El miércoles 4 de diciembre, con una misa, se celebró el primer aniversario del hogar “El Campanario”, de la Asociación Civil San Marcos Ji, que trabaja con personas que intentan salir del consumo de drogas. Fue la segunda gran celebración del año de la asociación, porque el pasado 30 de setiembre se inauguró el hogar de medio camino “La Fuente”. En este número del quincenario quisimos conocer la nueva casa y dialogar con Inés Olivera —la gran impulsora de este proyecto—, sobre el primer año de trabajo de la institución.
Cuando uno deja San Quintín para tomar Avenida Garzón, va dejando también el bullicio de Paso Molino y el centro de Belvedere, con sus innumerables negocios, sus abigarradas construcciones y su tránsito por momentos caótico. Ya no se ven edificios, se puede contemplar algún árbol frondoso que comparte su sombra —muy bienvenida en esta época del año— y las casas —algunas de ellas casonas que presidían alguna quinta o chacra en el siglo pasado— son más bien bajas, con grandes ventanales y algún que otro jardín.
A media hora del centro —tal vez un poco más, dependiendo del día y el medio de transporte utilizado—, ya se puede respirar otro aire, ya se puede observar con otra claridad, ya se pueden oír otros sonidos.
Allí, en la Avenida Garzón, unos pocos metros después de su intersección con Bulevar Batlle y Ordóñez, se encuentra la casa de medio camino “La Fuente”, la segunda de la Asociación Civil San Marcos Ji, la primera que tiene un convenio con el Mides.
Un lugar de contención
“Estábamos trabajando para hacer un proyecto de paradores —para personas en situación de calle—, que es algo que tenemos en el debe”, nos cuenta Inés Olivera, impulsora de la asociación, sobre el momento en que los encontró la oportunidad de abrir un segundo hogar.
Y añade: “Me llamó la directora de protección social del Mides —Fernanda Ausperberg— a raíz del trabajo en la primera casa San Marcos Ji. Me dijo que necesitaban otra casa de medio camino (N. del R.: centros que ofrecen alojamiento y apoyo a personas que están en proceso, o han pasado, por una comunidad terapéutica por consumo de drogas), y que tenían el presupuesto aprobado. Eso fue en junio. Allí tuvimos que empezar a buscar un espacio, cuyo alquiler estaba contemplado en el presupuesto del ministerio”.
El equipo se puso en marcha, había que encontrar un lugar idóneo, y es ahí que surge la idea de Nicolás Parreira —el coordinador principal de “La Fuente»— de instalar la casa en la zona oeste de Montevideo. El planteo fue recibido con entusiasmo por el Mides, ya que la mayoría de este tipo de hogares se encuentra en la zona céntrica de la capital.
El lugar elegido es una casa amplia, con muy buena iluminación, con varios espacios, que incluye los dormitorios, una barbacoa, un jardín y un fondo, donde los propios usuarios han construido una pequeña huerta.
El espacio también ha permitido que haya una división, un hogar para hombres —con unas veinte plazas—, y uno para mujeres —con cinco lugares—.
Parreira describe “La Fuente” como una solución entre habitacional y terapéutica. “La idea es que mientras estén aquí, los muchachos —todos mayores de 18 años— generen vínculos, entre ellos y con la propuesta de la casa”. Y añade: “No es un refugio y tampoco es una casa. Le pedimos a los usuarios que tengan un medio de sostenimiento del tratamiento contra la adicción, y muchas veces ellos realizan actividades de recreación o formación en otras instituciones con las que tiene convenio el Mides (Portal Amarillo, Sacude, El Achique, etc.). Tratamos de generarles las redes para que ellos, en los primeros tiempos, luego de salir de la comunidad terapéutica, empiecen a adaptarse primero a la casa y luego a encarar el afuera en el día a día. Apostamos a que tengan autonomía, los ayudamos a que puedan ser responsables con el uso del dinero si trabajan, los ayudamos con esa administración. Es un lugar de contención”.
