Un mandato que perdura. Escribe la Hna. Guadalupe, de la Sociedad de María.
Hace 1991 años, a unos 11.840 kilómetros de Montevideo, frente a 11 hombres, Jesús de Nazaret dijo: «Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos». Y… ¡funcionó!
Al día de hoy, nosotros que estamos temporal y espacialmente tan alejados de ese momento, hemos recibido la Buena Noticia, conocemos a Jesús, sabemos que él está vivo, que Dios está con nosotros, que hay salvación, sentido y esperanza. Sabemos que no es lo mismo la vida con o sin él.
Saberlo, vivirlo, haberlo experimentado y hacerlo cada día nos hace un eslabón en la cadena, no podemos evitarlo. ¡Tenemos que continuar cumpliendo el mandato! «Lo que hemos visto, oído y tocado es lo que les anunciamos».
¡Jueves de misión!
Con sus distintivas remeras azules, 35 misioneros parten cada jueves a primera hora de la tarde, Biblia en mano, hacia distintos barrios de Montevideo a tocar puertas, visitar vecinos, compartir testimonios de fe y a orar por y con las personas. Jóvenes y adultos, profesionales, estudiantes, padres y madres de familia, sacerdotes y hermanas. De dos en dos, todos por una misma causa: ¡una casa más Señor! El Cerro, el 40 Semanas, el Borro, La gruta de Lourdes, Malvín Norte, Milagro de los Andes, Piedras Blancas, Don Bosco… Es jueves y el barrio lo sabe: con lluvia, frío o calor, la misión no se detiene.
¿Qué los mueve? ¿Por qué entregar semana tras semana una tarde entera para ir aplaudiendo casa tras casa? Dios mismo nos visitó. Jesús es el Dios que vino a nuestra casa, a nuestra gran casa que es el mundo y a nuestra pequeña casa que es nuestra vida. Es justo que visitemos en su Nombre, es justo que otros tengan la posibilidad de encontrarse con el amor de Dios, con su salvación. Y no es sólo justo, es el más grande honor: llevamos a Jesús, su Palabra, que es salvación para los que creen.
Y para muchos no habrá otra forma de saber sobre él, si no es a través de un misionero que toque a su puerta. En Montevideo ya encontramos familias en las que tres generaciones no han oído sobre Jesús, y en situaciones como esa, ¿quién podría hablarles sobre la fe, sino los misioneros?
«Y… ¿los reciben?»
Es una pregunta que solemos escuchar. La respuesta es sencilla: como a Jesús, algunos sí y otros no, al menos al principio, pero en todas las casas se deja algo. Es cierto que hay que perseverar, ser astutos, no rendirse a la primera negativa, porque sabemos que llevamos un gran tesoro y muchas veces es el tiempo, con oración, insistencia y cariño lo que termina abriendo una puerta a Dios, más aún, un corazón.
¡Aplausos y una sonrisa! Cuatro ingredientes indispensables
Además de los característicos aplausos que llaman a las puertas y una buena sonrisa, hay cuatro ingredientes que hacen de un momento ordinario algo extraordinario.
La caridad: conectar e interesarnos con amor sincero por cada uno. «Me gusta que vengan, porque no me imponen nada, podemos charlar en serio con ustedes», decía Graciela, del Cerro.
La Palabra de Dios: lo llevamos a él, por eso siempre compartimos alguna palabra de la Biblia y vemos cómo lo que nuestras palabras no hacen lo hacen las del Señor, que es realmente viva y eficaz.
«La oración y el Corazón de Jesús son el verdadero secreto de la misión»
Una tarde dos misioneras de unos 20 años visitaban a una pareja. Él, un hombre rudo, trabajador, de un metro ochenta, uno de esos vecinos que tienen calle y no precisamente los pasos más convenientes. Ellas intentaban explicar, a tientas, cuánto Jesús los quería (a decir verdad, sin mucho éxito), hasta que una de ellas se decidió a abrir la Biblia y a decir: “Me gustaría leerles algo: «Vengan a mí los que están afligidos y agobiados…». No fue necesario ni siquiera terminar. Este hombre, lleno de lágrimas, decidió volver a la Iglesia después de años.
