Escrito en base a Susana Monreal y Pontificium Consilium de Cultura.
Este 20 de junio se cumplen ciento cincuenta años de la creación del Club Católico. La primera institución laica católica en el campo de la cultura, nació con el impulso de Mons. Jacinto Vera —quien tres años después sería el primer obispo de Montevideo— y el Pbro. Mariano Soler —futuro primer arzobispo de la capital—.
Para adentrarnos un poco en su historia, nos basamos en algunos trabajos académicos, sobre todo en El Club Católico de Montevideo: Confesionalidad, sociabilidad y polémica (1875-1893), de la Dra. Susana Monreal, en el que se analizan los primeros años de la institución.
El Club Católico surge ante una realidad social y cultural muy marcada durante el último cuarto del siglo XIX: el avance de la secularización y la progresiva articulación de los universitarios y letrados que tomaban distancia de la Iglesia católica.
En este contexto, en 1868 se había fundado, en la capital, el Club Universitario, un grupo de jóvenes que buscaban continuar —fuera de las aulas—, disertaciones y debates de carácter filosófico, histórico, religioso y político.
A su vez, entre junio de 1872 y junio de 1873, el Club Universitario convivió con el Club Racionalista, en cuyo seno se redactó la Profesión de Fe Racionalista de 1872, que representó la ruptura de un sector de la juventud universitaria con la religión católica. Además, surgieron otras sociedades de este estilo como el Club Joven América, Sociedad de Estudios Preparatorios, Club Fraternidad, Sociedad Filo-Histórica, Sociedad de Ciencias Naturales, Sociedad Universitaria, Club Literario Platense – y de la fusión de la Sociedad Filo-Histórica, la Sociedad de Ciencias Naturales, el Club Literario Platense y el Club Universitario nació, en setiembre de 1877, el Ateneo del Uruguay, que se erigió en el centro intelectual del librepensamiento en el país.

Ante esta situación, expresa Monreal en su trabajo, la fundación del Club Católico “coincide con la creación de instituciones semejantes en Europa e Iberoamérica”, en el marco de un proceso de “romanización” de la Iglesia, impulsado por el papa Pío IX. La historiadora agrega “el papa y su entorno parecían suponer que de este modo se aseguraría la restauración de la moral católica y se reanimaría el empuje de la Iglesia para enfrentar los desafíos del liberalismo anticristiano. Con el apoyo de las nunciaturas y de la Compañía de Jesús, la romanización marcó por varias décadas la vida de la Iglesia y contó con la adhesión calurosa de las masas católicas, atraídas por la integridad y el carisma de Pío IX (…) Por otra parte, las autoridades eclesiásticas latinoamericanas transitaron, durante este período, un camino de enfrentamiento a las pretensiones de las gobiernos republicanos de ser herederos del patronato real; el acercamiento a Roma y el apoyo de la Santa Sede fueron decisivos para ganar autonomía ante el Estado”.
En el Uruguay de ese tiempo, en la visión de Monreal, “cambios diversos se asociaron para propiciar el surgimiento de una sociedad nueva, sucesora de la sociedad oriental, que se consolidaría a comienzos del siglo XX. Sucesos políticos complejos, crecimiento económico, renovación social por los movimientos migratorios y cambios culturales de significación sostendrían este proceso. El desarrollo de diversos tipos de sociabilidad, algunos de marcado carácter cultural, sería –como en las demás ciudades de la región– otro rasgo de la época. Clubes filosóficos y literarios, sociedades educativas y religiosas, logias masónicas, asociaciones de librepensadores se multiplicaron”.
Es así, que con el apoyo de Don Jacinto Vera —en ese momento vicario apostólico de todo el territorio nacional— el 25 de marzo de 1874, un grupo de jóvenes estudiantes e intelectuales católicos fundaron una primera sociedad cultural, la Sociedad Filosófica-Religioso-Literaria, para «estudiar y tratar todas aquellas cuestiones que por su importancia propendan al desarrollo moral e intelectual del individuo», y desarrollaron actividades formativas: lecturas de artículos de revistas o de libros de temas históricos, filosóficos y religiosos y exposición de tesis presentadas por los propios jóvenes socios.
Quien estaba al frente de esos jóvenes era un también joven presbítero, Mariano Soler, quien hacía poco tiempo había vuelto de Roma, doctorado en Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana. El 6 de junio de 1875 se resolvió la reforma de la Sociedad creada un año antes y dos semanas después tuvo lugar la fundación del Club Católico de Montevideo. En la sesión fundacional, se aprobaron los estatutos de la institución y se comunicó la designación, realizada por el propio Jacinto Vera, de los directores: los presbíteros Mariano Soler y Ricardo Isasa.

