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Semana Santa

Preparar el corazón para el Tiempo Pascual
Procesión de Domingo de Ramos / Fuente: DECOS Montevideo

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Este domingo 14 de abril comienza la Semana Santa. Es el tiempo litúrgico más intenso del año para los cristianos. Es el momento en el que reflexionamos y meditamos la Pasión y Muerte de Jesús, pero sobre todo nos preparamos para el momento central de nuestra fe, celebrar la Resurrección. A continuación, una síntesis de lo que se celebra en esta semana tan especial.

Domingo de Ramos

El domingo de Ramos, también conocido como domingo de la Pasión, inaugura la Semana Santa. Los cuatro Evangelios relatan los acontecimientos que este día se celebran. Jesús, presentado como el Rey-Mesías, entra y toma posesión de su ciudad; Jerusalén. Pero no es la entrada de un rey guerrero con su ejército, sino como la del Mesías humilde y manso, cumpliendo la profecía de Zacarías (9,9): "He aquí que tu rey viene a ti; él es justo y victorioso, humilde y. montado en un asno".

Un momento importante de la celebración es la procesión. El significado de la entrada triunfal de Cristo solamente se percibe desde la fe. Jesús entra en la Ciudad Santa para padecer, morir y resucitar. En cada eucaristía se repite la aclamación del pueblo ante la llegada de Jesús: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!; ¡Hosanna en las alturas!"

La solemne lectura de la pasión es lo más característico de la misa. La lectura del evangelio se despoja de todo ceremonial, incluso en las misas solemnes: no se usan velas ni incienso, y se omite también la señal de la cruz al principio. Simplemente se comienza con el anuncio: "Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo".

La liturgia de las palmas anticipa en este domingo el triunfo de la resurrección; mientras que la lectura de la Pasión nos invita a entrar conscientemente en la Semana Santa de la Pasión amorosa de Cristo el Señor. Se entrecruzan las dos tradiciones litúrgicas que han dado origen a esta celebración: la alegre, multitudinaria, festiva liturgia de la Iglesia madre que se convierte en imitación de lo que Jesús hizo en Jerusalén, y la austera memoria de la pasión que marcaba la liturgia de Roma.

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Jueves Santo

En la Misa vespertina comienza el triduo pascual. Domina en este día el ambiente de preparación hacia la Pascua, al mismo tiempo que comienza ya su celebración. Así ocurrió el primer jueves santo, cuando el Señor envió a Pedro y a Juan para hacer preparativos: "Id y preparad para que comamos la pascua" (Lc 22,8).

El Jueves Santo se celebran dos misas: la llamada Misa Crismal, que tiene lugar únicamente en las catedrales, y la misa vespertina en la cena del Señor, en las parroquias y capillas. La Misa Crismal incluye la consagración de los santos óleos que se usan para los catecúmenos, el bautismo, las confirmaciones, ordenaciones, consagración de los altares e Iglesias y para la unción de los enfermos.

En esta celebración resalta el tema del sacerdocio, y su institución por parte de Cristo. Como expresión visible de la Iglesia jerárquica, es una ocasión única; más aún si están presentes también un buen número de fieles, dándole a la celebración un significado más fuerte de unidad del Pueblo de Dios que peregrina en la Iglesia local.

Comienzo del Triduo Pascual

La Misa vespertina conmemora sobre todo la institución de la Eucaristía. Es una invitación a profundizar en el misterio de la Pasión de Cristo, y observar todo lo que aconteció 'en la noche en que iban a entregarlo'. En esa noche, el mismo Señor nos da un testimonio idóneo de la vocación al servicio del mundo y de la Iglesia, cuando decide lavarle los pies a sus discípulos.

Cristo llegó a hacerse sacramento permanente en el pan y en el vino que se convierten en su Cuerpo y Sangre para todos, quedando instituida la Eucaristía. La Santa Misa es entonces la celebración de la Cena del Señor en la cuál Jesús, un día como hoy, la víspera de su pasión, "mientras cenaba con sus discípulos tomó pan..." (Mt. 28, 26). También quiso que fuera memorial: "Hagan esto en memoria mía" (Lc 22,19).

Y lo hizo como anuncio profético y ofrecimiento anticipado y real de su muerte antes de su Pasión. Por eso "cuando comemos de ese pan y bebemos de esa copa, proclamamos la muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Cor 11, 26).

La Eucaristía debe celebrarse lo más solemnemente posible, si bien la Iglesia rompe la austeridad cuaresmal cantando el "Gloria": es la alegría del que se sabe amado por Dios, pero al mismo tiempo es sobria y dolorida, porque conocemos el precio que le costamos a Cristo.

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Viernes Santo

La tarde de este día presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza. Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan contemplamos el misterio del Crucificado, con el corazón del discípulo Amado, de la Madre, del soldado que le traspasó el costado, de Simón de Cirene...

Jesús es Rey; y así fue recibido en el domingo de Ramos. Ahora es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia él la mirada.

La Madre estaba allí, junto a la Cruz. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción como El, totalmente de su parte. Con las palabras de su Hijo, María se convierte en Madre de todos nosotros.

Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.

Este día no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por sus pecados. Se utiliza el color rojo a diferencia del morado que se venía utilizando.

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Sábado Santo

El sábado está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la muerte del Viernes y la resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro. Un día puente, pero con personalidad. Son tres aspectos - no tanto momentos cronológicos - de un mismo y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús: muerto, sepultado y resucitado.

Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela junto al sepulcro. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío. Dios ha asumido la muerte muerto, y ha querido vencer con su propio dolor el mal de la humanidad. Es día de ausencia, de dolor, de reposo, de soledad; pero también de esperanza.

 

Vigilia pascual y Domingo de Resurrección

¡¡¡Jesús está vivo, ha resucitado!!! Es la cima del año litúrgico el día más importante del año para los cristianos. Es el aniversario del triunfo de Cristo. Es la feliz conclusión del drama de la Pasión y la alegría inmensa que sigue al dolor. Y un dolor y gozo que se funden pues se refieren en la historia al acontecimiento más importante de la humanidad: la redención y liberación del pecado de la humanidad por el Hijo de Dios.

Nos dice San Pablo: "Aquel que ha resucitado a Jesucristo devolverá asimismo la vida a nuestros cuerpos mortales". La fiesta de Pascua es, ante todo, la representación del acontecimiento clave de la humanidad, la Resurrección de Jesús después de su muerte para el rescate y la rehabilitación del hombre caído. Este acontecimiento es un hecho histórico innegable.

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Pascua es victoria, es el hombre llamado a su dignidad más grande. ¿Cómo no alegrarse por la victoria de Aquel que tan injustamente fue condenado a la pasión más terrible y a la muerte en la cruz?, ¿por la victoria de Aquel que anteriormente fue flagelado, abofeteado, ensuciado con salivazos, con tanta inhumana crueldad?

Este es el día de la esperanza universal, el día en el que Jesús Resucitado transforma en vida todos los sufrimientos humanos, las desilusiones, las humillaciones, las cruces, la vida humana no respetada. La Resurrección nos descubre nuestra vocación cristiana y nuestra misión: acercarla a todos los hombres. El hombre no puede perder jamás la esperanza en la victoria del bien sobre el mal.

Es hora de cantar el “Gloria” y sobre todo aclamar “Aleluya”, porque ha resucitado el Señor Jesús. San Pablo expresó de esta manera el mensaje de la Pascua: "Si habéis resucitado con Cristo vuestra vida, entonces os manifestaréis gloriosos con Él" (Col. 3 1-4).

En base a Mercabá, Aciprensa y elaboración propia

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