Visitamos una de las casas de las religiosas del Sagrado Corazón de Jesús, en el asentamiento 3 de Enero.
La calle se llama La Esperanza. Tal vez eso sea un guiño, o simple casualidad.
Entre calles de tierra y charcos que se resisten a secarse, se levanta una vistosa y pequeña casa de paredes verdes y decorada con plantas. Muchas plantas. Realmente muchas.
Solo en el frente son noventa y cuatro, pero considerando las del pequeño retiro hacia atrás, suman ciento siete. Entre su color y sus coloridas macetas, le dan mucha alegría y calidez.
Antes de llegar a la casa, se escuchan los ladridos de Dora y Merengue, dos perros guardianes que recorren la zona pero que, más que cuidar, parecen dar la bienvenida. Con la misma simpatía reciben a los vecinos las cuatro religiosas que están dentro de la vivienda —Jimena, Analía, Lourdes y María—, religiosas del Sagrado Corazón de Jesús. Un corazón abierto que late en medio del asentamiento 3 de Enero, en la periferia de Montevideo.
La casa es limpia y modesta, pero dentro guarda un pequeño rincón que antes seguramente era un dormitorio más. Allí rezan, reflexionan, piden y agradecen. Porque vivir en un asentamiento no es lo mismo que ir a ayudar. “Una vez que nos establecimos acá, vi que cambian los rostros. Son personas mucho más pobres de lo que uno ve desde fuera, hay jóvenes en las calles o con las drogas, o que viven de la basura como medio de vida. No es lo mismo venir a ayudar que vivir el día a día”, reflexiona Analía. La realidad es dura, pero ellas no bajan los brazos.
Una historia de más de dos siglos
La congregación nació en Francia en 1800, en tiempos de revolución. Santa Magdalena Sofía Barat, su fundadora, recibió de su hermano sacerdote una educación impensada para una mujer de su época: estudió religión, literatura, idiomas y más. Ella quería ser contemplativa, pero la violencia de su tiempo la empujó a otra misión: “Descubrir y manifestar el amor del corazón de Jesús”. Y así empezó todo.
Específicamente el 21 de noviembre de 1800 en París, Magdalena Sofía junto con tres compañeras se consagraron al Corazón de Jesús, y este hecho dio origen a la llamada Sociedad del Sagrado Corazón de Jesús. “El fin de esta sociedad es glorificar al Corazón de Jesús, trabajando en la salvación y perfección de sus miembros por la imitación de las virtudes de que este Corazón es centro y modelo, y consagrándose, cuanto puede hacerlo la mujer, a la santificación del prójimo como la obra más querida del Corazón de Jesús”, se expresa en una de sus constituciones.
Las religiosas del Sagrado Corazón llegaron a nuestro país en 1908, después de recorrer sitios como Estados Unidos, Cuba, Chile, Argentina, Brasil y Perú. Actualmente las religiosas del Sagrado Corazón conforman la provincia de Argentina y Uruguay. De hecho, Lourdes y Jimena son de Uruguay, pero María y Analía nacieron en Argentina.

“Antes habíamos estado en la diócesis de Salto, en Villa Constitución, que es un pueblo de allá. Ahí tuvimos comunidad por muchos años, y después abrimos otra casa más en la ciudad, en un barrio. Primero estuvimos en la zona del Cerro de Salto, y después nos fuimos más hacia el oeste. Ahí tuvimos un período de discernimiento y decidimos ir a otros lugares. Ya habíamos cerrado Villa Constitución porque las hermanas que estaban allí eran muy mayores, y nos quedamos solo con la comunidad en la ciudad”, explica Lourdes, para luego narrar su llegada a Montevideo: “Luego teníamos la casa sobre Leandro Gómez, en Bella Italia, pero estábamos buscando otro tipo de presencia. Buscábamos una zona periférica, pero a la vez queríamos no alejarnos tanto, porque en Salto ya habíamos tenido que manejar distancias largas para acompañarnos y apoyarnos. Hace tres años conseguimos esta casita. En esa búsqueda vimos que era bueno quedarnos en el mismo territorio, donde la gente nos necesita”.
Las religiosas del Sagrado Corazón tuvieron colegios en Mercedes y en la Avenida 8 de Octubre, donde hoy está la sede central de la Universidad Católica. También en la zona de Carrasco, donde acompañaron escuelas de zonas humildes. Vivieron en Pando, Paso Carrasco, Durazno y Aires Puros, además de Salto. Siempre en movimiento, siempre con los más pobres.
