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Dos nuevos sacerdotes para la Iglesia

Un encuentro con los diáconos Josué María Hernández y Alejandro Korahais en la antesala de su ordenación.
Los diáconos Hernández y Korahais en la previa de su ordenación sacerdotal. Fuente: R. Fernández

El sábado 19 de noviembre, a las 11 horas, tendrá lugar en la Catedral Metropolitana de Montevideo la ordenación presbiteral de Josué María Hernández y Alejandro Korahais. La celebración será presidida por el cardenal Daniel Sturla. 

Hernández sirve en la parroquia Stella Maris y Korahias está en la parroquia Nuestra Señora de los Dolores, más conocida como Tierra Santa. En este tiempo han celebrado bautismos y matrimonios. Acompañaron a pacientes enfermos y a familiares de fallecidos. Entregaron la comunión y rezaron junto a los moribundos. Predicaron, bendijeron y guiaron retiros de jóvenes y adultos.

Unos días antes de la ordenación, el quincenario Entre Todos los juntó para que compartieran sus reflexiones acerca del sacerdocio y su vocación.

¿Cómo están viviendo los días previos a la ordenación sacerdotal?

Josué Hernández: Con mucha intensidad pero también con mucho agradecimiento a Dios por este gran regalo. Me siento muy acompañado por la gente, por su oración y por su cariño. La gente está rezando y constantemente me dice: "Estoy rezando por ti, por los sacerdotes y por las vocaciones". Hay chicos que ofrecen horas de estudio para rezar, niños que vienen con dibujos. Es algo muy lindo ver el amor que la gente le tiene al sacerdocio y también la esperanza de que seamos buenos sacerdotes.

Alejandro Korahais: Estoy viviendo estos días con mucha alegría y mucha paz e ilusión. Uno pensaría que estoy estresado por todas las cosas que tengo que preparar o, mejor dicho, prepararme. Sin duda estoy consciente de la gran responsabilidad que significa el sacerdocio. Eso es un regalo no merecido, es un don totalmente gratuito.
En estos días estoy en medio de un montón de actividades. Tanto Josué como yo hemos realizado actividades pastorales de todo tipo y color (risas). Nos han puesto para arriba y para abajo. También estoy con las materias de la licenciatura (en Teología). En medio de todo eso hay como una especie de fondo del mar tranquilo, a pesar de que se agitan las olas.

Tras la ordenación diaconal, ¿cómo los acompañaron en este tiempo sus respectivas comunidades?

JH: Con mucho trabajo (risas). Gracias a Dios celebré muchos bautismos y bodas. El acompañamiento espiritual es uno de mis apostolados con los jóvenes. Me han acompañado muchísimo con la oración, no solamente la gente de Stella Maris, sino toda la Arquidiócesis. Me atrevo a decir que también de otras partes del mundo donde me formé me acompañan a través de la oración. Eso me impulsa muchísimo a no fijarme tanto en mí mismo, porque uno a veces puede tener miedo a verse con pocas herramientas, pero sabiendo que el Señor te elige y la gente te sostiene, eso es lo que anima a seguir adelante.

AK: Estoy muy agradecido porque realmente todos se volcaron con muchísimo cariño, del primero al último. Se han desvivido en detalles de cariño y de generosidad, no solo para mí sino para todos los que estamos en la casa. En la parroquia funciona el preseminario. La verdad es que siempre la gente está pendiente de que tengamos todo lo necesario para la casa y para las celebraciones. Es un ambiente de mucho cariño.
Tengo que reconocer que tengo una "patita" puesta en la parroquia San Juan Bautista, porque una vez a la semana voy ahí. A pesar de estar poco, también ellos se volcaron un montón. También estoy muy agradecido al Liceo Jubilar, donde asisto muy poco y en general estoy con los adultos. Desde el punto de vista pastoral me ha tocado estar en contacto con todo tipo de realidades. Fueron unos meses intensos.

¿Por qué quieren ser sacerdotes?

