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Leonel Giorello: “Los primeros diáconos promovimos una Iglesia nueva posconciliar”

Fue uno de los primeros uruguayos en ser ordenado diácono permanente y sirvió en la arquidiócesis casi medio siglo.
Giorello con una foto de su ordenación diaconal. Fuente: Romina Fernández

En el marco de los cincuenta años del diaconado permanente en el Uruguay, conversamos con Leonel Giorello quien fue uno de los primeros cuatro diáconos ordenados en nuestro país, el 18 de noviembre de 1973. Tiene cuatro hijos, tres nietos y dos bisnietos y desempeñó su ministerio en la parroquia Nuestra Señora de los Dolores, ubicada en el barrio Reducto, durante más de cuarenta años.

¿Cómo fue tu llamado al diaconado?

Fue muy raro. Empezó a formarse un grupo de candidatos en un curso. Entre ellos estaba Juan José Podestá, un veterano que era padre de un cura de la parroquia de Reducto. 

Los primeros candidatos fueron por todas las parroquias a explicar lo que era el diaconado permanente. Cuando terminó la misa, dos o tres se acercaron a mí y me dijeron: "Che, Leonel, vos sos candidato para esto". Yo era responsable laico, ayudaba y animaba a las pequeñas comunidades. El responsable parroquial, que reunía a los delegados de todos los grupos, me preguntó, después de un retiro, si podía ayudar a esa tarea. Y yo agarré. Esa fue mi entrada a la vivencia comunitaria. 

Al poco tiempo, él tuvo que dejar el cargo. Entonces, convoqué a una reunión y dije: "¿A quién vamos a nombrar? Porque yo no tengo experiencia ninguna?". La respuesta, por aclamación, fue que fuera yo. Me pegué un julepe bárbaro. 

Fui a hablar con el párroco, que era Raúl Scarrone, y me dijo que estaba de acuerdo. Ahí empezó todo. Asistí a charlas y talleres para prepararme. Mi vida se renovó como cristiano y católico. 

¿Quiénes fueron los primeros ordenados, quién y dónde se los ordenó? 

Nos ordenamos en la catedral por Mons. Carlos Parteli. Los primeros cuatro fuimos: Ignacio Fernández, Domingo Martínez, Rubins Escribanis y yo. Al año siguiente fueron ordenados Aldo Gianuzzi y el Canario Rodríguez en Mercedes. 

A diferencia de los diáconos actuales, ustedes no tenían un modelo. ¿Cómo te imaginabas el diaconado? 

Fue muy atípico porque antes de tener aprobado el estatuto del diaconado permanente para Uruguay, Podestá ya había sido ordenado por Mons. (Andrés) Rubio. Había quedado viudo y trabajaba mucho en la parroquia. Fue quien me llevó de la mano —porque se estaba formando también— al equipo donde estaba el resto de los candidatos. 

Juntos empezamos. ¿Con qué criterios? Con un "milagroso" hombre, muy especial, que fue el P. Miguel Britos, que hizo un programa de formación estupendo. Viajó por todos los lugares donde ya había experiencias de diaconado permanente, sobre todo en Chile, Brasil, Argentina y Paraguay. 

En Argentina el trabajo de los diáconos era más bien para el servicio del altar. En Brasil era con toda la gente pobre y que no tenía casa. En Paraguay se empezaron a formar, pero fueron a trabajar en las colonias, en la parte de campaña. Parece que hubo represión y a uno de los candidatos lo tuvieron colgado un mes en una jaula. Esos son los antecedentes del ambiente que nos rodeaba. 

Nos ordenaron en noviembre del 73, cinco meses después del golpe de Estado. Estábamos en dictadura. Nos pusieron los "chichones" porque vinimos después del golpe.

¿Cómo era ser diácono en dictadura y en la época del posconcilio? 

