Sobre el Monasterio de la Visitación y las monjas salesas, o visitandinas. Décimo artículo de la serie, por el Pbro. Gonzalo Abadie.
Seguimos leyendo el apasionante relato del manuscrito conservado en el monasterio de Progreso (Canelones), guiados por la pluma memoriosa, delicada y sensible de sor María Gertrudis Crespi. Hemos llegado al día 5 de agosto de 1856, “el gran momento del sacrificio”: las cinco religiosas deben abandonar el Monasterio de Milán, separarse de sus hermanas, su pasado, su tierra, sus parientes y su monasterio, que habían imaginado definitivo. Es también la historia heroica de tantos y tantos misioneros anónimos. El manuscrito rescata las vicisitudes de estas cinco mujeres italianas, y de otras, uruguayas, que aguardaban aquí en Montevideo. Un hombre hizo de puente entre ambas orillas: el papa Pío IX.
Estas palabras del Santo Padre fueron una clara luz, un suave incitamiento, una dulce confianza e infundieron constante ánimo a las elegidas para emprender esta santa obra.
Nuestra honrada madre, Luisa Beatriz, había precedentemente dirigido una carta a Su Santidad y la hizo firmar también a las otras cuatro que habían sido destinadas por el capítulo, que se hizo por votos secretos, según lo que había mandado la Sagrada Congregación.
Las elegidas eran: sor Luisa Beatriz Radice por superiora, sor María Gertrudis Crespi por asistente, sor María Alfonsa Gnecchi, sor María Carolina Crespi y sor María Rosa Citeri. Este capítulo con votos secretos no está señalado por nuestras santas reglas, pero como la Sagrada Congregación lo había mandado, fue juzgado necesario obedecer. Además de esto, el señor arzobispo delegó un presbítero de su confianza, para que examinara a cada una de las cinco religiosas en particular para mejor conocer la vocación divina y las encontró a todas muy deseosas de entrar en los designios de Dios.
El capítulo pues aprobó la fundación y la elección de las cinco hermanas destinadas a la misma.
Las últimas despedidas de nuestros parientes fueron de las más tiernas, ¿y cómo no seríamos sensibles a su pena diciéndoles un adiós para siempre? Pero mientras dividimos el pesar que nos mostraban, éramos dichosas de agregar este sacrificio a todos los demás.
Las personas que se interesaron en este asunto, y trabajaron en su realización, merecen la gratitud de esta casa de Montevideo. El señor consejero Gori con su escrito, que se conserva en nuestro Archivo, difundió mucha claridad sobre el asunto de la fundación, y sus consejos le fueron de mucha utilidad.
El síndico del monasterio, el S.r Conde don Antonio Greppi, se opuso en verdad lo más que le fue posible a esa fundación, pero era el efecto de su celo y de su afecto para con nuestra comunidad de Milán; su rara prudencia le hacía entrever las dificultades, los peligros que nos esperaban, y por eso no sabía conformarse en dar su aprobación.
Sus temores no cesaron con nuestra salida, lo que le sugirió todos los medios de procurarnos poderosas recomendaciones ante las autoridades civiles, no solo de la República Oriental, sino también de las extranjeras, en el caso de perturbaciones políticas.
Monseñor arcipreste don Antonio Yurri, entonces padre espiritual de nuestro Monasterio de Milán, dio a sus hijas las más tiernas señales de cariño e interés paternal en su última despedida, que costó mucho a su corazón, profundamente enternecido, así como a su físico, con tanto sufrimiento. Pocos meses después de nuestra salida, recibimos la triste noticia de su fallecimiento.
¿Qué diremos de Su Ex. el señor arzobispo D.n Bartolomé Carlos, conde de Romilli. ¡Cuál suave inspiración nos dejó particularmente la bendición que su Excelencia se sirvió darnos el mismo día de nuestra partida, acompañada de sus últimos avisos!
Esto penetró lo más íntimo de nuestras almas. Realmente teníamos necesidad de una consolación semejante en aquel día, para siempre memorable, que nos arrancaba para siempre de entre los brazos de dos madres queridas, la madre Ángela Margarita Caccia, que recién deponía su cargo, y la madre María Angélica Castiglioni, que le había sucedido.
La primera, después de habernos rodeado de cuidados durante seis años, descaecía [= decaía] visiblemente en salud, por los esfuerzos que se veía obligada a hacer a su corazón asaltado de penas y pesares, y por la responsabilidad que sobre ella recaía de una obra tan largo tiempo combatida. Desde esta época, su salud, que se había sostenido bastante fuerte, empezó a debilitarse, y enfermose de etisia [= ‘tisis’, tuberculosis, en italiano], que la consumió en el espacio de pocos años, conduciéndola a la tumba.
Nuestra muy amada María Angélica, recién elegida, no formaba sino un corazón solo con sus dos queridas hermanas depuestas, y sufría extremadamente por la pena de la una, por la separación de la otra, y por la cruz que este acontecimiento había hecho caer sobre sus hombros (porque las hermanas habían hecho el sacrificio de no ponerse bajo la sabia y suave conducta de la nuestra amada sor Luisa Beatriz, por no privar la fundación de aquella que todas juzgaban solo capaz de emprenderla).
