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«La educación católica entre los más necesitados es una prioridad»

Rafael Ibarzábal, tras ser director nacional de la Asociación Uruguaya de Educación Católica en dos períodos, da su mirada de la realidad educativa del país
Rafael Ibarzábal es español y llegó a Uruguay en 1992 con su familia. F. GUTIÉRREZ

Su experiencia en el ámbito educativo es amplia y variada, con 43 años de dedicación. En Bilbao (País Vasco), su ciudad de origen, comenzó ejerciendo como maestro en una escuela en un pueblo minero en la montaña, a unos 40 kilómetros de la ciudad. También se desempeñó como maestro de una escuela parroquial, fue profesor de pedagogía y comunicación en la Escuela Diocesana de Magisterio de Bizkaia y, posteriormente, en esta misma institución asumió la dirección del departamento de formación práctica y formación en servicio de los maestros durante doce años.
En 1992 se mudó a Montevideo con su esposa y sus dos hijos como misioneros dentro del Movimiento Adsis, y comenzó a dar catequesis en varios colegios católicos, así como clases de fenomenología en la facultad de Psicología de la Universidad Católica del Uruguay (UCU).

En el año 1994 se incorporó como adscripto en el bachillerato del Colegio Jesús María, del barrio Carrasco, al mismo tiempo que mantenía sus otras actividades; desde el año 2008 ejerce el rol de director general del colegio. Junto a todo ello he desarrollado numerosos talleres de formación de padres y de docentes en colegios católicos y privados laicos del todo el país, y ha dictado conferencias en diversos congresos y eventos educativos dentro y fuera del Uruguay.

“Todo ello ha constituido y constituye mi proceso de aprendizaje, pero, además, ser padre y abuelo forma parte fundamental de mi ser educador”, cuenta Rafael, que desde 2015 y hasta el pasado mes de diciembre fue director de la Asociación Uruguaya de Educación Católica (AUDEC) desde 2015. En la siguiente entrevista, Ibarzábal cuenta sobre el trabajo de la Iglesia Católica en el ámbito educativo, así como de la particularidad de AUDEC.

¿Desde cuándo trabaja la Iglesia Católica de Montevideo en temáticas de educación?

Es largo el entramado que la Iglesia y la educación católica han tenido con la historia de la patria, su sociedad y su Estado. Con el liderazgo caudillista de Artigas, católico confeso y en el marco del prolífero año de 1815, donde imperó la perspectiva evangélica de que “los más infelices sean los más privilegiados”, asomó en el horizonte la radical fundación de una “Escuela de la Patria” en pleno campamento de Purificación y bajo la dirección del sacerdote oriental José Benito Lamas.

A través de la acción de los párrocos, la educación católica se continuó expresando en el Estado naciente con la intención fundamental de producir civilización. En el Uruguay incipiente los sacerdotes, como maestros de varias generaciones, pretendieron arrebatar a estas del destino invariable de las guerras civiles que durante años afectaron la estabilidad política. A fines del XIX se desarrolló el traspaso del mandato civilizador de los párrocos a los maestros de escuelas, en línea de sucesión y hasta de continuidad.

La intención de la educación católica, antes, durante y después continuó siendo la de ser “amante y fiel de su patria” y siguió desplegando su vocación pública más allá de los marcos legales que solo se lo permitieron hacerlo desde la gestión privada. Como Iglesia Católica coincidimos con la Ley General de educación (Nº 18.437) de nuestro país, en que la educación es un derecho humano fundamental, por lo que queremos brindar nuestro aporte a la promoción del goce y el efectivo ejercicio de dicho derecho, como un bien público y social.

¿Cuál es la presencia de la Iglesia Católica en la actualidad de la educación uruguaya?

Un estudio sobre programas de Educación no Formal realizado por la Asociación Uruguaya de Educación Católica (AUDEC) en 2016 a nivel nacional permitió identificar 94 instituciones que desarrollan un número estimado de 169 proyectos y atienden a unos 15.500 destinatarios. En el sector trabajan unas 2.070 personas. Los proyectos tienen una antigüedad promedio de 20 años. Un 28% de ellos son Centros CAIF, un 34%, clubes de niños y el resto son hogares, centros juveniles, centros de enseñanza técnica y otros. Este análisis permitió concluir que AUDEC atiende, a través de convenios, al 18% del total de la población atendida por INAU.

En materia de Educación Formal, AUDEC agrupa a 157 colegios insertos en diversos barrios de la capital e interior del país, a los que asisten unos 54.580 alumnos. En ellos trabajan 11.780 personas desempeñando funciones docentes y no docentes. Solo en Montevideo la Iglesia Católica desarrolla más de 100 programas que prestan servicios principalmente relacionados con: educación no formal, discapacidad, salud, adicciones, situación de calle, formación/inserción laboral, alimentación, hogares, apoyo a la mujer en situación de vulnerabilidad y acompañamiento comunitario, contando para ello con la colaboración de numerosos voluntarios, de acuerdo a datos no exhaustivos relevados por el equipo de Pastoral Social en el presente año.

¿Cómo se está trabajando en los contextos más vulnerables? ¿Cuáles son los proyectos socioeducativos de educación no formal y los modelos de educación formal desarrollados en estos ámbitos?

