En el ciclo organizado por el Cedei
El pasado 12 de junio, en el marco del ciclo cultural “1825-2025: Discursos y representaciones de la Independencia”, organizado por el Centro de Documentación y Estudios de Iberoamérica (Cedei) de la Universidad de Montevideo (UM), se realizó la mesa redonda denominada “Iglesia y Estado independientes en el Uruguay”.
Fueron tres especialistas los que abordaron las dinámicas que definieron la autonomía de las instituciones religiosas frente al poder civil en nuestro país. La Dra. Carolina Greising, del Departamento de Humanidades y Comunicación de la Universidad Católica del Uruguay (UCU); la Dra. Susana Monreal, también investigadora de la UCU; y el Dr. Tomás Sansón Corbo, del Cedei de la UM.
Una revalorización del componente religioso
La primera en tomar la palabra fue Carolina Greising, que reflexionó sobre cómo se ha tramitado la identidad nacional en estos doscientos años desde la independencia de nuestro país.
Para la investigadora de la UCU, en este proceso de construcción de la identidad uruguaya, “no han sido ajenos los vínculos entre religión y política, y si afirmamos más el lente de observación entre el catolicismo —entendido como institución, fieles y jerarquía en general— y el Estado. En este sentido, nadie niega que la laicidad es un rasgo identitario de los uruguayos y las uruguayas, y que nuestro país optó por uno de los modelos de laicidad más radicales para configurar su Estado”.
Greising también hizo referencia al cambio que se ha dado en los últimos tiempos en la investigación histórica nacional, que ha incorporado la dimensión religiosa como una variable relevante. “Hace relativamente poco tiempo, el discurso empezaba diciendo que este era un campo que había sido poco abordado en la historiografía nacional, que la investigación histórica había priorizado otros asuntos y que por lo tanto las historias que resultaron estaban cargadas de miradas laicistas”, sostuvo. “Hoy, creo yo, ese discurso queda corto, porque cada vez somos más los interesados en agregar la variable religión en las construcciones de los relatos históricos”, añadió. Y lo ejemplificó con el hecho de que en el congreso que este año organiza la Asociación Uruguaya de Historiadores (AUDHI) se presentará un panel denominado «Cristianismo y modernidad en el Cono Sur: nuevas miradas». En ese panel habrá nueve ponencias, es decir, nueve investigadores e investigadoras que trabajan sobre diversos temas vinculados con la religión, en los siglos XIX y XX, en nuestro país. Para la investigadora, estos pasos pueden marcar un mojón importante en la historiografía nacional.
La fe y la educación en nuestro país
Después fue el turno de la Dra. Susana Monreal, quien hizo un recorrido de la influencia intelectual del catolicismo en nuestro territorio desde la colonia hasta el siglo XX. La historiadora hizo énfasis en la excepcionalidad de la región rioplatense con respecto a otras zonas del continente, en tiempos de la llegada de españoles y portugueses a estas tierras.
“Como hemos dicho muchas veces, este fue un territorio poblado y evangelizado muy tarde. Cuando en 1730 terminó la fundación de Montevideo, numerosas ciudades en los imperios ibéricos tenían ya cien o doscientos años de historia. En el plano cultural, la primera universidad en tierras españolas se había fundado en la isla de Santo Domingo y fue la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino en 1538”, mencionó, y comparó; “aquí recién había pasado Solís por la puerta en la región del Río de la Plata”.
Monreal también recordó que a principios del siglo XIX fueron los jesuitas y franciscanos quienes instalaron escuelas primarias, pero también remarcó que no existieron en Montevideo ni educación media ni institutos superiores hasta mediados del siglo XIX. Aún así destacó que “en medio de tantas limitaciones algunos orientales alcanzaron sin embargo grados universitarios y se destacaron por sus servicios a la sociedad local. Los conocemos bien: son el presbítero José Manuel Pérez Castellano, doctor en Teología por la Universidad de Córdoba, además de ser el primer experto agrícola en estas tierras, y el presbítero Dámaso Antonio Larrañaga, con estudios superiores en el Real Colegio de San Carlos, en Buenos Aires, y posiblemente en Córdoba, y generador de numerosas y valiosas entidades culturales y educativas”. Sobre Larrañaga, destacó también su papel como el gran impulsor de la ley de las nueve cátedras, aprobada el 11 de junio de 1833, que marcó el origen de la Universidad Mayor, hoy Universidad de la República.
