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Card. Sturla a los jóvenes: “Demos la carucha por Cristo”

El cardenal respondió sus preguntas en un "mano a mano"

La fiesta de San Felipe y Santiago que se celebró el pasado sábado en la Rural del Prado concluyó con la “previa con el cardenal”, un encuentro de los jóvenes con el arzobispo de Montevideo, el cardenal Daniel Sturla.

La reunión fue pasadas las 20.30 en un galpón del Prado que parecía un living repleto de chicos. Algunos pidieron el micrófono y lanzaron sus preguntas, otros las hicieron llegar por escrito y las leyó el seminarista Juan Andrés Verde. El cardenal las fue respondiendo de a una, en tono cercano y ameno, en un verdadero “mano a mano”, como proponía la consigna.

Uno de los chicos fue directo y preguntó al arzobispo qué espera de los jóvenes. “Un joven cristiano en determinado momento de su vida tiene que preguntarse ‘qué quiere Dios de mí’”, comenzó a contestar el card. Sturla.

“Si uno no se ha hecho esa pregunta todavía, está lejos de querer vivir su vida como cristiano. No se trata solamente de saber qué quiero hacer yo, qué me gusta, si consigo novio, si me va bien o qué. Todo eso está bárbaro, pero la pregunta clave es ponerme frente al Señor, frente al Sagrario y decirle: ‘Jesús, ¿qué quieres de mí? ¿qué quieres de mi vida?’ Si todavía no se han hecho esta pregunta, quiero que se la hagan”, pidió el cardenal.

Luego apuntó un segundo consejo, en línea con lo que había dicho horas antes en la homilía de la Misa, cuando recomendó no ser cristianos achicados. “Por favor, estamos llenos de cristianos achicados y tenemos el gran peligro que dice Jesús en el Evangelio: ‘Aquél que no me reconoce delante de los hombres, yo no lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo’. Tenemos que ser cristianos capaces de dar la carucha por Cristo. No ser cristianos achicados no se opone a ser cristianos agrandados, no. La clave es ser cristianos contentos. Contentos de ser cristianos”, recomendó.

A continuación, citó al padre chileno Alberto Hurtado, santo jesuita, que solía repetir la frase “contento, Señor, contento”.

“Ser parte de la Iglesia católica, conocer el Evangelio de Jesús, ser amigo de Jesús, saber que en lo más íntimo de mi intimidad habita Dios mismo, la Santísima Trinidad, que somos templo del Espíritu. ¿Cómo puedo estar triste o achicado porque me miran con sonrisita los que se creen tan inteligentes o racionales, los que dicen que son científicos y por eso no son creyentes?”

“El tema radica en que nosotros, sin achicarnos, demos testimonio de Cristo. No que nos hagamos los prepotentes, sino que sencillamente estemos contentos, felices de ser cristianos y sepamos dar razones de nuestra fe. Para eso, además de rezar, de hablar con Jesús, también hay que formarse cristiano. Si no somos capaces de dar razones de la fe, nos hacen pelota en la primera de cambio. Hay que estudiar, leer, formarse como joven cristiano”, concluyó el cardenal Sturla.

A continuación, las demás preguntas y respuestas del cardenal.

Leer el Evangelio

Hace tiempo que trato de tener un Evangelio pequeño. Qué bueno es tenerlo en el bolsillo, conmigo.

Mi vida es la amistad con Jesús. Este sentido pleno de mi vida no lo tengo por ser obispo o cardenal, lo empecé a tener en mi familia, con mis amigos. Siguió presente cuando era adolescente. Por esa época tuve la alegría enorme de participar de un grupo de Horneros y luego de Castores, una ocasión de dar una mano con un servicio. Fuimos al Cottolengo Don Orione, al hospital Pedro Visca, a una cooperativa de viviendas en Colón. Ahí nunca faltaba la Misa dominical.

En ese tiempo, a los 15 años, una chica del grupo de Castores me dijo:
-Daniel, ¿leíste alguna vez el Evangelio?
- Sí, claro, muchas veces
-No, no, te pregunto si leíste el Evangelio. Todo: Mateo, Marcos, Lucas, Juan
-No
-Ah, entonces no sabés nada de Jesús

Me lo decía a mí, que era un joven católico, y ¿cómo que no sabía nada de Jesús? Eso para mí fue muy importante, me marcó. Me compré una Biblia y comencé a leer. Quedé deslumbrado por Jesús. Yo a Jesús lo quise desde chico –tomé la comunión muy chiquito, a los 6 años, yo quería tomar la comunión, quería a Jesús–, pero cuando leí los Evangelios a los 15 años tuve también un deslumbramiento. Conocer a Jesús, encontrarlo en su palabra. Desde entonces hasta ahora, el Evangelio de Jesús ha sido una luz en mi vida.

