En el primer Encuentro Nacional de Prevención, los dos especialistas expusieron sus ideas sobre la implementación de políticas y la construcción de una cultura de protección en espacios eclesiales.
María Inés Franck (Buenos Aires, 1972) leía noticias sobre abusos sexuales cometidos en la Iglesia católica en distintas partes del mundo. Le parecía un tema difícil, doloroso, ajeno. No era un asunto que imaginara propio. Su postura cambió cuando empezó a ver que casos como estos ocurrían en su país. “Veía que los obispos, a los cuales quería mucho, no encaraban bien este problema. No tenían la ‘expertiz’ [experticia, pericia] para hacerlo, ni los conocimientos, ni los asesores, ni los recursos. No era que encubrían los casos, simplemente no sabían qué hacer o qué medidas tomar, y a veces sus declaraciones empeoraban todo”.
Al ver que nadie —o muy pocos— abordaban el tema, de a poco empezó a involucrarse. Lo entendía como una urgencia dentro de la Iglesia. Ya había estudiado Abogacía y Ciencias Políticas, pero ese nuevo escenario le mostró que no alcanzaba. Vio la necesidad de estudiar Derecho Canónico y Psicología, y de formarse en los aspectos interdisciplinarios que hacen a la prevención. “Casi que ni me lo planteé, fue automático”, dice a Entre Todos.
Por su parte, Daniel Portillo (Chihuahua, 1982) fue ordenado sacerdote en 2009 y enviado como formador al seminario. Allí comenzó a escuchar casos de seminaristas que habían sido abusados, muchos de ellos en su entorno familiar o en otros contextos antes de ingresar a la casa de formación. Eso lo llevó a involucrarse en el tema. “Son distintas las inquietudes que se van despertando, y al mismo tiempo se generan frustraciones internas al encontrar una razón lógica de por qué suceden estas cosas”.
Más tarde, ya como profesor en la Universidad Pontificia de México, le propuso al rector iniciar una capacitación, primero para seminaristas y sacerdotes, y luego para todo el público. “Antes de ejercer como formador, venía de la psicología y el psicoanálisis. Después me capacité en este tema y sigo formándome. Ahora estudio Derecho Canónico”.
Franck y Portillo forman parte de Ceprome Latinoamérica, una organización interdisciplinaria dedicada a la prevención de abusos sexuales, especialmente en la Iglesia católica. “Somos una asociación con marca registrada que busca el diálogo con el mundo. La minoría somos clérigos, la mayoría son laicos”, dice el sacerdote mexicano.
Por eso, ambos fueron invitados por la Comisión Nacional para la Prevención de Abusos de la Conferencia Episcopal del Uruguay (CEU) para compartir sus aportes en el primer Encuentro Nacional de Prevención, que se realizó el 17 y 18 de mayo en el Seminario Interdiocesano Cristo Rey. La convocatoria tuvo como objetivos “avanzar en el camino común donde todos somos agentes de cuidado y protección” y “seguir construyendo, como pueblo de Dios, una cultura del cuidado y la prevención”, según informaron desde la organización.
Entre Todos dialogó con Franck y Portillo durante el encuentro. A continuación, un resumen de la entrevista.
Desde su perspectiva, ¿cómo definen el concepto de abuso?
María Inés Franck: Abuso es un mal uso, un uso excesivo y desproporcionado, o que no corresponde, de algo que en sí mismo no es malo. Es decir, el abuso de poder es un mal uso, un uso excesivo e inapropiado de poder, pero el poder, en definitiva, no es malo. Justamente esa es la etimología del término, y creo que en este caso es muy clara. Es el uso indebido de algo o de alguien.
Daniel Portillo: Se puede definir como una transgresión, un rompimiento de límite a nivel personal. Es decir, romper el límite de lo que es un acuerdo en una relación, entonces invades un terreno que no te corresponde de cierta manera. La transgresión no te permite captar el encuadre necesario en la relación entre dos personas.

¿Cuál es el panorama actual en América Latina respecto a los casos de abuso dentro de la Iglesia?
Portillo: Hay varios escenarios. Hay un escenario donde la Iglesia ha sido consciente, ha trabajado y ha implementado todo lo que en sus posibilidades ha podido. Hay otro escenario donde las iglesias, siendo conscientes de la realidad, han implementado medidas de prevención, pero están en una etapa de aplanamiento, es decir, están en un momento en el que cumplieron con el checklist [lista de procedimientos] pero entraron en una fase de pausa. Un tercer escenario donde hay iglesias que no han empezado con la implementación ya que se encuentran en una etapa de sensibilización pero no lo han “operativizado”, quizás por timidez o por no tener el coraje o los recursos humanos o estructurales para trabajar en este tema. Y por último, hay un cuarto escenario donde están las iglesias que aún no han llegado al grado de sensibilización, es decir, aquellas que no han puesto el tema sobre la mesa.
