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Detenerse en el camino y dar una mano

La Iglesia de Montevideo colabora, en distintas zonas y horarios, con personas vulnerables y en situación de calle.
La olla de la parroquia Inmaculada Concepción funciona los lunes y miércoles. Fuente: R. Fernández

Martes 4 de julio, 17.30 horas. La temperatura sobrepasa los 20 °C, algo atípico para esta época del año. En el centro de la plaza ubicada en Carlos Gardel y Zelmar Michelini, al lado del Centro Cultural Cuareim 1080, está fray Sebastián Montero (41). A su alrededor, los jóvenes de las residencias universitarias Franciscanum y Teresiana juegan con los niños del barrio Sur, la cuna del candombe. “Hoy vinieron pocos porque empezaron las vacaciones de invierno y se fueron a pasear”, dice el sacerdote franciscano.

La iniciativa de colaborar en el merendero surgió en 2012, después de que la parroquia San José y San Maximiliano, más conocida como Conventuales, realizó una misión por la zona para invitar a los niños a participar de catequesis. "Vimos que el merendero estaba funcionando a pulmón, con el aporte de las vecinas y mamás de algunas de las chiquilinas", relata fray Montero. Para que el proyecto saliera adelante, la parroquia invitó a los jóvenes universitarios de ambas residencias a dar una mano.

En los primeros años, los voluntarios asistían dos veces por semana y daban la merienda. Después agregaron el apoyo escolar y empezaron a preparar actividades con más planificación. Actualmente este servicio se realiza todos los martes de 17 a 19 horas, entre marzo y diciembre.

"Nunca se llegó a hablar desde la fe explícitamente. Tratamos de inculcar los valores de solidaridad y promover un proyecto de vida consolidado porque son niños que no tienen un horizonte de estudio”, señala el sacerdote. A su vez, los responsables de ambas residencias acompañan a los voluntarios. Cada mes se reúnen para preparar las actividades y compartir las experiencias que viven tras estar en contacto con los niños.

Los jóvenes que viven en las residencias universitarias Franciscanum y Teresiana atienden el merendero que está ubicado en el Centro Cultural Cuareim 1080. Fuente: gentileza de fray Sebastián Montero

Fray Montero cuenta que desde el equipo de voluntarios hay un seguimiento “muy básico” de lo que vive cada niño: “Son familias muy vulneradas. Hay cárcel, droga y prostitución”. Su objetivo es integrar a chicos que provienen de otras realidades. "Nuestra propuesta es integrar a los niños que viven en las cooperativas para que la diversidad de situaciones sociales nos haga sentir comunidad", explica.

En promedio colaboran veinte voluntarios durante el año. Juan Pablo (19) llegó desde Piriápolis a Montevideo hace un año para estudiar Comunicación en la Universidad de la República. Vive en la residencia Franciscanum y es católico. "Estamos en un barrio muy carenciado, y las carencias se notan pila. Los niños están agobiados de que sus padres les peguen. Es horrible”, cuenta.

“Tratamos de que cada martes ellos estén contentos. Capaz que en el resto de la semana se sienten mal y cansados, pero en el merendero están con una sonrisa”, agrega.

El universitario confiesa que cada semana se lleva enseñanzas: “A veces, uno está cansado pero viene a entregar lo mejor y ayudar al otro. Termino contento, porque los niños vienen, te dan un abrazo y un beso. Ellos también te hacen pasar un lindo momento”.

Mary Larrosa, integrante de la Institución Teresiana, define a los voluntarios como “educadores del corazón” por su disposición en ayudar a los niños en sus tareas. "En el último tiempo he visto cómo la realidad les ha exigido a los voluntarios una preparación para atender a los desafíos que enfrentan", dice. Por eso, los jóvenes han participado de charlas, encuentros con profesionales y recibieron el asesoramiento de una maestra para aplicar estrategias pedagógicas y didácticas.

