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El camino de la Semana Santa

Escribe el P. Daniel Kerber.
Jesús, nuestra vida y nuestra esperanza.

“Sígueme” Jn 1,43

Entramos en la Semana Mayor, la Semana Santa. Y la gracia que pedimos al entrar en esta semana, es no ser espectadores, no ser observadores de un espectáculo trágico y victorioso que se presenta ante nuestros ojos. No entramos a la Semana Santa para “ver”, sino para “seguir” a Aquél que va a la cruz y la vence con su entrega, y por eso se nos regala en la Resurrección. 

Esta Semana está marcada particularmente por la liturgia que da la tónica de cada día. Como dice el antiguo adagio: “lex orandi, lex credendi, lex vivendi”, que podríamos traducir: “lo que rezamos (liturgia) es lo que creemos (nuestra fe cimentada en el obrar histórico de Dios) y es lo que vivimos (nuestro comportamiento moral)”. De esta manera, la liturgia de cada día nos va invitando a dar pasos con el Maestro, que había dicho “ven y sígueme” Lc 9,59 y también “el que quiera ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9,23).

Voy a presentar brevemente algunas pinceladas y palabras sueltas de la tónica de cada día, tomadas principalmente del evangelio que vamos a leer. 

La Semana Santa está abrazada por el Domingo de Ramos y el Domingo de Resurrección. El nombre del día domingo, viene de la tradición cristiana y significa “del Señor”. El primer registro lo tenemos en el libro del Apocalipsis 1,10: “El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu” (“in dominica die”, en latín). Si bien todos los domingos celebramos el día del Señor, es decir el día que resucitó de entre los muertos (los evangelios hablan del primer día de la semana Mt 28,1; Mc 16,2; Lc 24,1; Jn 20,1), el domingo de Ramos se juntan dos misterios de la vida de Jesús: su entrada en Jerusalén, donde es aclamado por el pueblo ―“Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en las alturas!” (Mc 11,10)― y por otra parte, la pasión, como anticipación de lo que vamos a celebrar el viernes santo. 

El Domingo de Ramos inaugura la Semana Santa y recuerda la entrada triunfante de Jesús en Jerusalén. Fuente: Romina Fernández

Lunes, martes y miércoles santo 

“La luz brilla en las tinieblas” (Jn 1,5)

Los primeros días de la semana santa están marcados por el contraste entre el amor incondicional de María de Betania, que unge los pies de Jesús (lunes: Jn 12,1-11) con un aroma exquisito y la casa se llena de la fragancia del perfume Jn 13,3 y por otro lado el dolor y la oscuridad de Pedro que niega a Jesús (martes Jn 13,36 ss.) y la tragedia de Judas que traiciona a Jesús (miércoles Mt 26,21 ss.).

Tanto la figura de Pedro, como la de Judas, las tenemos presentes en el marco de esta semana, pero con frecuente se nos escapa María de Betania, que justamente inicia la semana con este gesto exquisito y femenino de quebrar el frasco de perfume y derramarlo sobre los pies de Jesús. Es el amor que se derrama y que no sabe calcular. Es con esta actitud de María que estamos invitados a comenzar a recorrer esta semana siguiendo al Maestro. Parece que esta mujer entendió el amor de Jesús hasta el extremo (Jn 13,1) y ella también quiso expresar en ese amor hecho perfume, su entrega al Señor.

Amor hecho perfume

A tus pies todo es entrega

a tus pies mi vida se derrama

todo me diste, todo te diste

ahora déjame entregarme

déjame mezclar mis lágrimas, mi amor, 

mi perfume

déjame volcar mi pobre vida 

como cuenco que se quiebra

para no pertenecerse más

deja que mis manos acaricien tus esfuerzos, 

tus cansancios, tus entregas

porque el amor no se paga 

sino con amor.

El triduo santo

El triduo santo, desde el jueves hasta la vigilia pascual, forma una unidad, de modo que cada una de las celebraciones se comprende en relación con la otra. Nuestras liturgias están marcadas por el memorial, que no es simple recuerdo, sino que es la actualización del misterio, así como los judíos que celebraban la pascua, decían “nosotros hemos pasado el mar rojo”, aunque vivieran cientos de años después del acontecimiento salvador, así también nosotros al entrar en la liturgia, nos hacemos contemporáneos con los hechos que celebramos. La liturgia nos abre el tiempo y el espacio para hacernos presentes en la última cena, en la cruz y en la madrugada de la resurrección. 

El Jueves Santo conmemoramos el lavatorio de los pies. Fuente: Federico Gutiérrez (archivo)

El jueves santo entramos con los discípulos en el “lugar preparado” para la cena, donde Jesús se da como “pan partido” y “sangre derramada”, anticipación de lo que hará al día siguiente en el Calvario: 

“He deseado ardientemente cenar esta pascua con ustedes antes de padecer” (Lc 22,15).

