Apuntes sobre la pastoral en la olla de la Parroquia San Pedro Apóstol. Escribe el diácono Juan de Marsilio.
Hablamos con Juan Carlos el último sábado de junio, y pactamos el encuentro con el equipo de la olla de la Parroquia San Pedro Apóstol, en Leguizamón y Anzani, Buceo. La idea era no solo entrevistarlos, sino también salir con ellos a repartir el guiso de la noche del miércoles, porque hay que ir y ver, como les dijo Jesús aquella tarde a Andrés y Juan (Jn 1, 39).
A las cinco de la tarde del 2 de julio llego puntual. Me reciben uno de los Alejandros (el marinero, que fue patrón de pesca), Hugo, Edison y Richard. A poco llega Juan Carlos, nos conocemos en persona y pasamos al salón parroquial. Luego llegan Carmen, el otro Alejandro y Alfredo. Saludo, tomo unas fotos, me pongo a pelar papas y empezamos a charlar. Me entero de que son nueve (uno de ellos, Germán, no asistirá esa noche) y que dan de comer a gente en situación de calle desde hace cuatro años.
Me cuentan que son de variados oficios, partidos y cuadros de fútbol pero que de política y fútbol no hablan (aunque al rato los manyas empiezan a “gastar” —con cariño— a los bolsos, que no nos quedamos atrás en la respuesta). Me dicen que salen en dos autos y llegan hasta el Arroyo Malvín, el Estadio y otros puntos, desbordando el territorio de la parroquia (comprobaré que es así). Con modesto orgullo, me cuentan que el año pasado repartieron más de dos mil quinientas porciones de guiso, entre abril y noviembre. Esa noche, contando las ochenta y ocho de la jornada, llegarán a la porción mil treinta y seis del 2025. El trabajo en la cocina es higiénico y eficaz: en menos de dos horas hay prontas dos grandes ollas de guiso, además de panes, refresco y todo lo necesario para el reparto.
De cómo nace la conciencia
Pregunto cuánto llevan en el grupo, cómo se sienten, qué los llevó a sumarse a la tarea. ¡Linda charla! Transcribo parte de la respuesta de Alfredo, que revela cómo solemos ver a nuestros hermanos en necesidad extrema:
«Hace un tiempo yo trabajaba en la Ciudad Vieja. Iba y venía al laburo en bici. Una tarde, volviendo, por Rambla Sur a la altura del Dique Mauá, me vienen unas ganas de orinar incontenibles. Sin más remedio, apoyo la bicicleta en una palmera y me pongo a orinar del otro lado. Se me viene un hombre, malísimo, gritándome, “¿Qué hacés? ¡Me estás meando el colador de los fideos!”. Yo había visto basura. Ahí me dije que tenía que hacer algo. Y aquí estoy».
Todos tienen claro que lo que hacen es por amor a Cristo y al prójimo, y también que, como insiste Carmen, uno recibe más de lo que da.
Recursos / Necesidades
Llegan al grupo algunas donaciones, pero en lo básico, se financian ellos mismos (me cuentan, además, que la parroquia reparte unas cincuenta canastas a familias del barrio en situación precaria). Pregunto cómo y con qué podrían ayudar los lectores de esta nota. Juan Carlos, Edison y Alejandro (el marinero no, el otro) me dicen que la gente puede dirigirse a la parroquia, o comunicarse con Juan Carlos (099 643 478). Alimentos, gas, voluntarios y sobre todo un quemador a gas de varios fuegos, son necesarios. Casi por milagro, el grupo logra cocinar para cerca de cien personas con una cocina doméstica. Y cocinan un guiso como el de casa, como me dicen Hugo y Richard (doy fe de que es así: he visto los ingredientes y la elaboración, y he probado el gusto, mojando en la olla un buen pedazo de pan).
Salir de la calle
Estamos hablando de las necesidades y Edison me cuenta un detalle sobre la verdura: “Hay un feriante que nos hace un cincuenta por ciento de descuento. El hombre estuvo preso. Cuando salió estuvo en la calle y en la droga. Pero pudo dejarlo, formó familia, compró un camioncito, se hizo verdulero. Al saber cómo pasan los que están en la calle, ayuda. Con ayuda, se puede dejar la calle”.
