Una capilla a la que solo asisten ocho mujeres, que abre los lunes por la tarde y donde el sacerdote es también el catequista de tres niños que se preparan para recibir la primera comunión. Una comunidad así sobrevive en medio de un pequeño pueblo de Uruguay que no llega al centenar de habitantes.
Nota publicada en el quincenario Entre Todos el 7 de setiembre de 2024 bajo el título «Un cura, tres niños y ocho mujeres»
No.
Illescas no es cualquier lugar. Es un rincón del Uruguay cuya existencia parece olvidada por el paso del tiempo. La cantidad actual de habitantes no llega a cien. El vacío de las calles y la calma reflejan soledad y serenidad. El silencio forma parte de la rutina. Ni los perros ladran, solo se revuelcan en el pasto.
Illescas se sitúa en el kilómetro 179 de la Ruta 7, sobre la Cuchilla Grande. La localidad, fundada en 1891, está en el límite de los departamentos de Florida y Lavalleja y es administrada conjuntamente por ambas intendencias. Su nombre proviene del faenero de apellido Illescas que en la época colonial se dedicaba a la faena en la zona.
Illescas es así. Pero primero hay que llegar a Illescas, que queda a doscientos kilómetros de Montevideo, recorrer rutas, caminos de tierra, tomar intersecciones, doblar, doblar otra vez, doblar otra vez más.

Fachada de la capilla San Lucio. Fuente: Romina Fernández
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Por la esquina de Camino Nacional y David Fernández, a casi un kilómetro de la Ruta 7, pasa, cada tanto, un auto. En la zona hay dos, cuatro, seis, ocho casas y una escuela pública, la única del lugar. El resto es campo. De un lado es Florida, del otro es Lavalleja.
La capilla de Illescas está del lado de Lavalleja y está dedicada a san Lucio, quien llegó a ser el vigésimo segundo papa de la Iglesia católica y estuvo confinado al destierro por el emperador romano Treboniano Galo. Murió en el año 254.
El lunes 26 de agosto es un día soleado. Son las dos de la tarde y la capilla San Lucio tiene sus puertas abiertas de par en par. Es el único día de la semana que el templo está abierto.
En la entrada se encuentra de pie el padre Leonardo Risso —boina negra en mano, barba salpicada de canas, camisa celeste, buzo gris oscuro y pantalón gris claro—. Está acompañado por Mary y Miriam, dos vecinas de la capilla que se encargan de su cuidado el resto de la semana.
Risso muestra el templo por dentro y destaca las tres imágenes que presiden el lugar: el Cristo crucificado, la Virgen de Lourdes y san Lucio, que fueron creadas por el escultor español Pablo Serrano (1908-1985) en Talleres Don Bosco, en Montevideo. En la reseña histórica figuran como donación anónima.

El templo por dentro con las tres imágenes de Pablo Serrano: el Cristo crucificado (centro), la Virgen de Lourdes (izquierda) y san Lucio (derecha). Fuente: Romina Fernández
La capilla es bastante grande para ser una capilla. El templo mide veinticinco metros de largo y ocho de ancho, y además tiene una cocina, un baño y cinco salas. Una de ellas es utilizada como sala velatoria, dado que en el lugar no hay una empresa fúnebre. Además, tiempo atrás, funcionó una policlínica.
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Se sabe que la capilla San Lucio en Illescas fue inaugurada en 1937, porque así lo indica una baldosa ubicada en la entrada del templo. Se sabe que la ceremonia de inauguración fue presidida por Juan Francisco Aragone, quien fue el segundo arzobispo de Montevideo, dado que la Diócesis de Melo no contaba con un obispo residente en su sede debido a las guerras civiles de esos años. Se sabe que el templo fue mandado a construir por Fernanda y Ofelia Fernández en honor de su hermano.
Pero poco se sabe sobre quién fue Lucio Fernández. Solo se sabe que fue un hacendado de gran influencia en la zona y que falleció en 1929. “Era un hombre vinculado a la Iglesia. Hoy no queda nadie de su familia en la zona”, dice Risso.