En esa época quería casarme, formar una familia, ser abogado, historiador. Después, ya más grande, a los 16 o 17 años me plantearon la vocación salesiana y sacerdotal, me encantó que me lo plantearan pero dije que no, “no es para mí”. Pero de todas formas, esa opción de casado y padre de familia, yo pensaba vivirla como cristiano, eso lo tenía clarísimo. Porque Jesús era mi amigo. Después vino la decisión vocacional, pero les quería compartir de entrada lo importante que es el Evangelio para conocer a Jesús, para amar, para compartir. Jesús nunca nos decepciona. Nos pueden decepcionar todas las personas, aún las más queridas. Uno puede pensar en la gente que realmente quiere, y encontramos que puede tener algún elemento que no nos gusta mucho. Jesús es un amigo que nunca decepciona, vale la pena servirlo.

El Evangelio, en definitiva, es encontrarnos no con un conjunto de normas, criterios, valores. Tiene todo eso, sí. Pero es encontrarnos la fascinación de una persona única en la historia de la humanidad. El único que dijo que era el Camino, la Verdad y la Vida. Seguirlo a Él es aquello que puede dar sentido a toda existencia humana. Esa es la alegría de mi vida y sé que es la alegría de todos ustedes, o de la mayoría de ustedes. O es una alegría que siempre estamos invitados a redescubrir para llenar de sentido nuestra existencia.

¿Cómo hacer que todos los movimientos nos sintamos Iglesia, todos alineados y sin criticarnos, pero sabiendo que cada uno tiene su rol?

Muchas veces se da que camiseteamos mucho con nuestro grupo, movimiento, nos creemos que somos fantásticos y miramos medio de arriba a los demás. Y lo más importante es amar a la Iglesia. Porque es la Iglesia la comunidad de los discípulos de Jesús, y es la Iglesia en su conjuntos que forma el cuerpo de Cristo. Y recordemos lo que decía San Pablo, que si todos fuéramos mano, no serviría de nada, si todos fuéramos pie, tampoco. Cada uno, miembro del cuerpo de Cristo, le da su tónica particular y entre todos formamos la Iglesia. Primero, un gran amor a la Iglesia.

Segundo, es lindo que los distintos movimientos sientan la “camiseta” propia. Eso es bueno, siempre que sea con respeto al otro y siempre que, sobre todo, no seamos criticones. Eso no quiere decir no tener sentido crítico, porque es bueno tener un sano sentido crítico. Tener un sano sentido crítico, no ser criticones, tener la camiseta puesta pero amar a la Iglesia. La Iglesia es la que tiene asegurada de parte de Cristo la perseverancia hasta el fin.  No un movimiento, congregación o grupo.

¿Cómo podemos organizar nuestra vida para poder cumplir con nuestras responsabilidades y no descuidar nuestra fe, la vida de intimidad con Jesús?

Eso que llamamos vida interior o vida espiritual es importantísimo para cada uno de nosotros. Esa vida del cristiano tiene dos fundamentos claves. Uno es la oración de cada día. El otro, la Misa dominical. Son dos patas que no pueden faltar. Si paso todo el día sin un rato de oración, estoy lejos de la vida cristiana. Y si no voy a Misa el domingo, estoy muy lejos de la vida cristiana. Porque recordemos que ir a Misa el domingo no es el techo. Es el piso de la vida cristiana. De ahí, para arriba. Ese es el mínimo, no es el máximo. Después, ojalá que si voy a Misa los domingos y rezo cada día, viene el otro gran sacramento que nos tiene que acompañar, que es la reconciliación o confesión o penitencia. Yo siento tanta alegría cuando me confieso. En general me confieso cada 15 días, 20. Pero en este tiempo que ha sido medio tumultuoso me pareció que tenía que confesarme todas las semanas. Cada semana me voy a confesar, porque experimento que tengo que estar muy en gracia de Dios, en amistad con Él. Necesito que la gracia de Dios llene el corazón y mi vida.

Yo no les digo “confiésense porque hay que confesarse”, les digo “no saben lo que se pierden si no se confiesan seguido, no saben lo que se pierden si no llevan una vida de Misa dominical y oración diaria". Y esta es la base. De ahí para arriba, si habrá para crecer. Y no dudo de que acá hay muchos jóvenes que tienen una vida espiritual muy intensa que supone también el Rosario diario, Misa entre semana, que supone hacer algún ayuno, etcétera, etcétera.