Ser vecinas y hermanas
“Buscábamos un asentamiento. Queríamos un asentamiento”, remarca en varias ocasiones Analía. Las religiosas del Sagrado Corazón son una comunidad con dos techos. María y Lourdes viven en otra casa, a unas quince cuadras, en el asentamiento 17 de Junio.
“Todas nuestras comunidades son comunidades de inserción, por eso buscamos las periferias. Nuestros proyectos educativos, tanto con mujeres, con niños o con adolescentes, están centrados en esta zona, que desde adentro se llama ‘Los seis barrios unidos’, que son seis asentamientos. Si vas caminando, no te das cuenta dónde termina uno y comienza el otro, aunque los vecinos sí tienen esa pertenencia de cada lugar”, cuenta Jimena con simpatía.
Cuando las cuatro religiosas llegaron a la zona, se hicieron cargo de dos capillas que administra la parroquia Santísima Trinidad, ubicada sobre Camino Maldonado. Una es la capilla Santo Domingo y la otra es la capilla Jesús Buen Pastor, que se ubica a cinco cuadras de acá, en el asentamiento 17 de Junio. “La clave está en compartir la cotidianeidad de la gente. Sus alegrías, sus dolores, sus preocupaciones, sus luchas y sus esperanzas. Desde ser vecina hasta tener que levantarnos a las cinco de la mañana para llegar a las ocho al Centro, o tener que usar dos pares de calzado porque unos se te embarran.
“No es lo mismo venir que vivir”, insiste María con especial calma mientras cose, sin apartar su mirada de un buzo. Minutos después, haría lo mismo con un par de medias.

Una misión que se multiplica
Su semana está llena de espacios de encuentro. Los lunes, un grupo de mujeres se reúne a conversar sobre la vida, la autoestima, el cuerpo y la historia de cada una. No es un grupo religioso, pero es profundamente espiritual. “Son mujeres con historias muy duras”, dice Lourdes. Mujeres de treinta, cincuenta, ochenta años, que comparten dolores y sueños.
Ellas también acompañan la catequesis de bautismo, el sacramento más pedido en el barrio. “Es una puerta de entrada para conocer a las familias, para tejer redes”, explica Jimena. Cada sábado, unos treinta y cinco niños participan de los espacios de recreación junto a voluntarios del Colegio Seminario y del Movimiento Castores. Hay catequesis de confirmación, grupos de jóvenes y un espacio mensual de oración para adultos jóvenes. Todo cobra sentido cuando la casa se llena de risas y voces, de historias que piden ser escuchadas.
Las cuatro hermanas coinciden: los más pobres son los preferidos del corazón de Jesús. “Parte de nuestro carisma es que somos educadoras, intentamos que cada persona se ponga de pie y descubra su propio ser, su vocación”, dice Analía.
Precisamente, su logo es un corazón abierto, traspasado y herido, por las heridas de la humanidad. “Está abierto porque estamos en movimiento. Es un poco esto de entrar para salir, y volver a entrar”, explica Jimena. Porque su oración se transforma en acción, y su acción las lleva de nuevo a la oración. María resume su vida con una frase sencilla: “Descubrir y manifestar el amor de Dios, para que nuestra vida diga algo de sus actitudes, sus sentimientos, su modo”.
Vidas que inspiran
Cada hermana tiene su propia historia de llamado. Jimena, exalumna del Seminario, descubrió su vocación haciendo un pozo negro en un asentamiento del Borro. “Fue un momento fundante, se me abrieron los ojos, me ardía el corazón”, confiesa.
Analía, desde pequeña en un barrio sencillo del interior argentino, supo que quería “amar más, no quedarse en su pueblo”.
Lourdes, en Salto, se sintió llamada tras una misión donde una viuda pobre le compartió tortas fritas. “Jesús me decía que a eso me llamaba, a dar todo como esa mujer”.
María, nacida en Córdoba, sintió en las misiones en La Puna que su vida debía ser un seguimiento total de Jesús.
Cuando cae la tarde y los ladridos de Dora y Merengue se mezclan con el grito de unos niños en bicicleta, la casa de La Esperanza se llena de silencio orante. Un silencio que habla más fuerte que cualquier grito. Allí, donde las hermanas del Sagrado Corazón dedican su tiempo a los más necesitados. Porque un corazón que se abre, como el de Jesús, nunca vuelve a cerrarse.
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