Franck: Creo que la Iglesia católica ha abordado el tema, impulsada por la Santa Sede y varias instituciones que la obligan a tratar el tema. Parecería incluso que se ha abordado más en otras instituciones sociales, que no son de Iglesia. Lo que pasa es que venimos de una historia complicada. De hecho, estamos en una historia complicada, y quizás no se nota todavía todo lo que la Iglesia ha hecho. Con respecto a la Iglesia en América Latina, para mí el riesgo está en esa especie de meseta que mencionaba el padre Daniel: se han redactado e implementado excelentes protocolos, códigos y políticas de prevención, pero en el fondo las cosas no cambian demasiado porque la atracción cultural no ha comprendido cómo abordarlo. Hubo un boom de protocolos, de códigos, y ahora qué, ¿ya está? No. Hay mucho trabajo que hacer. Y es un trabajo mucho más sociológico, con las personas, porque solo un documento escrito no cambia nada de por sí.
¿Cuáles fueron las razones que motivaron la creación de Ceprome Latinoamérica?
Franck: Cuando se creó Ceprome todavía no se trabajaba demasiado en esto. No era un tema que todo el mundo se hubiera puesto a encarar. En América Latina no había otras instituciones.
Portillo: Ya habíamos empezado a trabajar antes, cada uno desde su país y realidad. María Inés llevaba un camino hecho en Argentina, otra persona en Colombia, otra persona en Chile, otra persona en Bolivia, y así cada uno. En 2019 coincidimos y planteamos un proyecto de unir esfuerzos para hacerlo a nivel regional latinoamericano.
¿Qué objetivos persigue Ceprome y qué rol cumple?
Franck: En primer lugar, la idea fue promover capacitación y formación en ámbitos eclesiales de América Latina sobre estos temas, y ofrecer un “expertiz” de profesionales interdisciplinarios —abogados, psicólogos, canonistas, comunicadores—. Después se fue ampliando a proyectos de investigación, certificación de ambientes seguros de instituciones y distintas iniciativas. En realidad, nos hemos ido adaptando mucho a la demanda de la gente y sus necesidades. Y también, midiendo nuestras fuerzas, porque somos nueve en el consejo latinoamericano y todos nos dedicamos a otras cosas.

¿Cómo ven el camino recorrido de Ceprome?
Franck: Creo que ha sido un camino muy positivo, muy claro en sus pasos y ordenado porque, además de todo el caos que siempre rodean estas actividades, en estos años se han visto hitos: capacitación, certificación e investigación, y vamos sumando ámbito de servicio. Estamos trabajando en el compromiso con la gente. No somos full time, y eso nos limita. Lo que viene es profesionalizar un poco más y establecer algo más fijo.
Portillo: Los retos que tenemos son ampliar nuestras redes, dar voz y cabida a las múltiples voces que, dentro de los contextos nacionales, generan nuevas iniciativas para respaldar y acompañar.
¿Qué prácticas consideran necesarias o urgentes para prevenir el abuso a menores dentro del ámbito eclesial?
Franck: Hay un tema muy urgente que es el abuso entre pares, sobre todo en los chicos y en los jóvenes. Eso se relaciona con las habilidades para manejarse online de manera segura. Es un tema muy difícil de hablar con la gente joven porque se requiere de cierta madurez. No se trata solo de protegerse del abuso online, sino de no caer en prácticas abusivas de manera online cuando es tan fácil, porque no se ve a la otra persona cara a cara, simplemente es mandar un mensaje, y parece que no pasa nada, y a veces lo que pasa es devastador. Se trata de generar conciencia, empatía y capacidad de cuidarse a uno mismo y cuidar al otro en la virtualidad. Los colegios que se enfrentan a estos problemas a veces no saben qué hacer.
¿Es cierto que antes, cuando un sacerdote abusaba de un menor, la Iglesia solía trasladarlo a otra comunidad?
Portillo: Sí, fue una mala praxis que cometió la Iglesia. Se creía que con el hecho de trasladar al sujeto delincuente, la situación se arreglaba. Hoy, por este tipo de experiencias, se sabe que no basta con aplicar una medida restrictiva a la persona que comete el delito; también es necesario un proceso de reflexión y de análisis dentro de la institución.
Franck: Durante mucho tiempo se pensó que si a una persona la trasladaban, podía empezar de cero y no repetir su conducta. O que después de recibir tratamiento psicológico, estaba curada. Y quedó claro que no es así.
