La Catedral Católica Armenia reúne a fieles que buscan vivir la fe con solemnidad y sentido profundo de lo sagrado.
Se llega por una calle tranquila. No hay locales comerciales ni tránsito pesado. Solo hay casas, veredas angostas y árboles enormes que sueltan hojas que el viento arrastra y acumula contra los cordones. La avenida 19 de Abril corre así, serena, por el barrio Prado, en Montevideo.
Entre dos edificios que lo superan un poco en altura, aparece el templo. Es de ladrillo limpio, prolijo, sin alarde. En la cima, enmarcada por un arco, una imagen de la Virgen se recorta bajo un templete blanco que parece una corona sostenida por columnas.
A los lados, dos vitrales: san Tadeo Apóstol y san Bartolomé Apóstol. Hay macetas con helechos, suculentas y flores rosas que bordean los escalones y se acumulan debajo del techo para resistir al frío. A un costado, hay una cruz armenia de piedra, llamada Khachkar, que fue instalada en 2015 y recuerda el centenario del genocidio armenio.

Adentro, la luz se filtra en colores. Hay más vitrales, que ocupan casi toda la altura de las paredes laterales. Las paredes son de un amarillo suave y no tienen demasiados adornos. Al fondo está el altar, elevado por un par de escalones y coronado por una cúpula celeste pintada con ángeles. A los costados, las banderas de Armenia y Uruguay sostienen el espacio, como dos países que comparten la misma fe.
La cátedra del obispo guarda un valor especial: es la misma que usó san Juan Pablo II durante la misa que presidió en el Estadio Centenario, en mayo de 1988, durante su segunda visita a Uruguay.
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Las puertas de la Catedral Católica Armenia Nuestra Señora de Bzommar se abren como un suspiro y se cierran con suavidad. Faltan pocos minutos para las once de la mañana del domingo 22 de junio. El cielo está gris y encapotado. Los fieles empiezan a entrar. Algunos llevan hijos pequeños, otros llegan solos o en pareja. Jóvenes, adultos mayores, todos buscan lugar antes de que comience la misa.
El lugar queda chico para la cantidad de gente que asiste aunque, en teoría, puede recibir a casi cien personas sentadas. Varias mujeres optan por cubrirse la cabeza con una mantilla. Algunas la traen consigo; otras toman una de las que hay disponibles en una caja, junto a la entrada.
La celebración es especial por varios motivos, y eso explica la cantidad de fieles presentes. Se honra la memoria de una mujer fallecida, se recibe la visita de monseñor Vartán Waldir Boghossián —administrador apostólico de la Eparquía Armenia en Argentina y del Exarcado Apostólico para los fieles de rito armenio en América Latina y México—, y se celebran los doce años de sacerdocio del padre Genaro Lusararian, actual párroco de la comunidad.

