"El Espíritu interioriza en nosotros a Cristo"
Los cristianos sabemos muy bien que la vida cristiana consiste en el seguimiento de Cristo y su imitación. Pero lo entenderíamos mal si creyéramos que se trata de algo frío y externo. De ahí que el cristianismo empiece con la recepción del Espíritu Santo que interioriza en nosotros a Cristo y nos hace desde dentro de nuestro corazón semejantes a él.
El patriarca ortodoxo de Antioquía, Ignacio IV Hazim, lo expresó muy bien al decir: “Sin el Espíritu Santo, Dios está lejos, Cristo se queda en el pasado, el Evangelio en letra muerta, la Iglesia no pasa de simple organización, la autoridad se convierte en dominio, la misión en propaganda, el culto en evocación y el quehacer de los cristianos en una moral propia de esclavos”.
Sin embargo, con el Espíritu Santo el universo se hace transparencia de Dios. Cristo resucitado se hace presente en medio de nosotros, el evangelio es una fuerza de vida, la Iglesia el lugar de encuentro con Dios, la autoridad un servicio liberador, la misión un testimonio de vida, la liturgia el lugar de una presencia, y el obrar cristiano una eclosión de la vida divina.
De modo que el cristianismo no es una norma, sino una vida. No es un ideal, sino un acontecimiento. No es una dependencia extrínseca, sino la plenitud de la libertad, porque donde está el Espíritu del Señor ahí está la libertad. De ese modo el cristianismo manifiesta lo que es: la misma vida de Dios comunicada a los hombres, la libertad divina liberando nuestra libertad creada que está cautiva del pecado, y la alegría pascual que nos permite soportar el sufrimiento con un corazón lleno de esperanza e íntimamente pacificado. Esta es la belleza que el Espíritu Santo crea en nosotros.
El Espíritu Santo es fuente de libertad. De él nos dijo Jesús que es libre como el viento, y sopla sin que sepas de dónde viene, ni adónde va. Y nos anunció que así sería todo el que naciera del Espíritu. Por tanto, es el Espíritu Santo el que realmente nos hace libres. En primer lugar, de las falsas imágenes que podemos tener de Dios, revelándonos el auténtico rostro de Dios, que es el rostro del Padre. “Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, ¡Padre!, leemos en la Carta a los Romanos.
Por lo tanto, nos libera en primer lugar de esa falsa imagen de Dios que está representada gráficamente por un ojo que lo ve todo. Es falsa, no porque Dios no lo vea todo, porque claramente lo ve. Pero si queremos representar adecuadamente una imagen de Dios, es mejor poner un corazón. Es decir, alguien lleno de amor que contempla a los hombres, pero los contempla amándolos.
En segundo lugar nos hace libres porque nos permite distinguir entre la letra que mata y el espíritu que vivifica. A veces nos puede pasar que necesitamos muchas normas para poder funcionar en la vida. Sin embargo el Señor, además de enseñarnos su ley, nos da sobre todo su Espíritu. Y con su Espíritu nos basta para vivir según Dios. Recordamos las palabras de san Agustín cuando dijo: “Ama y has lo que quieras”. Amar en san Agustín significa recibir el Espíritu Santo, que es el amor de Dios. Y una vez que está el Espíritu Santo en tu corazón, entonces, has lo que quieras. Porque él no solo te hará cumplir toda la ley del Señor, sino que te la llevará más lejos y hará contigo cosas mucho más grandes.
En tercer lugar nos hace libres porque nos obliga a relativizar nuestras propias opciones, liberándonos de la tiranía de nuestras propias ideas. Esto es interesante, porque todos tenemos ideas de las cosas, incluso algunas muy buenas, pero tenemos una tendencia a apegarnos a ellas, con el riesgo de que nos esclavicen. El Espíritu Santo nos dice: están bien esas ideas que tienes, pero no seas esclavo de ellas. También se puede actuar de otra manera. Y nos hace capaces, de cuando en cuando, de actuar de una manera distinta, pero que es también una manera cristiana, con lo cual nos hace libres. De lo contrario terminamos siendo esclavos de nuestras propias ideas, aunque sean buenas y correctas. Pero ninguno de nosotros agota con sus ideas todo el ser y el obrar cristiano.
En cuarto lugar nos hace libres porque nos da el sentido del humor necesario para reírnos de nosotros mismos, liberándonos del personaje que muchas veces nos creamos y que puede ahogar nuestro ser más profundo y valioso. Frente a ese personaje, viene el Espíritu Santo y nos dice: no seas esclavo del personaje. Lo importante es que seas persona y que tu corazón esté lleno de amor de Dios. Por tanto, no pasa nada si de cuando en cuando lo dejas de lado.
Recordamos a Zaqueo, que era el jefe de los publicanos y que tenía un alto puesto entre los recaudadores de impuestos. Sin embargo, Zaqueo supo saltar por encima del personaje y subirse a una higuera para ver a Jesús. Nadie se lo esperaría de uno de los representantes más importantes del organismo recaudador subido a una higuera. Pero el Espíritu Santo ya lo trabajaba en su corazón y le dio la capacidad de liberarse de su propio personaje, y con ese gesto le trajo la salvación.
El Espíritu Santo nos da seriedad en el compromiso, pero quitándonos la rigidez de una excesiva compostura. Esto quiere decir que el Espíritu Santo hace que de verdad nos comprometamos según el amor de Dios en el amor al prójimo, pero sacándonos la rigidez o solemnidad, de forma que siempre aparezca en nosotros el sentido de la provisoriedad de todo lo que no sea Dios, y que en el fondo nos hace más humanos. El Espíritu Santo quiere que nos tomemos muy en serio el amor al prójimo por amor a Dios, pero sin tomarnos tan en serio a nosotros mismos como para estar siempre rígidos y tiesos cumpliendo el deber.
El Espíritu Santo nos enseña a desconfiar de todos los gurús que pretenden garantizar nuestro encuentro con Dios en base a la fidelidad a unas técnicas, aunque sean incluso técnicas de oración. No hay que olvidarse que el Espíritu Santo es el único y verdadero director espiritual de nuestras almas. Porque sabemos que no somos nosotros, sino que es el Espíritu Santo quien ora en nuestros corazones con gemidos inefables, sin dejarse influir por nada, ni por nadie, salvo por un corazón humilde.
El Espíritu Santo es la libertad de Dios y también tiene un gran sentido del humor. Gracias a él la vida cristiana tiene esa forma suprema de libertad que es el humor.
Podemos decir que el humor es un rasgo típicamente católico y especialmente del Espíritu Santo. No el humor amargo, cínico e irónico, sino el humor tierno, entrañable y cariñoso. Es el humor de quien redimensiona todo lo humano, empezando por uno mismo. El humor del que se mira por la mañana en el espejo y relativiza con cariño el personaje que se ha creado, y también sabe muy bien que Dios lo ama. Eso lo hace el Espíritu Santo, dándonos la certeza que el Padre del cielo cuida de nosotros, nos ama, se interesa por nuestras cosas, y que pase lo que pase, podemos vivir en paz. Por eso escribe san Pablo en la Carta a los Corintios: “Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad”.
En definitiva, el Espíritu Santo va generando en los cristianos la semejanza con Cristo, imprimiendo en ellos la imagen del Señor. Es el iconógrafo divino que pinta en nuestras almas el rostro de Cristo, que como dice el salmo 45 es el más hermoso de los hombres.
Bajo la acción del Espíritu Santo se cumplen las palabras de san Pablo: “Nosotros, en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu”.
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Excelente. Muchas gracias.