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La Iglesia uruguaya celebró a su primera santa

Así se vivió la misa de acción de gracias por la canonización de Francisca Rubatto

El domingo 29 de mayo, durante la Solemnidad de la Ascensión del Señor, la Catedral de Montevideo fue el escenario para la misa de acción de gracias por la canonización de la madre Francisca Rubatto, que fue declarada santa por el papa Francisco el pasado 15 de mayo en la plaza de San Pedro. 

La celebración, convocada por la Conferencia Episcopal del Uruguay, fue presidida por el Card. Daniel Sturla, que estuvo acompañado por el Nuncio Apostólico en Uruguay, Mons. Luciano Russo, y el nuevo secretario de la Nunciatura, Mons. Stephen Kelly. Además, participaron varios obispos, sacerdotes y seminaristas, así como también hermanas de la congregación fundada por Rubatto y un buen número de fieles. En la primera fila estaban la Hna. Loredana Tiraboschi, superiora general de las Hermanas Capuchinas de la Madre Rubatto, y Jonathan Moris, quien fue curado por intercesión de la flamante santa.

Al comenzar la celebración, se presentaron cuatro ofrendas: un cuadro de la madre Francisca que fue ubicado a la derecha del altar junto con las banderas de Italia y Uruguay, una reliquia de la santa que quedó en la Catedral, un pan casero como signo de servicio y una planta con flores. 

Una entrega incondicional

En su homilía, el Card. Sturla recordó que a los 41 años de edad, Ana María Rubatto hizo sus votos religiosos y cambió su nombre “civil” por el de María Francisca de Jesús: “Todo cristiano, desde el día de su bautismo, es ´de Jesús´, pero los consagrados nos recuerdan a todos que esta pertenencia al Señor, este ser ´de Jesús´, se plasma en una vida totalmente entregada a Él”. 

El arzobispo de Montevideo comentó que la flamante santa vivió entre sus 20 y 40 años en Turín, la capital del Piamonte, en una época donde la Iglesia afrontaba leyes anticlericales pero que sin embargó dejó una “corriente de santidad”, de la cual se nutrió la madre Rubatto. 

Después, habló sobre el vínculo que tuvieron la madre Rubatto y Don Bosco, que fueron amigos y confidentes. El fundador de la congregación Salesiana la orientó en su proceso de vocación y la alentó a que sea misionera. 

Sor Querubina, religiosa de la congregación de las Hermanas Capuchinas de la Madre Rubatto. Fuente: Nicolás Sanz

Misionera de alma

Más adelante, el Card. Sturla se refirió al trabajo misionero de la madre Rubatto en Uruguay, más precisamente en el sanatorio Italiano, Círculo Católico, Hospital Militar y en otros centros de salud del interior. También destacó su labor en las barriadas del oeste de Montevideo y en los colegios que fundó.  

“¡Cuánto bien han hecho las hermanas en nuestro país!”, exclamó, y además resaltó cómo las religiosas fueron “de a poco generando confianza y venciendo las dificultades” ante el anticlericalismo que se comenzaba a gestar a fines del siglo XIX.

“Fueron muchas las hermanas capuchinas queridas que dejaron su huella en el corazón de tantos enfermos, pero de un modo especial en los sacerdotes a los que cuidaban con dedicación y cariño dulcificando el tiempo difícil de enfermedad y acompañando a muchos en su partida de este mundo”, enfatizó. 

En el último tramo de su prédica, el arzobispo de Montevideo pidió “que el Señor nos permita ver su gracia en la vida de tantas personas santas que están en medio nuestro. De los que ya están encaminados en su proceso pero también de aquellos hermanos nuestros que han sido o son testimonio viviente de Cristo”.  

“Hoy cada uno de nosotros somos tocados por esta experiencia de fe y de santidad que ha recorrido nuestras calles. Estamos llamados por el Señor a ser santos, y para eso Él nos da su gracia abundante”, concluyó. 

El Card. Daniel Sturla durante la homilía. Fuente: Nicolás Sanz

Modelo para imitar

En el momento de la acción de gracias, sor Tiraboschi se dirigió a los presentes y expresó: "En esta tierra tan amada por ella, Madre Francisca fue fuerte y audaz. Supo revelar el gran amor de Dios que tiene para la humanidad. Fue un instrumento concreto de caridad para todos los pobres, en particular débiles y enfermos. Con su vida evangélica, nos enseña que la santidad es posible porque está hecha de pequeños gestos, palabras y atenciones cotidianas, y que cada uno de nosotros puede realizar con los hermanos más débiles y necesitados”. 

 

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