En pocos días — el sábado 11 de febrero—, se celebrará un nuevo aniversario del comienzo de las apariciones de la Virgen en Lourdes a santa Bernardita. Compartimos con ustedes, a lo largo de esta semana, una serie sobre dichos sucesos, escrita por el P. Gonzalo Abadie para el quincenario Entre Todos. Aquí, el primer capítulo.
Entre cinco y seis millones de personas peregrinan al santuario de Lourdes cada año. Unos cinco mil vuelos de avión aterrizan en el aeropuerto de Tarbes, distante a tan solo treinta minutos. Otros muchos llegan en tren a la estación de Lourdes, y desde allí van descendiendo la pendiente, levemente, unos cientos de metros hasta entrar en el pueblito de catorce mil habitantes, apenas una manchita en el espectacular escenario natural que se abre en 360º ante la mirada atenta del visitante, dominado por los valles de Tarbes y de Pau que hacen de antesala de los Pirineos que se levantan al fondo, y en los que se esconden numerosos lagos que atraen a excursionistas avezados, pero también a una cantidad más nutrida de senderistas, desde niños hasta gente mayor en buen estado, familias enteras, que a pie pueden acceder al menos al lago de Gaube, soñado y turquesa, que se ofrece para todos aquellos que desean seguir ascendiendo después de admirar las sucesivas cataratas (valle de Cauterets) que saltan fragorosas, como recién llegadas al mundo, y que surcan de blanco los bosques perfumados de altísimos pinos, lugar que Bernadette visitó para encontrar alivio al sufrimiento del asma que padeció a lo largo de toda su vida. Mucha gente se dirige a la región en busca de aguas termales (Bagnères-de-Bigorre), o para visitar alguna de las diversas cavernas, especialmente las cuevas de Betharram, que recorren tres kilómetros subterráneos a lo largo de cinco niveles de pisos o galerías… La diminuta y humilde Lourdes es la puerta de entrada a las maravillas de la región.
Muchos de nosotros, poco más, poco menos, conocemos la historia de las apariciones de la Virgen que tuvieron lugar en 1858 en la gruta de Massabielle, ubicada a doscientos metros del pueblo, cuya población entonces representaba menos de un tercio de su número actual. Para quien guste de una buena lectura, no hay nada que pueda superar La canción de Bernadette, la novela histórica, reeditada una y otra vez, de Franz Werfel, el gran escritor checo que, huyendo desesperadamente de los nazis, en el límite de la angustia, prometió a Nuestra Señora de Lourdes que si lo salvaba, que si lograba sacarlo de Francia, él escribiría para ella la historia de las apariciones. En 1943, el filme con el mismo nombre (y que puede verse doblado al español en YouTube) ganó el Óscar a la mejor película.
Aunque era un pequeño pueblo, allí se encontraban concentrados todos los personajes necesarios para el reparto de esta gran historia, y, en particular, los de la familia Soubirous, que eran extremadamente pobres, al punto de sufrir hambre o alimentarse de supuestas sopas en los períodos de mayor carestía. Bernadette era la mayor de los cuatro hermanos. Otros muchos fallecieron. Su padre, François, era un buen hombre, que alquilaba uno de los cinco molinos del pueblo, el de Boly, y en el que compraba harina el padre Miguel Garicoits, un sacerdote a cargo del seminario de Betharram (a 15 kilómetros al oeste), y que era muy conocido porque había fundado allí la congregación de Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram.
Hagamos aquí un pequeño desvío. Es por aquellos años de mediados de siglo que muchos vascos y bearneses emigraron al Río de la Plata en oleadas sucesivas, por lo que el obispo de Bayona, en acuerdo con el de Buenos Aires, envió varios padres del Sagrado Corazón para que acompañaran a sus compatriotas, muchos de los cuales vinieron a parar a Montevideo, y con ellos, algunos sacerdotes también. Es en ese contexto que los vascos afincados en Montevideo impulsaron la erección de la capilla de la Inmaculada Concepción, dependiente de la Catedral de Montevideo antes de alcanzar el estatus de parroquia, conocido popularmente como la Iglesia de los vascos, atendida, por lo tanto, por los padres de Betharram. Es seguramente por esto que encontramos a monseñor Jacinto Vera en el sur de Francia visitando al padre Garicoits en el año 1867. Imagino que fue a pedirle que enviara a nuestras tierras más sacerdotes ‘bayoneses’, como se los conocía, debido a que Betharram se encuentra en la diócesis de Bayona. Cuando aquel fue canonizado, la parroquia de los vascos cambió su advocación de la Inmaculada por el de San Miguel Garicoits.