El testimonio, compartir lo que Dios ha hecho en nuestra propia vida, con sencillez, tiene un poder que muchas veces no calculamos.
La oración, rezar con ellos, con aquellos que quieran, al menos brevemente. Casi nadie se niega a recibir una bendición de Dios. Este es muchas veces el momento de quiebre, en el que Jesús toca los corazones, devuelve la paz, sana espiritual y hasta físicamente.
«Hasta que llegaron los misioneros a mi casa»
El mes pasado realizamos retiros para estas personas que ya habían sido visitadas. Unas 55 mujeres y casi 60 hombres. Algunos de ellos estaban sirviendo en el retiro, pues no solo han conocido a Jesús, sino que después de un tiempo se han convertido en misioneros. Varios de ellos dieron a los más nuevos su testimonio sobre lo que Dios había hecho. Vidas realmente transformadas, de las tinieblas del dolor, del pecado, de los vicios y la violencia, a la luz de saberse amados por Dios, perdonados, convocados para ser trabajadores, misioneros, discípulos de Jesús, entre otras cosas… Y cuando contaban sus historias, llamaba la atención una frase que las atravesaba, cortándolas a la mitad. Tras un relato duro de una vida lejos de Dios, la historia daba un vuelco: «hasta que los misioneros llegaron a mi casa». Su «antes de Cristo» y «después de Cristo» se dio a partir de la visita de un misionero.
Evidentemente se cumplen las palabras del Señor: «El que los recibe a ustedes, me recibe a mí» (Mt 10, 40). Es Jesús el que entra en las casas, de un modo sencillo, pero real. Ningún misionero puede hacer por sí solo los milagros que vemos en las visitas misioneras, pero es el Señor el que los hace, sirviéndose de nosotros. «Justo hoy le pedí a Dios una señal y llegaron ustedes». «Sigan viniendo, que algo especial queda en casa cuando vienen». Como esas, tantas frases que son para los misioneros esos signos que Jesús prometió que nos acompañarían.
Es el mismo Jesús quien, a través de nosotros, vuelve a entrar en lo de Zaqueo, en lo de Marta, en lo de Simón, en lo de Mateo, en lo de la suegra enferma de Pedro, en lo del centurión… Hoy Jesús continúa sus jornadas, entrando en lo de Silvia, El Mauri, Oscar, Pantera, Dahiana, Ruben… y tantos más. ¡Los misioneros católicos caminan por las calles de los barrios de Montevideo hoy! ¡La Iglesia Católica es para todos!
Cada barrio de Montevideo tiene un gran tesoro: su parroquia. Allí se encuentra fuerza, fe, consuelo, guía… Es el lugar donde cada vecino puede encontrar a su Dios. Estas visitas no buscan más que conectar hombres y mujeres con esta gran fuente. Las Parroquias de Nuestra Señora de la Ayuda en el Cerro, Mater Admirabilis en Maroñas, San José en Lavalleja, la de Belén en Malvín Norte, Nuestra Señora de Guadalupe en el Borro, la capilla de San Pancracio, la de Don Bosco, Nuestra Señora de Pompeya en Piedras Blancas reciben con los brazos abiertos a todos lo que han abierto las puertas a los misioneros. El misionero sigue su camino, ¡pero su parroquia queda!
El secreto y la ganancia
Orar juntos antes de salir, listas con los nombres de las personas para llevar a la misa y al sagrario, muchos intercesores comprometidos que no van al barrio, pero que ofrecen sus jornadas por las visitas. La oración y el Corazón de Jesús son el verdadero secreto de la misión.
Y esas esperadas tardes de misión son ganancia para todos. Ganan los misionados: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa», ganan los misioneros, quienes caminan con Cristo toda la tarde, y en tan buena compañía vuelven renovados a sus casas. Gana la Iglesia, que recibe más hijos para Dios.
Tras diez años de jueves ininterrumpidos, son casi incontables los que han recibido el anuncio. Sigamos caminando, orando y aplaudiendo, que muchos esperan la Buena Noticia.
«¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sion: “¡Tu Dios reina!”» (Is 52, 7).

