Según datos preliminares del Ministerio de Salud Pública (MSP) en Uruguay se quitaron la vida 818 personas en 2022. La mayoría eran hombres y la tendencia es al alza, de forma sostenida, desde 2017.
Daniel Silva Caballero (55) se considera un sobreviviente del suicidio. Cinco familiares suyos se quitaron la vida en diferentes momentos y circunstancias. Antes de enfrentar estas situaciones, él veía al suicidio como una muerte más
Además de integrar la parroquia San Alberto Hurtado, Silva Caballero participa de manera voluntaria desde 1997 de la Organización de Usuario de la Salud, una iniciativa que surgió desde el consejo vecinal del Cerro y funciona actualmente en el Centro Comunal Zonal 17. El objetivo de esta organización es estar en contacto con los usuarios de la salud pública y privada del barrio. Hay distintas áreas de trabajo: primera infancia, adolescentes y jóvenes; relación entre los centros de salud y las policlínicas municipales; y atención a las patologías psiquiátricas.
Para colaborar en la organización, Silva Caballero se especializó en la temática del suicidio. Asistió a talleres y conferencias. Era otra forma de acompañar y ayudar a los centros pilotos que funcionaban en los barrios, donde las personas acudían a recibir asesoramiento hasta que eran atendidos por un profesional.
Una mirada al pasado
Por pedido de la Intendencia de Montevideo, la organización no gubernamental Último Recurso, se instaló en el Cerro en 2004 y le solicitó a la Organización de Usuario de la Salud que colabore con el proyecto. Último Recurso se fundó en 1989 por iniciativa del religioso franciscano Pedro Frontini y la médica psiquiatra Silvia Peláez, quienes crearon la primera línea de crisis en Uruguay.
«Trabajamos para el país, para el Estado y para la gente. No tenemos ningún tipo de bandera. Estamos al servicio del paciente que nos necesita», dice Peláez. En los primeros años, Último Recurso recibía entre tres a seis llamadas diarias. La psiquiatra destaca que ante la impulsividad de cometer el acto del suicidio, la consulta telefónica es un buen recurso porque “tiene que ser algo inmediato y la gente está desesperada, no puede esperar”.
Las llamadas diarias se triplicaban y hasta cuadruplicaban cuando los directores eran entrevistados en televisión. En notas escritas, las repercusiones eran a los días siguientes. “Hay un mito que señala que había una ley que prohibía hablar de los suicidios en los medios de comunicación. Es un mito, nunca existió esa ley”, aclara Peláez. La médica puntualiza que se puede hablar del suicidio en la prensa “de forma constructiva” y con las directivas de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En 2002, Silva Caballero tuvo una participación activa en la prevención del acto suicida. Fue operador telefónico de Último Recurso. Su trabajo consistía en tres pasos: conocer la situación de la persona, acompañarla y derivarla a un profesional.
En ese momento recibía veinte llamadas por día, de personas de distintas edades. El voluntario recuerda que era la clase media la que más solicitaba ayuda porque perdía su estatus, debido a la crisis económica: “El suicida no se quiere matar, sino que quiere dejar de vivir de la forma en la que está viviendo”. En 2002, en Uruguay, se quitaron la vida 690 personas, una cifra récord para el país que superó el pico que hubo en 1934.
«Era tremendo, era agotador. Había que siempre reforzar al voluntario o al encargado que estaba de guardia porque las consultas eran permanentes», relata Peláez sobre la situación de hace veinte años atrás. Superada la crisis, el número de consultas telefónicas a Último Recurso se mantuvo según la difusión que tenía la organización en la prensa.
«El suicida no se quiere matar, sino que quiere dejar de vivir de la forma en la que está viviendo»
Daniel Silva Caballero
La realidad actual
En Uruguay se suicidaron 818 personas en 2022, según datos que publicó el Ministerio de Salud Pública en marzo pasado. La cifra supera a la de 2021 en un 8% —año en el que se autoeliminaron 758 personas— y mantiene una tendencia de ascenso que se registra de forma sostenida desde 2017.
