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Pentecostés: la Alianza, don del Espíritu

Reflexiones del P. Daniel Kerber
La paloma, símbolo del Espíritu Santo. Fuente: Cathopic

Cuando leemos el relato de Pentecostés en los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 1-13), pensamos naturalmente en el don del Espíritu Santo a María y los discípulos. Sin embargo, llaman la atención las primeras palabras: “Al llegar el día de Pentecostés”. Ya se estaba celebrando Pentecostés, antes que llegara el Espíritu, ¿qué significa esto?

La fiesta de Pentecostés se remonta al Antiguo Testamento. Originalmente era una fiesta agrícola que celebraba el fin de la cosecha del trigo (Éx 34, 22). En una época más tardía se la asoció a la alianza celebrada en el Sinaí, cincuenta días (= pentecostés) después de liberación del pueblo de Egipto en la pascua. Junto con la Pascua y la fiesta de los Tabernáculos, era una de las tres fiestas de peregrinación de los judíos a Jerusalén, por eso el texto de los Hechos dice que había en Jerusalén hombres piadosos venidos de todas las naciones (Hch 2, 5).

Así vemos el contexto en que se da este relato del texto de los Hechos. Cincuenta días después de la pascua: la liberación de la esclavitud de Egipto, y la muerte y resurrección de Jesús, con la liberación del pecado y de la muerte, toda Jerusalén rebosaba de peregrinos venidos a celebrar la fiesta. También los discípulos de Jesús estaban en Jerusalén, cumpliendo las palabras del maestro que les mandó que no se alejaran sino que esperaran la promesa del Padre: “Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días” (Hch 1, 5). Se celebraba Pentecostés: el don de la alianza realizada por Dios con el pueblo a través de Moisés, que había subido al monte Sinaí, y allí había recibido las tablas de la Ley. Junto con la Pascua, este don de la Alianza era lo que daba la identidad al Pueblo de Israel. Ellos eran el pueblo rescatado por Dios de la esclavitud de Egipto, y hecho pueblo de Dios, por el don de la alianza sellado con la Ley. “Ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios”, este era el sello de la alianza.

Sin embargo, esta alianza sellada por Dios con el don de la Ley, bien pronto mostraría su fragilidad, no de parte de Dios, que es eternamente fiel, sino de parte del pueblo. El capítulo 32 del libro del Éxodo narra el episodio del becerro de oro, con el que los israelitas defraudan a Dios. Como Moisés tardaba en bajar del monte, el pueblo le dice a Aarón: “Haznos un dios que vaya delante de nosotros, porque no sabemos qué pasó con Moisés” (Ex 32, 1 ss.). Moisés al bajar del monte, rompe las tablas de la Ley porque ve al pueblo dando culto al becerro de oro. Bien poco duró ese signo de la alianza; sin embargo, Dios fiel sigue conduciendo a su pueblo. 

Viendo la fragilidad del pueblo para ser fiel a sus compromisos, Dios mismo va planeando una nueva alianza. Lo va a anunciar a través del profeta Jeremías que sufrirá el desprecio de los poderosos por anunciar el castigo de Dios por la violencia y la corrupción de los gobernantes que rompían la alianza con Dios: 

Porque del más pequeño al más grande, 

todos están ávidos de ganancias, y

desde el profeta hasta el sacerdote, 

no hacen otra cosa que engañar.

Ellos curan a la ligera el quebranto de mi pueblo, 

diciendo: «¡Paz, paz!», pero no hay paz. 

(Jer 6, 14)

 

Esta violencia y corrupción no son impedimento para que Dios siga obrando y por eso el profeta anuncia la nueva alianza: 

“Llegarán los días ―oráculo del Señor― en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño ―oráculo del Señor―.

Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días ―oráculo del Señor―: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: «Conozcan al Señor». Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande ―oráculo del Señor―. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado. (31, 31-34)

La primera alianza había sido sellada con la ley en tablas de piedra. Sin embargo estas piedras no eran lo suficientemente sólidas para sostener la alianza. El pueblo pronto las rechazó, por eso Dios busca una alianza que sea irrompible, ya no serán las tablas de piedra que contenían la palabra de la ley, sino que Dios dice por el profeta: “pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones”. Dios quiere sellar su alianza de tal manera que ya no se rompa, y a través del profeta anuncia ese nuevo don que se realizará plenamente en Jesús. 

El Nuevo Testamento tiene un mensaje unitario, pero diversificado a través de los distintos autores que lo conforman. Esa unidad y diversidad está dada también por la inspiración del único Espíritu Santo, y las particularidades propias de cada uno de los autores humanos. 

En la tradición sinóptica ―los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas―, la alianza se manifiesta en la muerte y resurrección de Jesús, que es anticipada sacramentalmente en la última cena: 

Mientras comían, Jesús tomo el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo».

 

Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.

 Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. 

(Mc 14, 24 s., ver Lc 22, 20)

En el cuarto evangelio, Juan asocia la muerte y la resurrección de Jesús, en la que se realiza la alianza, con el don del Espíritu. Lo último que hace Jesús en la cruz es entregar el espíritu: 

Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.

(Jn 19, 30)

De manera similar, al atardecer del domingo de la resurrección, Jesús se aparece a sus discípulos y les da el Espíritu: 

Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes».

 

Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: «Reciban al Espíritu Santo. 

(Jn 20, 21 s.). 

 

La obra de Lucas, compuesta por el evangelio y el libro de los Hechos, dilata cincuenta días el don del Espíritu y así se presenta en el episodio de Pentecostés. De esta manera, Lucas, presenta el Don del Espíritu como el cumplimiento de la promesa de la Nueva Alianza. Dios ya no realiza la Alianza dando la Ley grabada en tablas de piedra, Alianza que fue rota, sino que la realiza por el don del Espíritu que sella su presencia de amor en el corazón de los creyentes. Como decía Jeremías: “pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones” (Jer 31, 33). De esta manera vemos cómo hay una línea de continuidad entre la tradición del Antiguo Testamento y el Nuevo, y al mismo tiempo, una superación porque Jesús, que es quien sella la alianza, es al mismo tiempo totalmente Dios Hijo, y al mismo tiempo totalmente hombre, nacido de María. 

El texto de Pentecostés (Hch 2, 1-13) tiene algunas claves que nos ayudan a comprender su sentido. Si lo leemos con cuidado vamos a ver algunas repeticiones de palabras o conceptos que llaman la atención. En primer lugar “todo/todos” se repite seis veces (vv. 1.2.4.5.7.11.12) y “lleno/llenos” se repite cinco veces (v. 1 “se cumplían-llenaban los días de pentecostés”; vv. 2.4.6.13).

Esta repetición tan considerable no es casual. El autor quería dar a entender que este don del Espíritu tiene esa dimensión de totalidad y de plenitud, que solo Dios puede dar. El Espíritu “llena” a los discípulos (v. 4) y estos comienzan a hablar. La palabra es como el fruto del Espíritu. Llenos de la fuerza de Dios, no pueden sino expresar sus maravillas, que llevan a la conversión, por eso después del discurso de Pedro, se convierten tres mil personas (Hch 2, 41). 

También hoy el Espíritu vuelve a darse y nos enseña y recuerda la palabra de Jesús (Jn 14, 26), de modo que seamos transformados en testigos de su presencia para nuestros hermanos.

Comentarios(3)

  1. Adriana Chiesa says

    Bellamente explicado. Gracias

  2. Adriana Chiesa says

    Bellísimo y claro. 🙏🙏🙏

  3. Alberto says

    Exautivo y brillante lo que nos entrega el Padre Daniel Kelber , profundo y esclarecedor como suele ser en sus enseñanzas.

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