Las hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús responden al llamado de Dios.
Las hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y de María, tienen un carisma inspirado en responder la pregunta del para qué nos hizo Dios. Originaria de España, pero asentada también en Uruguay, esta congregación se enfrenta a los desafíos de los tiempos que corren con la misión de ayudar a los fieles a encontrar su lugar en el mundo y en la Iglesia.
En Uruguay, Luján y Susana llevan adelante esta misión. Ambas nacidas en Tacuarembó, vivieron el llamado a la vocación de maneras similares. Los primeros contactos de Susana con la fe fueron en su infancia, mientras concurría al colegio San Gregorio. Sin embargo, el hecho que marcó su vida transcurrió durante su adolescencia, con una enfermedad cerebral que privó a su madre de la movilidad. Este hecho la alejó de la fe durante un tiempo, que Susana recuerda como de “rebeldía y enojo”. Es a sus dieciocho años, a raíz de una invitación de sus amigas a un retiro, que Susana retoma lentamente su relación con Dios. Sin embargo, explica que su situación familiar no le permitía darle a Dios eso que sentía que le pedía. Al terminar el bachillerato, comienza la carrera de magisterio mientras hacía su acompañamiento espiritual con Mons. Gil, obispo de Tacuarembó. En una conversación que recuerda como gran importancia, el obispo le dijo que frente al sagrariole preguntara a Dios qué quería de ella, y agregó “Pero cuando le diga que sí, no dé marcha atrás”.
Hoy reflexiona que su consejero tenía muy claro que Dios la llamaba a la vocación, pero que su contexto familiar le exigía mucho y no quería abandonarlo. “Yo fui a la Catedral, pero en sí la Catedral no me decía mucho. Entonces me subí a la moto, y me fui hasta la parroquia San José, que era mi comunidad. Cuando llegué, no sé cuánto tiempo estuve frente al sagrario, y con una lucha impresionante para tomar la decisión, exclamé: ‘Jesús, te digo sí’”. Los días posteriores los recuerda de fuertes dudas: su entorno cuestionaba la decisión y no se sentía comprendida, pero mantuvo como norte el sí que le había dado a Dios. De todas maneras, Susana se encontraba cuidando a su abuelo, que padecía un cáncer de gravedad. Explicaba a la congregación que no podía dejar su casa hasta que la situación no mejorara. Poco después, su madre fallece de un síncope, de manera inesperada. Y a los pocos días de esto, muere su abuelo también. Al perder las ataduras que la mantenían en su hogar, Susana decide emprender el camino que Dios le había señalado, y entra en la congregación.
“Él nos llamó a vivir el amor. Cómo y dónde es algo a descubrir…”
Hna. Susana
La infancia de Luján también se desarrolla en Tacuarembó, en un hogar con opiniones contrapuestas. Su padre no tenía fe, pero su madre les daba catequesis a sus hijos los fines de semana. “Recuerdo la primera vez que mi madre me contó la vida de Jesús. Yo no entendía por qué María no había hecho nada por librarlo de la muerte” recuerda. “Mi madre nos decía que había muerto por todos nosotros, para salvarnos. Entendí que si éramos felices, debía ser porque conocíamos a Jesús. Que había gente que no lo conocía, y que yo tenía que hacer algo para que lo conocieran”, explica.
Más adelante, una frase que escucharía en la secundaria también marcaría sus reflexiones: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si se pierde a sí mismo?”. Esta pregunta la lleva a reflexionar sobre las vocaciones y su lugar, y unos años después, decide irse de misión. A raíz de esto comienza a sentir un llamado a la consagración que la llenaba de inseguridades, por lo que comienza a pedirle señales a Dios: “Empecé a pedirle a Dios que si él quería que yo fuese religiosa, me mostrara gente que viviera en esa vida feliz. Y que si no veía a nadie feliz, yo no entraba”. Luján recuerda que Dios respondió con dos personas muy concretas: la hermana Emilia y el padre Eugenio Blanquez. “Cuando te sentís llamado, sentís una certeza, y no inseguridad. Pero uno quiere invertir su vida en algo que lo haga feliz. Yo estoy convencida de que Dios nos hizo para ser felices, y donde no estés feliz, no es tu lugar”, asegura Luján, cuando reflexiona sobre las excusas que las personas suelen poner antes de embarcarse en los caminos que Dios les señala.
