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San Pedro Apóstol: una comunidad organizada

La parroquia de Buceo es un ejemplo de la superación de todo un barrio.
Los fieles y vecinos colaboran con las distintas actividades. Fuente: R. Fernández

Por los años 30 el barrio Buceo de nuestra capital era, al igual que muchos otros sitios de Montevideo, una zona sencilla y humilde. Esta simpleza de vida no solo repercutía en sus costumbres, sino que también mostraba una faceta espiritual casi desconocida para muchos.

Era complejo pensar en un desarrollo religioso cuando, en la práctica, los templos más cercanos eran las parroquias Nuestra Señora del Carmen y San Cayetano (en La Unión), Nuestra Señora de los Dolores —Tierra Santa— (en La Blanqueada) o San Juan Bautista (en Pocitos).

Precisamente, el P. Sallaberry —párroco de esta última comunidad— se propuso realizar una misión por esta zona. Poco tiempo después, y con la colaboración de vecinos, se consiguió una carpa y se comenzó a evangelizar.

La idea de una parroquia en Buceo estaba presente en la mente del sacerdote salesiano, pero faltaba el dinero para financiar la obra. La ayuda de una familia católica —y, en concreto, de la laica Sofía Aguerre— posibilitó contar con el terreno y los recursos económicos suficientes. ¿Su única condición? Que el nuevo templo fuese dedicado a san Pedro apóstol, en memoria de su difunto hermano, de igual nombre. Y así fue.

La arquitectura del templo destaca entre las viviendas de la zona. Fuente: R. Fernández

El sueño se materializó el 24 de febrero de 1934, cuando el entonces arzobispo de Montevideo, Mons. Aragone, consagró la nueva parroquia y designó como párroco al P. Gabino Paulo. Para los vecinos, el resto ya es historia conocida.

Una realidad desafiante

“La parroquia se originó como salesiana e incluía el colegio. Con el paso de los años, el colegio pasó a ser, entre otras cosas, facultad de psicología y facultad de comunicación”, explica el P. Daniel Martínez, mientras recorre el interior de la parroquia, mientras recuerda las características del lugar un siglo atrás: “Todo esto era una zona de periferia o descarte, pero hubo sacerdotes salesianos que miraron con otros ojos esta área del departamento. Hasta el año pasado teníamos sobrevivientes de esa primera generación. Es una parroquia que nace del esfuerzo de esos pescadores y del trabajo de Mons. Aragone”.

De acuerdo con el párroco, la comunidad supo ser tradicionalmente numerosa, pero el impacto de la pandemia disminuyó la participación de los vecinos. “Si lo comparamos con la época en la que el P. Guillermo Porras era el párroco, hay menos fieles y muchos menos jóvenes. Pero este año y el pasado tuvimos un despunte, gracias a Dios. En 2022 tuvimos veinte chicos nuevos anotados para primer año de catequesis, que es bastante más de lo que teníamos por la pandemia. Fueron años en los que era imposible abrir nuevos grupos porque no llegábamos a la cantidad; por el contrario, iban cerrando los que ya había y las personas tomaron muchas precauciones por el tema sanitario”, detalla.

“Esta es una comunidad fraterna. Se acoge a todo el que llega”

P. Daniel Martínez

Según el censo realizado en 2011, la parroquia está situada en un área particularmente envejecida de la capital: “Los resultados indican que los jóvenes están más contra la periferia de la zona de influencia de la parroquia, lugares en los que hay otras parroquias más fuertes, por la zona de la avenida Rivera, por bulevar José Batlle y Ordóñez (Propios), por avenida Italia o por la avenida Luis Alberto de Herrera, que además hay muchos edificios. Por acá, lo que predominan son las casas. También hay que destacar el trabajo hecho en María Reina en La Blanqueada o en San Ignacio, que tiene un movimiento misionero fuerte.

Transformar y acoger

Sin dudas, San Pedro Apóstol transita un momento de cambio. Habitualmente, las celebraciones pensadas para jóvenes eran los sábados en la tarde, luego del grupo de catequesis. No obstante, se busca vincularlos de manera activa con la comunidad. “Ahora los convocamos a que vengan el domingo a compartir con el resto de los fieles, entonces también los vecinos empiezan a ver que hay un grupo más joven que también participa de la misa. En ese sentido, no es que haya mucho más, sino que están más visibles. Es un desafío para la homilía, porque hay que adaptarla para que sea comprendida por todos”, explicita el párroco.

El P. Daniel Martínez en el patio de la parroquia, junto a un mural realizado por Mons. Cotugno en la década del 90. Fuente: R. Fernández

Otro aspecto que se logró capitalizar es la llegada de los inmigrantes. “Varios se instalaron en este barrio y tenemos una comunidad absolutamente abierta hacia ellos. Muchos llegan siguiendo el ruido de las campanas y se suman a la celebración en ese instante. Esta es una comunidad fraterna. Se acoge a todo el que llega. Por ejemplo, el 8 de setiembre uno de los migrantes recibió una imagen de la Virgen de la Caridad, y quiso que quedara en la parroquia porque entendía que donde ella estaba, también estaría su casa. Cuando celebramos la fiesta de Nuestra Señora del Coromoto fue organizada por la comunidad de venezolanos y también quedó su cuadro por aquí. Hay que estar abiertos a la necesidad del barrio y de las personas”, sostiene el P. Martínez.

Buscando a Dios

Patricia tomó la comunión cuando tenía catorce años y, desde ese instante, comenzó a acudir a la parroquia junto a su madre. Varias décadas después, ella es la única sobreviviente del grupo de la Legión de María, que funcionó hasta antes de la pandemia: “Hace diez años que formo parte activa de la comunidad, porque como mi mamá estaba enferma no podía venir. Ahora estoy en el grupo Mar Adentro, que nos juntamos a rezar todos los viernes. También estoy en Betania, que es una comunidad junto a la cual salimos a encontrar personas en situación de calle”.

Cifra: 1934

Año en el que se consagra el templo y se desgina al P. Gabino Paulo como su primer párroco.

“En 2019, cuando la pandemia todavía no había llegado, ya se había empezado a salir. Era como una merienda agrandada por así decirlo, el objetivo era salir al encuentro de esas personas. Durante la pandemia, muchas personas, ya sea por el confinamiento o por cierto temor, ya no estaban disponibles para continuar con las recorridas, aunque una parte del grupo siguió con la misión y mantuvo el ímpetu. Después de la pandemia, las mismas personas a las que ellos visitaban les dijeron: 'A nosotros nos traen mucha comida. No vengan solo por la comida. Ustedes son los únicos que vienen a conversar o a rezar con nosotros'. Entonces hubo un cambio. Sí se lleva algo caliente, pero más que nada se va a acompañar, a prestar un oído y que se sientan escuchados”, recuerda el párroco.

Esa misma escucha es la que practicó el P. Daniel Martínez cuando, tras estudiar química a nivel universitario, decidió que su camino era servir al Señor: “Fue en tercer año de facultad que escuché el llamado y entré en el Seminario. Mis dudas comenzaron a aparecer cuando mis amigos me llamaban ‘el cura’ ya desde mi adolescencia. Un día eso dejó de molestarme y comencé a preguntarme por qué sucedía eso. Yo sabía a los cinco años que quería ser arqueólogo o químico. Claramente, en Uruguay estaba complicado lo primero y me enteré de que, en realidad, por acá no había pirámides. Ahí supe que me quería dedicar a la ciencia. Si lo pensamos, desde ese universo también es posible encontrarnos con Dios”.

 

Por: Leandro Lia

Redacción Entre Todos

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