Placa recordatoria de la inauguración de la capilla. Fuente: Romina Fernández
El promotor de la obra fue Luis Emmanuele —sacerdote italiano, constructor y encargado de crear la parroquia San Nicolás de Bari, en José Batlle y Ordoñez, Lavalleja, a veinticinco kilómetros de Illescas— quien respondió a la necesidad de los habitantes de contar con un templo en la localidad y con la solicitud de la familia de Lucio Fernández, cuando todavía él vivía.
“La construcción de la capilla marcó un antes y después en la vida rural de la zona”, dice Risso. “Según relata la crónica, el día de la inauguración y bendición de la capilla asistió mucha gente a caballo y hubo gente que vino en tren desde Montevideo. Seguramente eran más de mil personas”.
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No.
No es grande. La sala mide cuatro por tres apenas, y tiene una ventana por la que entra una luz cálida que acaricia el aire. El techo es alto. Las paredes están pintadas de blanco, de forma prolija pero sin mucho esmero. Hay una mesa, con un mantel blanco que tiene detalles bordados, y sobre ella, un florero. No hay ninguna imagen religiosa. No hay más nada.
Es una de las cinco salas de la capilla San Lucio, donde se desarrolla la entrevista con Risso: minuano, cincuenta y cuatro años, ordenado sacerdote en 1996, y el tercer y último hijo de Alberto Risso y María Margarita González, ambos fallecidos. Es hermano de Adriana, médica pediatra de sesenta años que vive en Paysandú, y de Jorge, arquitecto de cincuenta y ocho años que reside en Montevideo. “Fui educado en una familia cristiana pero no practicante en cuanto a todos sus integrantes”.
A los doce años se alejó de la práctica de la fe y empezó a tener un pensamiento crítico y cuestionamientos hacia la Iglesia católica. A los quince recibió el sacramento de la confirmación solo porque su madre le insistía que fuera a catequesis.

P. Leonardo Risso. Fuente: Romina Fernández
Su idea era formar una familia, trabajar en el campo y ser Ingeniero Agrónomo. Pero cuando estaba en el último año de liceo, el grupo no se abrió debido a la falta de estudiantes. Se trasladó a Montevideo y se mudó solo a una pensión. En medio de la soledad, comenzó a plantearse las preguntas que tenía en su interior.
“Me acordé que en un mueble de mi casa había un Nuevo Testamento que me habían regalado en mi confirmación. Lo fui a buscar y lo llevé a la pensión. En dos noches leí a los cuatro evangelistas y vi que Jesús me daba las respuestas que necesitaba”.
Terminó el bachillerato, regresó a Minas y se integró a la parroquia San José, donde conoció al P. Salvador Roca. “Me atrajo por su sensibilidad social y sus iniciativas. Él me ayudó a descubrir mi vocación de servicio por medio de un proyecto social de la parroquia que trabajaba con la gente del campo, los productores y las familias”.
“Mi vocación inicial de servicio encontró en la fe una canalización hasta el punto que apareció la pregunta por qué no servir como sacerdote. El discernimiento vocacional fue una lucha porque no quería ser cura”, dice y se ríe. “Pero sentía el llamado de Dios”.
No entró a la Facultad de Agronomía. Con dieciocho años ingresó al Seminario Interdiocesano Cristo Rey y con veintiséis fue ordenado sacerdote para la Diócesis de Minas.
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Desde febrero de 2019, Risso está a cargo de la capilla San Lucio, que depende de la parroquia San Nicolás de Bari en José Batlle y Ordóñez, donde es párroco. Además, atiende la capilla Sagrado Corazón de Jesús en Zapicán, Lavalleja, a cincuenta kilómetros de Illescas por la Ruta 14, y la capilla Santa Teresita de Nico Pérez, en el lado de Florida. Aparte de sus responsabilidades parroquiales, es vicario pastoral de la Diócesis de Maldonado-Punta del Este-Minas e integra la Comisión Nacional de Prevención de Abusos de la Conferencia Episcopal del Uruguay.
Para Risso, ser sacerdote en el medio rural tiene sus ventajas y desventajas. “Lo bueno de las comunidades pequeñas es que todos nos conocemos. Estamos al tanto de las necesidades de cada uno y, si se nos escapa algo, alguien nos lo hace saber. La gente cultiva cercanía y valora mucho el espacio. Lo malo es que este lugar es zona de migración. La mayoría de los jóvenes se van a la capital en busca de oportunidades. Quienes viven en Illescas tienen un promedio de edad alto. Un desafío enorme es el recambio generacional, sobre todo en los últimos años”.