Amor que se hace común-unión

Última cena

tantas veces cenaste con tus discípulos

pero llega tu hora

hora de pascua, de pasar… de amor extremo, de darte;

otra vez los reúnes

y tu amor extremo se expresa hasta el fin

amor que busca la unión

y tu entrega fecunda la logra

te vas

y te quedas

en nuestras manos 

que tantas veces se cerraron a tu don

se extienden ahora para acogerte

te reciben como don del Padre

para darte como pan de vida y don para el mundo

nuestras manos son tus manos

nuestra boca, tus palabras

nuestra vida, tu Vida que se entrega y salva.

El viernes santo acompañamos a Jesús que es condenado a muerte y se entrega en la Cruz del Calvario. La Iglesia no celebra la misa en este día, sino que se recoge en oración para adorar a Jesús, hombre-Dios que por nosotros muere en la cruz para salvarnos. Esa fuerza de Salvación que nace de la entrega, alcanza a todos los tiempos y latitudes, por eso un momento central de la liturgia es la oración universal que quiere abrazar a toda la humanidad en los brazos extendidos y clavados del Maestro. 

“Inclinando la cabeza, entregó su espíritu” (Jn 19,30)

El Viernes Santo es un día de oración y reflexión. Fuente: Federico Gutiérrez (archivo)

No hay mayor amor…

El Rey ha muerto,

cesaron ya los golpes, los gritos, los azotes,

terminaron las burlas, las mentiras,

silencio.

La Palabra… y el silencio

¿puede morir el amor?

¿puede morir la vida?

Mueres, pero eres grano que se siembra

y en el silencio entierra sus raíces,

que como río de vida sanea la hondura de la tierra.

Todas las vertientes profundas son alcanzadas 

por tu vida que se derrama fecunda. 

Cesaron los golpes de las manos violentas

pero te acogen las manos de tu madre

que te llevó en sus entrañas puras

y ahora, en el corazón, atravesado, como el tuyo

puro amor, que acaricia el amor derramado hasta el fin.

Esas manos de mujer, que sean nuestras manos

que se mezclan con tus llagas, tu sangre, tu herida

que toquen el Amor, para que en tus heridas 

seamos curados.

El sábado santo está marcado por el silencio. La Iglesia calla ante tremendo horror. El hombre es capaz de dar muerte al que le dio la vida. La Iglesia calla ante la Palabra que se dijo toda, y por eso también calla, se hace silencio, silencio adorante y expectante. 

El Sábado Santo, los cristianos viven en silencio la Soledad de María. Fuente: Romina Fernández

En este silencio la acompañamos a Ella, la mujer, que estuvo en aquél primer signo en Caná de Galilea, y se mantuvo firme ante la Cruz de su Hijo, junto al discípulo amado y las otras mujeres (Jn 19,25 ss.). Este día de silencio, es también para entrar en el silencio adorante y esperanzador de la Madre, que en la última hora de Jesús, recibió al discípulo como hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo… ahí tienes a tu madre” (Jn 19,26 s.).

Silencio

Silencio.

La Palabra duerme,

toda la creación se detiene ante tal desconcierto.

Silencio,

pero las rocas gritan.

La tierra se abre a recibir al Rey,

el orbe derrama sus lágrimas,

aquellas que no derramaron quienes lo mataron. 

Silencio.

Pero el silencio habla:

condena a la muerte y es profecía de vida.

Silencio y esperanza.

Ante ti, Rey silente, esperamos.

Todo este recorrido tiene sentido en lo que celebramos en la solemne Vigilia Pascual, madre de todas las vigilias. Todas las lágrimas se enjugan, las heridas se cubren de gloria, los gritos se callan y el silencio doloroso se transforma en adoración en que el corazón exulta: “no está aquí, ha resucitado” (Mc 16,6).

La Vigilia Pascual es la celebración más solemne de todo el año litúrgico. Fuente: Romina Fernández

Las mujeres llevan sus perfumes, no van a poder encontrar el cuerpo para ungir. Esos ungüentos se transforman en el aroma del resucitado, que la Iglesia va esparciendo a lo largo de los siglos y que devuelve con su perfume la belleza de la historia y de la creación.

Perfumes al alba  

Al alba las mujeres

aromas preparados

ungir el cuerpo muerto

la piedra está rodada

el cuerpo no aparece

los ángeles proclaman.

No busquen entre muertos

la muerte aquí no manda.

¿Qué buscas en el huerto

María en la mañana?

A mi Señor llevaron

no sé dónde descansa.

¡María!, la voz dice.

Rabbuní, exclama el alma.

Las manos se abrazaron

a sus sagradas plantas.

Al alba las mujeres

aromas preparados

el cuerpo del amado

no está entre las mortajas.

La vida ya ha vencido

la muerte derrotada.

Esparzan sus perfumes

¡La vida vence y canta!

Comentarios(4)

  1. Carlos Abdala says

    La pluma del Padre Daniel, nos gráfica con suaves relatos la maravilla de esta semana.

  2. Adriana Chiesa says

    SILENCIO Y ORACIÓN ES UN ANTIGUO CAMINO.🙏🙏🙏

  3. amanda alonso says

    Grácias padre Daniel está semana Santa tus palabras me acompañaran porque me han fortalecido y explicado algo que me llegó al corazon y aclaro mi razon

  4. Rosario Lasarte says

    Excelente , excelente el camino a Semana Santa .
    Muchas gracias .

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