4

Don Jacinto Vera: nuestro obispo gaucho

La historia de don Jacinto Vera, nuestro obispo gaucho, llega hasta nuestros días en una mezcla de solemnidad y vida cotidiana, de alegría y reflexión, de cercanía y reverencia.
Los restos de Mons. Jacinto Vera descansa en la Catedral de Montevideo./ Fuente: Federico Gutiérrez

El Venerable Siervo de Dios Jacinto Vera es el Padre de la Iglesia en el Uruguay. Vivió el Evangelio de manera heroica. Modelo de santidad a la uruguaya, fue protagonista indiscutido de la Historia Nacional, aunque los libros en que estudian hoy nuestros niños y jóvenes casi no lo recuerden. Sacerdote, pastor, misionero, mostró condiciones excepcionales y dignas de contar en muchos aspectos de su vida y obra. Por eso, vale la pena conocerlo cada día un poco más.

Nuestro primer obispo era hijo de inmigrantes. Predestinado desde su nacimiento a ser misionero, nació en el océano el 3 de julio de 1813, y fue bautizado en Florianópolis, en el barco donde su familia viajaba a su proyectado puerto de destino: la que entonces era la Provincia Oriental, y es hoy la República Oriental del Uruguay. Allí llegaron a instalarse en un campo del departamento de Maldonado, donde tras varios años de trabajo sacrificado, consiguieron ahorrar lo suficiente para comprar su campo propio en la zona de Toledo, en el que luego sería Departamento de Canelones.

Creció como un niño gaucho, inmerso en las costumbres locales, que mantendría incambiadas por el resto de su vida y su ministerio: usaba poncho, chiripá y botas de potro; tomaba mate; era un hábil jinete que se trasladaba a caballo con la destreza del baqueano, el conocedor del medio rural donde transcurría su día a día. Campesino laborioso, al mismo tiempo fue un excelente exponente de la llamada viveza criolla y la garra charrúa en el buen sentido: fuerte, con gran inteligencia práctica, bromista, famoso por el sentido del humor, encantador al decir de quienes lo conocieron, de grandes amigos y profundos lazos familiares.

"Creció como un niño gaucho, inmerso en las costumbres locales, que mantendría incambiadas por el resto de su vida y su ministerio: usaba poncho, chiripá y botas de potro; tomaba mate; era un hábil jinete que se trasladaba a caballo con la destreza del baqueano, el conocedor del medio rural donde transcurría su día a día".

Así se fue moldeando la personalidad de Jacinto, un gaucho enamorado de Cristo que se entregó por completo a su misión. Alguien que repetidamente escuchó frases del tipo: Tú no puedes, Jacinto. No puedes desarrollar tu vocación de sacerdote porque no hay dinero, porque debes ir la guerra, porque no hay donde estudiar, porque las distancias son largas. No puedes ser vicario apostólico porque no eres del agrado de algunos poderosos; no puedes administrar tu Iglesia porque el poder civil no te lo permite. No puedes con la pobreza, la ignorancia, las carencias de tu pueblo, la dureza de los caminos, el frío. Un hombre que enfrentó el Tú no puedes con la oración, la confianza en la gracia de Dios, el amor a Jesús, el amor a la Virgen, el amor a su pueblo.

A los diecinueve años de edad, tras participar de una tanda de ejercicios espirituales, Jacinto descubrió su vocación al sacerdocio. En esa época, Uruguay no contaba con Seminario para la formación de sacerdotes, por lo cual, para concretarla, debía trasladarse al extranjero: Buenos Aires, lo más cercano. Quien confió en Dios nunca fue defraudado, solía repetir, y tras algunos años de ahorrar el dinero que su padre le pagaba por trabajar como peón en el establecimiento familiar, al mismo tiempo que adelantaba en los estudios de latín con el sacerdote patriota Lázaro Gadea, cabalgando largas distancias hasta Peñarol para recibir las lecciones, contra todos los pronósticos pesimistas llegó a Buenos Aires e ingresó en el Colegio de los Jesuitas. Fue ordenado sacerdote en 1841, y de regreso a casa, destinado a Guadalupe, hoy Canelones, el mismo pueblo que lo vio crecer, donde permanecería con distintos títulos al frente de la parroquia.

Mapa de las tres misiones del primer obispo del Uruguay./ Fuente: POSITIO VOL.III

Jacinto Vera, el obispo misionero, antes de ser obispo, ya era misionero. Recorría infatigable a caballo o en carro los vastos campos de Canelones, con sus muchas capillas dispersas. Durante el ministerio sacerdotal, se destacó también por la pobreza y el desprendimiento material. Múltiples testimonios de sus contemporáneos lo describen como a alguien a quien no se le podía dar nada para su uso personal, porque todo lo regalaba a su vez a quienes lo necesitaban. Cuentan que, al recibir la notificación de su nombramiento a la más alta dignidad de la Iglesia nacional, no tenía pantalones bajo la sotana, porque el último par que le quedaba se lo había dado a un pobre. El pueblo de Guadalupe, para la ocasión, hizo una colecta y le regaló un traje.

