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"La vocación de la mujer carmelita es de escucha interior"

Nació en Brasil, es carmelita desde hace catorce años y es la religiosa más joven de la comunidad del Monasterio de las Hermanas Carmelitas Descalzas, ubicado en el Prado.
La felicidad de ser monja carmelita. Fuente: Romina Fernández

Tiene dos nombres, uno civil y otro religioso. Nació hace treinta y dos años como Mársylwa Ferreira en Janaúba, que está en el estado de Minas Gerais, ubicado en la región sudeste de Brasil. Cuando se consagró carmelita decidió llamarse Teresa de Jesús, por Teresa de Ávila (1515-1582). "Hay comunidades que dan la opción de elegir el nombre. Mi formadora vio que era bonito. Yo nunca lo iba a pedir porque me parecía demasiado grande”, dice entre risas. 

Sus padres y su hermano menor siempre fueron católicos, pero no practicantes. En la primera etapa de su infancia, no era habitual que fuera a misa junto a su familia. Ni siquiera los domingos. "Mi mamá siempre fue una mujer muy piadosa y de oración. Cada vez que preguntaba quién era Jesús, mi mamá respondía con mucha sencillez”. 

Su papá era alcohólico. Bebía bastante, sobre todo los fines de semana. Para que él dejara este vicio, su esposa rezaba a la Virgen constantemente. “Me acuerdo de verla arrodillada, llorando y orando”, cuenta. Mársylwa tenía diez años de edad, cuando un día su papá llegó a la casa y dijo: "No tomo más". Desde entonces nunca más volvió a beber. "Fue un milagro, fue una conversión total", expresa. Fue así que su padre se acercó más a la fe, empezó a rezar el rosario dos veces al día, leer la Biblia y asistir a misa. 

“La conversión de mi papá fue la palanca que desató lo que vino”, dice. Toda la familia comenzó a tener una vida de fe. Su hermano empezó a servir en el altar como monaguillo y en un momento pensó en ser sacerdote. Mientras tanto, ella empezó a prepararse para recibir la primera comunión. 

“¿Qué tendría que pedirle a Jesús en el día de la primera comunión?”, le preguntó a su mamá unos días antes de la celebración. “Pedile el don de la vocación, la que sea”, le recomendó ella. Y así fue. Tras recibir por primera vez a Jesús en la eucaristía, Mársylwa pidió que Dios le regalara una vocación. 

En la casa de la familia Ferreira se miraba TV Canção Nova, un canal católico brasilero. Por ese medio, Mársylwa conoció a la Hna. Kelly Patricia, cantante y fundadora del instituto Hesed. Sus temas musicales eran poesías de los santos del carmelo. Ella se enamoró de su música. Su padre le regaló tres discos de esta religiosa. Cada mañana, antes de ir al colegio, escuchaba sus canciones. Ese fue el primer acercamiento que tuvo con la espiritualidad de la orden. 

El deseo de ser monja

A los once años, Mársylwa estaba muy entusiasmada y decidida en consagrar su vida a Dios. “Desde que escuché el llamado del Señor a la vida religiosa, tuve el impulso de responder”, reflexiona. "¡Quiero ser monja ahora!", le dijo a su madre tras recibir la primera comunión. La mujer quedó boquiabierta. Lo primero que le advirtió fue: "No te vas a poder casar". "Sí, lo sé. No me importa", respondió la niña entre risas. 

Al otro día, madre e hija fueron hasta la casa del obispo para preguntarle si existía un convento que la recibiera, siendo menor de edad. Pero el prelado no estaba en el lugar. Al día siguiente, se fueron a la casa del sacerdote que conocían. Su consejo fue que rezara, escuchara la voz de Dios en su corazón, estudiara y esperara. "Mi familia estaba feliz, nunca hubo oposición. En mi contexto lo tomaron como una gracia", dice. 

Por eso continuó sus estudios. En su ciudad no había casas de formación religiosas. Había pocas hermanas y pocos sacerdotes. Un día, conoció a una mujer que tenía una hija que era aspirante en la congregación salesiana y un hijo que era postulante carmelita. La mujer fue el nexo entre Mársylwa y su hija. Le pasó su contacto y empezaron a tener un vínculo que duró tres años mediante cartas. Nunca se encontraron ni se llamaron por teléfono. Todo fue por correspondencia. El testimonio de la joven inspiró a Mársylwa a ser una salesiana más. 

