Desde sus inicios, la parroquia San Rafael es atendida por los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, que han hecho de la misión el corazón de su trabajo en el barrio.
El templo se levanta discreto, en la esquina de Carlos María Ramírez y Cuba, en pleno Cerro Norte. Una fachada blanca, lisa, apenas manchada por marcas de grafitis borrados y otros que aún permanecen.
Más arriba, una cruz de hierro se une al cielo. Sobre la puerta de madera, un frontis anuncia, con letras metálicas, su nombre: San Rafael. Debajo, una pequeña imagen de la Virgen María con la mirada fija, como si cuidara la entrada.
No hay torres ni vitrales. Solo una sobriedad áspera que habla de un barrio y de sus rutinas. La parroquia parece sostenerse en una fe silenciosa: la de seguir en pie, sin estridencias, en una zona de Montevideo donde, a veces, la seguridad se vive como un bien frágil.

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La parroquia San Rafael, en Carlos María Ramírez 2090, ha sido testigo del paso del tiempo en Cerro Norte. Erigida el 5 de noviembre de 1939, por Juan Francisco Aragone, entonces arzobispo de Montevideo, fue encomendada a los Misioneros Oblatos de María Inmaculada (OMI) que habían llegado a Uruguay a principios de esa década.
En una carta de 1948, uno de los sacerdotes escribía:
“Es una parroquia pobre en todo sentido. Cuando hemos llegado, la población de la parroquia, obrera en la casi totalidad, estaba más alejada de la religión. Podemos decir que se oponían a la religión. Hoy la oposición es casi terminada y el alejamiento desaparece poco a poco. Se trabaja sobre todo con los jóvenes”.
En 1950 abrió sus puertas el colegio parroquial: San José OMI, como servicio al barrio y como respuesta a la escuela laica que excluye la formación religiosa. Así, la acción de la parroquia se extendía más.
Con el paso de los años, la parroquia proyectó remodelar el templo. Pero solo logra levantar el campanario, que quedó inconcluso, sin terminaciones. En 1956 la crisis económica se había instalado en el país y se sentía en el bolsillo de los fieles, que no podían hacer aportes. La congregación decidió entonces solicitar ayuda económica desde el exterior.
A finales de la década del setenta, el territorio parroquial contaba con unas treinta y cinco mil personas. Para fines del año 2000, la cifra había llegado a ciento veinte mil. Nuevos asentamientos precarios se habían multiplicado en el barrio. Para responder a esta realidad, la parroquia implementa la formación de laicos que salgan al encuentro de sus vecinos y motiven el surgimiento de comunidades.
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Son las dos de la tarde del martes 12 de agosto. Marianela Mantero, de sesenta y seis años, abre la puerta y recibe a quienes llegan. Es la secretaria parroquial desde 1994, cuando el padre Giuseppe Mammana —Pippo— la invitó a ocupar el puesto. Nunca dejó de serlo, aunque ya esté jubilada. “He conocido a niños que ya están casados. Muchas historias. Me gusta mucho recibir a la gente, compartir con ellos y tratar de darles lo que buscan”.
En uno de los salones —que tiene un pequeño cuadro de san Eugenio de Mazenod (1782–1861), fundador de los OMI— aguardan Enrique Rodríguez y Sandra Villafán, dos integrantes de la comunidad. Pronto aparecen los dos sacerdotes: Antonio Messeri y Rosalino Thompson.
“Es una comunidad pequeña pero comprometida. A veces son las mismas personas que están un poco en todo, pero con muchas ganas, y así se logran muchas cosas”, dice el padre Messeri, quien es el párroco desde marzo del año pasado.
Nació en Italia hace cincuenta y cinco años, fue ordenado sacerdote en Florencia en diciembre de 2002, y ya ha vivido en otras dos etapas distintas en San Rafael como vicario: entre 2003 y 2011, y de 2014 a 2016. “Antes éramos varios sacerdotes, por lo menos seis o cinco, y uno era el párroco. Siempre era una comunidad”.

