Dios puede hacer lo que quiere si le dejamos un espacio".
Emiliano García tiene treinta y cinco. Nació y creció en Libertad, en el departamento de San José. Fue ordenado diácono, en camino al sacerdocio, el pasado 18 de marzo. Su vida de fe —como muchas en Uruguay— no viene desde la cuna, sino que irrumpe a través de las vivencias de la juventud, y de saber leer y responder a los llamados de Dios.
Compartimos con ustedes una pequeña parte de la entrevista que le realizó el P. Fabián Rovere en el programa Hoy quiero hablarte, de Radio Oriental.
Contanos un poco de tus orígenes, de dónde sos, tu familia…
Yo soy originario de la ciudad de Libertad que está a cincuenta kilómetros de Montevideo, por la ruta, célebremente conocida por el penal. Nací en San José, pero siempre viví en Libertad; en la cuadra de la iglesia, en la esquina, allí está la casa de mis padres. Ahí viví hasta los veintisiete años, cuando entré al seminario.
En general, exceptuando mi abuela que es católica, no es una familia de fe. Vengo de un ambiente vamos a decir más bien agnóstico, ateo, no creyente. Pero providencialmente, cuando era niño, me mandaron al colegio San José, que es de las Hermanas Hijas de la Cruz. En esa época estaban las monjitas todavía. A toda la camada de mis compañeritos de jardín, sin excepción, los mandaron ahí.
Así que gracias a eso —porque mis padres no querían que me sintiera menos—, recibí el Bautismo y la catequesis, y luego, también, recibí la Comunión. Cuando era niño me consideraba una persona que tenía fe.
Más adelante, ya con diez años aproximadamente, en mi casa pusieron televisión por cable y empecé a mirar unos documentales de la National Geographics. Uno de estos era sobre el descubrimiento de un fósil del australopithecus Lucy. Y, entonces, me preguntaba cómo conciliar lo que yo veía por televisión, o sea los datos de la ciencia, con lo que me explicaba la Biblia en esa época. Esto mismo preguntaba a las catequistas del colegio y no encontraba una respuesta satisfactoria. Lo mismo pasaba con una serie de preguntas que no me podía responder sobre la vida, el universo… Entonces junto con el Ratón Pérez y Papá Noel, descarté a Jesús.
No eran tal vez preguntas típicas de alguien de esa edad.
No. De hecho, a la ordenación diaconal vinieron un par de mis catequistas de comunión del colegio. Y me acuerdo que me decían que les complicaba la vida (risas).
¿Y cómo siguió tu camino?
Durante ese proceso me volví agnóstico, y ateo en la práctica. Con diez años perdí la fe y ayudé a que mi hermano más chico también la perdiera. Es más, a todos los compañeros que me encontraba trataba de convencerlos de que esto del cristianismo era un cuento.
A esto se suma una serie de conflictos entre mi familia y la parroquia, debido a la vecindad que tenía nuestra casa con la iglesia, ya que el salón parroquial, que lo alquilaban para fiestas, quedaba al lado de nuestra casa. Hay una denuncia mía hacia la iglesia por este tema. Cuento esto para que tengan una idea de que en ese momento era algo impensable, increíble, que terminara siendo diácono. Dios puede hacer lo quiere si le dejamos un espacio.
¿Y cómo empezás a retomar la fe?
Todo esto empieza a cambiar cuando tenía unos diecisiete años. A mí me gusta el canto polifónico. Una profesora del liceo logró juntar una serie de adolescentes desprolijos como yo, que nos gustaba el rock, para formar parte del coro de la casa de la cultura, que funcionaba enfrente de la iglesia. Este coro tenía una característica poco común en Libertad, ya que más de la mitad de sus componentes eran católicos e iban a misa.
A este coro lo invitan a cantar en la parroquia unos villancicos, en los días previos a la Navidad. Ahí, un poco obligado por mi compromiso con el coro, también fui a cantar esas canciones navideñas. Fue mi primer acercamiento a las celebraciones litúrgicas.
Ya en el año 2009, un compañero del coro —ya veterano— entra en un año muy duro para él, tanto en lo familiar como en lo laboral. Y este compañero me insiste, durante todo un año, para ir a cantar en la misa. Y resulta que un 24 de diciembre, antes de la Misa de Noche Buena, habíamos quedado con unos amigos para reunirnos a tomar algo antes de la medianoche. Cuando llegué, a eso de las siete de la tarde, ya todos estaban pasados de copas. Entonces, en ese momento me pregunté si quería estar ahí, que no le importaba a nadie mi presencia, o si yendo a cantar a la misa le significaba algo a alguien, o lo ponía contento. Me levanté, fui a la misa y me pasó algo que nunca antes me había ocurrido, desearle a algunas personas feliz Navidad.
En los anuncios parroquiales de esa misa, el sacerdote anuncia una misión en Libertad. Le ofrecí al párroco dos dormitorios para los misioneros, era como una forma de suavizar las cosas con quienes había tenido tantos problemas. Y por ahí quedó, pensando yo que no aceptarían.
La sorpresa es que no solamente aceptó el ofrecimiento, sino que allí se alojó el matrimonio que coordinó la misión, porque querían quedarse en el lugar más cercano a la parroquia. Todo esto yo lo había hecho sin consultar a mi padre, así que te podrás imaginar su calentura.
Llegado el momento estuve en las reuniones de organización y ante la presión de mis compañeros terminó encargándome de los desayunos. Es decir, terminé participando de la misión. Estaba muy enojado conmigo mismo, me entendía débil psicológicamente por haber dicho que sí.
Lo cierto es que a mí me llamó la atención lo macanudo del grupo de jóvenes misioneros paraguayos, a pesar de mi cerrazón. Y una noche posterior a mi cumpleaños, termino en el templo en la oración de cierre de jornada de la misión, en el último banco. En ese contexto es que escucho un testimonio de un joven misionero, que me lleva a sentir algo, más allá de lo racional, que me dice “quiero vivir lo mismo que él”. Hoy lo entiendo como una moción del Espíritu Santo. Durante mucho tiempo sentí rabia y rencor por algunas situaciones, y ya no me quería sentir así. Y ese es el momento en que volví a tener fe. A través del perdón. Desde ese día participé activamente de la misión.
¿Cómo surge el tema vocacional?
Este grupo de misioneros nos invitó a un adulto de la parroquia y a mí, a formar un grupo misionero. Entonces, a los pocos días, ya teníamos formado ese grupo. Durante todo ese año me fui instruyendo y formando en la fe. Al año siguiente nos fuimos a Bolivia de misión con algunos jóvenes de la parroquia y es allí que me empiezan a preguntar por mi vocación, algo que yo nunca me había cuestionado.
Hubo una adoración eucarística, en Trinidad, que también fue muy fuerte en mis cuestionamientos vocacionales. Y el año 2013, el Año de la Fe, estuve fuertemente centrado en este camino de discernimiento. En 2014 realicé en mi diócesis los ejercicios ignacianos para jóvenes. Ese tiempo me ayudó también a discernir mi vocación sacerdotal hacia el clero diocesano, teniendo en cuenta que venía de una parroquia administrada por los Misioneros Oblatos de María Inmaculada.
Finalmente en 2015 entré al seminario, en un camino largo y también lleno de historias.
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