La congregación
La fundadora de la obra, María Teresa Dupouy, nació en Francia, pero luego se mudó con sus padres a San Sebastián, España. Entró muy joven a la congregación del Sagrado Corazón, y comenzó a centrarse cada vez más en la idea del amor extremo de Dios por todos los hombres. Su frase «Dios nos podía dar algo más que su muerte en la cruz, y es quedarse con nosotros en la eucaristía», da cuenta de la sensibilidad que presentaba la fundadora sobre esta cuestión. Frente a este concepto, Dupouy sintió una fuerte necesidad de dar a conocer este mensaje, y a raíz de esto se desarrolla una espiritualidad de tres dimensiones: eucarística, sacerdotal y misionera.
Experimentó la necesidad de formar “obreros del evangelio” que pudiesen transmitir este mensaje. A partir de ese momento, fundó la congregación y puso en el centro la Eucaristía, “como un manantial del que uno se alimenta, para ensanchar ese amor y llevarlo al mundo”, explicaba Luján. Resaltó el «obrar, trabajar y sufrir” por las vocaciones, para que surgieran en la Iglesia nuevas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras, y también de laicos comprometidos . Desde esta idea surgió el fomento de encontrar las vocaciones de la congregación.
La Hna. Susana explica que el amor de Dios puede vivirse y darse a conocer desde lugares distintos aparte de la congregación, ya que tiene preparado un lugar diferente para cada ser humano. “Él nos llamó a vivir el amor. Cómo y dónde, podrá ser desde una profesión, desde el ser esposa, desde el ser padre, desde el ser consagrado, desde descubrir tu lugar en el mundo y descubrir tu vocación. Lo importante es trabajar por el Reino” reflexiona, pero lamenta que “la mies es mucha y los obreros son pocos”.
La fe en el mundo actual
A la hermana Luján, los bajos ingresos de aspirantes al seminario le parecen alarmantes. Sin embargo, considera que ciertas características de la sociedad actual son las que generan esta carencia, pero que no es el único ámbito afectado: “El compromiso para siempre asusta, entonces mantener el sí se torna muy difícil”. Luján explica que el objetivo central es promover las vocaciones desde su lugar.
Frente a la falta de fe en la sociedad, Susana considera que los cimientos de esta realidad de nuestro país se encuentran en lugares más antiguos de los que uno cree. Reflexiona que la Iglesia Católica es objeto de críticas y persecución de manera sistemática, desde hace muchos años: “ Siempre se la ve como una amenaza, como un poder. En las facultades la destrozan. La separación de Iglesia y Estado es muy buena, pero lo que no está bueno es esa persecución terrible que hay”, afirma. Frente a la separación Iglesia-Estado, Susana asegura que si bien es esencial, destrozó un aspecto elemental en la sociedad uruguaya, que es la espiritual: “Hay una dimensión en nuestra vida que no la podés descuidar. En Uruguay tenemos tres patas, nos falta la cuarta. Eso te lleva a un vacío existencial”.
Luján expresa también que esta situación muchas veces lleva a las personas a la desesperación, a no encontrar sentido a la vida. Pero que el descubrimiento de Dios lleva a que uno se sienta amado incondicionalmente: “Cuando descubrís a Dios, pasarás por muchos obstáculos y muchas circunstancias, pero cuando lo tenés, es la fuerza que te sostiene y que te va a sacar a flote siempre”. La congregación presenta a las vocaciones como clave para una vida feliz: “Dios te creó para algo. Ese algo es la vocación, un proceso largo. Descubrir para qué te creó Dios es muy importante, porque se te va la vida” advierte Luján. “Jesús es alguien por quien vale la pena apostar. Es alguien que nunca conocés del todo, pero lo vas entendiendo a través del crecimiento”.
Por: Catalina Zabala
Redacción Entre Todos