Tras la inauguración del Jubileo por parte del papa Francisco, con la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, las diócesis de todo el mundo comenzaron a celebrar el domingo 29 este tiempo especial. En Montevideo, el cardenal Daniel Sturla encabezó la procesión y presidió la misa en la Catedral Metropolitana.
Pocas veces la parroquia San Francisco de Asís, en la esquina de Cerrito y Solís, estuvo tan colmada como en la mañana del domingo 29 de diciembre. Los bancos estaban completamente ocupados, y muchas personas se quedaron de pie e incluso afuera del templo.
Eran las 10:30 horas cuando el cardenal Daniel Sturla, acompañado por Mons. Gianfranco Gallone, Nuncio Apostólico en Uruguay, y los sacerdotes Davi de Miranda y Mauricio Cabral, párroco de San Francisco de Asís, aparecieron para dar inicio a un encuentro que sería breve, pero lleno de significado.
El P. Cabral leyó cuatro de los veinticinco puntos de la bula de convocatoria del Jubileo, escrita por el papa Francisco y titulada Spes non confundits (la esperanza no defrauda). En este documento, presentado en mayo pasado, el pontífice explica los motivos que lo llevaron a convocar este periodo jubilar, y que se enumeran varios llamados para llevar la esperanza a los enfermos, pobres, jóvenes, migrantes, entre otros.
Acto seguido, comenzó la procesión con destino a la Catedral Metropolitana. El trayecto se desarrolló entre la letanía de los santos, cantos religiosos y oraciones, como parte de un rito solemne pero, al mismo tiempo, sencillo.
Al llegar al atrio de la Iglesia Matriz, el cardenal Sturla hizo el gesto de elevación de la cruz y dijo: “Salve, cruz de Cristo, única esperanza”, mientras la asamblea contemplaba el crucifijo en silencio.
Con esta acción, la Arquidiócesis de Montevideo dio comienzo al Jubileo 2025, uno de los más grandes acontecimientos que la Iglesia católica celebra cada veinticinco años en el mundo. El último Jubileo se celebró en el año 2000, cuando el entonces papa Juan Pablo II inauguró la Iglesia del tercer milenio.
La primera parte de la misa estuvo marcada por la bendición del agua y el posterior gesto de aspersión, que renovó las promesas bautismales de los presentes.
En su homilía, Sturla describió el Año Santo como “un tiempo especial de gracia para recibir de Dios el perdón de los pecados y de las penas que se merecen por ello”.
Recordó que esta tradición tiene sus raíces en el Antiguo Testamento y señaló que se celebra desde el año 1300. “Antes las generaciones cristianas creían mucho en la vida eterna, creían mucho en que eran pecadores, creían mucho en que necesitaban la salvación de Dios”.
Criticó que esta forma de pensar haya cambiado: “Hoy nuestra generación cristiana está imbuida por el pensamiento del mundo. No nos importa mucho la vida eterna, no creemos mucho que somos pecadores, porque estamos en un mundo en el que se habla mucho de los derechos. Parece que tenemos derechos para ir al cielo, y si no fuéramos al cielo parecería que fuera culpa de Dios”.
Según el arzobispo, esta mentalidad dificulta comprender el significado profundo de un Año Santo.
En su prédica, destacó que en este tiempo especial “Dios, a través de la Iglesia, abre las puertas de la misericordia para ofrecer no solo el perdón de los pecados, sino también la indulgencia plenaria”. Explicó que esta gracia se obtiene mediante peregrinaciones a lugares santos, la confesión de los pecados, recibir la comunión y orar por el papa Francisco.
“Dios nos perdona no solo los pecados sino la pena que merecemos por ellos”, dijo y con un lenguaje sencillo graficó este concepto: “Es como quedar ‘bautizaditos’, recién salidos de la pila bautismal”. Subrayó que esto puede ser experimentado varias veces durante el Año Santo al visitar iglesias jubilares, de las cuales en Montevideo habrá diez.
Además de la catedral, estas serán: parroquia Nuestra Señora del Carmen (Av. 18 de Julio 1540), santuario diocesano del Señor Resucitado (Bv. Gral. Artigas 1881), santuario diocesano de Nuestra Señora del Sagrado Corazón (José Ellauri 408), santuario nacional de la Medalla Milagrosa y San Agustín (Domingo Ereño 2465), parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y San Oscar Romero (Juan Agazzi 2707), santuario nacional de la Gruta de Lourdes (Av. de las Instrucciones 2223), santuario nacional del Sagrado Corazón (Bruno Méndez 3880), santuario nacional de María Auxiliadora (Avenida Lezica 6375) y santuario Santa Francisca Rubatto (Av. Carlos María Ramírez 56).
“Cuando creemos en la vida eterna, cuando creemos que somos pecadores, cuando creemos en el perdón de Dios y en su misericordia, esto es algo fantástico: Dios nos ama y nos perdona los pecados y toda deuda que tengamos con él”, reflexionó. Además, destacó que la Iglesia enseña que cada persona puede aplicar la indulgencia plenaria por los difuntos, ayudándolos a “gozar de Dios” o a “purificar sus pecados en el purgatorio”.
“Estas explicaciones humanas de cosas divinas nos renguean por algún lado porque es muy difícil hablar del amor de Dios desde nuestra mentalidad cuantificadora. Pero, en definitiva, el Año Santo es un año de gran perdón y misericordia de Dios para vivos y difuntos. ¡Aprovechémoslo! Tengamos la gracia de volver a estar recién bautizados y no solamente una vez; podemos ‘ganarla’ varias veces yendo a las iglesias jubilares”.
El cardenal también recordó que el Jubileo 2025 lleva por lema “Peregrinos de la esperanza”.
“La esperanza en Dios no defrauda. Muchas veces pedimos cosas a Dios que no se nos conceden, pero la esperanza cristiana va más allá de que Él nos dé lo que pedimos. La esperanza atraviesa el aparente silencio de Dios con la certeza de que Él nos ama y nos espera de brazos abiertos. Aunque muchas veces nos cueste comprender sus caminos, sabemos que no defraudan, porque estos no son los nuestros. Nos cuesta entender cómo Dios permite tantas cosas que nos duelen, pero al mismo tiempo, debemos saber mirar todo lo que nos da y cuánto podemos agradecerle”, concluyó.
Por: Fabián Caffa
Redacción ICM