Para Peláez, el nuevo récord se debe a las consecuencias que dejó la pandemia: «Se sabía que en el desarrollo de la pandemia y la pospandemia iban a aumentar los suicidios. Era lo que estaba previsto porque es lo que se ha visto a nivel internacional en otras pandemias a lo largo de la historia. No es una novedad o una sorpresa pero sí es doloroso».
La tasa de suicidios cada cien mil habitantes alcanzó en 2022 un récord y supera incluso a la de la crisis económica del 2002. En el último año, la tasa preliminar es de 23,08 suicidios cada cien mil cuando el año anterior había sido de 21,39. Según la cantidad de habitantes, la tasa de suicidios en Uruguay tendría que rondar entre 10 y 15.
Los departamentos con menor tasa de suicidios en 2022 fueron Florida, Rivera y Artigas. Por otro lado, la tasa de suicidios cada cien mil habitantes fue más alta en Maldonado que en el resto del país. La tasa en 2022 fue de 44,93 mientras que el año anterior la proporción más alta había sido Treinta y Tres.
Pablo Hein es sociólogo y magíster en Sociología e integrante del Grupo para la Comprensión y Prevención de la Conducta Suicida de la Universidad de la República. El experto señala que el suicidio era considerado un tema tabú, privado, individual y hasta rechazado socialmente. Actualmente se visualiza como una problemática que compromete al Estado y a la sociedad. No obstante, es contundente cuando indica que “los suicidios de los próximos cinco o seis años en Uruguay ya están pautados”.
El sociólogo considera que el suicidio es producto del “conjunto de emociones mal resultas” y explica que dentro de este tema hay dos grandes factores: el cultural y social, y que la solución es a través de ellos: “La cultura te lleva al suicidio, pero la cultura también te puede sacar”.
“Llama poderosamente la atención que en nuestro país este flagelo está en aumento y no se hace nada para aguantarlo. Es más barato reparar una vida dañada que sanear una muerte, incluso económicamente”, plantea Hein.
Alejandra Fernández, psicóloga y directora del colegio y liceo Santa María de la Ayuda, considera que detrás del suicidio hay una falta del sentido de la vida y una falta de esperanza. “Cuando hay una fe firme —supuestamente— tiene que haber una esperanza. Eso no quiere decir que las personas que creen en Dios no pueden tener una depresión. Ellos tienen una esperanza distinta. No tienen un techo, tienen un cielo”, dice.
La depresión es una de las causas que puede determinar que un individuo se quite la vida. Según Fernández, una persona depresiva tiene «una visión de túnel» que no le permite ver los aspectos positivos de su vida.
¿Un fenómeno masculino?
El problema del suicidio sigue siendo mayor en hombres que en mujeres. De las 818 personas que se quitaron la vida en 2022, el 78% fueron varones —639 frente a 179 mujeres—. Además, entre la cantidad de suicidios, hubo un aumento en la franja de 45 a 49 años con diecisiete personas más respecto a 2021. Otra franja con uno de los mayores aumentos fue la de 30 a 34 años, con catorce suicidios más.
“No hay cultura de que los hombres hablen de sus problemas y se muestren débiles. La mujer tiene la tendencia de hablar mucho más de sus problemas. El hombre tiene una psicología, por el peso cultural, de hablar de sus temas cuando los tiene resueltos. Es mucho más difícil que tome la decisión de ir a un psicólogo. Hay una frase de ‘Yo puedo solo’ y si no puedo solo es un signo de debilidad. La expresión de mayor valentía es pedir ayuda”, declara Fernández.
“Nacimos y crecimos en una sociedad machista. Los hombres no consultamos porque nos cuesta muchísimo”, expresa Silva Caballero. Por su parte, Hein añade que los hombres son prejuiciosos entre sí: “El hombre pide poca ayuda porque siempre quisimos ser los mejores ante los otros hombres”.