Un segundo punto que quiso tocar Monreal fue la generación de la identidad nacional y de la Iglesia en nuestro país, y el papel que cumplió el Club Católico en los finales del siglo XIX y buena parte del XX. En este proceso de consolidación de la nación, y también de la Iglesia católica moderna, se destaca la figura de monseñor Jacinto Vera, cuarto vicario apostólico del Uruguay y primer obispo de Montevideo desde 1878. Entre las propuestas del beato, en aquel periodo, la investigadora hizo foco en la fundación del Club Católico de Montevideo, que se concretó el 20 de junio de 1875. “En su seno,sostuvo, se fundaría el Liceo de Estudios Universitarios y este sería el origen de la primera universidad libre o católica que funcionó entre el año 78 y el año 85, cuando el gobierno de Santos decretó el monopolio de los estudios universitarios en el país. El Club Católico funcionó en torno a un marcado liderazgo de Mariano Soler, que reunió un grupo de laicos de edad variada y también diverso perfil académico y algunos de ellos fueron notorios letrados católicos en la segunda mitad del siglo XIX. Allí están Francisco Bauzá, Juan Zorrilla de San Martín, Luis Pedro Lenguas, tal vez entre los más jóvenes y entre los adultos de este laicado, es muy importante la figura de Joaquín Requena, que fue un destacado abogado y codificador, rector de la Universidad Mayor, y una figura de especial destaque”.
Para Monreal hubo un pasaje complejo entre los siglos XIX y XX para la Iglesia católica uruguaya. “Frecuentemente pienso que las muertes sucesivas de tres figuras que fueron pilares en diferentes aspectos de la sociedad católica tuvieron un efecto fuerte con las consecuencias que siguieron. En 1892, muere Juan Dámaso Jackson, que era un pilar financiero para la Iglesia. En 1899, muere Francisco Bauzá, con cincuenta años, un intelectual brillante y combativo. Y en 1908, Mons.Mariano Soler, un arzobispo de proyección internacional”.
La fe popular como motor social
La última intervención estuvo a cargo del Dr. Tomás Sansón que habló sobre la Iglesia católica y la religiosidad popular en el bicentenario uruguayo. En su planteo general general quiso proponer una reflexión sobre las expresiones de fe vividas por el pueblo, que van más allá de lo institucional, aunque también involucrar muchas institucionales, y cómo inciden en la definición de una idiosincrasia uruguaya.
Para Sansón “De alguna manera la historia que nos han enseñado en la escuela es una historia renga, porque prescinde de muchas cuestiones relacionadas con la religión y la religiosidad de los uruguayos en todas sus manifestaciones, pero también en esta, que es tal vez una de las expresiones más relegadas. A menudo el estudio de las relaciones Iglesia-Estado se enfoca en la institucional en los grandes acuerdos o conflictos, sin embargo la historia del Uruguay y en particular de su idiosincrasia es incomprensible sin atender a la fe vivida en las calles, en los hogares, en las promesas y en las devociones populares. Es allí donde el pueblo uruguayo ha forjado en buena medida su identidad espiritual y moral”.
El historiador hizo un desarrollo de la evolución de ciertas prácticas religiosas como las devociones a san Cono, san Isidro Labrador o san Pancracio. También se detuvo en la veneración de los fieles a la Virgen en sus distintas advocaciones.
Para el investigador “La religiosidad popular católica no es un mero apéndice a la historia uruguaya —por lo menos en mi opinión—, sino un componente activo y resiliente. A pesar de los bienes políticos y la consolidación de la independencia entre Iglesia y Estado, las devociones, las prácticas comunitarias y las expresiones de fe del pueblo, han continuado moldeando nuestra cultura y ofreciendo respuestas a los desafíos colectivos. Más allá de la esfera institucional, existe un ámbito de la vida, una suerte de tercer espacio, que en su autenticidad y arraigo demuestra cómo las convicciones espirituales siguen siendo un motor social y cultural capaz de trascender marcos formales y contribuir al bien común de la nación”, concluyó.
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Muy interesante