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Dios por su Iglesia crea un santo: Jacinto Vera

Mons. Jacinto Vera: misionero incansable. Fuente: R. Fernández

1) Dios forma y dona un santo a la Iglesia en el Uruguay

Si miráramos la historia de los hechos humanos, en 1800 se nos hablaría del crecimiento del poder de Napoleón, que traería la crisis monástica española Por las regiones del Plata seguirían guerras, nacerían países, cambiaría la cultura.

Ese mismo año, en Tinajo, en la isla de Lanzarote, Canarias, se casaban Gerardo Vera y Josefa Durán. Eran mayores, cristianos observantes, analfabetos. ¿Quién iba a decir que Dios, por su Verbo Jesucristo y la acción del Espíritu Santo estaba preparando el santo que fecundaría y santificaría la Iglesia en una región de los Reinos de Indias, que aún no tenía forma —Banda Oriental, Misiones Orientales, jurisdicciones diversas— y que sería la República Oriental del Uruguay?

En ese matrimonio fue concebido Jacinto y subió al barco en el seno de su madre, junto con tres hermanos. El 3 de julio de 1813 nació en el océano Atlántico y renació por el bautismo en Nossa Senhora do Desterro.

Cultivaron campo arrendado cerca de Pan de Azúcar y luego su chacra propia por Toledo. Dios fue formando a Jacinto: en familia pobre y laboriosa; en el trabajo y la responsabilidad de todos; en las virtudes domésticas, en la fortaleza física y moral ante las adversidades. Va a unir el temple del campesino cristiano español, con la agudeza, la sagacidad y picardía del criollo. El eje y sentido era la vida de hijo de Dios: la fe, la esperanza y la caridad.

“El eje y sentido era la vida de hijo de Dios: la fe, la esperanza y la caridad”

Buscando la voluntad de Dios, a los dicecinueve años, en 1832, en unos Ejercicios que dirigía el Pbro. Manuel Barreiro, oyó el llamado al sacerdocio, como sacerdote secular. Muy inteligente y aplicado, aprendió latín con el P. Lázaro Gadea, siguió brillantemente sus estudios en Buenos Aires con los PP. Jesuitas y otros. Sin dinero, llevó vida de pobre. Sin seguridades, confió en Dios. El 28 de mayo de 1841 fue ordenado sacerdote.

Los primeros diecisiete años de ministerio presbiteral los entregó en la Parroquia de Ntra. Señora de Guadalupe de Canelones. Descolló su entrega en todo: en la catequesis, en la atención a iglesias lejanas, como Santa Lucía o Tala, en las construcciones, en el culto, en la confesión, la atención a los enfermos; tenía una gran capacidad para atraer a los gauchos y los más alejados. Proverbial fue su amor y cuidado de los pobres, hasta el despojamiento de su propia ropa.

En 1859 fue elegido Vicario Apostólico para la reforma de esta Iglesia, muy alicaída. A ello se entregó, formando un clero piadoso, ilustrado y apostólico, acompañando y trayendo congregaciones religiosas, nucleando un laicado capaz de afrontar un movimiento de ideas y de poder que quería quitar a Jesucristo del alma del pueblo oriental. Por sobre todo fue un misionero incansable, que llevó en repetidas giras misioneras la luz del Evangelio a todos los rincones del país.

Al mismo tiempo, fundó las instituciones básicas de una Iglesia local: el obispado, la curia, el seminario, y liberó a la Iglesia de la intromisión continua del poder público. Esto en medio de un malón de fuerzas que iban contra la fe del pueblo en Cristo. Obra de su gran entrega, pero, sobre todo, de la gracia de Dios, que en él, en su persona y en su ministerio dio frutos de santidad y de edificación de la santa Iglesia.

“Proverbial fue su amor y cuidado de los pobres, hasta el despojamiento de su propia ropa”

2) La Iglesia reconoce la obra de Dios en su santo: un largo camino

En vida don Jacinto fue tenido por santo. Zorrilla de San Martín proclamó: “hermanos, pueblo uruguayo: ¡el santo ha muerto!... Nació predestinado a hacer la felicidad del pueblo uruguayo y ha cumplido la voluntad de Dios”.

Ahora bien, desde ese reconocimiento general de la santidad de Jacinto hasta el acto de proclamarlo e integrarlo al culto público, la Iglesia se exige a sí misma un camino serio.

