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En las vueltas del camino

Escribe Emilia Conde.
El Concilio Vaticano II sigue siendo motivo de reflexión. Fuente: CNA

El pasado 11 de octubre se cumplieron 61 años de la primera sesión del Concilio Vaticano II.

En aquel día el papa Juan XXIII abría el nuevo concilio de la Iglesia católica y, aunque no lo supiéramos, también estaba abriendo la Iglesia al mundo.

Ciertamente algunas de sus propuestas, como todos los cambios, levantaron rechazos y adhesiones. Tocar temas como la liturgia, el ecumenismo o las lenguas vernáculas, no podía sino sacudir algunas sensibilidades.

Sin embargo este más de medio siglo largo nos ha traído una visión más serena y, sobre todo más objetiva, de sus alcances.

Apenas diez años después del Concilio el papa Pablo VI en su Evangelii Nuntiandi decía: “Hay que hacer a la Iglesia todavía más apta para anunciar el evangelio a la humanidad del siglo XX. Es una alegría evangelizar, aun cuando sea entre lágrimas” y hacía dos precisiones más: “En esta nueva evangelización, la Iglesia de occidente está preocupada por los problemas de la secularización, la búsqueda de un sistema de valores y de una reforma moral y la Iglesia de América Latina se siente interpelada por la miseria, la explotación económica y la revolución social”; pero, agregaba: “A todas urge el mensaje liberador y salvador de Cristo”.

Pasados diez años más, en su Informe sobre la fe, el cardenal Joseph Ratzinger decía que “no se puede pensar […] en seguir caminando como si el Vaticano II no hubiera existido. No son el problema ni el Vaticano II ni sus documentos sino las interpretaciones que se han hecho de ellos las que han conducido a ciertos errores de la época posconciliar. Defender hoy la verdadera Tradición de la Iglesia significa defender el Concilio”.

A modo de ejemplo creemos que hoy hay acuerdo en lo que han significado el diálogo interreligioso, el ecumenismo, el fuerte compromiso con la inculturación del evangelio, el servicio constante en pos de la paz en el mundo y el corazón incondicionalmente abierto a los más desprotegidos e ignorados mantenido con claridad por todos los papas desde el concilio hasta ahora, teniendo clara conciencia de que todas las pobrezas, sean de orden material o espiritual, son instancias de deshumanización.

"Lo que Juan XXIII había dicho respecto de toda la iglesia, “ser de todos, pero sobre todo de los pobres”, en esta América de los sesenta, se vuelve irrenunciable"

También son ejemplos sobresalientes los cambios a la interna de la iglesia como la creación de la Congregación para la Doctrina de la Fe, las conferencias episcopales, los sínodos de obispos y el cambio en las competencias y responsabilidades asumidas por los laicos.

Todo esto significó mucho en una realidad en la que no se había manifestado voluntad de cambios significativos durante cinco siglos hasta que un anciano de genio sorprendente encendido por el Espíritu resuelve abrir puertas y ventanas de la casa de todos. También las nuestras, porque la llegada del Concilio fue altamente significativa en toda América latina.

Esto demandó proceso, entrega y sobre todo, cuidadosa relectura de lo expresado por el Concilio desde una realidad diferente.

Las Iglesias de América ya no serían copia de las Iglesias europeas. Descubrirían su propia identidad atendiendo las demandas pastorales de pueblos que vivían realidades y culturas propias muy concretas.

En este contexto el lugar de la Iglesia ya no será el mismo. Lo que Juan XXIII había dicho respecto de toda la iglesia, “ser de todos, pero sobre todo de los pobres”, en esta América de los sesenta, se vuelve irrenunciable.

Ser pueblo de Dios no es una metáfora, y en América se tradujo palpablemente en las pequeñas comunidades, en los grupos de reflexión, de oración y de estudios bíblicos.

El conocimiento directo de las condiciones de vida de los más pobres hizo ostensibles las carencias en los derechos a la vida, a la salud, al trabajo y a la educación que, en último término hacen a la dignidad del hombre imagen de su Creador.

El tratamiento de estos temas en el Celam llevó tiempo, trabajo y un compromiso lealmente asumido por la Iglesia total, laicos, religiosos y jerarquía. Podemos reconocer cinco momentos señeros: el primero, anterior al Concilio, en Río de Janeiro en 1955; el segundo, después del Concilio, en Medellín en 1968; el tercero, en Puebla en 1979; el cuarto, en Santo Domingo en 1992; y el quinto, en Aparecida en 2007.

Río de Janeiro fue convocado por Pío XII en el contexto de la llamada Guerra fría y su principal objetivo era salvaguardar el patrimonio de la fe católica en América latina y sus reconocidas y más graves dificultades eran la falta de sacerdotes, la carencia de educación religiosa y la muy escasa atención a las poblaciones indígenas.

"Conocer a Cristo para conocer al hombre. Conocer al hombre para abrir caminos que lo conduzcan a su legítima realización según el proyecto de Dios"

En este punto no podemos dejar de recordar que un siglo antes, en 1859, en una carta al cardenal Antonelli nuestro obispo misionero don Jacinto Vera decía: “me falta el principal elemento, que es un clero nacional”; “Sacerdotes que se dediquen al ministerio pastoral y a la enseñanza”, me faltan “sacerdotes de celo”.

