Ex alumnos de diversos colegios salesianos pidieron volver a tener un espacio de misión. Desde el Centro Monseñor Lasagna vieron que la realidad de los migrantes era terreno fértil para promover “encuentros que transforman” y así llevaron a cabo su primera actividad de este tipo, que tuvo su centro en la Ciudad Vieja de Montevideo, durante la segunda mitad de la Semana Santa.

Volver a la misión

El Centro Monseñor Lasagna – CML- es una casa pequeña pero llena de vida, que recibe a cientos de jóvenes que pasaron por colegios salesianos. En este 2018 se animaron a hacer algo nuevo y organizaron su primera misión. El lugar de acción no fue una zona periférica y los principales interlocutores no fueron niños –ambas cosas, típicas de estas actividades-, sino que la misión se desarrolló en la Ciudad Vieja y con los migrantes que viven en esa zona de Montevideo.

“La idea surgió de los chicos, que pidieron volver a tener un espacio de misión, como en los colegios”, contó en una entrevista en Radio Carve María Noel Álvarez, miembro del equipo del CML. Desde la coordinación advirtieron que la de los migrantes es una realidad evidente que ya es permanente en la ciudad y propusieron hacer algo con ellos. En concreto, evaluaron cómo los jóvenes ex alumnos salesianos podían generar un apoyo diferente, cómo cada uno de esos estudiantes o jóvenes profesionales podía hacer algo por cambiar la vida de estos nuevos conciudadanos.

Unos 80 jóvenes de entre 18 y 35 años se sumaron a la propuesta, que se convirtió en una aventura y un desafío. El lugar elegido para dormir fue el Instituto Juan XXIII y la parroquia donde hicieron la mayoría de las actividades, la de San Francisco de Asís, en la calle Cerrito de la Ciudad Vieja. La actividad empezó el miércoles con recorrida por la zona y repartida de volantes. Luego en la iglesia ayudaron con la limpieza y compartieron con misioneros del Movimiento Shalom. Acabaron con la Eucaristía en la Catedral.

Tiempo para el retiro y para el encuentro

Los siguientes días tuvieron dos componentes fuertes: por la mañana actividades más propias de un retiro, que llevaban al crecimiento personal de cada uno, y por la tarde, el encuentro con los demás. Estas tardes fueron de lo más variadas. Incluyeron, claro está, los oficios propios de Semana Santa y los patios libres típicos de los salesianos. Pero además hubo momentos de encuentro bien puntuales, como por ejemplo visitas al Hospital Maciel o intercambios con los migrantes para conversar sobre su situación.

Algunos jóvenes pintaron un mural en un hogar de niños, otros dictaron talleres específicos para quienes llegan al país. El primero se llamó “vivir en Montevideo” y en él se abordaron cuestiones básicas de locomoción, vivienda o trámites. El segundo fue sobre el trabajo e incluyó recomendaciones sobre cómo hacer currículums, normativas o lugares donde enfocar la búsqueda. El tercer taller fue sobre redes de apoyo a los migrantes. En estos encuentros los jóvenes exponían lo preparado, pero también se dio un buen intercambio entre los mismos migrantes, pues algunos tenían experiencias interesantes para poner en común. Siempre, el tono fue el del diálogo, en busca del encuentro y la acogida.

Asimismo, la “movida” sirvió para que algunos extranjeros ya radicados en Uruguay preguntaran a los jóvenes sobre las actividades de las parroquias de la zona. Un matrimonio de venezolanos también se les acercó a consultarles por obras salesianas, pues en su país de origen sus hijas participaban en actividades de este estilo y querían mantener el vínculo. Los participantes valoraron la experiencia como muy positiva. Algunos incluso comenzaron a preguntarse de qué manera podrían mantener la continuidad de su trabajo, para seguir cerca de los migrantes que habitan en la Ciudad Vieja de Montevideo.