El Instituto de las Hijas de María Auxiliadora celebra ciento cincuenta años de fundación: conocemos su historia y su presente de la mano de la Hna. Ángeles Grassi.
Era 5 de agosto de 1872. Cinco mujeres, guiadas por María Dominga Mazzarello, profesaban sus votos religiosos ante Juan Bosco en Mornese, Italia. Así nacía la familia religiosa que lleva el nombre de Hijas de María Auxiliadora, que fue elegido por el sacerdote que años después se convertiría en santo y un referente para los jóvenes del mundo.
Pasaron ciento cincuenta años de este hecho. Hoy el Instituto está presente en noventa y siete países de los cinco continentes, con más de once mil religiosas y más de trescientas novicias. Atienden escuelas, centros de promoción de la mujer, internados, centros de formación, oratorios y centros juveniles, y la lista sigue.
La hermana Ángeles Grassi es la superiora de la congregación en Uruguay desde el 2 de febrero de 2021. Declara que le “gustaría más estar en el patio”, uno de los pilares de la propuesta salesiana. Entre datos históricos, anécdotas y reflexiones, habla sobre la historia de la comunidad que es un monumento vivo a María Auxiliadora.
¿Cuándo llegaron las primeras hermanas a Uruguay?
En diciembre de 1877, a los cinco años de fundado el Instituto. Primero se alojaron, durante un tiempo corto, en el convento de las hermanas salesas, donde hoy es la parroquia de los Conventuales, en la calle Canelones. Después estuvieron en una casa cercana a la ubicación actual y en 1879 se radicaron definitivamente en la manzana de Lezica y Niña.
¿Cuál es el carisma que las distingue?
La Madre Mazarello hizo, con las niñas en Mornese, la misma experiencia que Don Bosco hacía en Turín con los varones. Ella sacaba a las chiquilinas del pecado y las acercaba a la experiencia de Dios a través de la catequesis y los talleres. La Madre Mazzarello y las primeras hermanas decían: «¿Qué hora es? Es la hora de amar a Dios. Que cada puntada sea un acto de detalle al Señor».
Para divertirse hacían recorridas por los lugares cercanas de Mornese, paseos y cantaban. Todas estas cosas las seguimos haciendo nosotras con jornadas de recreación.
¿Cuál fue el vínculo entre Don Bosco y Madre Mazzarello?
Fue a través de don (Domenico) Pestarino. Era un hombre que hacía un trabajo espiritual muy fuerte con las chicas y conformó el grupo de las Hijas de la Inmaculada. La Madre Mazzarello encontró en él a su director espiritual. Pestarino viajó a Turín y se encontró con Don Bosco. En esa instancia le comentó que quería ser salesiano. En sus memorias, Don Bosco narró que la Auxiliadora le pidió que hiciera el mismo trabajo con las jóvenes.
A través de Don Pestarino, Don Bosco se enteró que existía un grupo de jóvenes en Mornese y coordinaron un encuentro. La primera vez que la Madre Mazarello vio a Don Bosco dijo: “Este es un santo y yo lo siento”. Desde ese momento, comenzaron las comunicaciones y se conformó el grupo de religiosas que hizo su primera profesión el 5 de agosto de 1872 ante Don Bosco.
¿Cuál es la realidad de la congregación en Uruguay?
En total somos sesenta y nueve hermanas y atendemos catorce obras en todo el país. Tenemos una casa de formación, una casa de cuidados para las hermanas mayores e instituciones educativas. Estamos presentes en Rivera, Paysandú, Paso de los Toros, Juan Lacaze, Treinta y Tres, Canelones y Montevideo. Para nosotras esto no es un trabajo, es una vocación.
¿Cuál es la vivencia de las hermanas y cuál la suya propia como inspectora de las Hijas de María Auxiliadora en Uruguay?
