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Los capuchinos y un comedor que tiene más de 100 años

Frailes, voluntarios, donantes y una cocinera hacen que 70 personas puedan almorzar todos los días

Cuando llegaron al país en torno al año 1860, una de las primeras cosas que hicieron los hermanos capuchinos fue instalar un comedor. Desde allí podrían alimentar a los que vivían en la calle y a los inmigrantes que comenzaban a recorrerla en busca de oportunidades. La obra se mantuvo y al día de hoy el comedor atendido por los frailes es el más antiguo del país y nutre a unas 70 personas por día.

“La gente que viene aquí tiene hambre. Porque todos los días es un guiso. Verano o invierno”, apunta el padre José Luis Cereijo, capuchino, párroco de San Antonio y Santa Clara en la calle Canelones. Todos los días se hace un guiso -de arroz o fideos, o polenta si es invierno- y varía el tipo de salsa o las legumbres que se agregan. Se acompaña con agua y, cuando se puede, con fruta o postre.

“No es que se da 'la' comida que pueden dar otros comedores. Se hace un guiso, lo mejor que podemos, con las posibilidades que tenemos. Si venís es porque realmente tenés hambre”, reitera el padre. Los usuarios, entre 70 y 80 todos los mediodías de lunes a sábados, son indigentes o personas que tienen vivienda pero que no puede comprar comida. “Es gente a la que simplemente no le alcanza para comer. A fin de mes la población aumenta”, relata el capuchino, y agrega que muchos de ellos son del barrio y tienen una jubilación tan pequeña que se les evapora en el alquiler de la pensión.

Adrián, uno de los usuarios del comedor, cuenta a ICMtv que acude allí desde hace unos 10 años, cuando se retiró de la actividad profesional. Todos los días se lleva un tupper y divide su contenido, un poco para el almuerzo y otro poco para la cena. “Esto es una ayuda tremenda, estoy muy agradecido a todos los que trabajan acá, que me tratan de maravilla. La comida es linda, se come bien”, indica.

Si esto es así, es gracias a cuatro ingredientes infaltables: los frailes, la cocinera, los donantes y los voluntarios.

Dolores, la dueña de la olla, trabaja desde hace tres años en el lugar y resalta la importancia de la vocación de servicio para realizar una labor así. “Acá pongo el corazón. Si no, no se puede hacer. Esto se hace por un don de Dios que es una vocación de servicio. Acá adentro -y se señala el lado izquierdo del pecho- hay amor y ellos lo perciben. La gente que viene acá tiene que tener esa vocacion, no importa si religiosa o no. Lo que importa es el corazón”, convence.

La tarea no es sencilla, porque los platos que se sirven son unos 150 (entre viandas y gente que almuerza ahí). Pero la comida nunca falta, asegura. “Cuando hay mucha gente y estás raspando la olla, siempre queda un poco más. Siempre alcanza. Nunca falta la comida, siempre todos tienen su plato, incluso a veces hay para llevar para la noche”.

Ella cocina, la materia prima es aportada por gente a la que, en general, no se le conoce el nombre. “Llegan camiones enteros, yo firmo que recibí la mercadería pero no tengo idea de quién la manda”, relata Dolores.

El párroco agrega que esto se vive así desde el principio. “Es una obra que siempre surgió de las ofrendas de la gente. Es muy curioso. La gente sabe que está (...). De repente nos quedamos sin nada y al otro día aparece alguien que dona un camión lleno de mercadería no perecedera para hacer el guiso cotidiano”. A las entregas de alimentos se le suman las de dinero de todos aquellos que dejan algo en la alcancía de la parroquia. Con el efectivo compran lo que falte para el guiso.

También llegan donaciones de ropa y los frailes la aprovechan muy bien para beneficiar a su población. “Los días de lluvia hay que cambiar el vestuario de los 50 que vienen. Y hay gente que vive en la calle y tiene ropa descartable, cada dos o tres días se les dan prendas que vamos guardando para ellos”.

Los voluntarios, el otro ingrediente del plato, se turnan para poder estar en los almuerzos. Son uno o dos por día, y el sábado sí que son más. Entonces las posibilidades de ayuda aumentan: cocinan una torta para poder dar como postre, se acercan a charlar con la gente para conocerla, y más. “Queremos tener un vínculo con ellos, hacerlos sentir que son personas y que nosotros simplemente queremos ayudarlos”, reafirma el padre. Además, si hay voluntarios enfermeros pueden asistir en ese terreno, y no han faltado ocasiones en que enseñaron a leer y escribir a algunos de los hombres que habían ido a buscar alimento solo para el cuerpo.

Por distintas razones, hace unos 20 años los frailes decidieron acotar la población asistida a los mayores de 60 años. De esta forma, pueden tratar mejor a todos los que se acercan cotidianamente, algunos desde hace una década.

Y el resultado se ve no solo en que las personas vuelven un día y otro al mismo lugar, sino sobre todo en sus caras y en sus palabras. Javier, uno de los entrevistados por ICMtv, resume que el comedor es como unaa familia. “Hay amistad, compañerismo, buena gente. No siento tanto la soledad estando acá, hay buenos compañeros, un lugar lindo, un entorno familiar. Acá hay mejor gente”, dice con sencillez.

Adrián, con sus lentes negros y lengua fácil, es un testimonio de que la comida llena también el hambre espiritual de los que la aprovechan. “ Dios es el centro de nuestra vida, está dentro de nosotros, es lo que nos mueve. Dios es el espíritu que nos da lucha, alegría, fuerza para seguir adelante. Si no fuera por eso, no sé que pasaría”, comienza, con esa claridad que solo tienen los que saben de lo que hablan.

La enseñanza sigue: “Cristo siempre está ahí. Nunca estamos solos. Lo que tenemos que hacer es buscarlo y seguir sus mandamientos y sus enseñanzas. Y además tenemos la oración que Cristo nos enseñó y cuando nos encontramos un poco mal la oramos y nos sentimos mejor”. Toda una receta para vivir día a día.

El informe en ICMtv

ICM Noticias del 27 de enero de 2017 - minuto 4.40

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