

Publicado en Entre Todos N° 476

Un acontecimiento imprevisto como la pandemia, de tal magnitud epocal, de tal impacto humano y social, crea situaciones inéditas que no pueden ser afrontadas con viejas recetas. Todos presentimos que ya no se podrá volver al ayer cuando pase la pandemia, como si ésta fuera solamente un paréntesis sufrido y molesto para volver a la normalidad. ¿Pero qué es eso de la “normalidad”? ¿Dejar la pandemia en el olvido? ¿Resignarnos y acostumbrarnos a vivir en un “mundo enfermo”? ¿Cómo soñar con esa imposible normalidad cuando habrá que afrontar un dramático empobrecimiento generalizado, con economías ruinosas y escasos márgenes de maniobra?

Habrá que ir afrontando condiciones inéditas de vida personal, familiar, social y política, en situaciones extremadamente difíciles de convivencia, con ulteriores consecuencias y desarrollos también imprevisibles.

El “cambio de época”, del que el papa Francisco ha hecho reiteradas menciones, vivirá ahora una imprevisible y sorprendente inflexión con todo lo que implica y acarrea la pandemia. Hay que ir afinando claves de lectura y caminos de reconstrucción de una realidad que nos desborda. (...)

La Iglesia en América Latina está llamada a discernir los “signos de los tiempos” en esa atenta escucha de la realidad que irrumpe en la vida de las personas y familias, de los pueblos y naciones. Los tiempos de grandes incertidumbres han de ser de discernimiento y profecía. No podemos dejar a Dios entre paréntesis en medio de todo lo que están viviendo los pueblos en esta hora de América Latina (…). Si estamos involucrados en este cambio de época, tenemos que preguntarnos qué nos está diciendo y pidiendo Dios especialmente en tiempos de imprevisible y tremenda epidemia global. Propongámonos arriesgar una mirada cristiana sobre la realidad actual, que sea capaz de afrontarla en todos sus factores.

Para intentar ser más claro, deseo señalar siete tareas y desafíos que considero fundamentales en la misión de la Iglesia en tiempos de pandemia y caminos de reconstrucción.

“Hospital de campaña”

La primera cuestión que salta a la vista es el reguero impresionante de sufrimientos que la pandemia ha traído consigo. ¡Cómo no comenzar por ver el sufrimiento que conlleva la multitud de decesos provocados por el virus, los millones de infectados, las estructuras sanitarias desbordadas y abarrotadas para quienes necesitan sus servicios, la total inseguridad y precariedad de ese mundo humano que vive del trabajo “informal”, y la pérdida del trabajo en empresas y comercios en crisis! ¡Cómo no pensar en el sufrimientos de tantas familias sobre las que han recaído las consecuencias más penosas provocadas por la pandemia!

Pues bien, la primera tarea y el primer desafío que está afrontando la Iglesia en América Latina reside en su conversión efectiva en ese “hospital de campaña” —nueva imagen de la Iglesia de la que habló el Santo Padre Francisco en Río de Janeiro—, capaz de socorrer y acoger a tantos “samaritanos” heridos en los barrios de nuestras ciudades y en el interior de nuestros países. Creo que la Iglesia católica en América Latina, sus comunidades, instituciones y grupos de cristianos, está dando un auténtico testimonio de compasión, compartiendo la pasión de su pueblo y socorriéndolo en lo posible ante sus necesidades más apremiantes. Lo demuestra la red de obras de misericordia, corporal y espiritual, que se siguen emprendiendo o que se han creado ante la nueva situación. (…)

Se está desplegando, por gracia de Dios, la “fantasía de la caridad”, como decía San Juan Pablo II o la “creatividad de la caridad” como pide el papa Francisco en plena pandemia. No se trata de un simple proveer de bienes y servicios a los necesitados, sino abrazar su vida, convertirse en compañía y sostén ante el naufragio, dar testimonio del amor de Dios que nunca nos abandona. (…)

Discernir lo que hay en los corazones

La segunda tarea y desafío que la pandemia plantea a la Iglesia es la de su sabiduría para interceptar, detectar y discernir las más profundas inquietudes, preguntas y anhelos que están emergiendo desde las fibras íntimas de las personas, desde el corazón de nuestros pueblos. Nadie queda exento del impacto de la pandemia que estamos sufriendo y que se descarga sobre las fragilidades y miserias de la condición humana tal como se vive América Latina y en el mundo entero. (…)

La capa de nihilismo aparentemente confortable que difunde la sociedad del consumo y del espectáculo desde su liberalismo tecnocrático se está resquebrajando por todas partes. El “principio de la realidad” se impone nuevamente sobre “el principio del placer”; o sea, se impone sobre la vida dedicada a la búsqueda inmediata de placeres y distracciones, liberados y exaltados todos los deseos, confiados en un dominio técnico sin límites, quedando esclavos del comportamiento compulsivo del consumo. Ahora la pandemia impone el silencio, el asombro, el desfonde de esa gran capa de censura y distracción de lo más humano en la vida de personas y pueblos. (…)

