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Despiértate, tú que duermes

El Pbro. Leonel Cassarino escribe sobre la tiranía de la inmediatez.
La tiranía de la esclavitud consciente. Fuente: Pexels

En un lugar de la Mancha cuyo nombre prefiero no recordar, en una parroquia de un barrio cualquiera, una mujer de fe con todas las letras, con una vida comprometida plenamente con el Evangelio decide renunciar a sus compromisos y servicios comunitarios argumentando cuestiones de rendimiento y productividad. Ella creía no estar a la altura de lo que requerían esos compromisos y servicios como si se tratase de estándares para cumplir en una multinacional. ¿Qué lleva a una persona a pensar que en una comunidad cristiana uno vale solamente por lo que hace (produce) y no por lo que es y significa para dicha comunidad?

Y es que vivimos en una sociedad hiperproductiva, en la que cualquier actividad o tarea quedan necesariamente supeditadas a estándares de rendimiento, rentabilidad, que llevan a un consumo desbocado, también de tareas por hacer, como a una vertiginosa y anestesiante rapidez. La gratuidad, detenerse, pensar, comtemplar o el hecho de hacer algo sin ningún tipo de finalidad está descartado de plano. Todo tiene que tener un “para qué”. Es el nuevo ídolo de nuestro tiempo, todo está enmarcado por la utilidad y el provecho. Nada se hace sin que eso que se hace encierre un beneficio determinado. Lo vemos también en el campo de la educación, en referencia a las asignaturas y planes de estudio, pero hablaremos de este tema específico en otra columna.

Esta mirada de la realidad como un escenario en el que el rendimiento y la productividad siempre marcan ganadores o perdedores, ha convertido la vida en un lugar inhóspito y hostil. Donde todos estamos a un paso del fracaso, considerando a este como la no adaptación a lo exigible, a las epectativas depositadas en el individuo contemporáneo: eficacia, rendimiento, fama, dinero.

Somos esclavos conscientes, bajo una entusiasta ilusión de libertad, nos autoexplotamos. Es una esclavitud libremente asumida, un sometimiento aceptado del que no nos podemos liberar salvo que queramos quedar atrás. “Cada uno es amo y esclavo en una persona” dirá el filósofo Byung-Chul Han. Incluso la búsqueda de la felicidad, transformada en una adquisición de bienes o capitales que nos permite ser o hacer esto o aquello. Esto refuerza la idea de que estos estándares de rendimiento y productividad o la proximidad relativa a estas normas e ideales nos ayudarán a alcanzar la felicidad.

"Somos esclavos conscientes, bajo una entusiasta ilusión de libertad, nos autoexplotamos" 

Despertar para rebelarnos. Escapar de esa mirada comerciante, de esa estrecha visión que todo lo mercantiliza y emplea para obtener rendimiento. Tan fuerte es la esclavitud consciente a la que nos autosometemos, que hablamos de nuestra vida afectiva en términos empresariales: “rentabilizar las emociones”, “gestionar los afectos” o “maximizar las potencialidades”. 

Rebelarnos para recuperar y reivindicar para nuestra vida otros tiempos, distintos de los tiempos que dictan la productividad y el rendimiento.

A esta tiranía de la esclavitud consciente, que hace que la libertad del ser humano disminuya, se le adosarán fuertes dosis de libertad sexual como forma de compensación, dirá Aldous Huxley en el prólogo de Un mundo feliz. Como forma de fortalecer y consolidar esta tiranía, y para que sea percibida como placentera por los súbditos, esta sociedad tiránica necesita gentes sin vínculos duraderos, sumergidos en una fluidez erótica plurimorfa que las incapacite para las grandes misiones. Estas libertades sexuales que dejan al individuo presa de la inmediatez del placer y del goce serán proclamados como derechos. Y estos “derechos de bragueta” ―al decir de Juan Manuel de Prada― se han convertido en el soma que garantiza la alienación de las masas, y que ejerce sobre ellas un efecto de alivio de sus frustraciones. Absortos y presos de los caprichos de los derechos de bragueta los individuos carecen de fuerzas para rebelarse y cambiar las estructuras opresoras y se conforman con complacer los estándares establecidos de rendimiento y productividad que les retribuirán trabajos peor remunerados, viviendas menesterosas, y formas de vida míseras e indignas.

