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Reflexiones sobre la fe en la vida del cristiano

Escribe Leopoldo Amondarain Reissig.
La fe implica poner nuestra vida en manos de Dios. Fuente: DECOS Montevideo

La fe es un regalo de Dios, que abre nuestra mente para que lo podamos conocer y amar. Dios quiere relacionarse con nosotros para hacernos partícipes de su misma vida y hacer que la nuestra esté más llena de significado, que sea más buena y bella. Pero la fe necesita ser acogida, es decir, necesita nuestra respuesta libre y personal.

De ahí que podamos decir que la fe sea la facultad de percibir por encima de nuestra verdad propia y personal, la verdad absoluta de Dios, que se revela y se nos ofrece. Y dejar que la verdad de Dios se afirme como más grande que la nuestra y como decisiva en nuestra vida.  

Todos nosotros tenemos nuestra propia verdad. Sabemos lo que somos, lo que sentimos y qué lugar ocupamos en el mundo. La fe consiste en que Dios revela su verdad y nosotros la reconocemos como más grande que la nuestra. Y aceptamos que esa verdad marque la pequeña verdad de nuestra vida. 

Un claro ejemplo de fe lo tenemos en Abraham, al que se lo considera nuestro padre en la fe.  Con él se inicia esa actitud fundamental para la salvación que es la fe. Centrándonos en su vida, la Biblia lo presenta como un hombre de 75 años, que vivía en Harán, región al norte de la Mesopotamia. Estaba casado con Sara y no había podido tener hijos. Además, gozaba de una buena posición económica. En esa circunstancia, Dios se dirigió a él y le dijo: “Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición” (Génesis 12).

La oración es un medio para mantener viva la fe de todo cristiano. Fuente: DECOS Montevideo

Dios le dio a Abraham una orden y una promesa. La orden de partir de su tierra y la promesa de hacer de él una gran nación y convertirlo en fuente de bendición para toda la humanidad. 

En una primera reflexión, Abraham nos enseña que la fe consiste en obedecer a Dios, para que gobierne nuestra vida. De hecho, fue lo que hizo a sus setenta y cinco años de edad, teniendo una vida relativamente acomodada. 

Su historia de vida, pone de relieve cómo el camino de la fe puede estar marcado por lo inverosímil. “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Yhwh”, leemos en Libro de Isaías (Isaías 55,8). 

"La fe consiste en que Dios revela su verdad y nosotros la reconocemos como más grande que la nuestra"

Lo primero que Dios le pidió a Abraham es que saliera de su tierra y de la casa de su padre. En definitiva, que dejara todo aquello que había recibido en herencia o que había conseguido con su trabajo. Incluso la posición y el estatus social que había adquirido. Todo eso que había conseguido a través de una vida larga y en forma totalmente válida, Dios le pide que lo deje y empiece a vivir una existencia nómade.

Esto implica, que Abraham empezó a vivir sin tener más certeza que obedecer a las órdenes que Dios le daba. Se convirtió en un nómade itinerante a sus setenta y cinco años de edad. Parece fácil decirlo, pero es algo muy fuerte para un hombre que había echado sus raíces en su tierra a una edad avanzada. 

Aceptando lo que Dios le pide, Abraham nos enseña que las verdaderas raíces no son la geografía, la sociedad, la lengua o las costumbres. Las verdaderas raíces están en Dios. 

La fe es un caminar mirando y estando pendientes de Dios. Consiste en estar siempre dispuesto a seguir la menor indicación de Dios. Incluso, con la posibilidad de perder el status social que con tanto trabajo hemos conseguido. Porque nuestra verdadera patria no es este mundo. Así lo vemos reflejado en la carta a los Hebreos: “…aspiraban a una patria mejor, nada menos que la celestial”. 

El carácter paradójico e inverosímil de la fe se puso de relieve cuando Dios le pide a Abraham que sacrifique a su hijo. Era el hijo que milagrosamente Dios le había regalado en su ancianidad. 

Abraham era un hombre al que le había ido muy bien en la vida. Pero solo tenía una herida en su corazón. Esa herida era que no había podido tener hijos. Esto motivó que le abriera su corazón a Dios y se lo dijera. Y Dios le contestó que lo iba a heredar un hijo salido de sus entrañas con su mujer Sara. Este hijo fue Isaac. Pero un buen día, el Señor le dice: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. Esta orden lo debió desconcertar por completo.

Y aquí vemos un aspecto esencial de la fe, que consiste en decirle a Dios que sí. Porque Dios a lo largo de nuestra vida, en determinados momentos, nos puede pedir lo más querido. Nos pide que sacrifiquemos una ilusión o un deseo muy grande que tenemos. Y nos dice: dámelo. Y tener fe es hacer como Abraham: dárselo. Y al mismo tiempo, creer que Dios es tan grande, que lo que me ha prometido lo realizará. Aunque en ese momento no vea el modo ni la manera que lo va a llevar a cabo. Porque parece que me pide todo lo contrario. Pero, sin embargo, confío en Dios, porque la fe consiste en poner a Dios por encima de todo.