Cada misa de rito armenio guarda un misterio. Uno distinto al de otras liturgias. Los celebrantes se ubican de frente al altar y de espaldas a la asamblea. El sacerdote intercede por el pueblo, el diácono dialoga con el pueblo. Todos miran a Cristo.
Durante la celebración, unas cortinas rojas se cierran cuatro veces. Son momentos en que el altar no necesita comunicarse con la asamblea. Uno de ellos ocurre durante la consagración. Los armenios no mezclan el vino con agua porque creen que Cristo no lo hizo en la última cena. La comunión se entrega en la boca y bajo las dos especies. No es una opción. Es obligatorio.
Los acólitos llevan una túnica roja con cuello dorado. Lo mismo usan quienes cantan en el coro. En el rito armenio no hay colores litúrgicos. Además, deben calzar unas sandalias con flores bordadas. “Porque estamos pisando suelo santo”, explicará más adelante Lusararian.
Mientras tanto, los fieles siguen el paso a paso de la celebración con la ayuda de un librillo. Cada página está dividida en dos columnas: a la derecha, las partes y respuestas de la misa en armenio; a la izquierda, la traducción al español. Cada oración está numerada, y un tablero indica el número correspondiente para que todos puedan seguir el desarrollo de la liturgia.
Misas, rosario y confesiones
En la Catedral Católica Armenia (Avenida 19 de Abril 3325) se celebran misas de lunes a viernes a las 18 horas, los sábados a las 16 y los domingos a las 11. Las celebraciones entre semana y la del sábado son en español, mientras que la misa dominical se realiza en rito armenio y es cantada. El rezo del rosario y las confesiones tienen lugar cuarenta y treinta minutos antes de cada misa, respectivamente.
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Nicolás Álvarez Moya es uno de los acólitos. Tiene cuarenta y ocho años y es vendedor de productos de materias primas para repostería y frutos secos. Se integró a la comunidad hace tres años y, desde la última Semana Santa, sirve en el altar.
“Llegué tarde al catolicismo, lamentablemente. Mis padres me dieron, gracias a Dios, el bautismo, como era costumbre, pero nunca se me habló de Dios en mi casa y menos que menos de la Iglesia católica. De adolescente, mi madre me llevó a un templo protestante, al cual ella sigue asistiendo hasta hoy. Yo trato de traerla, por supuesto, pero es una lucha familiar que tenemos”, dice entre risas.
Con el paso del tiempo, se alejó de la religión que le había impuesto su madre y empezó a buscar otros caminos que lo ayudaran a atravesar una crisis. Fue entonces cuando un amigo católico practicante le recomendó buscar en YouTube videos sobre religión. Eso lo motivó a involucrarse nuevamente en la Iglesia católica, pero con una condición: que fuera algo tradicional. Así llegó a la parroquia católica armenia, sin siquiera conocer el idioma.
“Intenté estudiar armenio y es increíblemente difícil. Pero no importa. Lo que importa aquí es Dios y el respeto a lo sagrado, a lo tradicional, a Cristo y la sagrada eucaristía”.

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El terreno donde hoy está la Catedral Católica Armenia Nuestra Señora de Bzommar se adquirió en 1978. La construcción del edificio fue posible gracias a la ayuda de la comunidad armenia católica del Uruguay, la congregación para las Iglesias orientales y a las instituciones alemanas católicas: Adveniat, Ayuda a la Iglesia que sufre y Arzobispado de Köln.
Hasta entonces, los católicos armenios en Uruguay se congregaban en la parroquia Nuestra Señora de Bzommar, en Acevedo Díaz 2361. Esa comunidad, que hoy depende de la Arquidiócesis de Montevideo, tuvo como referente al padre Pascual Tekeyán, quien llegó a Uruguay en 1948 y fundó la Misión Católica Armenia.
Juan Pedro XVIII Kasparian —patriarca de Cilicia y primado de la Iglesia católica armenia entre 1982 y 1998— colocó y bendijo la piedra fundamental el 20 de noviembre de 1983 y consagró el templo el 16 de abril de 1988. Su primer párroco fue el padre Rafael Ketchedjian, quien falleció en 1992. Lo sucedió su hermano, el padre Antonio Ketchedjian, que estuvo al frente de la parroquia durante más de treinta años.
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La historia de Lusararian ya es conocida. Incluso ha salido en algunos medios. Dedicó la mayor parte de su vida a la carrera militar y llegó al grado de coronel. Pero a los cuarenta y cinco años, tras regresar de una misión en Haití, pidió la baja para ingresar al seminario.
“Me crié en San José, me formé como católico pero no como armenio. Recién después, cuando dejé el ejército para ser sacerdote, conocí esta parroquia y al obispo. Ahí empecé mi formación armenia”.
Recibió la ordenación sacerdotal el 22 de junio de 2013 y presidió su primera misa en la iglesia de los Carmelitas. El 2 de junio de 2024 asumió como párroco de la Catedral Católica Armenia, cuando Ketchedjian empezó a presentar algunos problemas de salud.
“Para muchos fieles, el padre Genaro es un faro”, dice Nicolás. “A algunos pueden no gustarle su rigidez, su firmeza. Él es un hombre firme y valiente. Nunca te deja dudas. Él no enseña lo que quiere, enseña lo que Cristo enseñó. Él es fiel a la palabra de Cristo, a la doctrina y a lo que se enseñó toda la vida en la Iglesia católica. Esa fidelidad la pagamos nosotros viniendo a esta parroquia y siendo fieles a él”.

