El sábado 27 de enero se realizó la 13.ª edición del Gran Rosario de Bendiciones para la Familia.
Un cuarto cuarto sábado de enero de 2012, el sí de un grupo de personas desencadenó una particular misión. Movidos por el Espíritu Santo, laicos y sacerdotes se congregaron en la Rambla de Montevideo para rezar el rosario y ofrecer sus oraciones a la Virgen María.
En aquella oportunidad, las expectativas eran recibir a unos trescientos fieles. La realidad, sin embargo, mostró a mil quinientos feligreses convocados en la llamada Aduana de Oribe.
Doce años después, las circunstancias eran diferentes: el Gran Rosario de Bendiciones para la Familia se consolidó como un evento tradicional dentro de nuestra arquidiócesis, y miles de personas participan con entusiasmo año tras año. En 2024 no fue la excepción.
Cada año, un nuevo reto
“Desde la organización lo planificamos hace meses. La realidad es que es la decimotercera vez que hacemos el Rosario, entonces ya está todo más o menos encaminado y eso ayudó para que nuestro trabajo resulte ágil, pero hay varias áreas y ministerios para desarrollar”, explicó María Paz Paullier, joven integrante del equipo organizativo del Rosario de Bendiciones, mientras transcurrían las primeras actividades del itinerario.
“María es una compañera que tuve siempre a mi lado. En la cordillera le rezábamos todos los días”
Gustavo Zerbino
La organización del Rosario debía enfrentar dos grandes desafíos. El primero, sin lugar a duda, consistía en mantener el nivel de despliegue mostrado en las pasadas ediciones, y al que los asistentes están acostumbrados. Por otra parte, el segundo desafío es, dentro de las posibilidades, innovar. Cada nuevo Rosario tiene su característica, y la decimotercera edición tuvo como sello particular algunos testimonios de conversión y fe (incluido el de Gustavo Zerbino, sobreviviente del Milagro de los Andes), un novedoso cierre artístico y alguna renovación con respecto al material que se entrega a quienes participan.
Tal vez sería justo incluir un tercer reto, que está implícito, pero no por ello es menos desafiante: coordinar las tareas de los cincuenta organizadores principales, con el trabajo de los trescientos servidores presentes en la Aduana de Oribe.
Con la fuerza de la Virgen
Como muchos habrán visto en la reciente película La sociedad de la Nieve (dirigida por Bayona y candidata en los premios Óscar en dos categorías), en el libro de igual nombre (escrito por el uruguayo Pablo Vierci en 2008) o en la innumerable documentación disponible acerca de la tragedia y milagro a la vez acontecido en los Andes, la fe estuvo allí presente de principio a fin.
Por ejemplo, antes de fallecer, Numa Turcatti le entregó a los compañeros que seguían con vida un papel cuyo contenido era una cita del evangelio de san Juan (15, 13): “No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Pero, además, Gustavo Zerbino recordó durante su alocución en el Rosario de Bendiciones, que era frecuente rezarle a la Virgen.

Como es habitual, miles de fieles se congregaron en la Aduana de Oribe para rendirle un homenaje a María. Fuente: R. Fernández
Precisamente, en su vida hay varios aspectos de su devoción mariana. Por un lado, tiene una hija llamada Lourdes María. Otra, con el nombre Guadalupe. Además, en la puerta de su casa aparece una imagen de la Virgen de Guadalupe y de la Virgen de los Treinta y Tres. Pero la gratitud hacia María no es patrimonio exclusivo de Zerbino: cincuenta años después, los sobrevivientes volvieron a la cordillera de los Andes para agradecerle a la Virgen por todas las bendiciones que les dio.
“María es una compañera que tuve siempre a mi lado”, recordó Zerbino, luego de bajar del escenario. “En la cordillera le rezábamos todos los días. Ella nos dio mucha fuerza, así que la gratitud hay que expresarla a diario. Pero, para que actúe en el corazón, hay que vaciarlo del egoísmo, del ego, de la soberbia y de la violencia, y así llenarlo de su gracia. Después, es ‘con el mazo dando y a Dios rogando’. Nosotros no le pedimos a la Virgen que trajera los helicópteros, sino que acompañara a Parrado y a Canessa para irlos a buscar. Hay que salir de la actitud pasiva: la oración es acción, pero después hay que salir a moverse”, aconsejó.
La fe trasciende fronteras
Si pensamos que todos quienes participaron el pasado 27 de enero eran uruguayos, estamos en un gran error. La hermana Laura García estuvo presente, e integra una comunidad de misioneros servidores de la Palabra, desde México. Ella nació en aquel país, pero no hace falta aclararlo; su particular acento la delata.
