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Navidad, fiesta de encuentros

Una reflexión sobre la Navidad del P. Pablo Peralta
Emanuel, Dios con nosotros

Para los cristianos, celebrar el nacimiento de Jesús en Belén de Judá, es celebrar la Fiesta del encuentro. Navidad es mirar y apuntar hacia Jesucristo, donde se encuentran todos nuestros caminos, la comunión de nuestros anhelos, la superación de nuestros límites, el sentido y la meta de nuestros andares, tantas veces caóticos o resbaladizos. Dios se hace hombre. Dios quiere ser uno de nosotros.

No hay arma más poderosa para superar las oscuridades de la soledad y cualquier forma de exclusión o marginación, que la celebración alegre y sencilla de que Dios nos incluye en su vida, nos hace suyos y se hace nuestro para siempre. En Navidad se encuentran el cielo y la tierra, lo invisible y lo visible, la eternidad con el tiempo y la historia concreta de cada uno de nosotros, la vida abundante y plena y la vida concreta, inacabada siempre, pero promisoria de cada ser humano. En Navidad se encuentran Dios y el hombre.

Dios con nosotros

Aquel que se hace hombre para salvarnos, para revelarnos, mostrarnos quiénes somos, no quiere ser-sin-nosotros. Renuncia al poder para poder abrazar lo frágil, escaso, pequeño y pobre y sacar a luz la infinita fuerza del amor que puede brotar en todo lo que el “mundo” y la cultura en que vivimos desprecia o ignora. Dios no es dado a luz en los teatros del poder, la riqueza y el éxito. Dios llega y se regala desde la pobreza y grandeza de María y José, dos seres humanos de un rincón insignificante del planeta, pero capaces de acoger, custodiar, defender y regalar vida abundante. En la noche de Belén no hubo fuegos de artificios, ni mesas rebosantes, ni ostentosos regalos… Hubo vida humana entregada, asombrada, expectante, y a la vez sencilla, humilde, sin pretensiones de notoriedad y sin apuro por hacer una foto del instante. En un rincón pequeño y maloliente como un pesebre, en la calidez de la vida compartida, el cosmos entero, ángeles y estrellas, hombres y animales, luz y sombra se encuentran para poner en la luz aquello que importa y no pasará jamás: el amor serio, el que no solemos encontrar en series y telenovelas.

Nacer es irrumpir, nacer a este mundo y abrirse camino en él. En esa misión y tarea solemos encontrarnos con sorpresas y circunstancias que pesan, duelen, desorientan, grandes y duras como una cruz. Y el camino será siempre volver a nacer en lo sencillo y simple, volver a creer en la infinita fuerza del amor, que solo descubrimos cuando lo vivimos y que jamás encontraremos en las tasas de cambio y en los cofres de los bancos. Preguntémonos dónde hemos puesto el corazón. ¿Qué nos mueve, nos atrae, nos desvela? Si queremos ser dados a luz en una luz nueva, tengamos presente cuál es nuestra riqueza. “Donde tengas tu riqueza tendrás el corazón” (Mateo 6,21).

"Dios llega y se regala desde la pobreza y grandeza de María y José, dos seres humanos de un rincón insignificante del planeta, pero capaces de acoger, custodiar, defender y regalar vida abundante. En la noche de Belén no hubo fuegos de artificios, ni mesas rebosantes, ni ostentosos regalos…"

Somos imagen según la semejanza de Dios

Creemos que Dios nos ha creado a “su imagen y semejanza” (Génesis 1,26). Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios no es una individualidad poderosa y suprema, aburrida y solitaria. Dios es comunidad de personas y lo que hace de esas personas verdaderas personas, es el amor que los une. Ser imágenes de Dios y estar llamados a ser semejantes a él (“Sean ustedes buenos del todo, como es bueno su Padre del cielo”, Mateo 5,48), significa ser quienes somos y lo que somos en comunión con Dios y los demás. Para esto no cuenta el currículum ni las paredes tapizadas de certificados y diplomas. Para ser comunión hay un solo camino y alimento y sostén: el amor.