Tratos y destratos
Al amainar el trabajo, Alejandro, el marinero, sirve unas roscas de chicharrones que ha traído y algún refresco. Hablando con Hugo, Alfredo y el otro Alejandro, me cuentan que la gente los recibe con gratitud y que suele ocurrir que si alguno ha comido, pide que esa porción la dejen para otro (al rato, lo veré). Me cuentan que uno de los principales problemas es que a veces, aunque no siempre, el personal policial tiene un trato duro para con estas personas, y ellas reaccionan, pero tratando bien a la gente, el diálogo es posible. Al rato, un hombre que recibirá comida me dirá: “No son todos malos los que vienen del Mides o la Policía a tratar con nosotros. Pero algunos sí. A uno, las otras noches, le tuve que decir que respetara, que uno era gente. Todos somos gente”.
Gente
En la recorrida hallaremos personas de todo tipo: un bombero retirado, un ex jugador de fútbol, uno que fue peón de estancia y parrillero, un exdelincuente que, cuando salió de la cárcel por última vez, no tenía edad para volver al delito ni currículum para conseguir un empleo. Al observar a uno de los comensales, veo que lleva sonda vesical. Hay solitarios, grupos, parejas. Migrantes, me dicen que han visto pocos. En cuanto a tiempo en la calle, desde los pocos meses a las varias décadas. Un hombre me cuenta que está en calle desde los catorce —salvo por algunos períodos en que ha podido pagarse pensión— y tiene treinta y cinco. Causa: la droga.
Alcohol
El consumo de drogas, en general pasta base, es factor común. Todos los miembros del grupo creen que debe combatirse el consumo, pero no solo de pasta base, porque al consumo suele entrarse por el alcohol. Es como dice Richard: “Si yo te invito a vos, o a Alfredo, a darnos un saque de merca, de cocaína, seguro que se enojan, capaz que hasta me pegan una buena piña. Pero si los invito a tomar unas copas y nos bajamos media botella de whisky, no sé, porque el alcohol no está tan mal visto. Por el alcohol se empieza. Y nadie está libre de terminar en la calle”.
Refugios
El equipo con el que salgo, llama al teléfono del Mides, porque dos de las personas que nos encontramos —una de ellas muy mal, desvariando de frío y alcohol— piden ir a refugios. A varias de las personas que se acercan al auto les pregunto qué piensan de los refugios. Los que tienen campamento algo más elaborado, lo ven negativo, porque implica perder sus cosas. Hablando con una pareja, ella —joven, bien vestida, se nota que está en calle desde hace poco— es tajante al decirme que prefiere la calle. Su compañero me dice que, en general, el personal de los refugios trata de cumplir bien su tarea, pero el problema es la relación entre los propios usuarios, que a veces se pone violenta. Otra muchacha, en el Parque Batlle, cuenta que ella y su grupo suelen ir, pero esa noche no, porque a las doce empieza su cumpleaños y quieren festejar. Le pregunto hace cuánto está en la calle. Me responde que desde octubre, que cumple los treinta y que es enfermera. Ha mandado currículums, pero todavía no le llegan respuestas al celular.
Pizza y fainá
El grupo me ha contado que, luego de la recorrida, se juntan a comer algo. Pido ser de la partida, por interés periodístico pero más aún porque me siento a gusto con la barra. Me dicen que por supuesto y vamos a una pizzería del barrio. Entre chistes y yerbas afines, la conversación sigue siendo seria. Los que me habían dicho que de política no hablan, me hacen ser testigo —y por momentos partícipe— de una de las charlas políticas más serias y profundas de mi vida. No me refiero a política de partido, sino a la genuina preocupación que todo ciudadano debería tener por la sociedad y el Estado, del amor a la patria y al pueblo, de las ganas de ayudar para que lo que es de todos —empezando por los más infelices, como quería Artigas— vaya mejorando. Para ver al prójimo, hay que mirar más allá de la nariz o del ombligo, como estos hermanos de la Parroquia de San Pedro.
El día después
A la mañana siguiente, este humilde escriba —abrigadísimo— salió obligado a la calle, a pagar unas cuentas. El pasto, blanco de la helada. En el reloj/termómetro de Millán y Luis Alberto de Herrera podía leerse la temperatura: 0°. Me vino a la memoria el chiste del tipo al que le gustaba que hiciera cero grados, porque no era ni frío ni calor. No lo hallé tan gracioso como de costumbre.
Todos podemos colaborar
¡Yo sumo un plato!
La Pastoral Social de la arquidiócesis comenzó una campaña para colaborar con las más de tres mil personas en situación de calle en Montevideo.
Para colaborar con ellos, se presentó la iniciativa Yo sumo un plato, por el cual se puede donar un plato (valor del ticket: $150).
¡Entrá en colectate.com.uy/YoSumoUnPlatoICM y hacé tu aporte!