Una particularidad, es que, si bien estaba orientada a los jóvenes y a fortalecer su educación y formación católica, estaba integrada por personas de diferentes franjas etarias. Además, estaba abierta al diálogo con la sociedad, algo muy contrario al relato de los retractores de la Iglesia.
Unos días después, el 24 de junio, se realizó la inauguración del club, con discursos de Soler e Isasa, y la lectura, por parte de Horacio Tabares, primer presidente, de una tesis titulada «El indiferentismo religioso».
La Dra. Monreal agrega que: “Desde su creación el Club Católico se habría propuesto jugar dos roles, que ganaron definición en el proceso fundacional. En primer lugar, se trataba de un centro cultural, un espacio de sociabilidad intelectual, que se proponía nutrir «el desarrollo moral e intelectual del individuo». Por otra parte, el Club fue concretando su perfil confesional y se erigió como espacio de fortalecimiento de una identidad filosófica y religiosa precisas, como centro «en donde la juventud católica se ilustra con el estudio y la discusión y se aúna para la lucha que está llamada a sostener contra la propaganda del error y la impiedad».
Fue, en definitiva, la respuesta de la Iglesia para mantener la identidad católica de los jóvenes uruguayos que, una vez que ingresaban a la Universidad Mayor, se volvían indiferentes o incrédulos. La nueva sociedad se proponía fomentar el estudio y la formación religiosa, y promover la fundación de un colegio católico de estudios superiores que salvaguardara la fe católica y evitara el divorcio entre ciencia y fe.
A partir de 1875, el Club Católico cumplió funciones de centro académico católico, de centro social y cultural, de centro de resistencia del laicado católico y de centro impulsor de proyectos. Juan Zorrilla de San Martín lo llamó «casa madre de todas las instituciones laicas católicas». En el siglo XIX, surgieron en su seno los proyectos del Liceo de Estudios Universitarios, de El Bien Público – primer diario católico – y las convocatorias a los Congresos Católicos Nacionales. En el siglo XX, en el Club Católico se fundó la Unión Nacional de Educación Católica (UNEC) y las autoridades del Club participaron activamente de las gestiones que condujeron a la fundación de la Universidad Católica del Uruguay “Dámaso Antonio Larrañaga”.
En 2016, se le dio un nuevo impulso, a través de la realización de actividades académicas, de espiritualidad y formación, además de otros eventos culturales.

En próximos números del quincenario Entre Todos ahondaremos en la historia del Club Católico.
6 Comments
Muy interesante artículo. Aporta conocimiento acerca de aspectos que en general, no se conocen, como la participación del CC en la creación de la UCUDAL. Esperemos estar a la altura de estos 150 años de historia. Son tiempos difíciles. Que Dios nos acompañe y el Espíritu Santo nos ilumine.
Hermoso testimonio histórico y desconocido para la gran mayoría de los católicos de Urugusy. Gracias por compartir
Me pareció muy interesante y me gustaría que me mandaran los siguientes capítulos.
Una Institución admirable desde su Fundación.
Qué el camino qué sigue sea con la Luz y el Amor del Espíritu
que buena iniciativa!!!!