Dios nos hace uno entre nosotros y uno con él. No lo hace como quien recorta, junta y pega elementos diferentes, sino que nos hace uno amándonos, en su amor. Y el amor es el único ámbito en el que cada uno puede ser de verdad quien es. Cada uno puede ser fuente de unidad desde su personalidad y diferencia. Los diferentes instrumentos de la orquesta, gracias a su individualidad y diferencia, pueden contribuir a la obra común, crear concierto, hacer sinfonía, lograr que todas las diferencias converjan al servicio de un bien común.

Celebrar en comunidad

Celebrar Navidad, celebrar el nacimiento de la vida que hace buena la vida y que puede acontecer en la vida de cada uno. Es un acontecimiento eminente y profundamente comunitario. No se puede celebrar el amor de a uno. El amor que celebro siempre me vincula a alguien, a otros. Por eso es Navidad la fiesta del encuentro fiesta de apertura a los otros, a lo diferente y nuevo. ¿Parece poco poder abrirse a Dios? ¿Poder salir de nosotros mismos para pensar en otros, así como Dios pensó en nosotros?

Todas las formas de la comunión se revitalizan y expanden: somos familia, somos grupo de amigos y vecinos, somos sociedad, somos humanidad sedienta de reconocimiento y compasión, de futuro y felicidad. Nada alcanzamos solos, separándonos y cortando nuestros vínculos con el mundo, los otros, Dios. Podemos estar físicamente solos, pero el espíritu de la Navidad nos sensibiliza para el riesgo de pensar en los demás y acogerlos en nuestro corazón.

Ser morada para Dios

Navidad convoca a la decisión de ser morada para Dios. Dios ama haciendo suyo lo que ama. Cuando le dejamos nacer en nosotros, nos volvemos pesebres en los que Dios abre los ojos al mundo y todo lo que hay en él. No se trata de crear ambientes y escenarios artificiales para que Dios abra los ojos y abrace el mundo entero. Navidad nos recuerda que no hay rincón de este mundo, que no hay rincón en nuestra alma en que Dios no quiera nacer. Y nace. En el pesebre de Belén, en las celdas de nuestras cárceles, en las camas de los hospitales, asilos, refugios, residenciales, en las esquinas de nuestros barrios y en los portales de nuestras calles. Dios nos está buscando. En cada rincón donde late un corazón humano, Dios encuentra cuna y su Hijo, Jesucristo, la salvación del mundo, un lugar desde el que ser y dar todo por el bien de los hombres.

Vivimos tiempos difíciles, sin duda. La pandemia y las medidas de prevención podrían llevarnos a encerrarnos en nosotros mismos y ver a los demás como una posible amenaza. La Navidad no nos hace imprudentes ni espera que dejemos nuestras precauciones y cuidados. Cuidémonos para amar bien y mejor y esto significa, redescubrir en el otro y en los otros, un camino para nuestra propia felicidad, algo infinitamente valioso a lo que no debemos renunciar y una posibilidad de comunión que trasciende todos los límites. Podríamos hacernos semejantes al Dios que es fuente de todas las posibilidades y reinventarnos en nuestras formas de encuentro, de abrazo, de compartir para ser más fuertes y abiertos, más libres y generosos.
Hay lugares que están hechos para verlos de paso. Otros que, por su belleza o su crueldad, pueden hacer del instante algo inolvidable. Hay lugares que están hechos para estar, para proyectarnos más allá de ellos. Hay lugares para quedarse y dejar que nos cambien la vida.

"Navidad convoca a la decisión de ser morada para Dios. Dios ama haciendo suyo lo que ama. Cuando le dejamos nacer en nosotros, nos volvemos pesebres en los que Dios abre los ojos al mundo y todo lo que hay en él".

Vayamos al pesebre

Vayamos al pesebre. Vayamos juntos. Y dejemos que obre en nosotros su poder que nos invita a quedarnos. Quedarnos juntos. Que el Dios que viene a nuestro encuentro se quede con nosotros. Y que tengamos la lucidez de querer quedarnos con él.

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