La religiosa recibió al equipo de "Entre Todos" en el locutorio del Monasterio de las Hermanas Carmelitas Descalzas, ubicado en el Prado. Fuente: Romina Fernández

Su primera acompañante espiritual fue la Hna. Giselia, que era Hija de María Auxiliadora. Al poco tiempo, falleció a consecuencia de un cáncer. Mársylwa se quedó sola y no sabía qué hacer. Su madre le recomendó leer Carmelo, una propuesta de vida, una publicación de fray Patricio Sciadini, carmelita brasilero. El libro consistía en una pequeña biografía de los santos del carmelo, testimonios vocacionales y una presentación de las distintas casas carmelitas de Brasil. Sin embargo, lo que más le gustó fue la biografía de santa Teresa de Jesús, quien ingresó a los quince años de edad a la vida religiosa. 

Mársylwa pensó que tenía una esperanza. Ella quería seguir los pasos de la fundadora de la orden de las carmelitas descalzas. Se contactó con una de las casas, que estaba ubicada en Montes Claros, una ciudad vecina a la suya. Llamó por teléfono y preguntó cuándo podía ir. Le respondieron que cuando quisiera. Armó su valija, con el plan de quedarse definitivamente. 

"Cuando conocí a las hermanas, me encantó su estilo de vida. Sentí que ese era mi lugar", dice. Pero la superiora le dijo que no, que esperara a cumplir los dieciocho años. No obstante, durante esos años siguió en contacto cada seis meses con Lucía, una de las religiosas que formaba parte de la comunidad. “La llamada es un misterio. La entrega de la libertad y la radicalidad de vida me atrajo muchísimo”, cuenta.

"Desde que escuché el llamado del Señor a la vida religiosa, tuve el impulso de responder" 

Renunciar a todo 

A mediados de diciembre de 2008, a los diecisiete años, Mársylwa concluyó sus estudios formales. Estaba decidida de que su próximo paso era entrar al monasterio. "Ser carmelita era el sueño de mi vida. Realmente nunca tuve momentos de dudas y crisis. Siempre sentí que el Señor me llamaba a consagrar mi vida", dice. 

"¿Estás dispuesta a entrar en cualquier monasterio?", le preguntó la monja superiora a Mársylwa. "Sí", respondió contundente ella. "Hay un monasterio en Montevideo, ¿estás dispuesta a entrar?", consultó la superiora. 

Mársylwa nunca se imaginó que iba a dejar su ciudad natal. En dos meses hizo los trámites y viajó, acompañada por su madre, a Uruguay. El 18 de marzo de 2009 entró al Monasterio de las Hermanas Carmelitas Descalzas, ubicado en el Prado. Recuerda aquel día como "el día de su anunciación porque fue el Señor quien tomó la iniciativa". No conocía a ninguna de las hermanas y tampoco dominaba bien el español. En 2015 hizo la profesión religiosa, justo en el año que se conmemoraba el 500.° aniversario del nacimiento de la fundadora de la orden. 

“Cada hermana es una riqueza. Una aprende mucho a través de su testimonio. Esta comunidad es muy linda. La oración y la contemplación son nuestros motores”, dice. Actualmente, vive junto a cinco hermanas más, todas mayores que ella. Su vida está organizada por horarios y actividades. Dedica buena parte del día a la oración. En el resto de la jornada, trabaja. Está a cargo de la sacristía, cuida el jardín y elabora las hostias, lo cual les permite generar ingresos económicos. 

"Mi vocación es Dios que llama a mi historia. Él la escribe cada día. La vocación de la mujer carmelita es de escucha interior, es estar a los pies del Señor escuchándolo y escuchando las súplicas de las demás hermanas y el mundo”, señala. 

Mársylwa sigue en contacto —sobre todo en las fechas especiales— con su familia. Sus padres y su hermano menor se quedaron en Brasil. Además, es tía de una niña de cinco años. Su felicidad es plena, y la demuestra a través de su amplia sonrisa. Su deseo de entregar la vida a Dios es el mismo que sintió tras recibir la primera comunión cuando era una niña.

"La entrega de la libertad y la radicalidad de vida me atrajo muchísimo"

Por: Fabián Caffa

Redacción Entre Todos

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