Muchas veces vemos que incluso se romantizan estas formas de vida míseras e indignas, como forma de autoconvencerse de que son parias por elección propia, o porque quieren salvar el planeta con tal de que se les dé su dosis diaria de derechos de bragueta, su vidriera de relaciones fáciles en las redes sociales, sus abortos y sus hormonas a cargo del erario público. La liberación de la sexualidad procura, además, una sensación de deseo satisfecho (inmediatez) muy gratificante; y así, mientras cambiamos de pareja o de sexo, mientras nos hormonamos o desprendemos de nuestro hijo gestante, nos sentimos emancipados y con una sensación exultante de euforia y goce al instante. Por supuesto, esta sensación rápidamente se desvanece, y deja paso a una resaca de hastío y depresión; pero para combatir estos efectos secundarios las tiranías modernas tienen sus remedios químicos lenitivos o expeditivos, según convenga al caso. Estas tiranías, a través de suministros constantes de dichos “derechos”, tratarán de crear una sociedad hecha papilla, integrada por personas más solas y desvinculadas que nunca. Y es que para esta tiranía de la esclavitud consciente, el espejismo de glorificación personal, tan euforizante e inmediato como efímero, que produce la libertad sexual, debe ser satisfecho, protegido (derechos de bragueta), mimado y agasajado hasta el extremo, porque ese festejo, como decía Huxley, es el soma que garantiza la dominación.

Volviendo al comienzo, quizás las cosas más importantes de la vida transcurren a otro tiempo. Algo más lento. Amar despreocupadamente, la generosidad, la amistad, nuestro mundo interior, relaciones y vínculos verdaderos, pasear, o una lectura piden otro tiempo que escapa a la dinámica del consumo y la inmediatez. Requieren una lentitud que no estamos dispuestos a permitir. El reloj y las agendas se han convertido en dos de los fetiches de nuestra época”, dice el filósofo Carlos Javier González Serrano. Condensados en nuestros celulares, los miramos mientras comemos; en una comida familiar o con amigos, se habla y hasta se hace el amor midiendo los tiempos.

El amor como la fe, las relaciones interpersonales, nuestro mundo interior no dan fruto si no se da tiempo a que maduren. Un tiempo de itinerario, de camino, de proceso que muchas veces es eclipsado por la tiranía de la inmediatez, del presente continuo, en un no-tiempo. Cualquier instante se transforma en un ahora despótico que conlleva sus propias exigencias y no da espacio a la espera. El kairós, el tiempo oportuno, cuando la vida se convierte en espacio de lo sagrado, de todo aquello que no se encuentra atado despóticamente al interés, la productividad y la inmediatez. En esa esclavitud consciente igualmente percibimos que las cosas no están bien cuando nos sentimos acelerados, con ansiedad, presos del imperativo de producir incesantemente. Por lo tanto, parar, detenerse, pensar, crear espacios para integrar ritmos más pausados significará rebelarse. Para encontrar tiempo para la eternidad.

Comentarios(3)

  1. PABLO CROSA says

    MUY CERTERO Y ADECUADO HABLAR DE ÉSTOS TEMAS EN UN MUNDO QUE VA DIRECTO AL FIN DE LOS TIEMPOS,LAS SEÑALES ESTÁN A LA VISTA,YA TODO ESTÁ ESCRITO,LA PICADORA DE CARNE AVANZA COMO NUNCA POR EL PLANETA, GRACIAS POR TUS ARTÍCULOS QUE PONEN ÉSTOS TEMAS EN LA MIRA Y MUCHAS BENDICIONES PARA TI DE PARTE DE NOSOTROS Y DE MI HERMANO QUE TE MANDA ESPECIALES SALUDOS.ABRAZO LEONEL.

  2. Gisela Fiorito says

    Sorprendente reflexion y certero análisis, que comparto totalmente.
    El amor y el corazón, se han olvidado.

  3. Myriam Mendizabal says

    Gracias Padre Leonel
    Las mejores palabras en el momento adecuado….
    Para reflexionar y liberarnos..
    Un fuerte abrazo

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