¡Qué pena para nosotras temiendo aumentar aún por poco algunas lágrimas involuntarias el martirio de tan tierna madre!…
Debíamos también separarnos de tantas queridas hermanas… ¡Ah, solamente la experiencia de la dulzura, de la sociedad religiosa, puede dar una idea de la fuerza de la unión de los espíritus por medio de la dilección religiosa!
El 5 de agosto fue el día señalado en los decretos eternos para la ejecución de un negocio deseado desde hacía 30 años en Montevideo, y proyectado en Milán desde cerca de un año.
Fue por una feliz combinación que las Hijas de la Visitacion de S.ª María salieron de su monasterio para formar una nueva familia en una tierra extranjera, en el día mismo que esta Virgen Santísima se sirvió con un milagro visitar nuestra tierra, para que le erigiesen un nuevo templo. [Probable alusión a la fiesta de Nuestra Señora de las Nieves, advocación mariana que se remontaba al siglo IV, en Roma, cuando se produjo en pleno verano una nevada milagrosa en el monte Esquilino, el 5 de agosto del año 358].
No se halló mejor medio para poner un término a nuestra dolorosa despedida, que el de hacer una procesión, durante la recreación de la noche, a honra de Jesús, María y José, de quienes llevamos las imágenes y a quienes habíamos confiado todo el cuidado de nuestro viaje. Este sagrado ternario recibió nuestras lágrimas, escuchó nuestras voces ahogadas por nuestra ternura, vio nuestras almas oprimidas por el dolor de las separaciones, pero calmas, resignadas y aún contentas de poder ofrecer a Dios un sacrificio que solo su amor podía imponernos.
Acabada la procesión aguardábamos el gran momento del sacrificio…
Aquella puerta que con tanto gusto habíamos visto, en el día de nuestra admisión en religión, cerrarse para nosotras, y pensábamos que sería para siempre, ¡ay, iba a abrirse de nuevo, para arrancarnos de nuestras hermanas, y volvernos a echar en el mundo, quién sabe por cuánto tiempo!
Postradas las cinco a los pies de nuestra madre muy amada, recibimos su bendición…, ella nos estrechó a su corazón…, nos arrojamos como por instinto, besamos de ternura el suelo en donde se quedaban y se quedarán para siempre nuestras aflicciones…
Un momento después, ya habíamos traspasado nuestra amable clausura… A las ocho y media de la noche (en Europa en esa estación es todavía claro), en medio de una multitud de parientes y de amigas, la mayor parte era de nuestras queridas alumnas educandas, salidas desde algunos años, que venían a darnos los últimos testimonios de su cariño.
El número aumentó mucho más en la estación. ¡Oh, qué cordiales eran sus expresiones y los deseos de que tuviéramos un buen viaje! Estas queridas jóvenes nos enternecieron realmente y fue un consuelo muy a propósito en aquel doloroso momento, el de vernos rodeadas por estas amables señoritas, que aún mirábamos como unos miembros interesantes de la familia que acabábamos de dejar, y sus maneras tan amables aliviaron por un momento las llagas de nuestros corazones.
Es preciso que nombremos en particular a la señora marquesa D.ª Augusta Molza de Cadriani, dama de honor de Su Alteza la duquesa de Módena, prima de nuestra muy querida hermana Luisa Antonia, profesa de Padua y sobrina de la finada, nuestra muy respetable hermana la depuesta de nuestro Monasterio de Módena, María Beatriz Molza. Esta excelente señora pidió a su Soberana un permiso extraordinario, expresamente para procurarse la satisfacción de abrazarnos antes de nuestra salida, y nos dejó una memoria de su cariño en el preciado cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, que en nuestra primera capilla estaba puesto encima de la reja, y ahora está en nuestro antecoro.
¡Pero ay, nos veíamos fuera de la cerca que nos había ligado tan felizmente desde hacía muchos años! ¡Estábamos entonces en una situación violenta, semejante a la de los peces fuera del agua!
La sola voluntad de Dios era nuestro amparo y nuestra vida.
Serie completa sobre el Monasterio de la Visitación y las monjas salesas o visitandinas
Primer artículo: El manuscrito
Segundo artículo: Encender el fuego divino en la Patria Vieja
Tercer artículo: Sor Luisa Benedicta Gricourt
Cuarto artículo: Todo se volvió en nada
Quinto artículo: El P. Isidoro Fernández
Sexto artículo: Un terrible huracán
Séptimo artículo: Pío IX: otra vez Montevideo
Octavo artículo: El enemigo no dormía
Noveno artículo: Pío IX: “Lo que hemos oído personalmente”
Ver todas sus notas aquí.


1 Comment
Tenemos un hermoso monasterio de hnas Salesas aquí en Uruguay. En la ciudad de Progreso departamento de Canelones