Escribe el diácono Juan de Marsilio, por la Pastoral Social.
Cruzando hacia el oeste el puente de Avda. Millán sobre el Miguelete, se entra al barrio Paso de las Duranas, que se llama así porque a esa altura el arroyo daba paso y, en la Guerra Grande, sobre la margen derecha, tenían quinta las hermanas Durán, famosas por su belleza. A dos cuadras largas del puente, en Millán y Casaravilla, desde hace más de un siglo, se alza la Parroquia Inmaculada Concepción, que estuvo por décadas confiada a los Oblatos de San Francisco de Sales y, desde hace poco, está a cargo del clero diocesano, con el P. Ignacio Donadío como párroco. En la parroquia hay un grupo muy trabajador, que desde 2018 lleva adelante una olla solidaria.
Membrillo y recuerdos
Llego a la parroquia un lunes de otoño a las seis de la tarde. En ese momento el párroco les está abriendo a los primeros tres miembros del grupo. Saludo y entramos. Con alegre entusiasmo empiezan a hacer tres cosas: cocinar, armar canastas y mostrarme todo. Después irán llegando más, que se pondrán a trabajar con igual entusiasmo. Lo primero que me llama la atención son dos grandes bolsas de pan con dulce de membrillo.
—¿Y esto?
Cristina. —El postre. A las personas que están en calle, además de la vianda, les damos esto para que coman algo dulce. Si nos donan manzanas, las hacemos al horno y se las damos en un vaso de plástico. Crudas no, porque muchos no tienen dientes.
—¿Desde cuándo está la olla?
Susana. —Desde 2018. No es lo primero que se hace. En tiempos del padre Mario —se refiere al P. Mario Bordignon, párroco por varias décadas— los sábados, se conseguía leche en polvo, cocoa, pan, dulce y bizcochos y se hacía una merienda para los niños del asentamiento que había sobre el Miguelete, para el lado de Propios, donde ahora está el parque.
Los recursos
—¿Cómo consiguen los ingredientes?
Cristina. —La gente de la parroquia dona. También donan conocidos del barrio, amigos de gente de la parroquia. El Plan ABC de la Intendencia apoya. Antes apoyaba el Mides, que venía verdura, aceite, pollo, pero eso se cortó. Últimamente estamos comprando, porque alguna gente nos dona dinero. Hace poco nos han donado bastante carne, que fue al freezer. La Providencia siempre está presente. Nos han donado hasta una heladera. Hay empresas que han ayudado. Hasta el Club Nacional de Fútbol vino una vez y donó.
Curas y territorios
—¿Cuándo salen?
Cristina. —Cocinamos los lunes, y luego salimos, con unas veinticinco viandas por auto. Hemos salido más días, pero ahora no estamos pudiendo tanto.
—¿Y los curas salen con ustedes?
Cristina. —¡No van a salir! El P. Joel salía. Y el padre Yandri, por supuesto. Ahora, el P. Nacho, todas las veces que puede, sale. Han apoyado siempre.
—Me han contado que salen a repartir y van mucho más allá del territorio parroquial…
Cristina. —Con Yandri llegábamos hasta la rotonda de Gral. Flores, y el P. Nacho también ha tomado ese punto.
Serrana. —Y para el otro lado, muchas veces hemos ido más allá del Cementerio de la Teja.
Completo
El clima de trabajo es frenético y metódico. Llega a haber siete u ocho personas alrededor de la mesada, preparando dos grandes ollas de guiso, mientras dos más preparan una docena de canastas. Me asomo a una de las ollas, y quedo impactado.
—¡El tal guiso!
Susana. —Es que es una comida completa, con todo lo que debe tener: arroz o fideos, carne, verduras…
Serrana. —Y acá no se desperdicia nada. ¿Hay una reunión y sobra algo de comer? Se guarda y lo repartimos. Y alguna de las señoras que participa, se lleva las cáscaras, para hacer compost.
—¡El trabajo que tendrán para lavar las ollas y todo lo demás!
Me dicen que hay un lavador oficial de platos, Jorge (que también ayuda en el reparto de alimentos de la Parroquia de aires Puros). Me cuentan que, además de salir, cada quince días, le dan canastas a algunas familias del territorio, que no están en la calle pero viven en gran precariedad. Y que durante la pandemia, además de salir, daban comida con la olla en la puerta. Cristina me informa, con justificado orgullo, que una vez llegaron a atender a ciento ochenta y siete personas.
Sentires y anécdotas
—¿Qué se siente al participar en la olla?
Serrana. —Hacemos esto porque estamos dedicados al servicio. No le cambiamos la vida a nadie, pero sí nos importa cambiar un rato el mundo de algunos. Nos sentimos llamado a servir. Además, nos complementamos bien, nos llevamos muy bien entre nosotros. Y cuando no venimos, nos extrañamos.
Cristina. —Cuando podemos darle algo a todos los que nos encontramos, volvemos contentos. Cuando no, volvemos un poco tristes.
—Tendrán montón de anécdotas…
Cristina. —Para mí es una mezcla de alegría y tristeza. La alegría de ayudar, de conversar con la gente, y la tristeza de verlos sufriendo tanto. Me gusta más salir que dar la comida acá. Con Yandri, una noche, por Propios, vimos a un chico que estaba en un contenedor. Nos acercamos al muchacho, que nos hablaba pero no se le entendía, y puso las manos cruzadas por la ventanilla del padre. Bajamos, y le preguntamos si quería comer algo caliente, pero él se puso contra la pared, de espaldas y con las manos cruzadas atrás…
—¿Creía que se lo iban a llevar preso?
Cristina. —Sí, pobre. Y otra vez, cerca de la Plaza del Líbano, un muchacho que venía en moto nos chocó de atrás y voló. Quisimos ayudarlo pero se fue.
Serrana. —Si bien alguno se pone algo violento, la mayoría son muy agradecidos. Nos piden la Biblia, el rosario. Rezamos. Una persona me dijo que Dios no la iba a querer, porque era “trans”. Le contesté que yo no era mejor, y que Dios nos quiere a todos, porque somos sus hijos.
Cristina. —Me pasó algo parecido. Una persona me dijo que no le podíamos dar comida, porque era “trans”. Yo le dije que sí, que le dábamos, porque los “trans” también tienen estómago y comen, como todo el mundo. Es lo que decía el papa Francisco: no tenemos que rechazar a nadie. Y el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra.
Cómo ayudar
—Para terminar, ¿cómo podrían ayudarlos quienes lean esta nota?
Cristina —Aceptamos donaciones, por pequeñas que sean, pues todo suma. Y al que quiera venir a ayudar, para cocinar o para salir al reparto, como Pablo, que se integra hoy —lo presenta— lo recibimos con los brazos abiertos.
—¿Incluso si no es católico?
Cristina. —¿Y por qué no? ¡Hay tantos no creyentes que se portan mejor que nosotros!