La significatividad del instituto, y el éxito de seguir en el tiempo, está dado no tanto por las obras y los logros obtenidos, sino por la vivencia de las Hijas de María Auxiliadora. Creo que verdaderamente eso es lo que fortalece al Instituto. No todo son rosas, hay espinas también. Algunas veces equivocamos el camino y otras veces nos enriquecemos mucho. Pero lo que tiene de lindo esto es el deseo de todas las hermanas de salir adelante de alguna manera. Hay un gran esfuerzo por parte de ellas. Tenemos límites, porque somos personas. Por lo tanto, tenemos grandes riquezas y grandes límites. Con las limitaciones que tenemos, se trabaja bien y se trata de vivir bien.
Cada vez es más desafiante trabajar con los niños, los adolescentes, los jóvenes y sus familias. Pero es lo que nos mantiene vivas y eso es lo más importante. Es un desafío buscar un lugar para que las hermanas den lo mejor de sí. En eso estamos todas muy implicadas. En este tiempo vi en muchas hermanas deseos de mejorar, de querer ser mejores. Eso es lo que nos mantiene vivas y con entusiasmo. Si uno recorre cada lugar de nuestra inspectoría, ve que hay un deseo muy grande de entregarse y de hacer bien a los jóvenes. La entrega a los jóvenes es lo que verdaderamente nos entusiasma, pero también está el seguimiento a Cristo. Si no tenemos a Cristo, por más que trabajemos, todo se pierde.
¿Qué riqueza tendría para la Iglesia que una joven ingrese al Instituto? ¿Por qué una joven se puede sentir interpelada por este carisma?
Los jóvenes buscan dos cosas: comunidad y vida de oración. Para nosotras es un desafío esto… y creo que es algo que podemos ofrecer. Estamos llamadas a vivir en comunidad y a expresar sencillamente en lo que creemos y por lo cual vivimos, que es la presencia de Cristo.
En la acción pastoral estamos en un momento desafiante para expresar la fe del joven. La cuestión es cómo llegar al joven, porque no solo se trata de que el joven viva la fe, sino que sea un ser pensante, que se cuestione el lugar y el entorno en donde está, y ayudarlo a que su vida tenga sentido. Para eso también están los centros de estudios. Desde ahí se construye la sociedad y, como decía Don Bosco: “Buenos cristianos y honrados ciudadanos”.
En este tiempo creo que nuestra propuesta vocacional no ha sido fuerte, dado por una serie de situaciones. Primero, cuesta conocernos, y segundo, muchos jóvenes se plantean la vida religiosa, pero no de manera definitiva, para el resto de su vida. No todo es culpa del joven, algunas veces tampoco nosotros le hemos preguntado y no fuimos claras.
El pasado viernes 5 de agosto, en la santa misa de acción de gracias por los ciento cincuenta años del Instituto, se anunció la creación de la fundación Piedras Vivas. ¿De qué se trata?
La Fundación Piedras Vivas es una iniciativa que busca solventar algunas propuestas que van surgiendo desde nuestras comunidades. Por el momento se hace hincapié en actualizaciones de orden tecnológico, pero también quiere ser un proyecto que otorgue becas a niños y adolescentes que quieren estudiar en nuestra casa y no cuentan con recursos.
¿Cómo ve el futuro de la congregación?
Lo miro con esperanza. No solo las hermanas llevamos el carisma, sino también los laicos. Nosotras tenemos muchísimos exalumnos y miembros de la familia salesiana que están trabajando con nosotras. El carisma sigue existiendo y va a seguir existiendo después de nosotras.
El desafío es ver cómo seguimos creciendo como comunidad y creciendo en nuestra vida de religiosas, y cómo seguimos apostando a comprometernos con los niños y los jóvenes. Creo que si lo seguimos haciendo con fuerza y compromiso, Dios siempre regala vocaciones.
El compromiso es de toda la familia. Confío en la gente que hemos formado, pero a la vez en las hermanas y en su deseo de hacer crecer el carisma en el Uruguay y también en nuestra inspectoría.
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EXCELENTE. LA SANTISIMA TRINIDAD Y MARIA AUXILIADORA LAS PROTEJA Y ACOMPAÑE SIEMPRE.
REZAMOS POR NUEVAS VOCACIONES