“Venimos de dos parroquias, que trabajamos en conjunto: Santa María de los Ángeles de San José y Santísima Trinidad. De todos los fieles que lograron venir, somos aproximadamente cincuenta. Algunos, por distintas circunstancias no pudieron participar, pero hay bastante gente que le gusta formar parte de esto”, aseguró.
La hermana señaló que fue en su ingreso al noviciado cuando comenzó a desarrollar un vínculo más intenso con María, y desde ese entonces busca compartirlo con los demás fieles: “Admiro de forma especial a la Virgen del Magnificat, porque es una de las advocaciones que nosotros, como servidores, tenemos. Precisamente, ella nos muestra la devoción que María tiene por llevar la Palabra encarnada en su ser. Y nosotras también somos misioneras”.
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“Me di cuenta, como extranjera, que para esta sociedad es importante verse unidos a tantas personas que manifiestan sus creencias de esta manera. Uruguay también le puede mostrar al mundo que hay fe en su gente y que la viven de manera emocionada a través del Rosario”, reflexionó, con una sonrisa.
Varios metros cerca de su comunidad, unas decenas de personas ingresaron a la Aduana de Oribe, con banderas identificadas con la parroquia Cristo de Toledo, de Villa García.
“Cuando era chico iba a catequesis. Tenía que caminar tres kilómetros y en un portón grande había unas rosas hermosas y blancas. Las cortaba y se las dejaba a la Virgen en una gruta que había. Ese es el recuerdo que tengo de mi inicio en el encuentro con María. Después, con el paso de los años, fue creciendo. Hace tres años que vengo al Rosario”, rememoró Miguel Ángel Guarisco, uno de sus integrantes.
“¿Definir a la Virgen? Es casi imposible, porque de repente no hay palabras, no las encuentro. Diría que es verdadera madre, que acompañó siempre el sufrimiento de su hijo y aceptó la voluntad de Dios”, nos advirtió, mientras buscaba con su mente qué otro adjetivo podría aplicarse a María. Sin dudas, Miguel Ángel compartió el pensamiento de la gran mayoría de los presentes: María es madre.
Un cierre especial
Una de las particularidades de la decimotercera edición del Gran Rosario de Bendiciones para la Familia fue el cierre musical que tuvo. A pesar del extenso —y puntual— itinerario de su organización, muchísimos fieles permanecieron en sus lugares hasta que la última luz se apagó del escenario, cuando los relojes marcaban prácticamente las diez de la noche.
“¡Estoy con mucha alegría, me explota el corazón! No sé cómo voy a hacer para dormir hoy, para bajar estas revoluciones. ¡Ser católico es una fiesta!”, expresó una exultante Josefina Damiani, luego de cerrar su participación.
‘Jose’ Damiani, como se la conoce artísticamente, compartió micrófonos con Marcos Agüero y con ‘Pepe’ Crespo, mientras una multitud —mayoritariamente joven— saltaba eufórica a los pies del escenario y acompañaba las letras de sus canciones.
“El recital me ponía nerviosa, porque tenemos una responsabilidad grande por llevar el Evangelio a través de la música. Hoy todos los aplausos debían ser para la gloria de Dios y no para nosotros, porque, además, nuestro don lo recibimos de él. Tengo una relación de amistad con la Virgen, que me ayuda a que las cosas salgan bien. Ella es madre, dulce, fuerte y protectora”, enfatizó antes de partir.
Mientras la noche se apoderaba definitivamente de la Rambla de Montevideo, Marcos Agüero llevaba algunos minutos fuera del micrófono. No obstante, también evidenciaba su entusiasmo.
“¡Me encantó participar! Estoy totalmente agradecido de que me hayan tenido en cuenta. Justo recién hablaba con ‘Jose’ antes de subir al escenario, y le decía que hay algo que me gusta mucho de nuestra Iglesia: mirás para un lado y conocés a alguien, mirás para otro sitio y sucede lo mismo. ¡Nos conocemos todos! Eso, además de maravillarme, me pone un poco nervioso antes de cantar (risas). Salió divino y la gente acompañó, se quedó a pesar del frío y de que ya es tarde”, reconoció.
Para ese entonces, la Aduana de Oribe estaba prácticamente vacía. Pero la alegría del encuentro con María ya se resguardaba en cada uno de los miles de testigos que habían estado presente.
Por: Leandro Lia
Redacción Entre Todos