El presbítero cumplió ayer seis décadas de su ordenación y lo celebró en la parroquia Santa Gema, la comunidad que lo vio crecer.
El mate está pronto. Es el mediodía del lunes 17 de junio y Federico Soneira está en el comedor de la casa parroquial de Santa Gema, en el barrio Flor de Maroñas. Todavía no es la hora de almorzar. El sacerdote lleva lentes, boina negra, una bufanda gris y blanca, camisa a cuadros, pantalón negro, medias grises con rombos y mocasines marrones. Además, tiene colgado en su pecho una cruz con el escudo de los pasionistas, la congregación a la que pertenece.
Soneira toma el primer sorbo de mate y comienza a relatar su vida. Nació el 1° de enero de 1939 en Montevideo. Sus padres —Federico Soneira y Hortensia Urioste— escaparon de Europa antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial y unos meses antes de que él naciera. “Mi madre visitó el Santuario Della Scala Santa, en Roma. Solo se podía subir de rodillas. Y cuando ella llegó al último escalón, un cura le dio una estampita. Cuando entré al seminario, ella me visitó y me trajo la estampita que resultó ser de los pasionistas. Ella me había ofrecido a Dios desde que yo estaba en su vientre”.
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Es el tercero de siete hermanos. Su hermana mayor, la segunda, es monja de las Hermanas de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción de Castres, conocidas como hermanas azules. Otro hermano menor fue sacerdote pasionista y misionero en Chaco, Argentina, pero abandonó el ministerio en 1972 y formó su familia.
“Nunca se me había ocurrido ser sacerdote, ni mucho menos vestir una sotana”, dice Soneira. Conoció por primera vez a los pasionistas en una misión rural en Florida, organizada por su abuela, quien al enterarse de los frutos que dejaba la experiencia en otros lugares convocó a los sacerdotes de la congregación.
Un día, vio a un cura pasionista hablándole a una imagen de Cristo crucificado. Ese hecho le llamó la atención y fue el puntapié para descubrir que su vocación era sacerdotal. “Yo quisiera ser uno de ellos”, se dijo para sí mismo. Tenía once años.
Su vínculo con los pasionistas se afianzó cuando sus padres se vincularon con Pedro Richard —sacerdote argentino que vivió entre 1911 y 2004 y fue el fundador del Movimiento Familiar Cristiano (MFC)—. Además, los padres de Soneira, junto con otros matrimonios, fueron quienes impulsaron la llegada del MFC a Uruguay en 1950.
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Con catorce años de edad, Soneira ingresó al Seminario Menor de los pasionistas, en la provincia de Buenos Aires, para estudiar latín. Después hizo el noviciado y luego, por orden de sus superiores, fue a estudiar Filosofía y Teología con los jesuitas al Centro Loyola, en San Miguel, al noroeste de la Capital Federal argentina. Allí conoció a Jorge Mario Bergoglio, el actual papa Francisco.
“En el primer año de Filosofía casi dejo todo, no entendía nada”, dice y se ríe. Estuvo a punto de dejar sus estudios, pero su formador le recomendó que lo pensara. Un compañero lo ayudó y Soneira logró salvar los exámenes.
Fue ordenado sacerdote el 4 de julio de 1964 en la parroquia Santa Gema por Mons. Roberto Cáceres, quien en ese entonces llevaba dos años y medio al frente de la diócesis de Melo como obispo.
Tras ser ordenado sacerdote, se radicó en Argentina. Durante cinco años fue misionero en el norte y en la provincia de Buenos Aires. Además, predicó ejercicios espirituales a jóvenes en Córdoba. En 1970 regresó a Uruguay y fue designado cura párroco de Santa Gema. Tenía treinta y un años de edad. “No sabía cómo hacer mi tarea. El primer año fue duro”, dice en voz baja. “Pero tuve la gracia de aterrizar en una diócesis que estaba en plena efervescencia, liderada por Carlos Parteli y su equipo pastoral”.
“En esta diócesis descubrí qué era la Iglesia local porque una parroquia se articula con otras parroquias vecinas. Y, además, se integra un proyecto pastoral común, que permite intercambios de experiencias”.
Su intención era integrar el carisma de los pasionistas —que centra su espiritualidad sobre la pasión de Cristo, de ahí el nombre de la congregación— a la Arquidiócesis de Montevideo. Su sueño era una Iglesia diferente, con un rostro diferente, sin poder sacerdotal y donde la voz de los laicos fuera escuchada.
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El paso de Soneira por la parroquia Santa Gema como párroco estuvo marcado por la dictadura cívico-militar. “Una noche estaba reunido con mi comunidad. Cayeron los militares y nos llevaron presos a todos. Solo por esa noche, gracias a Dios”.
Entre 1980 y 1985, en Buenos Aires, estuvo a cargo de la pastoral juvenil y la casa de retiros. En paralelo, fue nombrado secretario de la Conferencia de Religiosos de Argentina. Aceptó el cargo con una sola condición: que el equipo estuviera conformado por hombres laicos y mujeres laicas. Y se lo aceptaron. El equipo quedó así: cuatro laicos —dos hombres y dos mujeres— y cinco religiosos. Después, entre 1985 y 1988, fue formador de seminaristas.
Soneira fue provincial de los pasionistas en dos períodos: —de 1988 a 1992 y de 1992 a 1996—. Tras finalizar su gestión, pidió volver a Montevideo, a la parroquia Santa Gema, su comunidad. Y nunca más se fue. Dado que nació aquí, también quiere morirse en su tierra.
De a poco ha dejado de hacer actividades. Esto se debe, en gran parte, a una cirugía por cáncer de colon a la que tuvo que someterse en marzo pasado. Ahora, solo celebra algunas misas, visita a los enfermos y se reúne con sus hermanos. Además, acompaña a una comunidad de matrimonios que guía desde que los integrantes eran novios y, en sus ratos libres, hace gimnasia y escucha música. “Estoy dedicando este tiempo a cultivar mi interioridad”.
Por: Fabián Caffa
Redacción Entre Todos