El padre Messeri sucede al padre Luis D’Angelo, quien falleció de manera repentina el 4 de noviembre de 2023 durante una misión de jóvenes en José Enrique Rodó, departamento de Soriano. D’Angelo había sido párroco de San Rafael desde 2017. “Fue bastante duro para todos”, recuerda Sandra. “Muchos tomaban distancia, les costaba el proceso y había que respetar eso, pero también acompañar, ¿verdad? Para que pudieran reintegrarse y darse la oportunidad de volver a compartir en comunidad. Y por suerte el proceso fue lento, pero seguro”.
Sandra tiene cincuenta y cuatro años y se integró a la comunidad en 2009 tras pasar por las comunidades de Nuestra Señora de Fátima y Santa María de la Ayuda. Desde que el padre Messeri asumió como párroco, ella pasó a ser la responsable laica tras ser elegida por votación en el consejo parroquial. “Cada sacerdote tiene sus distintas formas de ser, pero cada uno tiene su carisma. Creo que aún estoy aquí por eso”, dice entre risas.
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Según las crónicas de la parroquia, las primeras misiones se predicaron en 1952. En aquel entonces, el territorio era mucho más amplio que el actual. Aun así, las misiones se realizan cada año, salvo el año pasado. “No estábamos preparados, veníamos de un proceso difícil”, explica Sandra sin entrar en detalles.
Dentro del barrio Cerro se encuentran otros barrios, pequeñas divisiones que surgieron tras la instalación de asentamientos regulados y que recibieron un nombre, como El Tobogán, 1.° de Mayo, La Paloma, La Boyada y Parque Cauceglia. En varias de estas zonas funcionan tres capillas: Virgen de la Sonrisa, Santa Cruz y Buen Pastor. Cada año, en octubre, la parroquia elige una de estas áreas y sale a misionar.
“Cuando decimos que venimos de la parroquia San Rafael, todos se quedan contentos y sorprendidos porque es común que salgan más los evangélicos. Se ve que la gente necesitaba que los católicos saliéramos y visitáramos las casas, a veces solo para charlar”, dice Marianela.
Las misiones han dado frutos: se han celebrado bautismos y varios adultos se han acercado interesados en la catequesis, y la comunidad lo valora como un logro.

El padre Thompson toma la palabra y agrega:
“Se nota que hay necesidad de ir hacia la gente, que están en un lugar donde no hay presencia de la Iglesia católica”.
El sacerdote tiene sesenta años. Nació en Encarnación, a unos cuatrocientos kilómetros de Asunción, Paraguay, y fue ordenado sacerdote en 2003. Desde entonces ha estado en Argentina, Guatemala, Paraguay y Chile. En su vida ha estado acostumbrado a vivir en comunidades más grandes.
“En Colonia Independencia de Villarrica (Paraguay) estuve en una parroquia con una extraordinaria multitud de gente. Tenía ochenta y cuatro comunidades y casi ochocientos catequistas. Generalmente teníamos cada año ochocientos, mil o dos mil confirmados”.
Desde hace tres meses vive en San Rafael, donde la realidad contrasta con todo lo que ha conocido. “Fui bien recibido y estoy esperando más participación de la gente en la santa misa”, cuenta. Su intención es encontrar paraguayos que residan en Uruguay e invitarlos para que se integren a la comunidad, y espera lograrlo.
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En San Rafael hay dos pequeñas comunidades para compartir la fe, cada una con un nombre metafórico: El Puente y Ventana. “El puente une y la ventana abre”, dice el párroco y sonríe.
“Nos reunimos los segundos domingos de cada mes”, señala Enrique. “Conversamos un poco acerca de la palabra. Luego de la pandemia el grupo se separó, y ahora se está reiniciando”. Sandra agrega: “El barrio se ha prestado muchísimo para la inseguridad y eso asusta mucho a la vejez. No quieren venir a la misa de tarde. Hay bastante violencia”.
Los adultos mayores cuentan con su propio espacio de recreación en la parroquia. Cada encuentro se realiza los últimos domingos de cada mes, después de la misa de la mañana. A sus setenta y cinco años, Enrique nunca se pierde ninguna instancia. “Hace cuatro años comenzaron cuatro personas, y ahora somos veinte”, dice. Cada semana hay juegos animados por dos voluntarias y, a fin de año, se organiza un paseo a La Floresta, en el departamento de Canelones.
“Cuando me encontré con los OMI, me encontré conmigo mismo”, reflexiona Enrique. “Me siento más en casa con ellos porque son más sufridos, por su espíritu misionero. Es una congregación que no te mira desde arriba, ni te dan órdenes, sino que te escuchan y aceptan sugerencias”.
El timbre suena y Marianela se levanta a atender. La charla continúa. El padre Messeri cuenta una anécdota:
“El otro día vino una persona y dijo: ‘ASSE (Administración de los Servicios de Salud del Estado) me mandó aquí a consultar si tienen una frazada para darme’. No sé. Ella dijo eso. Si es verdad o no, no lo sé. Somos un punto de referencia en la zona, que llega a las personas más pobres”.
Marianela regresa, se sienta y dice que era una persona interesada en averiguar sobre los bautismos. “Ahora, en los últimos años, no son tantos como cuando empecé. A veces hay uno, dos, tres, cuatro o veces más, según”.
La charla llega a su fin. El grabador se apaga. Los dos sacerdotes y los tres laicos invitan a recorrer la parroquia. En su despacho, Marianela tiene una cartelera que detalla todas las actividades de la comunidad y está llena de fotos. Se ve a niños, jóvenes y adultos en misas, en encuentros y en momentos compartidos. Se ve que es una comunidad viva.
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1 Comment
Saludos a la hermosa Comunidad de la Parroquia San Rafael, sigan adelante con mucho ánimo.