Medellín recoge la iniciativa del concilio y propone: “Alentar una nueva evangelización que llegue a todos […] para lograr una fe lúcida y comprometida (14) que nos conduzca a una verdadera liberación en la Paz que nos trae Jesucristo, porque la Paz es, finalmente, fruto del Amor” (23).

Puebla afirma que la “evangelización da a conocer a Jesús […] que nos da a conocer al Padre y nos comunica al Espíritu […]. Hace brotar, por la caridad derramada en nuestros corazones, frutos de justicia, de perdón, de respeto, de dignidad y de paz en el mundo” (25).

Santo Domingo presenta la idea de liberación unida a la de reconciliación: “Con alegría testimoniamos que en Jesucristo tenemos la liberación integral para cada uno de nosotros y para nuestros pueblos: liberación del pecado, de la muerte y de la esclavitud que está hecha de perdón y de reconciliación” (28).¡

Aparecida, convocada por Benedicto XVI bajo el lema “Discípulos y Misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, nos dejó una misión continental, al retomar la afirmación de Evangelii Nuntiandi: “La Iglesia existe para Evangelizar” (14). El papa destacaba que había “leído con particular aprecio las palabras que exhortan a dar prioridad a la Eucaristía (-) así como las que expresan el anhelo de reforzar la formación cristiana de los fieles en general y de los agentes pastorales en particular”.

Conocer a Cristo para conocer al hombre. Conocer al hombre para abrir caminos que lo conduzcan a su legítima realización según el proyecto de Dios.

La impronta cristocéntrica del Concilio marca la reflexión pastoral de los documentos del Celam. La afirmación de Gaudium et Spes de que “el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del verbo encarnado” (GS22) ilumina el camino de la iglesia de América latina.

Las cosas no fueron muy diferentes en nuestro país. Buena parte del clero apoyaba decididamente las propuestas del Concilio y así lo manifestó ante el papa Pablo VI que se mostró receptivo nombrando un nuevo nuncio y un nuevo administrador apostólico con carácter de arzobispo coadjutor. Este fue Mons. Carlos Parteli.

Al abrigo efectivo de estas novedades se inicia en nuestra Iglesia una etapa de renovación que se concretará con un gran paso en la organización de la Pastoral de Conjunto.

Había llegado la hora de concretar los proyectos. Se convocan y funcionan los Consejos Pastorales Parroquiales y Diocesanos, se funda el Instituto Teológico del Uruguay Mons. Mariano Soler y se cambia la dirección del Seminario Interdiocesano.

"La impronta cristocéntrica del Concilio marca la reflexión pastoral de los documentos del Celam"

La promoción de los laicos se concreta en la creación del Departamento de Teología para Laicos, el Oficio Catequístico, el Instituto Nacional de Estudios Litúrgicos, el diaconado permanente, nuevos ministerios y gran relevancia de la pastoral social y la pastoral juvenil.

El proceso continúa y su expresión fue cambiando.

En su carta pastoral de julio de 2021, aniversario del nacimiento de Mons. Jacinto Vera, el cardenal. Daniel Sturla proponía una “mirada auto crítica” sobre este proceso que siguiendo el pensamiento de Benedicto XVI debería ser leído más “en la línea de la continuidad y no de la ruptura”, atendiendo a “una concepción eclesiológica que asumiera la realidad de la Iglesia como misterio, como cuerpo de Cristo y no solo su descripción como una sociedad visible ―la sociedad perfecta― cuyo fundamento en Cristo se reduce a su estructura jerárquica”, y recordaba las palabras de Pablo VI: “La religión del Dios que se ha hecho Hombre se ha encontrado con la religión ―porque tal es― del hombre que se hace Dios”. “Parecería que el hombre secularizado y el mundo han entrado en las puertas abiertas de la Iglesia, y se han ido no sin antes amoldarla a sus criterios”. “Al abrir la puerta para que entraran o al salir a buscarlos muchas veces hemos dejado nuestra propia identidad en un rincón en aras del diálogo y la comprensión del otro. Hoy para muchos ya no somos un interlocutor que interese”.

El cardenal Sturla pregunta: ¿Es solo el cambio cultural que cayó sobre la Iglesia en medio de los cambios conciliares o el viento posconciliar también contribuyó a este cambio cultural? Es una evaluación que estamos llamados a hacer”. Y recuerda el gran desafío que tenemos por delante: “vivir en fidelidad nuestra vocación, ser una Iglesia orante, servidora y fecunda, sacramento de salvación que Jesucristo quiere ofrecer a todos”. Es una intensa misión.

Tal vez podamos empezar aceptando que la fuerza capaz de afirmarnos y alentarnos en semejante tarea está en el título mismo de la carta de nuestro arzobispo: “Devuélveme la alegría de tu salvación” y pidiendo con el salmista “No me rechaces lejos de tu rostro. No retires de mí tu santo espíritu (salmo 51,14.13).

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