Belén (20) es de Cerro Largo y se instaló en la capital para estudiar Economía. Desde 2021 participa del voluntariado. Es creyente, pero aclara que "no está involucrada con la Iglesia" y que tiene una "relación de idas y vueltas" con la institución.

"Es muy gratificante participar. Generás una relación tremenda con los nenes. Ves un cambio en la forma en la que ellos te reciben y cómo se relacionan entre sí acá”, indica. Cada martes, Belén termina cansada. Siente que participar del voluntariado le quita demasiada energía, pero está aliviada y feliz porque puede “aportar su granito de arena”.

El sol se oculta y comienza a llover. La mesa del Centro Cultural Cuareim 1080 se llena de lápices, hojas y tijeras. No es un día para hacer deberes, es un día para jugar y divertirse.

***

Miércoles 5 de julio, 19.30 horas. El olor a guiso de carne y verduras llega hasta la puerta de entrada del salón parroquial de Inmaculada Concepción (Paso de las Duranas). Ocho adultos ajustan los últimos detalles para salir a repartir comida a personas en situación de calle.

La olla ambulante de la parroquia Inmaculada Concepción empezó a funcionar en 2018, por iniciativa de un grupo de estudiantes del colegio Mariano, que está enfrente al templo. Después, los adultos de la comunidad asumieron el compromiso. "Al principio teníamos un solo auto. Algunos iban en el vehículo y otros a pie. Llevábamos una heladerita de helado para que no se enfriara la comida", relata Alejandra (49).

La olla funciona los lunes y miércoles, entre marzo y diciembre, y se sostiene a través de donaciones del Plan ABC, de la Intendencia de Montevideo, y aportes de la comunidad parroquial.

Mientras sirve las viandas, Alejandra reflexiona sobre la importancia del servicio: "Que recordemos sus nombres es importante. Ellos se sienten felices por un rato porque en el resto de la semana se sienten invisibles. Las historias de vida que te cuentan son terribles. Nos hemos encontrado con gente con estudios, pero que por la droga terminó en la calle".

Faltan pocos minutos para las 20.30 horas, la hora señalada para salir a entregar las viandas. El hermano Diego Bravo dirige la oración. "Que el Señor Dios, bondadoso, nos acompañe y que dé alimento espiritual a las personas que lo necesitan. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén", dice.

Los voluntarios de la olla de la parroquia Inmaculada Concepción (Paso de las Duranas) antes de salir a entregar las viandas. Fuente: Romina Fernández

Los voluntarios se distribuyen en dos autos. El párroco, P. Yandri Loor Giler (39), y Aldo (65) van juntos. El primer recorrido es por las inmediaciones del Parque Posadas. Se encuentran con Alfredo, un hombre que no veían desde hace dos meses.

—Estuve internado por la gripe de influenza —cuenta Alfredo.
—Tenés que cuidarte —dice el sacerdote y le da la bendición.

El camino continúa. El sacerdote y Aldo ven a un hombre alto y delgado caminando por la avenida Luis Alberto de Herrera casi a la altura de avenida Millán. Nunca lo habían visto. Detienen el auto y se acercan a él.

—¡Hola! Buenas noches —dice el hombre y saluda con el puño.
—¿Cómo te llamás? —pregunta el párroco.
—Juan Andrés me llamo, un gusto.
—¿De qué barrio sos?
—Eh... estoy en la calle.
—¿Pero más o menos por dónde estás?
—Viví más de veinte años en Aires Puros pero quedé en situación de calle —dice Juan Andrés, con cara de tristeza.
—Si quieres te damos una vianda más.
—Dale, muchísimas gracias.
—Dios es grande.
—¡Que lo disfrutes! Los lunes y miércoles pasamos siempre por acá.
—Muchas gracias. Se ve que fue una obra de Dios que los encontrara.
—Que Dios te bendiga —se despide el sacerdote.

El P. Loor Giler y Aldo se despiden de Juan Andrés y continúan la recorrida. El sacerdote y el laico se bajan en la plaza José Arechavaleta, enfrente al monumento de Aparicio Saravia.

