A oscuras, la Catedral Metropolitana lucía bien distinta. Enorme, de techos altos, apenas se distinguía dónde había sitios libres para sentarse, vaya uno a saber al lado de quién. Así, en la noche de la muerte y el pecado, empezaba la Vigilia Pascual.
Al fondo del templo encendieron un fuego que, una vez bendito, dio luz al cirio y a las velas de todos los que colmaban la iglesia. También a las lamparitas de los celebrantes, que eran varios y le daban mayor solemnidad a una fiesta que es elevada por naturaleza. Presidió el Arzobispo, Card. Daniel Sturla, y lo acompañaron sus auxiliares Mons. Luis Eduardo González y Mons. Pablo Jourdan, así como el Nuncio apostólico Mons. Martin Krebs, su secretario Mons. Simón Bolívar y el párroco de la Catedral, P. Juan González. Media docena de seminaristas y acólitos prestaron también su servicio.
Con el templo a oscuras y ayudados de linternas, los lectores hicieron las siete lecturas del Antiguo Testamento. Cada una iba acompañada de un salmo cantado y de una oración. Así, la asamblea fue repasando la historia de la salvación hasta llegar a la venida de Jesús a este mundo para su redención.
Entonces se encendieron todas las luces de la catedral, sonó el órgano, las campanas repicaron a voleo y se escuchó el canto alegre del Gloria. Hubo otras dos lecturas del Nuevo Testamento -también con sus salmos y oraciones- y la asamblea entonó el Aleluya, ese canto que estaba silenciado desde el miércoles de ceniza.
Concelebraron el Card. Daniel Sturla, Mons. Luis Eduardo González, Mons. Pablo Jourdan, Mons. Martin Krebs, Mons. Simón Bolívar y el P. Juan González /F. Gutiérrez
"¡Felices Pascuas!", saludó el Cardenal al comienzo de su homilía, y destacó el gesto del encendido de la luz. Señaló que se celebraba la creación de Dios, aquello que da sentido al mundo. "Creemos que esta creación tiene un sentido, revelado progresivamente por Dios a la humanidad, y que llegó a su plenitud cuando el logos -la Palabra, el Verbo- se hizo carne. En el Señor encontramos el sentido de todas las cosas", aseguró.
No esquivó la existencia del pecado, el mal, los accidentes o las enfermedades. Llegado a este punto, el ser humano muchas veces se plantea dónde está Dios, si existe, si es bueno. "Precisamente la Pascua de hoy es la victoria. De la vida sobre la muerte, del bien sobre el odio, de la razón sobre la sinrazón (...). Ni el dolor, ni la enfermedad ni la muerte tienen la última palabra".
No faltó en la homilía una mención a la misión Casa de Todos, cuyo envío se hace precisamente este Domingo de Pascua en las comunidades. Explicó que Casa de Todos "quiere ser un llamado a tantos hermanos nuestros que están lejos de la fe. Queremos decirles que la Iglesia es casa de puertas abiertas y que al encontrarse con Dios, se encuentran consigo mismos, con el sentido de su existencia", recordó. Invitó a hacer este anuncio movidos por la alegría de Cristo resucitado.
/F. Gutiérrez
El siguiente gran momento de la Vigilia fue la liturgia bautismal, donde se bendijo el agua, se cantaron las letanías de los santos y todos renovaron las promesas que hicieron el día de su Bautismo. Al terminar esta parte, el celebrante principal roció al pueblo con el agua bendita.
La Misa continuó como de costumbre, aunque con más solemnidad y cantos.
Después de 40 días de Cuaresma, la Vigilia Pascual es una expresión de gran alegría, y así se notó en todo momento. Se hizo más patente cuando terminó la ceremonia y los celebrantes salieron por la nave central. Al llegar al atrio comenzaron los abrazos y saludos entre quienes, felices, se saludaban por la Pascua y compartían la alegría de la resurrección, la razón de su fe.