El sociólogo critica que las campañas de concientización se realizan solamente en fechas determinadas, como el 10 de setiembre —Día Mundial de Prevención del Suicidio— o el 17 de julio —Día Nacional de Prevención del Suicidio en Uruguay—. Asimismo, juzga que en Uruguay se trabaje el tema “con la lógica del siglo pasado” y que las últimas estrategias de prevención —publicadas en 2011, 2015 y 2021— no han tenido modificaciones profundas.
Para el experto, el suicidio juvenil “es un problema del mundo adulto” porque los mayores les imponen a los menores las mismas exigencias para su incorporación al mundo. Estas se dividen en dos grandes esferas: la sexual y la social-comunitaria, que es a través del trabajo y la educación. Por ello, su propuesta es empezar a trabajar los temas del suicidio y la salud mental en edades tempranas para evitar futuros suicidas.
«El suicidio juvenil es un problema del mundo adulto»
Pablo Hein
Escuchar, acompañar y derivar
Hein recomienda que si una persona presenta comportamientos suicidas, no hay que negarse a conversar ni minimizar la situación. Es necesario buscar ayuda profesional y acompañarla en todo el proceso, sin estigmatizarla o culpabilizarla.
Fernández plantea que “la gente solo necesita que la escuchen” y señala que la mayoría de las personas que terminan en un intento de autoeliminación o se suicidan es porque “no encontraron un espacio para sentirse escuchadas”.
“Hay que estar dispuesto a una escucha que sea realmente empática. A veces sucede, que cuando alguien se nos acerca a pedir ayuda, queremos decir o imponer nuestras ideas. A veces no nos ponemos en el lugar del otro. No hay que decirle lo que haría uno en su lugar. Hay que ponerse en la cabeza de esa persona y tratar de encontrar ejemplos que le sean reales”, explica la psicóloga.
Además de un acompañamiento profesional, Fernández considera de suma importancia el rol de los sacerdotes: “El cura tiene que estar disponible y escuchar. Tiene que hablar de Dios desde el lugar del sufrimiento. Dios puede ser un aliado fantástico para salir de la situación. Más allá de la medicina y de todo lo demás, hay que apoyarse a Dios y eso se experimenta en la cruz”.

La depresión es una de las causas que puede llevar al suicidio. Fuente: Pexels.
Desde su fundación, Último Recurso subsistió en base al apoyo del Estado. En 2018, dejó de contar con los convenios que mantenía con instituciones estatales que hacían posible sostener el trabajo de los operadores de la línea de la crisis, lo cual resultó imposible seguir con la tarea.
Fue así que la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE) empezó a hacerse cargo de la línea de Último Recurso por su cuenta y la organización comenzó a aportar desde otro rol. Actualmente se dedica a aumentar la investigación, dar asistencia, coordinar grupos de prevención y ofrecer cursos pedagógicos y didácticos. Además, trabaja con otras organizaciones que ayudan a víctimas de la violencia doméstica, empresas públicas y privadas, y sindicatos. «Estamos trabajando en el Municipio E de la Intendencia de Montevideo llevando adelante un plan de sensibilización y asesoramiento en prevención del suicidio», cuenta Peláez.
Desde la Organización de Usuario de la Salud, Silva Caballero realiza un seguimiento con aquellas personas que recurren al centro. Para el voluntario es fundamental estar en permanente contacto con la persona. Por eso, trabaja con un equipo interdisciplinario que va desde un médico, un psiquiatra o un psicólogo y un vecino que acompañe, porque es quien conoce su realidad. Cuando un individuo se suicida, se calcula que aproximadamente le puede afectar a ochenta personas, contando su entorno familiar, laboral y del barrio. Hasta hoy, Silva Caballero trabaja en la organización una vez por semana y ayuda a quienes recurren desesperados.
El suicidio fue, es y será un fenómeno social que engloba discusiones, enigmas y estigmas, prejuicios y tabúes. Desde el Estado se han promovido políticas y son más las organizaciones sociales que colaboran desde su lugar en la problemática. Lo que preocupa —y duele— es que las cifras siguen aumentando cada año en Uruguay.
Por: Fabián Caffa
Redacción Entre Todos