—¡Gustavo! Hace tiempo que no te veía —dice Aldo.
—Empecé a trabajar, gracias a Dios —responde Gustavo.
—¡Qué bueno! ¡Qué alegría!
—Hay que laburar, mi negro.
El hombre saluda al sacerdote.
—Necesito dos bandejas, si se puede —pide Gustavo.
—Tenés suerte, porque tenemos bastante —responde el P. Loor Giler.
—Entonces dame tres —dice Gustavo entre risas—. Muchas gracias gente. La verdad, son los número uno.
En ese momento aparecen Adrián, Nicolás y Víctor, que se llevan más viandas. Cada breve charla termina con un "Dios te bendiga". Quedan solo seis viandas y la noche continua.

En el camino, Aldo reflexiona: "Esta realidad no debería existir. Esta realidad me choca, me molesta y me hace sufrir mucho. La gente no tendría que estar en la calle esperando un plato de comida”. El voluntario
es jubilado. Fue docente de Idioma Español en Secundaria y ahora dedica parte de su tiempo a colaborar con la obra. “Como experiencia personal y humana, esto me hace bien. Lo que uno recibe de la vida y de Dios, debe de tratar, a través de su tiempo y sus recursos económicos, de ponerlo al servicio de otros que tienen menos que yo", dice.

"Desde que comenzamos, vemos que el número de personas en situación de calle ha aumentado. Siempre hay rostros nuevos. Hay personas a las que le perdimos el rastro, no sabemos qué les pasó", agrega el P. Loor Giler.

El P. Loor Giler y Aldo van en busca de José Mario, un cuidacoche que conocen desde hace tiempo.

—Te trajimos una viandita que está muy rica —dice Aldo.
—Gracias, qué pinta tiene —agradece José Mario.
José Mario señala la puerta de entrada de una clínica. Ahí es donde duerme.
—Siempre estoy acá —dice José Mario.
—Y si por casualidad no te encontramos, ¿te podemos dejar la vianda acá? —pregunta Aldo.
—Podés dejarla en el autoservicio de veinticuatro horas. Le decís que es para mí y ellos me la guardan. Si la dejan acá, seguro me la roban.
—Perfecto. El lunes que viene volvemos a pasar. Que lo disfrutes.
—Que Dios te bendiga —se despide José Mario.

Cada semana, la olla de la parroquia Inmaculada Concepción entrega entre 120 y 130 viandas a personas en situación de calle. Fuente: Romina Fernández

El penúltimo encuentro de la noche es con Luis, un hombre que es cuidacoche y siempre se lo encuentra enfrente a la parroquia San Carlos Borromeo. Luis se lleva siempre cinco viandas, una para él y las otras
para sus cuatro nietos.

Queda solo una vianda. El beneficiario es un hombre de veintinueve años.
—¡Qué alegría! Tanto tiempo. No sabía que pasaban los miércoles también —expresa el joven, quien no dice cómo se llama.
—Sí, dos veces a la semana pasamos —dice el sacerdote.
—¿Tienen otra bandeja para mi hermano?
—Disculpá, hermano. Esta es la única que me queda.
—Bueno, el tema es que con mi hermano estamos en la calle. No vamos a los refugios. Será hasta el lunes que viene.
—Que Dios te bendiga.
—Muchas gracias, igualmente —agradece el joven.
Ya no quedan viandas. "Ya llegamos a la parroquia. Gracias por todo y buen descanso. Bendiciones", envía por audio de Whatsapp el P. Loor Giler al grupo de voluntarios. En total, se entregaron setenta y dos
viandas y sesenta y un panes con membrillo.

***

Viernes 7 de julio, 11.30 horas. El portón de la parroquia Nuestra Señora del Sagrado Corazón (Punta Carretas) está abierto. Es la hora del almuerzo para los usuarios de la olla. El menú del día es guiso de lentejas con carne. "Hoy vinieron pocos. Después de comer ya se van. Están ansiosos porque están con un hambre impresionante. Repiten hasta cuatro veces el plato", dice Monique (84).

