No comments yet

Jacinto Vera y su tiempo (2ª. parte)

Compartimos con ustedes la segunda parte del discurso del Prof. Juan J. Arteaga Zumarán en el homenaje que se le tributó a Mons. Jacinto Vera en el centenario de su fallecimiento.
El primer obispo del Uruguay y su tarea de desarrollo social en un país naciente. Fuente: DECOS Montevideo

La dinámica que Vera impuso a la Iglesia uruguaya fue descrita muy bien por sus propios enemigos del momento, los racionalistas. La Razón, periódico fundado especialmente para atacar a la Iglesia, a raíz de la aparición de El Bien Público en 1878, realizó el siguiente comentario:

"El catolicismo estaba hasta hace poco en este país, si no muerto [por lo menos lo daba por muerto], al menos completamente desprestigiado. Componían su apostolado una docena de sacerdotes nacionales poco ilustrados, hasta cierto punto liberales, y algunos sacerdotes extranjeros que con muy marcadas excepciones, más se ocupaban de adquirir medios de fortuna, que de atender a la cura de almas. La Iglesia vivía de las mezquinas pensiones que le asignaba el presupuesto, pobre, sin brillo, regenteada por un Vicario que sabía hacerse respetar por su carácter afable, sus morales consejos y su pródiga caridad... Pero [y esto parece que les rompe el esquema a los liberales] de repente, aprovechando circunstancias que no es del caso enumerar... emprende una campaña empeñosa para ponerse nuevamente en auge.

Funda liceos, establece colegios, y abandonando las estrechas columnas del periodismo, se lanza a las más amplias del diario, desde donde fulmina anatemas contra los no católicos, llegando en su intransigencia a pedir se corten las manifestaciones liberales, invocando en su auxilio un artículo de la Constitución de la República" (Eduardo Acevedo, Anales Históricos del Uruguay, T. IV, Montevideo, 1933, pp. 30 y 31).

Lo que importa de esto es que el juicio de la sociedad nos dice que el catolicismo estaba en decadencia y que ahora algo sucede, que se ha puesto de nuevo en movimiento.

De la crisis interna, entonces, la Iglesia salió evidentemente fortalecida, apretados sus cuadros, pronta para enfrentarse si era necesario a los enemigos de afuera: el racionalismo deísta, el positivismo materialista y más adelante el liberalismo anticlerical. Filosofías todas, que son hijas en definitiva del pensamiento europeo que nace en la Ilustración, en los tiempos modernos, a través de una clase culta y alienada, extranjerizada en sus ideologías, clase doctoral y universitaria, llamada también "principista' en la década del 70. Todas estas ideologías fueron como las olas a las rocas de la costa golpeando el edificio de la Iglesia.

Contemporáneamente Pío IX, en la encíclica Quanta Cura y en el Syllabus, condenaba el panteísmo, el naturalismo, el socialismo, el comunismo, la moral autónoma y el liberalismo.

Durante el gobierno del coronel Latorre, hay una especie de segundo round, polémico, muy serio y muy grave con la Iglesia, que se suscita por el tema de la reforma escolar propiciada por el positivista José Pedro Varela.

Desde su óptica de historiador liberal el Dr. Eduardo Acevedo nos relata esto:

"A la cabeza de todos los adversarios de la reforma escolar, estaba el clericalismo [yo niego que existiera ‘clericalismo’ en el Uruguay] que no perdonaba al reformador que hubiera establecido en su proyecto de ley de educación común, que el programa obligatorio sólo comprendería los principios de Moral y de religión natural y que sería facultativo de las comisiones de distrito establecer también la enseñanza de la religión católica, pero a condición de darse fuera del horario de clase y sin carácter obligatorio" (Eduardo Acevedo, ibíd., 1, 113).

Cuatro puntos fundamentales de la reforma escolar, abarcaron, dice Acevedo, la campaña clerical: la centralización técnica de la enseñanza, las escuelas mixtas, las inspecciones departamentales y el programa escolar.

Signo de esta oposición de la Iglesia a la reforma escolar fue el proyecto del diputado e intelectual católico Bauzá, que fue aprobado por la Cámara de Diputados a mediados del 79, por el cual se suprimían la dirección general y las inspecciones departamentales. Años después, y es importante decirlo porque no se lo ha destacado suficientemente, la obra positiva de Bauzá en esta materia, Bauzá impulsó y orientó la obra del Instituto Pedagógico.

Pivel Devoto en su biografía dice que es el esfuerzo educacional de mayor importancia realizado en el país por el sector privado con una concepción espiritualista, realista y nacionalista de la educación. En oposición a la enseñanza oficial, laicizante, enciclopedista y desteñida de sentido práctico que desde 1877 mantenía dividida nuestra sociedad.

Bauzá es muy claro al determinar la importancia de la transmisión de la fe católica en la enseñanza. Pero "dígase lo que se quiera", decía Bauzá, "sin creencias religiosas no hay pueblo que pueda vivir, ni nación que llegue a ser grande" (Estudios Constitucionales, Montevideo, 1887, p. 264).

El problema de la reforma de la enseñanza nos mostró entonces a una Iglesia ya activa, con capacidad de reacción, coherente, dispuesta a defender sus derechos, todo esto gracias, en gran parte, al dinamismo de Mons. Vera y a la presencia junto a él de una generación de sacerdotes y de laicos comprometidos con su misión.

El marco latinoamericano

Pero es necesario que nosotros enmarquemos este período histórico en el cual le toca actuar a Jacinto Vera, en el contexto latinoamericano. Si volvemos un poco atrás, la independencia había fragmentado el imperio hispánico y había roto el marco de la nueva cristiandad indiana, como lo llamaba el arzobispo de Lima santo Toribio de Mogrovejo.

La Iglesia latinoamericana va a tener que afrontar el período caótico que sucede a la revolución en el que se van delineando y destiñendo las nuevas nacionalidades. Y la primera experiencia vital de la Iglesia, de las iglesias nacionales, de esa América dividida fue el aislamiento. Todas las relaciones con Roma se hacían a través del Real Patronato. No había más Real Patronato y la Iglesia está huérfana, y va a ser un trabajo duro y lento retomar las relaciones con Roma. Este período de la segunda mitad del siglo XIX, en general en toda América está signado por dos procesos, uno el de secularización, que en el caso de Uruguay comenzó con la de los cementerios y siguió con el Registro civil y el matrimonio, hasta que en el período de Batlle el proceso se aceleró y culminó con la separación de la Iglesia y el Estado.

Y segundo: la conformación de una sociedad pluralista.

En el proceso de secularización la Iglesia va dejando de intervenir en la sociedad, por medio de los resortes legales del Estado y del Patronato, para pasar a actuar e influir en el medio a través de instituciones propiamente cristianas.

Cuando estas instituciones aparecen estamos frente a la primera muestra de vitalidad del cuerpo eclesiástico. Es un signo de reacción y de renovación. Y Vera es el obispo bajo el cual se crean estas instituciones cristianas en el Uruguay y el gran dinamizador de las mismas.

Si a Larrañaga le tocó entonces ser el jefe de la Iglesia nacional en el período de la revolución política, a Vera le correspondió ser el timonel de la barca en la época en que se produce la verdadera revolución, que es la ideológica, que va a significar la ruptura más profunda de la historia de América Latina.

Escribir comentario