Artículo sobre la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe. Escribe el diácono Juan de Marsilio, por la Pastoral Social.
La Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe atiende el Barrio Borro, la Unidad Casavalle, la Unidad Misiones, más conocida como Los Palomares, y una parte del Barrio Bonomi. Barrios difíciles en los que Dios se hace presente. Para contarles cómo lo anda haciendo en los últimos tiempos, entrevistamos al P. Pablo Coimbra, párroco desde febrero de 2020.
Gente y territorios
Contanos cómo son estos barrios.
Son barrios estigmatizados, desde el nombre. Miseria, delito, droga. Eso es lo que más suena, pero es solo una parte. La inmensísima mayoría de los vecinos son gente honesta, de trabajo, que quiere salir adelante, y sufre todo lo que se vive en estos barrios. Aunque hay buena presencia de obras de la Iglesia, y también del Estado —aunque menos de lo que se debería—, hay situaciones de pobreza alarmantes. Hay todo un sector, sobre todo la Unidad Casavalle, sin saneamiento. Hay muchísimos problemas de vivienda. Hay problemas de alimentación. La pobreza no es solo material: hay pobreza educativa, humana y en algunos aspectos morales. Y pobreza religiosa. No obstante, de verdad, hay gente maravillosa, verdaderos tesoros que vamos descubriendo en la medida que nos vamos integrando y comprometiendo con la gente. No se los digo y tal vez debería decírselos: a muchos de ellos los admiro. Yo hago este ejercicio: preguntarme qué sería mi vida de haber estado en esa situación.
¿Y la gurisada?
Los chiquilines han vivido todo tipo de vicisitudes, de penurias, de soledades, de fracasos, y sin embargo, son vitales, tienen alegría y esperanza. ¡Son buenos! Y eso es lo que al fin de cuentas nos anima mucho. Son los tesoros que te decía. Y no son escasos. Hay muchos.
¿Qué otras obras ayudan en el territorio? ¿Trabajan en conjunto?
Tenemos al Colegio Santa Bernardita, del que soy capellán, que depende de la Fundación Sophia, con unos ciento treinta alumnos, que hace una muy buena obra en el barrio. Están las Hermanas de la Caridad, de la Madre Teresa de Calcuta, que tienen un hogar de ancianas, con unas treinta abuelas. Con ellas trabajamos codo a codo, permanentemente. Está la obra Nueva Vida, que llevan adelante los focolares —es un centro juvenil—, club de niños, algo de CAIF. Con ellos nos hemos visitado, trabajamos con la misma población, pero todavía no tenemos acciones en común. Están los misioneros de Puntos Corazón. Con las parroquias y obras vecinas, tenemos muy buena relación.
¿Es igual de difícil en todo el territorio?
La realidad es variopinta. Uno puede pensar que es una cosa monolítica: le dicen Barrio Borro y uno mete todo en la misma bolsa. Hay un sector que es un barrio de clase obrera baja, pero en la periferia, sobre Aparicio Saravia y el Miguelete, ahí está la mayor miseria.
Las tres ‘e’
¿Cómo abordaste estas realidades cuando llegaste hace cinco años?
Cuando empezamos a armar el plan pastoral, con el P. Luis Ferrés, dividimos el territorio en siete zonas. De esas elegimos cuatro, las de mayores necesidades, para priorizarlas, y aplicar, con un fuerte trabajo de pastoral social, lo que llamamos “las tres e”. La primera “e” es la de estar. El sacerdote se hace presente en todas las circunstancias de sufrimiento, de angustia, de dolor, pero también de alegría, de compartir, de compromiso. La segunda “e” es la de entrar: entrar en el corazón del barrio y de su gente, de las familias. En esas etapas, para lo que es una parroquia, hemos desarrollado una pastoral social significativa, para las dimensiones de una parroquia. Y la tercera “e” es la de evangelizar, y no porque sea lo que se deja para lo último —se evangeliza siempre— sino porque sin estar y entrar, la evangelización no echa raíces.
Estar y entrar es comprometerse…
Claro. Lo que transforma y genera conversión es el compromiso con la realidad de la gente. Compromiso que implica cruz, sufrimiento, entrega. Ahí la gente empieza a ver una cosa novedosa, un encantamiento por Cristo, y escuchan y te abren el corazón.
Momentos, frutos y esperanzas
Contame cómo han llevado la pastoral social en concreto.
Cuando vine tenía algunas expectativas y proyectos —nada muy elaborado—, que en la medida que puse los pies en el barro, se me fueron cayendo como castillos de naipes. Un ejemplo: acá no funcionan los planes a largo plazo, porque por sus condiciones de vida, la gente vive mucho la inmediatez, el hoy. Tienen plata hoy, hoy gastan, hacen asado y fiesta. Mañana, es otro día. A otra estructura mental le cuesta comprenderlo, de repente le parece hasta criticable. Nosotros, acá, tenemos que llevar adelante una pastoral del momento: hoy te anuncio a Cristo, hoy tenés la experiencia del amor de Dios, y eso es valioso. Y eso es muy de la madre Teresa. Ella se encontraba con un moribundo y el mundo se detenía: en ese momento se entregaba totalmente a la persona que lo necesitaba. Y no importaba que el mundo dijese que eso no era productivo. En ese momento, tal vez por primera vez en su vida, esa persona estaba sintiendo el amor de Dios. Y ella sabía que eso vale más que infraestructuras, programas, etc. He aprendido a disfrutar la pastoral del momento, de la circunstancia. Y luego, se van viendo los cambios. Dios permite ver ciertos frutos. Pero lo importante es ver a Dios entrando en el corazón de la gente en cada momento.