La voluntaria no se acuerda en qué año surgió la iniciativa. Lo que sí tiene grabado en su memoria es que fue en la capilla San José (Roque Graseras 770). "El padre Henry (Santana) contó en la homilía que en la
parroquia en la que había estado anteriormente había una olla", dice. El testimonio del sacerdote fue lo que inspiró a Monique a promover la misma idea en su parroquia.

En los primeros años, la olla era ambulante y se realizaba durante la noche. Cocinaban en la parroquia y después salían en una camioneta para repartir platos de comida desde la plaza Gomensoro hasta la zona
de Tres Cruces. Con la llegada de la pandemia, la modalidad cambió. Los voluntarios cocinaban en sus casas y salían a repartir al mediodía. Actualmente cada semana, la olla entrega entre treinta y cuarenta platos de comida.

Entre 20 y 30 personas en situación de calle asisten cada semana a la olla de la parroquia de Punta Carretas. Fuente: Romina Fernández

"El Espíritu Santo te ilumina y se van apareciendo cosas", expresa Monique, y cuenta que además surgió el servicio de ducha y ropería para personas en situación de calle. La última novedad es que se construyó un consultorio odontológico, gracias a la donación de un dentista que se jubiló y el aporte de la Asociación Diplomática de Ayuda.

Monique comparte el servicio junto con su hija, Dominique (59). “Hemos notado un cambio por parte de ellos. Vemos miles de milagros pequeños. Me voy con el corazón lleno de amor y lleno de la gracia de
Dios. Todos terminamos beneficiados por el amor", dice, y lamenta que “unos cuantos han fallecido y otros están presos porque han hecho cosas feas por culpa de la droga y el alcohol”.

Sobra guiso para llenar dos o tres platos más. Brian va por su cuarto plato. Cristina cuenta que se le rompió un diente y pide ayuda para que se lo arreglen. Otros aprovechan para descansar. Los demás esperan
su turno para bañarse. Mientras tanto, Estela anda por la vuelta con sus perros.

El sonido de la campana del templo indica que es mediodía. Brian está satisfecho. Después de lavar su plato, le pide a Monique que le dé ropa limpia. Mientras seleccionan las prendas, dialogan.
—Una vez una mujer pensó que la iba a robar —relata Brian.
—¿Por qué será? —pregunta Monique.
—Porque piensa que somos todos iguales.

Parte del equipo de voluntarias de la olla. Fuente: Romina Fernández

 

Por: Fabián Caffa

Redacción Entre Todos

Estado de situación

El trabajo de la Pastoral Social consiste en identificar los distintos servicios que hay en la Iglesia de Montevideo, registrar y actualizar sus datos de contacto para derivar a voluntarios y donaciones. Además, genera diálogo con los referentes que animan las obras y favorece la coordinación por zona entre los distintos servicios.

Se calcula que en la arquidiócesis hay aproximadamente ciento treinta obras sociales, que se agrupan en nueve categorías: acompañamiento comunitario, adicciones, apoyo a la mujer en situaciones de vulnerabilidad, discapacidad, educación no formal, formación/inserción laboral, hogar, salud y situación de calle.

María José Carrau, secretaria ejecutiva de la Pastoral Social de Montevideo, cuenta que dos veces al año se realiza una reunión por área: "Me sorprende ver todo lo que se pone en un servicio, el amor y la preparación de las cosas. La gente de la comunidad se junta para rezar y preparar los servicios. Cada vez que voy a alguna de las obras, veo la fuerza del Espíritu Santo que la lleva adelante. Siempre la providencia actúa, a su manera".

Carrau informa que durante el primer semestre del 2023 se visitaron varias parroquias de la capital y que se observó bastante “preocupación por el consumo de drogas en personas en situación de calle”.

Commentario(1)

  1. Mari says

    Nuestro padre del cielo los bendiga grandemente por tan maravillosa tarea ayudando al prójimo🙏🙏🙏🙏🙏🌹❗

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