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El milagro de la Aurora

Cientos de personas se reunieron a las 7.30 de la mañana para rezar el Rosario
Cientos de personas se reunieron todas las mañanas en la rambla /A. González

Esa mañana me subí al auto llena de prejuicios. Iba con una amiga y se los largaba de a uno: que era muy temprano, que la gente está en otra, que a esa altura de la rambla aunque haya gente no se nota. El Cardenal Daniel Sturla me había dicho que no le importaba cuánta gente fuera, que la cuestión era más cualitativa que cuantitativa. Pero igual me parecía una pobre foto la de un par de señoras rezando el rosario en la rambla. “Tengo miedo de que esto sea un suicidio del Cardenal”, me animé a decir, en términos de imagen.

Cuando nos acercamos a la zona de la Aduana de Oribe había cientos de personas. Las veíamos llegar como hormigas desde todos lados, solas o acompañadas. “¡Mirá, ahí va una familia!”, me dijo mi acompañante con una mezcla de sorpresa y alegría. Nos costó encontrar lugar para estacionar y bajamos casi corriendo.

La familia que la chica había visto era una más entre varias decenas. Contrariamente a lo que muchas veces sucede en actividades de la Iglesia, había cientos de jóvenes y personas de mediana edad. Las famosas “todoterreno” eran minoría. Madres con niños de la mano, padres con coches de bebe, grupos de amigos adolescentes. Decenas de parejas de esposos o novios, hombres de traje y corbata pero también de short, remera y championes de correr.

/A. González

Toda esa variedad de gente se había reunido, y lo seguiría haciendo, para rezar el Rosario a las 7:30 de la mañana. Comenzaban así a vivir la Navidad con Jesús, una campaña que busca devolver el verdadero sentido al 25 de diciembre y que tuvo como primera acción este rezo del Rosario en cuatro puntos de la ciudad: el Santuario de María Auxiliadora en Villa Colón, el Santuario de la Medalla Milagrosa en la Unión, la Gruta de Lourdes y la rambla en la Aduana de Oribe.

En todos esos lugares participaron decenas de personas de todas las condiciones y edades. El Cardenal Daniel Sturla comenzó la Novena en el Buceo y la terminó también allí, dedicando algunos días a visitar otros puntos de encuentro.

En términos generales, nada había de extraordinario: se rezaban los cinco misterios, se entonaba una Salve, un canto y alguna otra oración, y a las 8 todos ya estaban otra vez en sus cosas.

Pero quedarse en esta descripción sería injusto, además de frío.

No es normal ver a más de 600 personas (¡uruguayos!) a esa hora rezando. No es común ver familias enteras, con niños que antes tuvieron que ser vestidos, desayunados y más, con la vianda en mano. No es frecuente que una pareja de novios salga a correr tan temprano y haga una pausa para decir 50 Avemarías.

Todo aquello era un milagro. Y se mantuvo durante nueve días seguidos, incluídos el sábado y domingo, cuando se podría pensar que el madrugón costaría más. Al contrario. El domingo un grupo de adolescentes se fue con el desayuno y la guitarra, y se quedó largo rato al sol. El domingo, en diciembre, a las 7.30 de la mañana.

Un día unos chicos de unos 20 años llegaron corriendo. Transpirados, despeinados, con físico y atuendo de rugbistas. Frenaron y cada uno sacó de su bolsillo un rosario de plástico. Se fueron otra vez trotando hacia Pocitos, como luego harían los demás días.

Los niños estaban con su mochila y uniforme del colegio. La mayoría rezaba, pero algunos jugaban en el parque, en un enorme recreo con amigos recién conocidos.

Los adultos estaban en las situaciones más diferentes. Algunos vigilaban a sus hijos que jugaban por ahí, otros los tenían en brazos. Unas señoras iban en bicicleta, otra llevó todos los días a su perro. Aquél hombre joven estaba siempre con la vianda, y el otro con el portafolio. Había carteras de cuero y de tela, mochilas, bolsos. Lonas en el suelo para sentarse, pasto para arrodillarse o unirse a la mayoría que estaba de pie.

Había sacerdotes y monjas, pero eran una clara minoría que incluso costaba distinguir. Otra mañana quise llegar bien temprano, a las 7. ¡Y ya había gente reunida!! Y la cantidad fue aumentando con el paso de los días, hasta que llegó el 8, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen. El Cardenal se veía feliz y los rostros de las personas revelaban que el cambio cualitativo se había realizado o había al menos comenzado.

Los pegotines de Navidad con Jesús se agotaron y algunas veces los que estaban al fondo no escuchaban bien. Cada día era más difícil estacionar y peor aún era el trámite para irse. Y pensar que eran las 7.30 de la mañana, que el día recién empezaba, que estamos en semanas locas y que el uruguayo es laico. Menos mal.

Por Carolina Bellocq

Rosario de la Aurora

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