Inmediatamente el sucesor Mons. Inocencio M.ª Yéregui y su secretario el P. Nicolás Luquese trataron de juntar testimonios necesarios para la causa del venerado padre. Mons. Dr. Mariano Soler, hijo queridísimo de Vera, encargó al Pbro. Dr. Lorenzo Pons la redacción de una biografía con fundamentos históricos, que ha sido la base del conocimiento de su vida.

Décadas de persecución y falta de personal fueron atrasando la causa, que debe iniciarse antes de los treinta años de la muerte. El recuerdo de Don Jacinto, no solo perduraba, sino que iba creciendo la fama de su santidad.

Por fin en 1930 el pedido de la Congregación Mayor Mariana llevó al arzobispo Dr. Juan Francisco Aragone a introducir la causa. Desde 1935 a 1941 se llevó a cabo el Proceso Informativo. Allí se reunieron testimonios, documentos. Gran promotor fue el P. Juan F. Sallaberry SJ. Todo ello fue enviado a Roma en 1942, donde comienzó el proceso apostólico.

Es engorroso explicar los distintos pasos de esta etapa. En 1992, se convalidó todo lo actuado hasta el momento. Mientras se agregaron estudios, muy valiosos los de P. Juan Villegas SJ.

Siempre quedaba la Positio, una Ponencia, en base a la cual llevar adelante un proceso de análisis de la vida, las virtudes y la fama de santidad del Siervo de Dios. A mí me fue encargado ese trabajo en 1998 y pude entregarlo a la Congregación en el año 2012 ¡catorce años! Describo algo de la Positio para que se vea la seriedad del estudio que hace la Iglesia. El volumen I, de 242 páginas, presenta en resumen la vida y las virtudes de Jacinto Vera, junto el extracto ordenado de todos los testigos que depusieron en el proceso diocesano. Colaboró el Pbro. Dr. Gabriel González.

“Proverbial fue su amor y cuidado de los pobres, hasta el despojamiento de su propia ropa”

Para escribir la historia del santo había 2200 documentos en el Proceso Diocesano, sin orden, escritos a máquina. Hubo que digitalizar y ordenar esto. Pero quedaban muchos archivos no estudiados, en el Uruguay, en Roma y otras partes. De hecho yo agregué al acervo documental 2000 nuevos documentos.

Con ello, escribí los volúmenes II y III: la Biografía documentada de 1520 páginas (ver la obra completa en https://amicus-sponsi.com/ven-vera/, con artículos, conferencias).

Esta Positio fue estudiada por los consultores históricos de la Congregación para las Causas de los Santos y tuvo el visto bueno el 28 de febrero de 2013. Un grupo de teólogos la estudió y la aprobó en septiembre de 2014. Votada por cardenales y obispos, el 6 de mayo de 2015 se decretó que Jacinto Vera es ‘venerable’: la Iglesia reconoce sus virtudes heroicas, la santidad de vida, su ejemplaridad cristiana y sacerdotal.

Sin embargo, antes de permitir el culto público, la Iglesia pide un signo de Dios, un milagro documentado. El 17 de diciembre de 2022 el papa autorizó la publicación del decreto de reconocimiento del milagro atribuido a la intercesión del venerable siervo de Dios Jacinto Vera: la curación de M.ª del Carmen Artagaveytia Usher en 1936.

Ahora sí, procederá a la beatificación, que tendrá lugar el 6 de mayo, el mismo día de la memoria litúrgica del beato Jacinto Vera. Se podrá poner su imagen en las iglesias, venerar públicamente sus reliquias, celebrar la santa misa en su memoria. Sobre todo, por su intercesión, oraremos por la conversión del pueblo uruguayo y seguiremos los ejemplos de santidad de quien reconocemos como nuestro santo y nuestro padre.

Comparto hoy mi indescriptible gozo y gratitud para con Dios nuestro Señor. En primer lugar por nuestro gran santo. “Con él se santificará todo el Uruguay”. En segundo lugar por haberme impuesto este servicio. Fue agotador, a veces hasta las lágrimas, con miedo a que quedara en el camino. Fue una inmensa gracia ir conociendo cada vez más a don Jacinto, dejarme atrapar por él y darlo a conocer.

 

Por: Mons. Dr. Alberto Sanguinetti

Obispo emérito de Canelones

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