La pequeña comunidad celebra la misa cada lunes de tarde. Fuente: Romina Fernández
Risso tiene razón. Según datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), la población de Illescas ha disminuido con el paso del tiempo. En 1963, había doscientos veinte habitantes. En 2011, bajó a ciento veintiuno. En la actualidad hay ochenta y seis personas que residen en la localidad.
“Vivir en el campo no es lo mismo que antes. Cada vez hay menos familias afincadas en el medio rural. La gente se va a vivir a los centros poblados y después se va a las ciudades. Es el periplo vital de la gente. Por eso no es fácil sostener comunidades vivas en este contexto”, dice el sacerdote.
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Afuera el sol calienta. Adentro hace frío.
Son las tres de la tarde y se escuchan gritos y risotadas que interrumpen el silencio rutinario de la localidad. Los ruidos provienen de enfrente, de la escuela pública, ubicada en Florida. Los niños terminaron su horario escolar. Solo tres de ellos cruzan a la capilla para participar de la catequesis: Junior y Sofía, de ocho años, y Lautaro, de diez.
Los niños entran a la capilla y se sientan en el primer banco. Risso les reparte a cada uno una hoja que ilustra a todo color las partes de la misa, que será el tema del día. El resto de las mujeres que integran la comunidad también se suman y permanecen como espectadoras del encuentro. Son Norma, Gloria, Gladys, Miriam, Graciela, Victoria, Mary y Ana. Son ocho en total.

La catequesis, un espacio en el que participan tres niños y los adultos acompañan. Fuente: Romina Fernández
Risso explica la importancia de la misa: “Cada vez que la comunidad cristiana se reúne, es para celebrar la presencia de…”, y espera a ver si alguno de los niños continúa la frase. Al no obtener respuesta, él la completa: “Dios y de Jesús”. Y agrega: “Rememoramos lo que Jesús hizo hace mucho tiempo en la Última Cena”.
Luego, va parte por parte: ritos iniciales, liturgia de la palabra, liturgia de la eucaristía y rito de conclusión. “La comunión es para los grandes, pero dentro de poco la recibirán ustedes”, dice Risso a los niños. “¿Tienen alguna pregunta o comentario?”. Silencio. Junior, Sofía y Lautaro se quedan callados. El sacerdote se dirige a la sacristía para revestirse y luego comienza la misa.
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Hay una pregunta que Risso se ha planteado desde que comenzó a atender la capilla San Lucio y las otras tres comunidades: ¿cómo incentivar la participación de las personas en la vida de la comunidad, ya sea sacramental o no?
“La motivación es fundamental para poder mover lo que sea”, dice y se ríe. Para ello, en 2019 impulsó la “Marcha-peregrinación, la Virgen abre caminos de a caballo”, organizada por la parroquia San Nicolás de Bari en conjunto con las tres capillas. “Es una pastoral popular. Es una forma de hacer presente la cultura rural de una manera viva con la fe, una fe inculturada”.
Ya se realizaron cinco ediciones que tuvieron distintos puntos de llegada: Cerro de Nico Pérez, Cerro del Verdún, Catedral de Florida, Cerro Pan de Azúcar y Tacuarembó. “En algunas participaron quince personas. En otras fueron diez. En otras ocho o nueve. En la segunda marcha, durante la última etapa, éramos cuarenta y cuatro”. La próxima convocatoria será el 6 de noviembre al mediodía, y la salida será desde Batlle y Ordóñez con destino a Florida.
“Un signo que tenemos es la maleta de la Virgen, que contiene las oraciones e intenciones que recabamos de las comunidades un mes antes del encuentro. En el camino recogemos más oraciones e intenciones para ofrecer en la misa final, en la llegada”.

El P. Risso durante su prédica. Fuente: Romina Fernández
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La celebración terminó, y ahora es momento de merendar. Hay chocolate caliente, tortas fritas y pastafrola. La sala quedó chica para que todos pudieran entrar, a pesar de que una de las parroquianas se fue antes. Las paredes están pintadas de blanco, de forma prolija pero sin mucho esmero. Una imagen del Sagrado Corazón de Jesús preside el lugar. Es el segundo encuentro que hay durante la semana en la capilla San Lucio en Illescas.
Por: Fabián Caffa
Redacción Entre Todos