La fe se vive en comunidad. Fuente: Romina Fernández

Todos sabemos cómo termina el sacrificio de Abraham. El ángel le detiene la mano y le dice: “No toques al niño, ni le hagas nada, pues ahora veo que temes a Dios, ya que no me has negado a tu hijo, el único que tienes”.

Temer a Dios no significa tener miedo. Significa ponerlo por encima de todo, haciendo que sea lo primero en mi vida. Tener a Dios como el bien supremo, que no es ni siquiera comparable con los otros bienes. De hecho, Jesús dirá lo mismo: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10,37). 

Abraham obedeció y en esa obediencia extrema mostró que era consciente de la trascendencia de Dios. El hecho de que Dios no puede entrar en mi cabeza. Porque es mucho más grande que todo lo que mi cabeza pueda pensar. Dios no es previsible ni programable. Pero sé que es fiel a su palabra y la realiza por caminos misteriosos e imposibles para el hombre. 

La carta a los Hebreos, meditando en el sacrificio de Isaac, dice de Abraham: “Pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos”. Por tanto, Abraham debió pensar en su corazón: Dios es poderoso para resucitar a mi hijo Isaac entre los muertos. Por tanto, quien soy yo para determinar cuáles son sus caminos. 

Vivir con fe en Dios, es saber que nuestro camino hacia el cielo consistirá en adentrarnos confiadamente en una aventura tan grande que siempre nos supera y sorprende.

Dios también le promete a Abraham una descendencia y una tierra: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición…”.

"Vivir con fe en Dios, es saber que nuestro camino hacia el cielo consistirá en adentrarnos confiadamente en una aventura tan grande que siempre nos supera y sorprende"

Ante lo inverosímil de ser padre de una multitud, cuando no se tiene ningún hijo, Abraham desahogó su corazón ante Dios. Y Dios le dijo: te heredará uno que saldrá de tus entrañas. Y sacándole afuera le dijo: “Ahora mira al cielo y cuenta las estrellas, si te es posible contarlas. Y le dijo: Así será tu descendencia”. Se lo dice a Abraham, que en ese momento no tiene ni un hijo. Sin embargo, san Pablo explicará que la descendencia de Abraham somos todos los creyentes. 

Como si Dios fuera consciente de lo difícil que le resulta a Abraham entender lo que le prometió, se lo reitera en el encuentro que tiene con tres personajes misteriosos en el Encinar de Mamre. En este episodio, esos tres personajes le dicen a Abraham que Sara va a tener un hijo en el plazo de nueve meses. Los padres de la Iglesia ven en esos tres personajes una profecía de la Trinidad. Porque la Sagrada Escritura dice que Abraham al verlos venir, se levantó y dijo: “Oh, Señor mío”. Es decir, habló en singular. Los Padres de la Iglesia ven como la primera profecía del misterio de la Santísima Trinidad, que fue posteriormente revelado por Jesucristo. 

Aquí vemos algo muy típico de Dios: que muchas veces nos lleva al límite. Situación que nos lleva a decir: ya no puedo más o esto es imposible para mí. 

El libro del Génesis nos dice que Abraham y Sara eran viejos. Y Sara ya no era fecunda. Era científicamente imposible que tuviesen un hijo. Pero la fe consiste en creer que la palabra que Dios nos dice está por encima de lo que es evidente, o mejor dicho, de lo que científicamente es evidente. 

Eucaristía: alimento de fe. Fuente: DECOS Montevideo

 

Dios, a lo largo de nuestra vida también nos lleva al límite. Y lo hace para poner a prueba nuestra fe. Es decir, nos lleva a una situación en la que decimos: no puedo. Y en ese límite tenemos el desafío de seguir creyendo y decir como dice san Pablo: “todo lo puedo en aquel que me conforta”. 

Hay que pensar que, confiando en Dios, haré lo que nunca haría por mí mismo. En el evangelio de Lucas se nos relata que Jesús le dice a un pescador experimentado como Pedro que eche las redes para pescar. Y Pedro le contesta: “Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; más en tu palabra echaré la red”. 

Por lo tanto, es importante que, cuando estemos en situaciones límites, seguir confiando en Dios. Porque en esas situaciones, el maligno intenta enredarnos y estropear nuestra relación con Dios. Y nos dice al oído: si Dios te amara no estarías así como estás. Eso es lo tremendo que nos dice. Frente a eso, hay que plantarnos delante de Dios y decirle: sé que me amas. Sé que ahora mismo me estás amando. Estoy en el límite, estoy contra las cuerdas y en un callejón sin salida. Pero sé que me amas. Y fiándome de ti y de tu amor, entraré donde me pides que entre. Y consentiré en lo que me estás pidiendo que consienta. 

"Es importante que, cuando estemos en situaciones límites, seguir confiando en Dios. Porque en esas situaciones, el maligno intenta enredarnos y estropear nuestra relación con Dios"

La fe implica aceptar que Dios me lleve a los límites que él quiera y seguir confiando en él. Creyendo que Dios es el Señor de lo imposible, como le dijo el ángel Gabriel a la Virgen María. Porque Dios también puso a la Virgen María en un límite. Y ella contestó: “hágase en mí según tu palabra”. Eso es tener fe y en definitiva confiar en Dios.

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