Es tiempo de separar lo necesario de lo que no es. /F. GUTIÉRREZ

Anunciar a Cristo

Si la segunda tarea es la detectar y discernir lo que se mueve en el corazón de las personas, las familias y los pueblos, la tercera tarea que deseo señalar es la urgida responsabilidad evangelizadora que ha de animar las comunidades cristianas. Hemos vivido un camino cuaresmal y pascual de impresionante densidad re-movedora. Comienzan a emerger por doquier los signos, y a veces los clamores, de una “nostalgia de Dios”. Es tiempo que llama a los cristianos a reavivar su certeza esperanzada en la Victoria del Señor resucitado sobre la muerte, el último enemigo. “¡Qué hermoso ser cristianos —nos decía el papa Francisco en la vigilia pascual— que consuelan, que llevan el peso de los otros, que alientan: ¡anunciadores de vida en tiempos de muerte!”. (…)

Llamada al cambio de vida

En cuarto lugar, deseo afrontar la pregunta que muchos se hacen: ¿saldremos mejores o peores después de la pandemia? No se pueden dar ciertamente respuestas mecánicas o genéricas. En ese sentido, la pregunta está ya mal planteada. Sin embargo, esconde una cuestión muy importante: sólo hombres nuevos y mujeres nuevas serán capaces de afrontar con realismo, razonabilidad y esperanza los tiempos nuevos, tremendamente difíciles, que seguirán a la pandemia. (…) La cuarta tarea y desafío que se plantea a la Iglesia en América Latina es, pues, la de hacerse eco de la llamada a la conversión que ha planteado y urgido el Santo Padre Francisco. Es tiempo propicio y exigente de conversión para todos, de metanoia, de cambio de mentalidad y de vida. (…)

Conversión pastoral

Este tiempo de la pandemia —y es la quinta tarea y desafío que tiene que enfrentar la Iglesia— es un reclamo más urgente a su conversión pastoral y sinodal. Me limito, en particular, a la conversión de los pastores. Gracias a Dios, no nos faltan muchos y buenos Pastores —Obispos, sacerdotes y religiosos— en la Iglesia de América Latina, hombres de Dios, paternos y fraternos, pobres y sacrificados, dedicados y abnegados en el servicio a sus comunidades y pueblos, que aún en medio de la cuarentena han buscado todos los medios, incluso imaginativos, para estar cerca de su gente. Pero tampoco faltan otros que el Espíritu de Dios ha de sacudir de su modorra, enseñarles nuevamente como maestro interior el gusto y la disciplina de la oración, zafarlos de la acedia y liberarlos del escepticismo y derrotismo, limpiarlos de todo lo que queda de resabios ideológicos y lo que se ha pegado de “mundanidad espiritual”, inflamar su entusiasmo, sacarlos de sus reductos eclesiásticos y acompañarlos a compartir la vida en las periferias sociales y existenciales, convertirlos en verdaderos padres, maestros y guías de los que tanto necesita todo el pueblo de Dios y todos los pueblos latinoamericanos. (…)

Reconstrucción transformadora

Una sexta tarea y desafío de la Iglesia en tiempos de pandemia es la de estar llamada a proponer su contribución original en los caminos de reconstrucción de nuestros países latinoamericanos, las cuales serán sumamente arduos. Sin una sabia y perseverante reconstrucción transformadora, queda abierto el camino a desastres incontrolables. No obstante la región se encuentre en el torbellino de la pandemia, con dramáticas urgencias e incertidumbres, se necesita desde ya invertir mucha competencia e inteligencia, muchos intercambios, mucha imaginación, mucha pasión por nuestros pueblos y por los pobres en primer lugar, para ir proponiendo nuevas estrategias educativas, económicas y sociales, nuevos modelos de desarrollo integral, solidario y sustentable, incluso nuevas “terceras vías” más allá de los círculos viciosos desgastados del neocapitalismo tecnocrático ultra-liberal y del socialismo estatista autocrático. Se necesita, ¡nada menos!, el resurgimiento de una nueva América Latina, desde condiciones mas bien ruinosas, solo posible a través de un largo y sufrido trabajo de dolores de parto. (…)

Unidad y fraternidad

Les señalo muy breve y esquemáticamente una séptima tarea para la Iglesia: ser signo eficaz de la unidad y fraternidad de los pueblos latinoamericanos, cuya cooperación e integración entre sus naciones es más indispensable que nunca. El papa Francisco nos interpela a mantener vivo el horizonte de la Patria Grande y a repensar y promover los caminos efectivos de su construcción.

Last but not least

¡Cómo no tener presente el testimonio del papa Francisco en estos tiempos de pandemia! Ninguno como él ha sabido sintetizar y proponer la actitud fundamental que hay que tener en estos tiempos de prueba. Las imágenes, las palabras y la bendición con el Santísimo que el papa Francisco compartió con el mundo entero aquel 23 de marzo de 2020, a las 18 horas lo dicen todo: todos estamos en la misma barca, la tempestad “desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra como habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. (…). “Sólo Jesús calma la tempestad” y nos repite: “No tengan miedo”. “¡Conviértanse!”, exclama el Papa. Es “tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás”.

(*El texto es un resumen de una exposición dictada por el Dr. Carriquiry ante directores de las Obras Misioneras Pontificias de los países latinoamericanos el pasado 8 de julio)

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