No comments yet

La historia de Gabriel Camilo: “Huelo mal para Dios, pero él me ama mucho”

Estuvo preso en más de una ocasión y en distintos momentos. Hoy lidera “Nuestros hijos nos esperan”, una ONG que utiliza la literatura infantil para trabajar con personas privadas de libertad y liberados.

Gabriel Camilo (62) estuvo aislado en una celda de máxima seguridad del Penal de Libertad. Pasó frío y tuvo hambre. Pero lo que más le dolió fue haber estado lejos de sus hijas. "Soy un pecador arrepentido", dice con lágrimas en los ojos. “Hice cosas ilegales y me justificaba que tenía que darle de comer a mis hijas. Nunca fui un gran delincuente, siempre hice cosas chicas. Era un chorro del montón”, declara.

Nació en Montevideo, en el barrio Bella Vista. Su familia de origen estaba compuesta por su padre, su madre, una hermana y un hermano, que falleció. Venía de una familia de trabajadores, en la que nunca faltaba nada pero tampoco sobraba nada.

Tiene buenos recuerdos de su infancia, de cuando jugaba al fútbol en el patio del colegio Maturana y al básquetbol en el club Auriblanco, que quedaba a dos cuadras de su casa: “Hoy estoy viviendo ese tiempo. Hoy siento la sensación de cosas lindas, igual a las que tuve en mi niñez. Es raro y lejano mi pensamiento pero tengo esa sensación”.

Dice que su vida de fe no surgió en su familia, ni por intermedio de una religión en particular. Ni tampoco por medio de un sacerdote. Camilo siente que fueron Jesús y la Virgen María quienes lo convirtieron en creyente: “Yo tenía —y después la retomé— una amistad con ambos. Eran mis amigos, los únicos que me escuchaban. Los únicos que me escucharon, cuidaron y consolaron fueron ellos”. Camilo sintió la presencia de Dios en cada momento de su vida, sobre todo en los momentos más complejos. Estuvo enojado con Él, pero nunca dudó de su existencia.

"Tenía una concepción de la vida y el matrimonio. Mi momento de sentirme casado iba a ser cuando el sacerdote bendijera la unión por intermedio de Dios, no en el registro civil”, dice. Tiene siete hijos, seis niñas y un varón, que falleció mientras él estaba en la cárcel.

Un llamado de atención

Fue al colegio Maturana durante siete años, donde hizo la primaria completa y primer año de ciclo básico. “Era un colegio para personas que tenían cierto poder adquisitivo y que mis padres no tenían. En ciertos momentos me sentía menos en comparación con el resto de mis compañeros”, dice. Le costó entablar amistades en el instituto. Sus amigos estaban afuera, en la calle.

Lo echaron porque tenía reacciones violentas contra sus compañeros y profesores. “Esa actitud fue a raíz de un impacto, de una desilusión de parte de mis educadores", expresa. No prefiere decir quiénes fueron concretamente ni tampoco cuál fue o fueron los episodios.

Camilo dejó de confiar en sus referentes. Su angustia fue en aumento. Hablaba con su entorno de lo que le pasaba pero nadie lo entendía. Todos pensaban que él tenía problemas psiquiátricos. Un día no aguantó más y su desahogo lo hizo por medio de la violencia. "Empecé a hacer todo lo contrario a lo que Jesús me había enseñado", relata. Camilo se enojó con Dios porque se sentía solo en ese momento. Era un niño. No sabía cómo defenderse. “Le tomé fastidio a la educación y las buenas costumbres”, confiesa. Fue así que Camilo empezó su vida criminal. Quería imitar lo que veía en las series policiacas.

Mientras estuvo preso en el Penal de Libertad, no recibió visitas y sólo se relacionaba con los demás reclusos. Se había quedado solo. Un día, recibió la llamada de una de sus hijas. "Papá, tengo hambre", le dijo mientras lloraba. La comunicación se cortó y Camilo se fue a su celda. Estaba pálido. Por intermedio del custodia que había en su sector, envió una nota a las autoridades del penal. En el mensaje, comunicaba que iba a iniciar una huelga de hambre. El motivo detrás de esta decisión era que las autoridades fueran a auxiliar a sus hijas y tuvieran alimento y una asistencia médica. Sólo lo básico. La huelga de hambre duró doce días. Como consecuencia, sufrió un infarto que lo llevó a estar internado en la emergencia del Hospital de Clínicas.

"Según los doctores, estuve muerto un minuto", dice. Era el 13 de julio de 2013. Cuando le contaron lo que había sucedido, no lo podía creer. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Ese hecho cambió su vida. Quería dejar atrás su pasado y retomar el vínculo con sus hijas. Prometió ante Dios que quería caminar bajo su gracia: “El amor de Jesucristo, es su máxima potencia, cambia a los más duros y transforma al más jodido”. Le dieron prisión domiciliaria y se recuperó.