En su despacho, el sacerdote muestra fotos de bodas de parejas jóvenes que celebró en estos años. “Siempre digo: una parroquia es una familia de familias. Y esta tiene vida. Hay catequesis para niños, adolescentes, adultos. Tenemos un equipo para conquistar a todos los armenios del Uruguay y muchos corazones más para Cristo”.
Esta parroquia no tiene jurisdicción barrial ni límites geográficos, como ocurre con otras comunidades. El territorio pertenece a los Carmelitas. Pero esta es una parroquia distinta: la única parroquia armenia católica de todo el Uruguay.
Los fieles llegan por caminos distintos. Algunos escucharon hablar del lugar. Otros lo vieron en redes. Hay quienes vienen porque conocen a uno de los sacerdotes. Algunos vienen de otros barrios, como Nicolás, que vive en el Cordón: “Vivo a una cuadra de una parroquia que es cuatro veces más grande que esta, pero esta comunidad me atrapó por completo. Quienes venimos hasta aquí es por el respeto que se le da a la liturgia y a lo sagrado”.
“La minoría son armenios”, dice Lusararian. “Hay gente que viene porque le gusta el rito tradicional o porque me conocen o conocen al padre Antonio. Vendrán tres o cuatro familias armenias los domingos, y si hay un evento especial, vienen más. Mi preocupación ahora, además de la vida de la parroquia, es empezar a ‘pescar’ armenios. El rebaño se ha desparramado. Hace un tiempo, el padre Antonio me dio unos cuadernos que tienen contactos de gente que integró la parroquia y estoy empezando a llamarlos para atraerlos”.
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Lusararian habla con entusiasmo, que se escapa bajo su bigote. Afuera, se escuchan niños correr en el frío. “Es lindísimo porque ellos participan de la liturgia, y en silencio”.
Una joven interrumpe la entrevista para avisar que lo esperan. Quieren darle regalos por su aniversario sacerdotal. Se llama María Agustina Invernizzi, tiene treinta y tres años y lo conoce desde hace cinco años, al trabajar en el Hospital Militar, donde él es capellán de la capilla Sagrado Corazón de Jesús desde diciembre de 2013. “Lo quiero como si fuese un padre adoptivo”.
María Agustina es de Mercedes y se formó con los salesianos y las hermanas capuchinas. Hace menos de un año que se integró a la parroquia, donde colabora como secretaria y catequista de adultos. “Aquí te sentís como en casa. Somos realmente hermanos en Cristo. Se siente ese amor y esa unidad que es lo que Jesús enseñó”.

La primera misa a la que asistió fue un día de semana, que se celebra en español. “Pero la primera vez que escuché la misa en armenio, me costó enseguida. Si bien tenés el misal y la traducción, es un poco chocante porque no estamos acostumbrados. Pero la misa es lo más grande que hay, y por más que no entiendas, el sacrificio de Jesús se hace presente”.
Una iglesia jubilar más
La Catedral Católica Armenia Nuestra Señora de Bzommar es una de las iglesias jubilares designadas para este Año Santo. Lusararian explica que, por razones de seguridad, el templo no puede permanecer abierto durante muchas horas, pero las personas que se acerquen pueden tocar el timbre y alguien les abrirá. “Ojalá peregrinen muchos, para que puedan obtener la indulgencia: un regalo de Dios a través de la Iglesia”, dice el sacerdote.
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Qué hermosa tradición viva presenta este artículo, ¿cómo se mantiene esta identidad a lo largo del tiempo en la comunidad? Regards Telkom University Jakarta