JH: Quiero ser sacerdote, en primer lugar, para celebrar los sacramentos y acercar a las personas a Jesucristo. Es algo que he ido aprendiendo. Pero no solamente acercarlos, sino acercarme a Jesucristo. Estoy convencido de que el sacerdocio es ser puente entre Dios y los hombres, como dice uno de nuestros jóvenes de Stella Maris, en una canción que compuso para la ordenación diaconal.
Quiero ser sacerdote para ser puente. No quiero ser yo el fin de las personas, sino ser precisamente el medio por el cual las personas se encuentren con ese Dios con el cual yo también me quiero encontrar. Sería muy triste llevarlas a Dios y perderme también en el camino.

AK: Es una pregunta complicada porque no sé la respuesta. Creo que es responder a un llamado de Dios en algún momento de la vida. Aunque ya me había entregado a Dios desde joven, hubo un momento donde tuve un quiebre más que me dijo que tenía que "quemar las naves a full".
Una posibilidad que te da el sacerdocio es consolar a las personas. Pero no es uno quien consuela, sino Jesucristo. Uno no puede consolar a nadie. El sacerdote es el instrumento para eso en todo sentido. Hay que dejar de pensar tanto en lo mismo y servir al Señor para consolar a los demás, en lo que fuera. Quiero ser sacerdote por amor a Jesús, no hay otras respuestas. Si no es por amor a Jesucristo, esto no dura nada.
Estamos en un país en el que el sacerdocio no es precisamente una posición social que signifique nada ambicioso. Todos los que conocemos la realidad de la Iglesia uruguaya sabemos que no existen las comodidades y que hay que "remarla".

¿Qué miedos y esperanzas van surgiendo de cara al sacerdocio?

JH: Hay un miedo muy presente que es cuando uno constata su propia deficiencia, su propia miseria, y te da miedo no ser fiel. Pero al mismo tiempo sentirme acompañado por la comunidad y por las oraciones de todos ha sido algo muy lindo. Tengo miedo de ser un sacerdote que busque su propia voluntad. Tengo miedo de ser un sacerdote que quiera ser el protagonista y, lo digo honestamente, tengo miedo a sentirme el salvador de las personas. Tengo miedo de no hablar con Dios. Tengo miedo de ser un sacerdote egoísta, un narcisista. Por eso le pido a Dios que siempre me sostenga con la oración de mi pueblo y que me ayude a no olvidarme de dónde vengo.
Y está la esperanza de saber que Dios nos llama, que Dios llama a una persona a seguirle. La oración de las personas es lo que me hace lanzarme con los ojos cerrados, sabiendo de quién me estoy confiando.

AK: Esperanzas, todas. Y miedos, también (risas). Mis miedos son las propias miserias y la propia debilidad humana, porque todos somos capaces de no ser fieles a la vocación. Por eso me abandono en el Señor y en la Virgen, confío y echo para adelante. Para eso hay que poner todos los medios que haya que poner. La Iglesia tiene todas las recetas para todo, es una gran farmacia que nos dejó el Señor (risas).
Y esperanzas creo que todas. Es verdad que la Iglesia tiene sus tiempos de crisis porque somos humanos y porque nos mandamos metidas de pata. Pero Dios cada tanto va teniendo misericordia, nos va sanando y arreglando las cosas. La Iglesia uruguaya es —como dice el cardenal— pobre, pequeña y que siempre la rema. Creo que ese es el don que el Señor nos ha dado. Eso nos mantiene a salvo de un montón de borrascas que hay en otros lados y que nosotros las escuchamos de lejos. Para evangelizar en Uruguay siempre empezás de cero con las personas y eso es muy bueno.

Primeras misas

P. Alejandro Korahais: domingo 20 de noviembre a las 11:30 horas en la parroquia Nuestra Señora de los Dolores (Tierra Santa). Avenida 8 de Octubre 2757 esq. Estero Bellaco.

P. Josué Hernández: domingo 20 de noviembre a las 18:30 horas en la parroquia Stella Maris. Doctor Gabriel Otero 6489 esq. Costa Rica.

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