Gabriel Camilo: una historia de resiliencia y lucha. Fuente: R. Fernández

Cambio de vida

Volvió al Comcar, pero no era el mismo que antes. En 2014, junto a unos pastores de la Iglesia evangélica, Camilo consiguió donaciones y reformó un piso de la unidad penitenciaria para dedicarlo a los cristianos. Él era referente junto a otro recluso. "Estaba presente la gracia de Dios, y eso generaba un impacto en las demás. Venían personas que no las querían en ningún lado porque daban puñaladas y robaban adentro de la cárcel. Los pibes más complicados terminaron predicando el Evangelio", relata.

Para Camilo el Evangelio es una “solución” para los presos: “Cuando alguien lo conoce, se le abre una puerta de esperanza y oportunidades. Cuando alguien conoce la palabra de Dios, lo primero que siente es que está perdonado".

“Leíamos la Biblia con los muchachos y charlábamos un poco. Veía un futuro estructurado por lo religioso, sí por lo espiritual. Lo espiritual verdadero es aquello que no va con el rito y la costumbre. El mundo de lo espiritual es una sensación de necesidad”, añade.

Las celdas de ese piso siempre estaban abiertas. Los reclusos tenían máxima confianza con los policías y hasta podían usar el teléfono. Además, se creó un taller literario. Camilo empezó a escribir cuentos a sus hijas en un cuaderno. Esos relatos se transformaron en cuentos en formato madera. Su primer libro publicado fue La ballena Griselda, que fue enviado a las escuelas públicas de la zona. En total, se entregaron siete mil quinientas copias en papel de La ballena Griselda. Tres mil ejemplares fueron destinados a escuelas públicas. Camilo no había dimensionado el impacto que estaba generando su obra. No se sentía escritor y nunca se imaginó que podía vivir de los libros. Después publicó El gato Jazmín y Rufianny y Rómulo. Así surgió la organización “Nuestros hijos nos esperan”.

Camilo cumplió su pena y salió de la cárcel el 19 de junio de 2019. Reinsertarse en la sociedad le fue fácil. "Fue consecuencia de mi arrepentimiento genuino y de corazón", dice. Quería otra oportunidad en su vida. Al recuperar la libertad, empezó a vender comida a sus vecinos y cucharas de bambú. Después, juntó cincuenta mil pesos y viajó al Chuí para gastarlo con sus hijas. Fue el primer paso para retomar el vínculo con ellas: "Soy totalmente imperfecto, huelo mal para Dios, pero él me ama mucho".

Laura es su pareja actual. Se pusieron de novios en la adolescencia, pero Camilo prefirió terminar la relación porque sentía que su forma de ser la lastimaba. Se reencontraron cuarenta años después, mientras Camilo estaba cumpliendo su condena. "Es una persona tan de Dios, es la mujer que soñé para mi vida", dice. Cuando Camilo fue enviado a prisión domiciliaria, Laura lo alojó en su casa. Se volvieron a enamorar y conformaron una nueva familia.

Vivir y experimentar el Evangelio

La sede de la organización “Nuestros hijos nos esperan” está ubicada desde abril de 2023 en el departamento de Canelones y se llama Lo de Carlo, en homenaje a Carlo Acutis. La presidenta de la fundación es María Beer, quien mostró interés desde el primer momento en el proyecto. Fue ella quien pidió que el hogar llevara el nombre del beato millennial. Camilo no conocía su biografía: "Me motivó mucho su vida. Me impactó cómo ayudaba a la gente necesitada y cómo amaba a Jesús".

En el predio antes funcionaba Los Nogales, un colegio del Opus Dei. La casa tiene capacidad para veinticinco personas y el cupo está completo. Todos son liberados que están en situación de calle. La visión de la organización es que los usuarios consigan trabajo y tengan una vivienda digna.

El proyecto es en convenio con el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) y el proceso con cada usuario dura un año como máximo. La jornada empieza a las 7 horas y hay seis horas diarias de trabajo. Además, hay una psicóloga y un asistente social. "Tratamos de recuperar física, moral y espiritualmente a la persona", plantea Camilo.

En la sede hay una capilla a disposición y es frecuente que sacerdotes católicos y pastores evangélicos visiten el lugar. "Esta es una obra de Dios pero no somos religiosos. No se le obliga a nadie a rezar ni hacer ningún ritual. Recibimos a ateos, evangélicos, católicos. El Evangelio lo vivimos y lo experimentamos”, cuenta Camilo.

Desde mediados de setiembre, Camilo, Laura y una de las hijas de Camilo vivirán en la sede de “Nuestros hijos nos esperan”. En tanto, Camilo mantiene contacto con las madres del resto de sus hijos: "Suena contradictorio decir que vivo en una dimensión espiritual y tengo conflictos con personas importantes en mi vida".

"Dios me vio hecho pedazos, vio que fui un delincuente. Robé e hice cualquier desastre, ¿qué tengo yo para llegar arriba? Con un rito no llego", expresa. Su plan de vida, a través de este proyecto, es “sanarles el corazón” a sus hijas.

Camilo quiere dejar un legado a sus hijas. No quiere dejarle una herencia, ni bienes materiales ni dinero. Ese legado es una herramienta para que ellas se puedan defender, y defender a los otros. Y sobre el futuro de la organización que fundó no tiene idea de cómo seguirá, todo lo deja en manos de Dios.

 

Por: Fabián Caffa

Redacción Entre Todos

Escribir comentario