En nuestra parroquia y en muchas otras se empezaron a formar pequeñas comunidades, que se llamaron "grupos de revisión de vida". Había cursos para aprender a hacer revisión de vida, es decir, el ver, juzgar y actuar. Fuimos impulsores de esa pastoral nueva en la que no solo se privilegiaba celebrar la misa, sino la vida, y ver la importancia de ser coherente con lo que se vive y lo que se celebra. 

La Iglesia, con los principios del Concilio Vaticano II, salió del encierro y miró al mundo. Dijeron: "Nosotros somos parte del mundo y vivimos lo que vive el mundo". Ese fue el gran desafío: ser parte de la celebración eclesial como ministros, pero, fundamentalmente, comprometernos con la familia, el barrio y el trabajo. No se trataba de dar discursos sobre la Iglesia, sino de dar un testimonio de vida distinto y coherente con lo que estábamos haciendo, viviendo y celebrando. Los primeros diáconos promovimos una Iglesia nueva posconciliar.

Giorello fue ordenado diácono permanente en noviembre de 1973, en plena dictadura cívico-militar. Fuente: Romina Fernández

¿Cómo era el vínculo entre los primeros diáconos? 

Nuestras reuniones abarcaban todos los campos. Cada tanto, nos reuníamos con Parteli. Incluso, teníamos algunas reuniones con nuestras esposas e hijos. Hacíamos jornadas, en las que teníamos la parte formativa y un espacio libre de conocimiento y encuentro para compartir la vida. 

¿Qué rol tuvo Lita en tu decisión inicial y en todo tu camino?

Si yo iba a misa el domingo a la parroquia sin ella, siempre me preguntaban: "¿Y Lita?". Y si era al revés y ella iba sola, le preguntaban: "¿Y Leonel?". Nosotros, en todo momento, dimos la imagen de una pareja. Los diáconos tenemos una tarea que es ministerial, porque participamos del sacramento del orden. Pero hay otras tareas fundamentales: generar familia, criar hijos, trabajar y tener relación con nuestro entorno.

De todos estos años de servicio, ¿qué recuerdo podrías evocar en particular? 

Hace dos años estoy encerrado en casa por la salud de mi señora. Tenemos sesenta y un años de casados. Ella está reponiéndose de una fractura del fémur. Ha sido un proceso muy lento, y yo estoy todo el día al lado de ella. Mis hijos ya están casados. Tengo tres nietos y dos bisnietos.

Me traen la comunión todas las semanas y recibo el Clam. Sigo en contacto con la comunidad, pero un día se me ocurrió salir un poco del ostracismo e ir a la parroquia. Después de la bendición, Damián (Velázquez) se paró, fue hasta al ambón y habló de mi presencia. Entonces pasó algo muy curioso y muy grande para mí. La gente empezó a aplaudir y yo en un momento vi que se paraban todos. Toda la asamblea estaba parada y aplaudía. Ese fue un momento que no esperaba. Fue un soplo que me llenó el corazón y me hizo decir: "Gracias, Señor". 

¿A qué está llamado el diaconado cincuenta años después de los primeros ordenados? 

No estamos en una época de cambios sino en un cambio de época. Cambiaron los protagonistas de esta sociedad. Se está haciendo fuerte la juventud. Los que son de mi edad y están todavía en actividad, tendrían que retirarse y dejar espacio (a las nuevas generaciones). Hay un clamor nuevo por transformar Uruguay en un país de más empuje, de más vitalidad, buscando cosas que den sentido en el amor. Que todos puedan ponerse zapatos, comer todos los días, que puedan tener un techo seguro para no sufrir el frío. Esa es la realidad actual, y en eso me parece que la Iglesia debe estar metida. 

¿Qué les dirías, desde tu experiencia, a aquellos que están iniciando iniciarán el camino al diaconado permanente? 

Lo más difícil de todo: no creérsela. “Diaconado” viene del griego y quiere decir “servicio”. Somos servidores. Como dice el evangelio de san Juan: "Dijo Jesús: yo vine a servir y no a ser servido". Esa es una frase que siempre estuvo en la cabecera de mis pensamientos, con respecto al ministerio y la familia.

Por: Diác. Damián Velázquez

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