Si un sacerdote es acusado de abuso, ¿cuál es el primer paso?
Portillo: Iniciar una investigación desde la curia que corresponde y hacer la recepción de la denuncia como un elemento importante.
Franck: Y si hay una obligación en ese país de denunciar penalmente el abuso, ese también es el primer paso. Son dos primeros pasos al mismo tiempo. Se abre una investigación canónica y si hay que denunciar, se siguen las leyes de ese país en torno a la denuncia y se comunica a los poderes públicos para que intervengan.

¿Consideran que son suficientes las prácticas que se ponen en marcha para prevenir casos de abuso?
Franck: Los protocolos están. A veces me encuentro con situaciones en donde, a pesar de que están el protocolo y las normas, hay alguno que sigue haciendo lo que quiere [risas]. Creo que hay que trabajar mucho en la conciencia de que la norma es para todos y que tiene un sentido. No es que queremos molestar a la gente ni ponerle órdenes ni prohibiciones. Todos tenemos que cumplirlo. No importa que no vayamos a cometer ningún tipo de abuso. Hay algunos que creen que están exceptuados por ser buena gente. El protocolo no es para la gente mala, es para todo el mundo. En esa conciencia, creo, hay que trabajar mucho más.
Portillo: Si se ha hecho un protocolo, se deben establecer canales claros para que la gente lo conozca. A veces ocurre que la gente involucrada no lo conoce. Tiene que haber una suficiente difusión de él, los canales o rutas de actuación que una persona debe tener en caso de una situación de abuso para saber por dónde ir.
¿Qué avances consideran significativos en este tema?
Franck: El cambio en la legislación canónica es un paso. Otro es la transparencia. Ahora se habla mucho más de esto. Hubo una apertura a laicos para ayudar en este tema. Esto es bastante nuevo. El papa Francisco creó la Comisión Pontificia para la Protección de los Menores. Eso significó un avance. Los últimos papas se han entrevistado con víctimas.
Portillo: Ellos mismos se han llegado a pronunciar sobre el tema. Juan Pablo II lo hizo por primera vez en una homilía en Denver [Estados Unidos] en 1993. [N. de R.: Fue durante la Jornada Mundial de la Juventud de ese año, luego de que se hiciera público que sacerdotes de ese país habían cometido abusos contra niños y jóvenes]. Han pedido perdón y han expulsado a los obispos que hayan hecho una mala gestión. La legislación ha subsanado aspectos claros, como el levantamiento del secreto pontificio en casos de abusos sexuales.
Franck: Por otro lado, la Iglesia hizo una definición muy amplia de lo que se entiende por adulto vulnerable, que muy pocas legislaciones civiles de distintos países la tienen, porque todos somos vulnerables de un modo u otro en algún momento. Además, hay una mayor colaboración con los poderes públicos y los organismos internacionales. Se ha hecho una reforma de la ratio para los semanarios. En los estudios de los futuros sacerdotes se incluye el tema de la prevención de abusos, así como también temas de madurez afectiva y sexual. Hubo una apertura a considerar los abusos de conciencia, abusos de poder y abusos espirituales. De hecho, desde la Santa Sede se está estudiando este fenómeno para definirlo un poco mejor.

¿Cómo se definen el abuso de conciencia y el abuso espiritual?
Franck: Son abusos que operan a partir de la manipulación de la mente del otro. En el caso de los abusos de conciencia, se busca que una persona tome una decisión que, en realidad, es la decisión del otro. No es una obligación, pero sí una manipulación. El abuso espiritual es lo mismo, pero con razones espirituales.
Portillo: Es una violencia muy pasiva. Yo no estoy gritando o agrediendo para que pienses de esa manera. Pero sí utilizo el acercamiento y mi posición frente a ti para que hagas lo que yo pienso o quiero que pienses, y que actúes conforme a eso.
¿Cuáles son, a su juicio, las tareas pendientes que aún enfrenta la Iglesia en esta materia?
Franck: En mi opinión, un camino en el que sería bueno avanzar ahora es ver cómo se repara esto. Cuando digo reparación, me refiero a reparación integral, no solo la económica —aunque esta forma parte—. Pero cómo podemos reparar lo más posible lo irreparable, porque, en definitiva, la persona no va a volver a la situación del estado anterior. Habría que hacer un estudio para analizar qué es lo que corresponde y cómo se repara. Muchos en la Iglesia ya lo están estudiando.
Portillo: Unido a la reparación, la supervisión. Es decir, que existan entes que supervisen nuestro trabajo y nos ayuden a profesionalizar lo que hacemos. Porque como Iglesia, por el voluntariado que tenemos, muchas veces la formalidad no es nuestra especialidad.
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