La realidad de nuestro país nos vuelve a interpelar y a replantear el compromiso de sumar, como Iglesia a través de la educación, nuestro aporte para avanzar hacia una sociedad más fraterna y solidaria donde podamos superar divisiones y fracturas y convivir en paz, generando oportunidades de una vida digna y plena para todos.

Enfrentamos fuertes desafíos en la educación de los sectores más vulnerables de nuestra sociedad, y la educación católica está presente a través de distintos proyectos socioeducativos, con una gran creatividad y capacidad técnica aplicada a la búsqueda constante de nuevas formas de respuesta. En el plan CAIF los proyectos vinculados a AUDEC atienden al 12% del total de beneficiarios; en cuanto a Club de Niños esa proporción es cercana al 40%. En el caso de los centros juveniles, el peso de la educación católica es del 26% de los beneficiarios, y en hogares representa el 22%.

En cuanto a la educación formal (colegios), un poco más del 50% se encuentran en ambientes socioeconómicos carenciados de Montevideo y del interior del país. A la luz de estos datos, la presencia de la educación católica entre los más necesitados es una prioridad. Dentro de esto, van creciendo las presencias con centros educativos gratuitos gestionados por la educación católica que son auténticos y eficaces articuladores interinstitucionales en su territorio.

¿Cuáles son los pilares de estos modelos de educación?

Creemos en el centro educativo como sujeto de calidad, un proyecto educativo institucional desarrollado en un proyecto curricular o proyecto socio educativo (según sea en la educación formal o no formal) con objetivos claramente formulados. Una dirección con liderazgo en la toma de decisiones y en el impulso de proyectos institucionales y una gestión eficiente, a cargo de equipos directivos estables capaces de visión estratégica y basada en el liderazgo participativo y el trabajo colaborativo. Una cultura institucional construida sobre la idea de comunidad, con valores claramente explicitados y compartidos por toda la organización educativa y relaciones de cooperación entre los distintos estamentos.

A su vez, una concepción de los educandos y sus familias como “usuarios-participantes” del servicio, protagonistas de su proceso educativo y activos en la vida y construcción de la comunidad educativa. Una fuerte sensibilidad y escucha institucional hacia las opiniones de los distintos actores, alta expectativa de todos respecto a los logros y rendimiento de los educandos y una comunidad educativa y académica centrada en el aprendizaje.

¿Cómo ha sido las experiencias de articulación entre educación formal y no formal? ¿Cómo se trabaja con el paradigma “comunidad educativa”, sujeto
a la educación de calidad?

Nuestra cultura institucional se centra en la idea de comunidad, donde todos los que formamos parte del centro educativo nos vamos descubriendo y viviendo como miembros de una comunidad nucleada en torno a la misión y vinculada en la adhesión a los objetivos institucionales.

Esta comunidad está configurada desde y para la tarea educativa, es generadora y permanentemente regenerada en los vínculos de la comunión y el servicio, es vivida desde la participación y la corresponsabilidad y está enraizada en el Evangelio y proyectada a la evangelización.

Los que trabajamos en educación, los que la vivimos como una auténtica vocación —es más, como una pasión que nos atraviesa— sabemos que en el centro de la emergencia educativa no está solamente la cuestión de infraestructura o de eficacia organizacional, ni tampoco la planificación o la didáctica sino —más bien— en el centro de esa emergencia está la persona humana con sus contextos y contingencias personales, sociales y culturales. Teniendo el factor humano como eje de la relación educativa, así como de sus fines y el Acontecimiento de Cristo y su Evangelio como propuesta y horizonte, abordamos y acompañamos las tensiones que todo ser humano encuentra en su desarrollo personal y social: la libertad responsable, la realización personal, la convivencia, el valor de la cultura, el cuidado del mundo, las justicia, la paz, el descubrimiento de su ser trascendente que va más allá de lo inmediato.

Cuando hablamos de calidad de la educación como cultivo de lo humano, hablamos del desarrollo de competencias referidas a tres dimensiones fundamentales: la incorporación y síntesis de la cultura; la necesaria integralidad, la convivencia y la libertad responsable; el descubrimiento de lo que va más allá de lo inmediato: lo trascendente y El Trascendente. La relación educativa apunta a la construcción de la persona como un sujeto pleno de sentido, capaz de asumir la vida en toda su integridad y de vivirla en plenitud con calidad. Nuestras instituciones educativas están para acompañar y promover en cada educando el proceso de crecimiento personal y social que lo oriente a la madurez; que le posibilite dar sentido a su vida y vivirla como vocación, siendo protagonista de su propia historia y ciudadano activo en la sociedad.

¿Qué papel juegan los centros educativos a la hora de articular diferentes políticas sociales?

Una educación centrada en el educando implica necesariamente incluir a su familia, lugar donde se inicia el proceso educativo. Educandos, padres y educadores comportan una trilogía interdependiente, sustento de la dinámica escolar. La familia y el centro educativo son dos contextos próximos en la experiencia diaria de los educandos, que exige un esfuerzo común para crear espacios de comunicación y participación de forma que le den coherencia a esta experiencia cotidiana. Construimos modelos de educación integral desde la especificidad de cada centro y su proyecto educativo, articulando en red con otras instituciones las distintas políticas sociales que contribuyen al crecimiento y bienestar de los educandos a través de la participación, el desarrollo de voluntariados, la inserción en organismos barriales.

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