Ayer fue el día de santo Domingo Savio, que los salesianos queremos muchísimo. A los 15 años había llegado a un grado de vida espiritual tan intenso que lo superaba al mismo Don Bosco, que era su maestro. Don Bosco lo encontraba en éxtasis frente al Sagrario. A los 15 años quedaba prendado ante el Sagrario y elevado, así lo encontraron más de una vez sus compañeros y el mismo Don Bosco.

¿Qué sentiste cuando fuiste llamado por Dios? ¿Cómo decidiste tu vocación?

Fui al colegio San Juan Bautista de los hermanos de la Sagrada Familia, ahí fui al grupo Castores. Era el menor de cinco hermanos y en mi adolescencia viví algo muy fuerte, se murieron mis padres con tres años de diferencia. Cuando estaba en 1º de liceo murió mi padre, tres años después murió mi madre. Mi padre murió de un momento para otro, de un infarto en el trabajo. Mi madre estuvo un año enferma de cáncer.
Nos organizamos, seguimos, en casa no había un mango. Mis hermanos mayores se pusieron a laburar, salimos adelante y tuvimos gente muy buena cerca. Sentimos muy fuerte el hecho de tener que salir adelante. A los 16 años no tenía que pedir permiso para nada, pero nos teníamos que poner de acuerdo los hermanos.

En ese contexto yo estaba en Castores pero mi madre antes de morir me pidió que dejara el grupo. Era un momento muy difícil a nivel político en Uruguay. Como le prometí a mi madre, dejé Castores. Justo ahí entré en 5º de liceo en el Juan XXIII y encontré algo que me atrajo mucho: el espíritu de la vida salesiana, un grupo de amigos muy lindo. Eran chicos y chicas –en el San Juan éramos solo varones–. Fuimos a un retiro y una chica me jorobaba: “Vos tenés que ser cura”, me decía. “Salí”, le contestaba.

Pero a los pocos días el cura del colegio, el padre Félix Irureta, santo varón, me llamó. Era una fecha muy especial para mi familia, yo había ido a Misa ese día. Era el 8 de setiembre, la Natividad de la Virgen, y a la salida de Misa me invitó a su escritorio. Me dijo: “Mirá Daniel, te voy a hacer un planteo que te haré esta vez y nunca más. ¿Nunca pensaste en ser sacerdote?” Yo me quedé frito con la pregunta. “Mirá, bueno, alguna vez lo pensé…”. “Ta ta, como el otro día te jorobaron en el retiro, yo dije vox populi vox Dei (voz del pueblo, voz de Dios), y si querés te invito a un camino de discernimiento vocacional. Pensalo y me respondés”.

Me fui muy contento de que me lo hubieran planteado. Cuando un cura le dice eso a otro, implica que considera que podés ser de su familia, y esto es muy importante: es como decirle a otro que venga a vivir a tu casa, yo no se lo digo a cualquiera. Eso me dejó contento. Pero a los dos días, le dije: “Félix, gracias por lo que me dijiste pero no veo que sea mi camino. Quiero formar una familia”. “Genial, vamo’ arriba Daniel”. Nunca más me dijo nada. Y eso para mí fue muy importante, nunca más dijo nada.

Pero la pregunta quedó. Yo salía, teníamos un grupo, salía especialmente con una chica… todo bien pero me seguía la pregunta. Después de 6º entré en Facultad de Derecho, profesorado de Historia. Y allí, en ese verano, sí, la duda me golpeaba muy fuerte y sentía que tenía que decidir. En ese momento me invitan a un retiro, un grupo de exalumnos del colegio. El retiro era en Punta del Este, fui y en ese retiro le dije al cura que me había quedado esa pregunta. Ya lo había hablado con él el año anterior. Me dijo: “Si es en serio, vení dentro de un mes. Eso sí, empezá a dar catequesis, vos no tenés ningún apostolado”.

Comencé a dar catequesis y ahí me dije: “Me encanta transmitir a Jesús”. Estaba preparando para la primera comunión. Ahí sí, Félix Irureta me regaló la vida de Don Bosco y me fascinó, encontré ahí el estilo de vida cristiano que yo quería, el amor a la Iglesia, al Papa, a la Virgen, a Cristo, a los jóvenes, a los más pobres. Todo eso lo veía reflejado en los salesianos que estaban ahí. Me resolví.