Lo cierto es que en aquella oportunidad, sabemos, Jacinto Vera peregrinó a la gruta, como era de esperar. La pobre Bernadette no podía evitar encontrarse con cada obispo que visitaba su pueblo y solicitaba verla. En todo caso, Jacinto no contó con esa posibilidad porque la joven de 22 años se había marchado en julio del año anterior para ingresar como religiosa en la congregación de las Hermanas de la Caridad de Nevers, donde sería conocida como hermana Marie-Bernard.
Volvamos al molino de Boly. Los padres de Bernadette no sabían administrar debidamente el negocio, y eran excesivamente indulgentes con todos los que no podían pagar, por lo que quedaron prácticamente en la calle, de no ser por el auxilio que les brindó un pariente, un auxilio mortal por otra parte, porque les ofreció el cachot, el antiguo calabozo, desestimado treinta años por inhumano e insalubre para alojar presos, una sentina de 3, 72 por 4, 40 metros donde tuvieron que apiñarse los seis integrantes de la familia, y soportar una humedad invasiva y un olor a mierda de pájaros impregnado en el ambiente por décadas. Tiempo de desgracias y humillaciones. François fue acusado falsamente de robar dos sacos de harina de una panadería y puesto en prisión por un tiempo. Jean-Marie, uno de los hijos, fue visto por entonces comiendo cera que derramaba un velón encendido en la iglesia. Bernadette debió ir a Bartrès, un pueblito a cuatro kilómetros al norte, a casa de su nodriza, para que hubiese una boca menos y para que la mayor de los hermanos respirase un aire saludable. Allí trabajó además atendiendo la taberna, sirviendo las mesas y cuidando los rebaños, pero no se sentía a gusto, porque no era bien tratada, y en cuanto pudo, con la excusa de que quería recibir la primera comunión, cosa cierta por otra parte, regresó al calabozo a principios del año 58.
El 11 de febrero de ese año, en pleno invierno, se ofreció a buscar leña, cosa que hizo acompañada por su hermanita Toinette y por una amiga, Jeanne. Al pasar frente a la gruta de Massabielle, refugio de los cerdos, observaron que había leña para recoger en su interior. Era un mediodía neblinoso y caía una suave llovizna. Bernadette se retrasó, porque para acceder a la gruta había que sortear las aguas heladas del canal que por entonces bañaban el lugar. Las otras niñas no se hicieron problema, arrojaron el calzado hacia la otra orilla y cruzaron corajudamente hacia el otro lado. Pero Bernadette tenía que ser precavida debido al asma, así que ella pensaba más bien en poder cruzar pero pisando piedras sobresalientes que la mantuvieran a salvo del agua. Así que comenzó a descalzarse cuando sintió el rumor de “una ráfaga de viento”, tal como sucedió en Pentecostés, aunque le extrañó que las hojas de los álamos no se movieran. Una segunda ráfaga le hizo levantar la vista y en un nicho en la gruta, a tres metros de altura, iluminado por “una dulce luz”, contempló “una joven maravillosa, vestida de blanco”, que abría los brazos, como dándole la bienvenida, y que se persignaba con la señal de la cruz. Entonces Bernadette atinó a tomar su rosario y rezar hasta que la imagen se disipó. Cuando preguntó si habían visto algo, se vio forzada, en el camino de regreso, a contar lo sucedido, y aunque pidió reserva, ya era demasiado tarde.
4 Comments
¡hermoso relato! Sólo hay que tener fe, nada más. Gracias por compartirlo
Bellísima descripción del lugar y bellísima historia. Las Cavernas son símbolos universales, representan lo oculto del Alma, de la Psiquis.
Me encantó el relato,es fascinante la historia de Bernardita de Soubirou.Miraré la película.Gracias por compartir
Hermoso y emocionante relato.
Son muchas ya, las veces que lo he leído produciendome siempre la misma emoción.