¿Salías mucho al territorio?
Sí, claro. Un día, caminando, como ya lo hacían las hermanas y los muchachos de Puntos Corazón, y yo me sumé a esa pastoral de salida; llego, en el medio de la Unidad Casavalle, a la cancha del Rosario. De cancha, el nombre. Un baldío, un pastizal inhóspito. Animales: caballos, perros, chanchos. Era un espacio donde los niños se supone que jugaban. Y de golpe me encuentro dos cadáveres: en los ajustes de cuentas entre delincuentes, mataban gente en otros lados y venían a tirarlos ahí. Claro: un lugar oscuro, inhóspito, impenetrable. Y ahí mismo me encontré unos vecinos que tenían una olla popular. A la intemperie: leña, olla, guiso. Me acerqué a hablar y me recibieron muy bien. Les pregunté cuál era su sueño, y me dijeron que una canchita cercada para los gurises y un salón multiuso para la olla. Me fui con eso en el corazón, lo recé mucho y me comprometí con esa causa. Menos de un año después, había una canchita cercada y con luces, pasto cortado, una escuelita de fútbol y un comedor de ochenta metros cuadrados. La gente se comprometió y todos los días hacen merienda y cena, trescientos platos por día. Y ese lugar, con esa intervención, pasó de ser el lejano oeste a ser un lugar de encuentro para los vecinos. Había organización, pero eso se potenció. Eso es entrar.
Pero sin proselitismo…
Por supuesto que no. Es el llamado del capítulo 25 de Mateo: “tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estaba desnudo y me vistieron”. Es lo que todo cristiano y todo cura está llamado a hacer. Y sin embargo, tiene eco. Yo llegué en pandemia. En la misa, un puñadito. Ahora, vienen entre veinte y cuarenta personas a la misa diaria, y entre cien y ciento treinta en la dominical. En los primeros meses, salía yo a caminar y volvía con una lista de diez chiquilines para bautizar.
¿Y luego de la cancha, con qué siguieron?
Al estar en el barrio fuimos descubriendo más necesidades. Por ejemplo, la vivienda: llevamos doce casas hechas y sesenta reparadas. Y en un predio comprado a nombre de la Iglesia, unos mil seiscientos metros cuadrados, en dos padrones, tenemos el proyecto de construir diez viviendas, para familias integradas hace poco a la parroquia, que en conjunto suman cuarenta niños. Gente que está viviendo en ranchos, o hacinada, agregada en la casa de alguna familia. No podemos decirnos hermanos, venir a la misma misa, y aceptar como si nada que el otro viva en esas condiciones. Fijate que en Unidad Casavalle, sobre todo contra el arroyo, la gente vive entre las aguas servidas, porque no hay saneamiento y todo drena hacia abajo. El proyecto de las casas nos entusiasma mucho, quisiéramos que fuera un haz de luz para el barrio. Es lo que dice Jesús: la levadura del Reino y la de los fariseos.
Porque el mal y el bien tienen la misma lógica de expansión, mezclarse y crecer, como la levadura. Por supuesto que atendemos también las necesidades alimentarias de las familias: la parroquia distribuye una tonelada de alimentos al mes.
Un servicio permanente…
Las veinticuatro horas de cada día, porque ante el sufrimiento de los vecinos, la parroquia, que es como un vecino más, no puede decir que se terminó el horario y que vuelvan mañana.
Ayudar a ayudar
¿Cómo podrían colaborar con la parroquia los lectores de esta nota?
Bueno, yo invitaría a que vinieran. Los que se animen, no van a correr ningún tipo de peligro: la parroquia está muy bien ubicada, que vengan y conozcan de primera mano. Yo estoy dispuesto a recorrer con ellos, a presentarles el barrio, a que vivan un momento celebrativo en la comunidad. En cuanto a las necesidades, son muchísimas, acá todo es bienvenido. Lo que para algunos ya es basura, para otros es un tesoro, a veces los desechos de otros, acá, terminan siendo solución para muchos. Gente, por ejemplo, que en su casa ha hecho una reforma, y cambia las ventanas o le sobra material, acá lo recibimos. Y ropa y alimentos, por supuesto. O se enganchan con proyectos más formales, como el de las viviendas, que pronto tendremos los planos. Si nos pueden ayudar a conseguir mejores precios, ponernos en contacto con otra gente que pueda donar o ayudar, sirve de mucho. Y mano de obra, siempre necesitamos.
Agradezco y me despido, con el compromiso de rezar por todas estas obras y de conseguir, si Dios quiere, cuanta ayuda sea posible.
Jornada Nacional de la Juventud
¡Sumate a las actividades!
Este sábado 6 de setiembre se desarrollará una nueva edición de la Jornada Nacional de la Juventud, que será, precisamente, en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, en el barrio Borro.
Las actividades comenzarán a las 9:30 con una bienvenida, seguido de testimonios y formación (10:15 h), una procesión por el barrio junto con la imagen de la Virgen de los Treinta y Tres (11:30 h) y la celebración de la santa misa (12:30 h).