Una anécdota: le dije al cura que sí. Una gurisa, con la que yo andaba medio... me entero que estaba conmigo, podemos decir. Fui al cura y le dije de ir un poquito más despacio. El cura me dijo: “El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el reino de Dios”. Fui a casa caliente, enojado. Y yo estaba buscando un catecismo antiguo que tenía de chico, para la catequesis que tenía que dar. Agarré libros que había en casa, encontré ese que buscaba hacía días, veo la tapa y en la tapa dice “el que pone la mano en el arado…”. Dije, no voy a mirar atrás. Y seguí adelante.

Después que entré en el noviciado, el primer año estuve a punto de dejar porque, si bien me encantaba la vida salesiana y me parecía bárbara, no me veía ahí. Tuve un momento de gran duda pero me abrí al director espiritual, un santo cura, y medio se me aclararon las dudas y gracias a Dios seguí adelante.

¿Vale la pena la castidad antes del matrimonio? ¿Qué tan importante es? ¿Cómo ser casto?

El tema no es la castidad, el tema es el amor. Si el amor es en serio, el amor supone siempre una cuota de reserva, porque el amor supone ser fiel y la fidelidad supone la capacidad de reservarse. Si quiero mucho, mucho, a alguien, de hecho descarto otros amores por ese amor. Y la capacidad de amar está unida a la de decir “qué lindo que es un amor donde uno y otro nos respetemos, crezcamos, disfrutemos los momentos más lindos”. En ese sentido, les digo dos cosas: es muy diferente para quien hace voto de castidad o promesa de celibato que para quien se prepara a vivir el matrimonio. Hay una cosa común, que es vivir el amor. El cura, la religiosa, si no aman, no viven la castidad por más que nunca tengan nada con nadie. Porque la castidad supone amar en serio.

Mi experiencia es que castidad y alegría van juntas. Castidad, amor y alegría. Cuando uno realmente vive la castidad como un camino de amor, el Señor nos da la gracia, nos da la fuerza, la posibilidad de vivirlo. Pero supone obviamente un cuidado especial que un religioso o sacerdote está llamado a vivir intensamente. Hay que cuidarlo y eso supone permanentemente estar sobre sí mismo pero con tranquilidad de espíritu y amar profundamente a Dios, a Jesús con toda el alma y a los que Cristo nos envía. A estos hay que quererlos con un amor que, siendo personalizado, al mismo tiempo no se enfila solo para uno o solo para una, sino que tiene mucha gente que quiere.

No me asusto. Mis sobrinos primero conviven y después se casan, he casado a varios. Entiendo la situación, me parece que se pierden algo precioso, que es el hecho de decir “como te quiero y vos me querés, nos reservamos para que, cuando Dios consagre nuestro amor, vivamos la plenitud del amor también en la entrega sexual”. Es un tema de reserva porque te quiero. Reservarse porque nos queremos.

Si estamos solamente aguantándonos, capaz que no vale la pena el “sacrificio”. Si lo vivimos con amor, con cariño, con ternura, con ese sentido de reservarnos para la entrega total y definitiva, genial. Y si no, como dijo Robin Williams, en la noche de bodas finjan sorpresa.

¿Qué es lo que más te enoja de la Iglesia y qué es lo que más te anima?

Estamos con un tema muy candente. Me duele muchísimo esto que ha pasado con los abusos sexuales de menores. Me duele enormemente, me da vergüenza. Pero no quiero ser hipócrita, porque sé que es un drama que existe en todas las instituciones, que existe enormemente en las familias. El dolor inmenso es que exista en la Iglesia, eso me duele muchísimo.

Lo que más me anima: tanta gente que ama a la Iglesia y que la ama como es. Hace unos años se había escrito un libro, ‘La Iglesia que yo quiero’. La que yo quiero es esta, no la que me imagino. La familia que quiero es mi familia, como es. Estamos llamados a amar esta Iglesia concreta, que es la que fundó Jesucristo y la que formamos todos nosotros. Amo intensamente a esta Iglesia, la de Jesucristo, la católica, la que tiene hoy al papa Francisco, ayer a Benedicto, anteayer a Juan Pablo. No amo la Iglesia porque está Francisco y me gusta este Papa, amo a la Iglesia de Jesucristo con Francisco, Benedicto, Juan Pablo. Amo a la Iglesia con obras fantásticas (por ejemplo, el pesebre viviente que hacen las del Cottolengo femenino Don Orione) y también amo a la Iglesia con los curas pecadores o con las situaciones que no me gustan tanto. Porque amo a la Iglesia de Jesucristo que tiene cosas fantásticas y cosas que me duelen. Pero les puedo asegurar de todo corazón que es muchísimo más lo que hay de bueno en la Iglesia -en la de Montevideo y en la Universal- que lo que hay de malo, que lamentablemente también existe. Amo a la Iglesia como la Iglesia es.

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