Fue el oriental más popular y querido de su época porque era el que estaba con su gente, en el hospital, en los asilos, con los presos, en el tranvía, en el sitio del Paysandú para atender a los heridos. Era conocido en todo el país y por todo el mundo, admirado y respetado hasta por el papa Pio IX.

A partir del año 1859 estuvo al frente de la Iglesia nacional, primero como vicario apostólico, luego en 1865 como obispo de Megara. Finalmente, fue ordenado primer obispo de Montevideo en el año 1878. Cuando asumió la conducción de la Iglesia que peregrina en Uruguay, nuestro país todavía estaba en camino de consolidarse como Estado y como nación.

Don Jacinto amó su pueblo, lo elevó y se entregó en su servicio para llevarle a esas ovejas perdidas en la inmensidad de un país despoblado, ese pan que es capaz de alimentar el hambre más profunda de nuestro corazón y nuestra vida. Dedicó su vida a dignificar a su pueblo; a llevarle el auxilio de los bienes espirituales y materiales en todos los órdenes a su alcance. Por eso recorrió el país en tres giras misionales completas, haciendo aproximadamente ciento cincuenta mil quilómetros en una época en que no había ni caminos ni puentes. En cada pueblo que visitaba, colocaba una cruz, que en muchos casos se conserva hasta el día de hoy. Se abrió camino muchas veces a campo traviesa, para llevar el Evangelio a los rincones más remotos del campo. El medio de transporte por entonces eran las carretas tiradas por caballos o bueyes, que al decir de europeos que visitaban nuestras tierras, eran demasiado precarias para cumplir bien sus funciones. Y hablamos de un país con vastos espacios semisalvajes, donde las jaurías de perros cimarrones, y los gauchos matreros constituían un peligro real para los viajeros.

"Don Jacinto amó su pueblo, lo elevó y se entregó en su servicio para llevarle a esas ovejas perdidas en la inmensidad de un país despoblado, ese pan que es capaz de alimentar el hambre más profunda de nuestro corazón y nuestra vida".

Pero la misión de monseñor Jacinto Vera no terminó con su muerte. A pesar de la ausencia de menciones en los textos oficiales de una enseñanza secularizante como tenemos en nuestro país, Jacinto continúa presente en el pueblo uruguayo, y no solo entre los católicos: un barrio popular lleva su nombre; también muchas calles en varios pueblos del país, instituciones de distinto tipo y hasta un par de murgas. Muchos libros se han escrito contando su historia. Ese sacerdote santo que tuvimos la gracia de recibir como Padre de nuestra Iglesia nacional, estuvo allí en vida cuando su pueblo lo necesitó, y continúa presente hoy, en las oraciones de muchísimos fieles que a diario elevan plegarias pidiendo por su intercesión. También en la vigencia de sus hechos y palabras.

Su modelo de santidad está asociado a la misión. Orar y misionar; misionar y celebrar los sacramentos. Y así la Iglesia que peregrina en Uruguay se multiplicó y fortaleció. Y como premio, Jacinto fue digno de la gracia de morir misionando.

Comentarios(4)

  1. Ana María Carrau says

    Aquí lo que nos falta decir es sobre la importancia de Su Escudo!!!!! Ojos para ver y oídos para escuchar leemos en la Biblia!!!
    A Jacinto se le pierden todos lis milagros que ha hecho!!!! NO ES CASUALIDAD!!!
    Por eso en su Escudo leemos: » JACINTO TRIUNFARÁ POR MARÍA!!!
    Gracias Señor! Gracias Madre!!!
    Cómo me gustaría le llegara esto al Papa Francisco!!!!!

  2. BOLIVAR BALIÑAS says

    Monseñor Jacinto Vera un personaje que debemos rescatar e incorporarlo a las páginas de nuestra Historia Nacional. Su obra ha sido silenciada por quienes fustigan y combatetén a los hombres de Fé

  3. María Célia Barnetche says

    A nuestro querido Ms.Jacinto Vera es a lo que ya LLAMAMOS SANTÓ cuando lo convocamos y cuantas gracias nos concede!!!!!

  4. Marina Carriba says

    Gracias por i formarnos más al detalle de nuestro querido Jacinto Vera, nuestro canario santo.

Escribir comentario