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"Poner la carretera delante de los bueyes"

Segunda entrega de la serie de artículos titulada "El eslabón perdido", sobre el primer anuncio.
La Buena Noticia está destinada a todos, esa es la gran misión. Fuente: Romina Fernández

Si asumimos que, como dice el papa Francisco, despertar o suscitar la fe comporta mayores dificultades que hacer crecer la fe, y que el mandato de Jesús a sus discípulos deviene en tarea esencial para nosotros ―“Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16,15)―: 

¿Qué hemos hecho con esta proclamación, con este anuncio fundamental de la Buena Noticia? ¿Qué lugar real ocupa en nuestra pastoral y en nuestra tarea evangelizadora?

Con frecuencia nos preocupamos con gran esfuerzo y dedicación por las consecuencias sociales, culturales y políticas de la fe, dando como un hecho que esta fe exista, lo que desgraciadamente comprobamos cada vez menos real. El papa Benedicto XVI, en una homilía pronunciada en su visita a Portugal (2010) afirmaba:

  “Se ha puesto una confianza excesiva en las estructuras y en los programas eclesiales, en la distribución de poderes y funciones; pero ¿qué sucederá si la sal se vuelve sosa? Para que esto no suceda, es necesario anunciar de nuevo con vigor y alegría el acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, corazón del cristianismo, fundamento y apoyo de nuestra fe, palanca poderosa de nuestras certezas, viento impetuoso que barre todo miedo e indecisión, toda duda y cálculo humano”.

Es la certeza de que solo Cristo puede colmar los sueños y anhelos más profundos de todo corazón humano, así como dar sentido a las interrogantes sobre el sufrimiento, la injusticia y el mal, sobre la muerte y la vida más allá de la muerte.

También suele ser común que, aunque sabemos que el cristianismo no es una doctrina, sino una persona, Jesucristo, y que por lo tanto su anuncio y la relación con él es lo más importante, alteramos este orden y ponemos por delante las doctrinas y obligaciones del Evangelio antes que el acontecimiento del encuentro, o reencuentro con la persona de Jesús. Es lo que popularmente conocemos como “poner la carreta delante de los bueyes”.

El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia". (Mc 1,15) Primero Dios está cerca, después están las consecuencias. Esa es la manera que Jesús anuncia la Buena Noticia. ¿Creemos nosotros que es una Buena Noticia en el siglo XXI? ¿Creemos que todo el mundo ha experimentado la cercanía de Dios?

En Jesús palabras y obras están intrínsecamente ligadas (cf. DV 2). La capacidad gestual que anuncia el kerygma. Gestos e imágenes que comunican. El amor que se hace gesto concreto. Él es la Buena Noticia encarnada, que se proclama mediante el testimonio y que es esclarecida y explicitada por la palabra de vida que es él mismo. Del mismo modo nosotros somos invitados por Jesús a esta tarea, con nuestros gestos y actitudes concretas y también con nuestras palabras.

Somos invitados, por el bautismo, a la apasionante misión de anunciar la Buena Noticia. Anuncio que suena a buena noticia. Somos nosotros una buena noticia. Como decía el P. Guillermo Buzzo en un artículo de este mismo quincenario de noviembre de 2015: “Una buena noticia entusiasma, apasiona, alegra, y estimula. Si es buena, atrae y seduce. No se trata en primer lugar de algo que debo hacer, que debería cumplir: una carga, ¡un bajón! Es algo que viene a mí, que me es dado como regalo; algo que vale la pena compartir con los amigos”.

Muchas veces caemos, al decir del cardenal Martini, en la situación de los discípulos de Emaús, esos discípulos melancólicos de los que nos cuenta con finísimo humor el evangelista Lucas, que proclaman el primer anuncio (kerygma), con las mismas palabras con las que la primitiva comunidad anuncia a Jesús de Nazaret, de las que da cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, como si fuera una desgracia, una buena noticia con palabras y con cara triste, con cara de funeral. Tienen en su boca la buena noticia pero no la entienden como tal. Es el anuncio con palabras pero sin corazón; antes bien, hay un corazón de tristeza, de resignación, de desilusión, que causa amargura en los que lo dicen y no convence a los que lo escuchan. Una buena noticia que no suena a buena noticia.

Frente a la crisis, el dolor, la angustia, el sufrimiento o el desaliento que sufren estos “discípulos melancólicos”, situaciones y experiencias por las que podemos atravesar todos, la respuesta de Jesús es un anuncio, una palabra, una buena noticia de salvación verdaderamente nueva, inesperada, increíble y sencilla. Perfectamente adaptada a la situación de estos discípulos y afrontada desde lo profundo, desde el interior. La buena noticia de Jesús es una respuesta que busca iluminar las grandes preguntas del ser humano. No se queda en la superficie, va a lo profundo. Busca encender el corazón. Los discípulos de Emaús no se refieren a lo lindo que habló Jesús, a que se hizo explicar bien, a la buena predicación, a que les aclaró las ideas. Decían: Nos hizo arder el corazón, se hizo cercano, se mostró como el amigo capaz de desanudar nuestro corazón triste y amargado y lo abrió a la novedad del amor de Dios.

Sus palabras pueden sonar cortantes, como espada de doble filo que llega hasta el alma, nunca recetas mágicas, soluciones fáciles o discursos inanes. Ideales grandes sí, que muchas veces parecerán irrealizables humanamente, solo alcanzables con la gracia de Dios. Pero a través de pequeños pasos, metas posibles, conquistas cotidianas que llevan a hacer realidad esos ideales grandes en nuestra vida. Aquello que en cristiano llamamos santidad.

Acariciando las experiencias humanas fundamentales, esas interrogantes acerca de las experiencias antropológicas que todos nos hacemos y aunque a veces intentamos ocultar o silenciar, que siempre están allí, siempre aparecen, de manera intempestiva, cuando menos lo esperamos. Si estas interrogantes no están siempre será bueno plantearlas o ayudar a hacerse las preguntas correctas. A la buena noticia nada de lo humano le es ajeno, es un anuncio que va dirigido a todos y a todo lo que tenemos en común los seres humanos en todo tiempo, alegrías, sueños y anhelos, límites y fragilidades, esperanzas y angustias, crisis y posibilidades. Si el primer anuncio no toca la vida de las personas carecerá de fundamentos sólidos y dejará de ser una propuesta de vida plena.

Todo esto asumiendo nuestros límites y fragilidades como testigos, discípulos anunciadores de un tesoro que nos supera por todos lados, porque somos vasijas de barro, que hemos sido envueltos por el amor de Dios que nos ha asegurado que Jesús vive y es capaz de dar vida a todos aquellos que han sido doblados por las distintas circunstancias de la vida. Si no nos dejamos llenar por el amor de Jesús, que nos renueve con su Espíritu, de tal manera que lleguemos a ser hombres y mujeres nuevos, difícilmente lograremos, con palabras y obras, desatar los corazones de tantos, endurecidos por la tristeza, el sinsabor, las amarguras y las injusticias de la vida.

Jesús no dice: “Ve”. Nos dice: “Vayan”. Esta invitación, esta misión, es de toda la comunidad. En cuanto bautizados, todos somos llamados a dar testimonio. No es una empresa unipersonal sino una tarea comunitaria. Es nuestra necesidad imperiosa.

“Yo te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y en nombre de su Manifestación y de su Reino: proclama la Palabra de Dios, insiste a tiempo o a destiempo” (2 Tim 4,1-2)

Por: Pbro. Leonel Cassarino 

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