Escribe el Pbro. Leonel Cassarino.
Los que formamos parte de la Iglesia con frecuencia caemos en los mantras que a izquierda y derecha nos tiran. Un profundo complejo de inferioridad que nos lleva a repetir junto con nuestros hostigadores que la existencia de la Iglesia se justifica porque hace cosas buenas; da de comer al pobre, cuida del enfermo, etcétera. Y esto es solo la consecuencia natural de su ser. La Iglesia no es buena porque haga cosas buenas. Si no hiciera nada de esto seguiría siendo vital y necesaria.
Del mismo modo que la misa no es buena cuando es entretenida y llega al pueblo llano. La misa es buena en sí misma y somos nosotros que, necesitados de Dios, debemos acercarnos al misterio con “temor y temblor”. La misión de la eucaristía es dar culto al Dios vivo, para todo lo demás existen instancias y experiencias por doquier.
Si los sacerdotes predicamos lo mismo que un asistente social o una ONG unidos contra la pobreza y la desigualdad o que un presidente de una asociación de vecinos, la gente se irá a la ONG o a la asociación porque además contará con el aplauso y la adulación del soplagaitas de turno. La misión de la Iglesia no es salvar el culo a los teóricos del cambio climático, sino salvar el alma de los ocho mil millones de personas que sufren a esos teóricos.
Muchas veces parecemos haber emprendido un camino de autodestrucción, asumiendo los dogmas actuales de lo políticamente correcto, perdiendo así la parresía y la fidelidad al mensaje recibido de Cristo y su evangelio. Estamos más preocupados de decirle a la gente a quién tienen que votar y a quién no; predicamos el culto a la experiencia, absolutizamos nuestras experiencias, potenciamos el afectivismo y el sentimentalismo religioso que hacen que en nuestras celebraciones y catequesis hagamos culto a nosotros mismos, nuestra experiencia, nuestros sentimientos y no hablemos del Dios de la vida y de la historia. Muchas veces parece que hasta pedimos permiso para hablar de Jesús. Siempre nos quedará el culto burocrático y estéril, fruto de las reuniones de reuniones de gente reunida.
«La dimensión pública y privada de la fe están íntimamente relacionadas. Sin dimensión pública la fe se convierte en un tesoro escondido, como el de la parábola de los talentos»
Pbro. Leonel Cassarino
Tengo claro que los profetas de la moderación, las palabras mesuradas y los tonos sosegados dirán que estas palabras son duras. Es solo una reflexión catártica de fin de año. Pueden pasar la página.
Cuando el Dr. Joseph Ratzinger, en aquel entonces sacerdote y teólogo en Tubinga y luego en Ratisbona, emitía una serie de catequesis radiofónicas de su país en el año 1969 decía respecto a la Iglesia del futuro: “El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy solo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes solo dan recetas. No vendrá de quienes solo se adaptan al instante actual. No vendrá de quienes solo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible. Tampoco vendrá de quienes eligen solo el camino más cómodo, de quienes evitan la pasión de la fe y declaran falso y superado, tiranía y legalismo, todo lo que es exigente para el ser humano, lo que le causa dolor y le obliga a renunciar a sí mismo. Digámoslo de forma positiva: el futuro de la Iglesia, también en esta ocasión, como siempre, quedará marcado de nuevo con el sello de los santos. Y, por tanto, por seres humanos que perciben más que las frases que son precisamente modernas. Por quienes pueden ver más que los otros, porque su vida abarca espacios más amplios. La gratuidad que libera a las personas se alcanza solo en la paciencia de las pequeñas renuncias cotidianas a uno mismo”.
Continuaba diciendo Ratzinger: “Significa que las grandes palabras de quienes nos profetizan una Iglesia sin Dios y sin fe son palabras vanas. No necesitamos una Iglesia que celebre el culto de la acción en ‘oraciones’ políticas. Es completamente superflua y por eso desaparecerá por sí misma. Permanecerá la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho ser humano y que nos promete la vida más allá de la muerte. De la misma manera, el sacerdote que solo sea un funcionario social puede ser reemplazado por psicoterapeutas y otros especialistas. Pero seguirá siendo aún necesario el sacerdote que no es especialista, que no se queda al margen cuando aconseja en el ejercicio de su ministerio, sino que en nombre de Dios se pone a disposición de los demás y se entrega a ellos en sus tristezas, sus alegrías, su esperanza y su angustia”.
Así veía él esa Iglesia del futuro: “También en esta ocasión, de la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que solo se puede acceder a través de una decisión”.
Es en los momentos de crisis cuando se busca lo esencial y fundamental. Creo que, como Iglesia estamos invitados a encontrar de nuevo y con toda la determinación lo que es esencial para nosotros, lo que siempre ha sido nuestro centro: “la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la ayuda del Espíritu que durará hasta el fin”.
«El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy solo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes solo dan recetas»
Joseph Ratzinger
Y así concluía dicha catequesis radiofónica: “La Iglesia reconocerá de nuevo en la fe y en la oración su verdadero centro y experimentará nuevamente los sacramentos como celebración y no como un problema de estructura litúrgica”.
“Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. Pero tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una Iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentarán, cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre han buscado a tientas”.
Fruto de los complejos que hemos asumido acríticamente hemos ido reduciendo nuestra vida de fe a un ámbito privado, privadísimo, casi de sacristía. Como si la forma mejor de vivir la fe fuera escondiéndola (como si Cristo se hubiera escondido para predicar). Como si la propuesta que nosotros tuviéramos para el mundo fuera un espacio público neutral, sin Dios y sin nadie que lo anunciase. Como si nadie fuera a ocupar el espacio que nosotros abandonamos, y como si, en cualquier caso, el vacío y la neutralidad fueran las propuestas de vida que anhela el corazón del hombre.
La dimensión pública y privada de la fe están íntimamente relacionadas. Sin dimensión pública la fe se convierte en un tesoro escondido, como el de la parábola de los talentos. Porque cuando no hay dimensión pública o nos repelen algunas de sus expresiones, es porque quizá en el fondo lo que no hay es vida privada de oración, relación verdadera con el Señor.
Las buenas noticias hay que proclamarlas a los cuatro vientos, por tierra, mar y aire, en los templos, los colegios y en las calles, en el bar y en las redes sociales. Y si uno no siente esa necesidad puede que aún no haya descubierto la Buena Noticia. Que el Señor les regale un bendecido y buen comienzo de año.
2 Comments
«!La misión de la Iglesia no es salvar el culo a los teóricos del cambio climático, sino salvar el alma de los ocho mil millones de personas que sufren a esos teóricos
Es necesario recurrir a este vocabulario y traer de los pelos la mención a este círculo de teóricos?
Creo que era suficiente transcribir los párrafos de Ratzinger.
Quiero pedir por el alma de mi hijo Gonzalo Faniel Madroñal Sosa ya que necesito que este en paz ya que el mecesita tener paz y vida eterna