Nicolás pasó por la experiencia de la adicción a las drogas y tuvo la oportunidad de cambiar su vida en la Fazenda de la Esperanza, por eso advierte, ya como coordinador: “Hace como diez años que estoy afuera, y sé que es difícil. No es solo dejar la droga —ya que todo el consumo puede ser problemático—, porque a veces hay un consumo funcional: trabajás, estás un tiempo y volvés al consumo. Se necesitan espacios de contención, porque sos adicto toda tu vida. Hay mucha gente que se resiste a pensar que hay muchas cosas que no vas a poder volver a hacer. Hay actitudes, situaciones, comportamientos a los que no podés volver si querés salir de esto”.
La apuesta de “La Fuente”, así como de “El Campanario» —la otra casa de la Asociación San Marcos Ji— es que los usuarios utilicen ese tiempo y este lugar como una instancia de contención pero que, a su vez, generen herramientas para buscar su propio lugar. Es por eso que, en su tiempo de estancia, se busca que se formen, muchas veces a través de otras iniciativas estatales o talleres para el fortalecimiento de la comunidad.
En cuanto a la estructura y la manutención del lugar, el convenio con el Mides permite, además del alquiler y los gastos propios del centro, la alimentación a través del INDA. Eso sí, quienes cocinan y mantienen el orden son los propios usuarios, con reglas claras para todos.
Para este trabajo diario existen dos coordinadores, el propio Nicolás Parreira, y Florencia Caballero, además de seis operadores terapéuticos, uno por cada turno.
Un año de la primera casa
Cuando habla de “El Campanario”, el primer hogar de la Asociación Civil de San Marcos Ji, Inés Olivera no puede evitar emocionarse, especialmente por lo logrado por las personas que han pasado por allí durante este primer año.
Personas que han tenido que desandar el camino de las drogas, pero además —en algunos casos—, de reclusión y de varios años de situación de calle. Y otros que aún intentan desandarlos.
Inés cuenta que es diferente este hogar al de “La Fuente”. A “El Campanario” solo entran chicos que vienen de la Fazenda de la Esperanza cuando culminan su año allí, vienen que haber hecho los doce meses de Fazenda”. Y agrega: “No tenemos convenio con el Mides, ni con Asse, por lo que se financia todo con aportantes privados. Necesitamos padrinos para cada chico que llega, hay que pagar luz, agua, boletos, atención médica”. Pero más allá de estas dificultades comenta “se puede tener una experiencia de espiritualidad parecida a la de la Fazenda, que es la que los muchachos conocen y les permite salir adelante”. “’El Campanario’ es Fazenda, es Familia de la Esperanza”, asegura.
La Familia de la Esperanza es la asociación de fieles, bajo cuyo paraguas funcionan las comunidades terapéuticas denominadas Fazendas de la Esperanza. Además, funcionan los grupos Esperanza Viva, que carecen de una estructura formal, pero actúan en varias comunidades parroquiales, en distintos lugares del país y son parte de la Familia de la Esperanza.
Actualmente, hay nueve usuarios en el hogar “El Campanario”, ubicado en la Basílica Nuestra Señora del Carmen, más conocida como parroquia de La Aguada. De ellos, cinco están trabajando y cuatro haciendo el curso de operador terapéutico que, eventualmente, les dará la posibilidad de trabajar ayudando a otros.
Para Inés el acompañamiento de la familia es clave, sobre todo cuando ya no está el sostén de una casa de medio camino, entre que el usuario sale de la comunidad terapéutica y el momento que debe afrontar su reinserción social. “A veces no recaen en la sustancia puntual, pero sí en otros tipos de consumo”, añade.
La impulsora de la asociación insiste en la importancia de encontrar “padrinos” que puedan sostener económicamente el hogar “El Campanario”, porque en definitiva, como dice “con las personas que allí llegan es con quienes Jesús nos pide que estemos”.
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2 Comments
Felicitaciones para Inés y los colaboradores . La obra que realizan es muy útil y necesaria , que Dios los acompañe
Que Dios te siga acompañando en esa tan grande caminada y dando tanto amor a los que necesitan,