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Palabras del Cardenal Daniel Sturla con motivo de la Procesión de Corpus Christi

Te conocemos Jesús y este hecho llena nuestro corazón de alegría.

La alegría de conocerte de saber quién eres.

Hoy te lo queremos decir, como Pedro aquella tarde en Cesarea de Filipo:

Eres el Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Hoy queremos proclamarte parafraseando tus mismas palabras...

Tú eres el pan de vida,  el que come de tu carne vivirá para siempre.

Hoy queremos llamarte  como generaciones de uruguayos te han cantado: “Cantemos al amor de los amores, cantemos al Señor, Dios está aquí”. Y queremos llenarnos de asombro y gratitud porque es cierto, estás aquí con nosotros.

Estás aquí, Señor. La Iglesia en el mundo entero te venera en estos días. Nosotros lo hacemos con libertad. Tenemos esta dicha. Hay hermanos nuestros en el mundo  que por venerarte han sufrido y sufren, hasta dar la vida. Queremos ser solidarios con ellos ... Hoy recibía un correo de un sacerdote uruguayo que está estudiando en Jerusalén y me decía: “Anduve con mis compañeros en Jordania, donde  estuve (entre otros lugares fantásticos) en un centro de refugiados para cristianos iraquíes, y conocí todavía más de cerca la realidad de estos hermanos... Familias, niños, jóvenes... Algunos hablaban arameo como lengua materna (tu lengua Señor).  Entre los jóvenes había universitarios, con la carrera de ingeniería por la mitad: tuvieron que dejar todo ("menos la fe", como me dijo una chica), y están viviendo ahora en contenedores, esperando que los trasladen a algún lugar donde puedan continuar... Recuerdan todo el tiempo a sus familiares y amigos secuestrados, desaparecidos o asesinados, pero con una gran mirada de fe... Realmente me conmovió mucho”.

En nuestra patria no tenemos este problema. Podemos proclamar públicamente nuestra fe... Nadie nos va a perseguir por ello... Pero tenemos otro mal... Nuestra iglesia parece navegar en un mar de indiferencia... El frío secularismo que hace más de un siglo entró como ráfaga de viento fuerte y ha dejado tras de sí las consecuencias inevitables... Un vacío interior en el alma de muchos de nuestros hermanos.

A nosotros creyentes se nos cuela este aire y muchas veces nos achica, nos aplasta,  nos entra en nuestras casas sin quererlo, como la humedad de estos días que hacía que chorrearan nuestras paredes.

Nuestra presencia hoy aquí, pocos o muchos, y somos muchos, quiere ser una presencia llena de vida, de amor, de decisión. No solo te amamos y queremos seguirte, sino que queremos que otros te conozcan y te sigan. Queremos que sean muchos los que tengan la alegría de conocerte. No para agrandar nuestras iglesias o que den mejor las estadísticas, sino para ensanchar los corazones con la alegría del evangelio, para ampliar los horizontes de muchos, especialmente de nuestros jóvenes con la dulce presencia de tu Espíritu.

Nuestra Iglesia te sigue Señor, en tu donación de amor. Nuestra ciudad está llena de obras de promoción y de asistencia que mitigan el dolor de muchos y que promueven la verdadera dignidad de ser hijos de tu Padre. Tenemos muchas obras Señor: sociales, educativas, asistenciales. Pero nos cuesta hacerte conocer. Nos resulta a veces más fácil dar el pan  del alimento físico, o el pan de la educación, que hacer descubrir tu amor, tu  presencia en la Eucaristía... ¡Qué bueno es enseñar a muchos a ganarse el pan con su esfuerzo cotidiano!

Pero si no llegamos a darte a ti colmo alimento, quedamos a mitad de camino.

Le hacemos perder a nuestros hermanos lo más importante... La conciencia de su dignidad y el sentido profundo de sus vidas. La responsabilidad hermosa que compartimos como cristianos de ser constructores, junto con otros,  de una sociedad más justa que sea reflejo de la patria definitiva a la que esperamos llegar por tu misericordia.

Mira Señor nuestra Patria, bendícela,

mira nuestras familias, únelas;

mira nuestros enfermos, confórtalos;

mira esta Iglesia, nuestra Iglesia, Tu Iglesia: danos valor para anunciarte, sabiduría para dialogar con todos, firmeza para defender nuestra fe, corazones atentos a los que sufren, manos tendidas para formar redes solidarias. No permitas Señor que nos apartemos de Ti. Somos tu familia.

Queremos amarte como te amo tu madre, como te amaron tus discípulos. Es que somos tu madre y tus hermanos que escuchamos la palabra de Dios y queremos ponerla en práctica.

 Te amamos Señor, gracias por darnos la alegría de conocerte.

Danos la sabiduría y el coraje de darte a conocer.

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